PROPONER LA FE A LOS JÓVENES HOY.

1 julio 2003

CAMINOS DE RENOVACIÓN PARA LA PASTORAL JUVENIL

 
Eugenio Alburquerque Frutos, teólogo especializado en moral, es director del Centro de Estudios Teológicos San Juan Bosco (Madrid).
 
Resumen del artículo:
El autor resume las aportaciones que hacen tres documentos recientes de diversas conferencias episcopales acerca de la situación actual de la pastoral juvenil, descubriendo unas sugerentes pistas convergentes de actuación.
 
Toda la acción pastoral de la Iglesia está comprometida hoy en la transmisión de la fe. La tarea es ardua. Pero no se trata tanto de elaborar nuevas estrategias, cuanto de precisar y ahondar nuestro compromiso en la fe en el Dios de Cristo Jesús. Esta preocupación aparece fuertemente sentida en los documentos oficiales y, de manera particular, en las orientaciones y pautas que las distintas Conferencias Episcopales han presentado en estos últimos años para guiar la acción pastoral entre los jóvenes. Si la transmisión de la fe constituye realmente una preocupación eclesial de fondo, el llegar a precisar las grandes opciones de una pastoral juvenil atenta a la verdad del evangelio y a las exigencias de los tiempos nuevos, señala un desafío al que necesariamente hay que responder.
 
Este artículo pretende presentar, de forma concisa, las orientaciones que proponen algunos de estos documentos. No es mi intención realizar un análisis crítico, ni un estudio comparativo de dichos textos, sino simplemente exponer de forma sistemática el planteamiento, las opciones y los caminos que ofrecen. Lo hago, no de forma pormenorizada, presentando la exposición de cada uno de los documentos, sino globalmente, buscando una visión de conjunto. Para llegar a una visión más completa de su orientación pastoral remito al lector a los citados documentos. En su conjunto ofrecen una reflexión rica y estimulante sobre las perspectivas y nuevos modos de intervención para acompañar a los jóvenes al encuentro con Cristo. Pueden representar un signo de la dirección que está tomando en las Iglesias particulares la pastoral juvenil.
 

  1. Un mundo que cambia

 
La acción pastoral parte de la realidad. Antes de proponer el mensaje, hay que conocer el mundo, la historia, los hombres a quienes se quiere evangelizar. Es necesario, pues, el análisis de la realidad del mundo en que vivimos.
 
En estos comienzos del siglo XXI, los católicos somos conscientes de que hemos de enfrentarnos a una situación crítica. Los síntomas son muy numerosos y en la Iglesia, con frecuencia, se perciben con temor e inquietud. No puede menos que preocupar la pérdida de una cierta memoria cristiana, el descenso de la práctica religiosa, las dificultades de un contexto social muy secularizado. Realmente, en nuestra sociedad, está en juego el lugar y el porvenir de la fe. Pero esta situación crítica no nos puede llevar a quedar anclados en el pasado, en el desaliento, en la nostalgia. Al contrario, impulsa a ir a las fuentes de las fe, a hacernos discípulos y testigos del Resucitado, de una forma más decidida y radical. Especialmente la acción pastoral entre los jóvenes comienza no por el rechazo sino con la lectura y acogida crítica del cambio social. Estamos cambiando de mundo y de sociedad. Desaparece un mundo y otro nuevo está emergiendo sin que exista ningún modelo preestablecido para su construcción. Es preciso, pues, fijar la atención en los aspectos que impregnan más fuertemente la mentalidad y la sensibilidad de los jóvenes. Así lo hacen los documentos señalados de las Conferencias Episcopales. De manera muy breve indico algunos que me parecen de especial relevancia.
 
1.1. Una cultura marcada por las comunicaciones
 
Actualmente el horizonte de los jóvenes es el mundo de las imágenes y de la información. Los medios de comunicación desarrollan en ellos nuevos modos de pensar y nuevos caminos para acceder al conocimiento. Esta evolución hace difícil la praxis pedagógica y el discurso religioso tradicionales. Pero estimula también a renovar los modos de comunicar la fe.
 
1.2. Un contexto de pluralismo
 
El pluralismo es un estado de hecho, que exige ser reconocido con todas sus implicaciones. Los jóvenes crecen al contacto con la diversidad (étnica, religiosa, cultural, ética). No existe ya una sola palabra, una sola lengua, una sola opción posible, existen muchas; y este pluralismo puede conducir a la indiferencia. Pero puede abrir también a la tolerancia y a la libertad.
 
1.3. Valorización de la autonomía de la persona
 
Ser uno mismo constituye hoy una reivindicación fundamental. El primer compromiso de crecimiento de los jóvenes es construir la propia identidad. Buscan puntos de referencia, pero se rebelan contra todo intento de adoctrinamiento. Sienten vivamente el derecho de expresarse y de decidir. Esto comporta el riesgo de la incertidumbre y del error; pero también la posibilidad de que lleguen un día a decir personalmente: “Creo”.
 
1.4. Una cultura democrática que valora la participación y el diálogo
 
Independientemente de su mayor o menor efectividad, la democracia aparece hoy como un cauce de convivencia que constituye un bien en sí mismo. Y en el contexto democrático se manifiestan como grandes aspiraciones humanas la igualdad y la participación. También los jóvenes las sienten vivamente. Quieren participar y expresar su opinión; y, ciertamente, la participación y el diálogo son un camino obligado para alcanzar la verdad y vivir la fe.
 
1.5. Una cultura pragmática y crítica, marcada por la ciencia y la técnica
 
Ciencia y técnica conforman la sociedad moderna y configuran un tipo de hombre con una mentalidad nueva: una mentalidad científico-técnica. Esta civilización científico-técnica busca la producción y la eficacia. Por la eficacia se mide incluso la verdad. Este acercamiento a la realidad contrasta con la fe. Es, pues, la ocasión de replantear con los jóvenes los caminos de acceso a la verdad, la relación entre ciencia y fe. Y es también la ocasión de redescubrir que también la fe tiene que llegar a ser práctica, porque “la fe sin obras está muerta” (St 2, 17).
 
1.6. Un contexto de profundas desigualdades sociales
 
A nivel mundial no deja de crecer la distancia entre los países pobres y los países ricos; y la globalización de los circuitos financieros y económicos tiende a agravar esta distancia. Muchos jóvenes viven en un contexto de paro y precariedad del empleo, de pobreza, miseria y exclusión social. Hoy no es posible proponer la fe a los jóvenes sino es haciéndonos efectivamente presentes ante las desigualdades de quienes las sufren y testimoniando que la fe en Jesucristo constituye la razón primera de nuestra acción y la fuente de nuestra esperanza.
 

  1. Situarse en una nueva perspectiva

 
El nuevo contexto cultural nos impulsa a una “conversión pastoral”, a situarnos en una nueva perspectiva al intentar proponer la fe cristiana a los jóvenes. Quizás, durante mucho tiempo nos hemos acostumbrado a pensar la transmisión de la fe desde el modelo del río que va creciendo poco a poco, aumentando su caudal y alargando su curso por medio de sus numerosos afluentes. La tradición de la fe tenía su origen en la familia. Después, durante la infancia y la adolescencia alargaba su curso con el afluente mayor de la escuela y de la enseñanza religiosa. Enseguida colaboraban también las parroquias con la catequesis y formación cristiana. Así, la transmisión de la fe crecía en relación con la edad y conservaba su vigor a lo largo de la existencia, apoyada en el funcionamiento de las instituciones sociales y eclesiales.
 
Pero esta imagen del río y de sus afluentes no se corresponde ya con la situación actual. Frecuentemente, en la familia, la fuente está muy seca; en la escuela, la aportación religiosa se ha reducido o ha quedado eliminada, y las parroquias solo llegan a una pequeña parte de bautizados. Es decir, los lugares institucionales que apoyaban y alimentaban la fe, han sufrido un fuerte desgaste. Quizás, por ello, sea necesario dejar el modelo del río. En las actuales condiciones socio-culturales parece que lo verdaderamente importante es remontarse a la fuente misma de la fe. Es decir, al centro de la experiencia de los creyentes. La fuente se encuentra en las personas, en los momentos esenciales de su vida, en sus experiencias fundamentales. Esta fuente constituye el punto de partida de cualquier itinerario. Es preciso, pues, buscarla, robustecerla, canalizarla sin tregua, atentos al pozo secreto que cada uno tiene en lo más profundo de sí mismo.
 
Ésta es, en realidad, la imagen y el modelo que sugiere la Biblia para los tiempos de niebla y oscuridad. En esta perspectiva de volver a la fuente se sitúan los profetas en el tiempo del exilio y postexilio, cuando los fundamentos habían sido destruidos, cuando habían desaparecido los soportes religiosos tradicionales: el Templo, los sacerdotes, el ambiente religioso. En esta situación, anuncian que la nueva alianza de Dios va a surgir del corazón de los hombres: “Os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo… Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que os conduzcáis según mis preceptos y practiquéis mis normas” (Ez 36, 26-27). Y esta imagen de la fuente inspira también el diálogo de Jesús con la mujer Samaritana, marginada de su pueblo y alejada de la fe. Jesús le pide agua; y en ella aviva “la fuente de agua que brota para la vida eterna” (Jn 4,14).
 
Es necesario volver a la fuente, olvidar y abandonar el esquema de los canales y acueductos pastorales que ya no dan agua, y buscar las fuentes de la fe, que arraigan en la realidad de la vida. Volver a la fuente es mucho más que proponer creencias o suscitar la adhesión a un sistema. Es, sobre todo, suscitar la experiencia espiritual que surge de la vida, que sorprende, que hace intuir lo esencial, que alienta y pone en camino, que hace vivir. Es enseñar a reconocer en las distintas edades, la fuente que el Espíritu hace brotar en el corazón de las personas como un don fecundo. Desde esta perspectiva, la educación en la fe no es, ante todo, cuestión de medios, métodos y estrategias; es, principalmente, cuestión de redescubrir la fuente.
 
Por ello, esta nueva perspectiva en la que es necesario situarse, urge a estar más atentos a los procesos que a los programas. El programa sugiere siempre la idea de lo fijo y establecido; el proceso se concentra en la persona, en su autonomía y en su propio caminar. Hace pasar de una verdad aprendida a una verdad experimentada, asimilada, convertida en convicción personal.
 
La fe, al proponer una visión del mundo, comporta siempre enseñanza, conocimiento, verdades. A lo largo de los tiempos, estas verdades se han transmitido a través de múltiples canales: predicación, testimonio de los mártires, pinturas y frescos de las catacumbas e iglesias de los primeros siglos, piedra y vidrieras de las catedrales, música, fiestas, ritos litúrgicos, enseñanza del catecismo. Hoy, frente a la pluralidad de los medios de comunicación y la evolución pedagógica, nos encontramos ante el reto de encontrar los medios y lenguajes adecuados para estimular la fe y el compromiso de los jóvenes. Pero, sobre todo, es el momento de llegar a la convicción que la fe se propone, principalmente, por el testimonio de vida de los creyentes. La fe se aprende mediante la experiencia compartida, junto a hermanos y hermanas que sacan del evangelio la fuerza y el sentido para vivir.
 
Proponer hoy la fe a los jóvenes no es tanto cuestión de programaciones, cuanto de sugerir itinerarios de vida y de acompañarles en el propio caminar. Quizás el modelo evangélico de este proceso sea el que llevan a cabo los discípulos de Emaús que regresan tristes y desalentados a su aldea. Mientras caminan, encuentran al Resucitado que vuelve a encender su esperanza y los pone en camino hacia los hermanos.

  1. Caminar con los jóvenes

 
La nueva e inestable situación cultural, representa un desafío muy fuerte, estimula a los educadores de la fe a situarse en una nueva perspectiva, obliga a renovar en profundidad el modo de concebir y realizar la educación en la fe. Pero este desafío no ha de desalentar; ha de motivar, más bien, para llegar a nuevos puntos de referencia para afrontar con audacia y confianza esta nueva etapa de la evangelización. Ello requiere, especialmente, guías y acompañantes competentes, hombres y mujeres que conozcan la condición juvenil y generosamente estén dispuestos a iniciar un camino de fe junto a los jóvenes.
 
Ante todo, la acción pastoral requiere escucha y acogida, con la misma disponibilidad con la que el Señor se hizo compañero de viaje de los dos discípulos en el camino de Emaús, para atender sus interrogantes e interpretar sus esperanzas. Pero es necesario también asumir categorías interpretativas apropiadas que ayuden a conocer y comprender su cultura y su lenguaje, los medios por los que se expresan, sus necesidades más profundas. Desde la empatía, no desde el rechazo, los educadores de la fe hemos de ser capaces de discernir lo “verdadero y noble” que estas culturas presentan bajo el ropaje de la novedad.
 
La escucha y el acompañamiento nos estimulan en una doble dirección: superar los confines habituales de la acción pastoral, para explorar los lugares en los que los jóvenes viven, se encuentran y expresan su propia originalidad, y un esfuerzo de personalización, que, llegando a cada joven, lo haga sentirse persona escuchada y acogida por sí misma.
 
Esta atención particular implica algunas exigencias pastorales, que podrían resumirse así:
 

  •  Toda la comunidad cristiana está llamada a un camino de conversión y a un testimonio evangélico coherente, que la haga “casa de acogida” para los jóvenes.
  •  Hay que buscar a los jóvenes, donde ellos están, acudiendo a los lugares donde viven, trabajan o se divierten. Muchas veces, ello va a exigir dejar nuestros esquemas habituales, nuestras programaciones y proyectos
  •  Los nuevos lugares, lenguajes y modelos de vida de los jóvenes reclaman de la comunidad eclesial que haga una lectura puntual y apasionada del mundo juvenil, a partir de su horizonte cultural.
  •  Los educadores de los jóvenes hemos de acertar en ofrecer propuestas de encuentro y atención educativa, iniciativas de animación y procesos personalizados; y, en particular, es necesario ofrecer figuras educativas creíbles en la familia, en la escuela, en las actividades de tiempo libre, en la calle. También los educadores de la fe, tenemos que aprender a trabajar “en red”, valorando la riqueza que proviene de la pluralidad de “agencias” educativas.
  •  Hemos de aprender, especialmente, a estar con los jóvenes. No es cuestión de edad, ni de actitudes “paternalistas”. Implica un corazón joven y maduro al mismo tiempo. Pero este “saber estar” con los jóvenes, exige unas actitudes coherentes: comprensión, empatía, diálogo, impulso misionero

 

  1. En el centro, la persona de Cristo

 
Afirmar que Cristo Jesús es el centro y el corazón de todo camino de fe significa fijar la atención pastoral en su núcleo fundamental. Evangelizar es siempre anunciar la persona viva de Cristo. Es anunciar un hecho histórico: Jesús de Nazaret, Hijo de Dios encarnado, crucificado y resucitado. Es anunciar su presencia siempre actual en la Iglesia. Jesucristo es la respuesta de la Iglesia al hombre que se pregunta sobre el sentido de la vida, experimentada como enigma, problema y misterio. Especialmente, constituye la respuesta definitiva para los jóvenes, que se abren a la vida entre la incertidumbre y la esperanza.
 
Por eso, la educación en la fe conduce al encuentro con Cristo. Precisamente este encuentro vital con la persona de Jesucristo permite superar un doble peligro en la comprensión cristiana de la fe: una concepción abstracta que la reduce a áridas fórmulas doctrinales y una concepción puramente emotiva. La auténtica evangelización lleva a reconquistar las razones fuertes de la fe y su dimensión global en relación a la vida, evitando contraponer razón y corazón, y valorando también las dimensiones más cercanas a la sensibilidad de los jóvenes, como la búsqueda de sentido, la dimensión estética, los caminos del corazón.
 
Pero los procesos de este encuentro deben huir de la tentación de los senderos solitarios, para encontrar el camino en la comunidad eclesial: una comunidad capaz de ofrecer junto a lo esencial del anuncio, espacios de silencio y oración, la pasión por los pobres, el signo vivo del amor en la comunión. De todo ello provienen algunas opciones concretas:
 

  •  Necesidad de proponer a los jóvenes una visión integral de la persona de Cristo, mediante un anuncio y catequesis que han de hacerse también cultura.
  •  Ofrecer lugares de silencio, interiores y físicos (como monasterios, casas de retiro), que ayuden a educar para la oración y la amistad con Cristo.
  •  Iniciar a los jóvenes en la vida como respuesta a una vocación, ayudándoles a ver que su camino de seguimiento de Cristo tiene que realizarse concretamente en un estado de vida, sin temor a las propuestas exigentes, especialmente a la llamada a un proyecto de santidad.
  •  En esta perspectiva vocacional puede comprenderse y valorarse mejor la experiencia del voluntariado como servicio y disponibilidad a Cristo y a los hermanos.
  •  Promover una auténtica espiritualidad laical como camino de santidad, que encarna el mandamiento del amor en las relaciones personales y en el compromiso de humanización del mundo.
  •  Y especialmente el encuentro con Jesús encuentra un espacio específico de realización en el compromiso por la justicia, vivido en las situaciones lacerantes de marginación y pobreza.

 
Pero, de manera particular, el encuentro con Cristo conduce al seguimiento. Si el anuncio del evangelio ha sido y es exigente, es porque dicho anuncio ha de hacerse testimonio. Es cierto que no se puede confundir la fe con la moral, ni presentar a los jóvenes una fe moralizante. Pero existe el peligro de perder de vista en qué medida el encuentro con el Dios de Jesucristo puede modificar y esclarecer de una forma nueva el significado de nuestra vida y el campo de nuestra acción concreta. No cabe duda de que la radicalidad de las cuestiones éticas, especialmente las que se plantean los jóvenes, nos invitan a comprender por qué y cómo nuestras formas de vivir y de obrar son inseparables de nuestra propuesta de fe. Es hoy sumamente importante que en la acción pastoral con los jóvenes nos atrevamos a vincular la propuesta de la fe a la moral, porque, en realidad, está en juego la misma definición del acto de fe en Jesucristo. Decir “creo” compromete un obrar que atestigüe que vivimos realmente “en Cristo”, y “según el Espíritu”. El vínculo entre fe y moral es constitutivo de la experiencia cristiana, de manera que cualquier separación haría vana la adhesión de la fe, privándola de su propia naturaleza de respuesta al amor gratuito de Dios.
 
Esto no significa que la vida cristiana esté constituida en primer lugar por la conformidad a unas normas éticas, sino, fundamentalmente por una disposición y una orientación de la libertad suscitadas por la acogida de la salvación de Dios en Jesucristo. Lo verdaderamente importante no es tanto preguntarse: ¿qué debo hacer?, sino ¿quién tengo que ser?, y ¿qué tengo que llegar a ser para que mi vida sea realmente respuesta al don recibido? Es decir, para los creyentes, la norma moral concreta, personal y universal es Cristo. La contemplación de la figura de Cristo, la escucha de su palabra iluminan y forjan la libertad humana, haciéndola entrar en una visión de la existencia conforme a la voluntad de Dios.
 

  1. Caminos que hay que recorrer

 
Los caminos de iniciación y educación en la fe son muchos. Está, ante todo, el camino de la vida, con sus satisfacciones y frustraciones; el del servicio, el de la Palabra compartida con los creyentes, el de la oración interior, el del pan partido en memoria del Resucitado. Y es importante proponer a los jóvenes este conjunto de caminos como proceso de iniciación y de acceso a la experiencia cristiana.
 
5.1. El camino de la vida
 
Dios se hace cercano, ante todo, en el centro de la vida, de la existencia y de la historia personal de cada uno. La vida es siempre maravillosa y, al mismo tiempo, frágil. Maravillosa, como esplendor de la creación; frágil, como la salud. Es, al mismo tiempo, dulce y amarga. Junto a la felicidad de vivir, coexisten las dificultades de la vida cotidiana.
 
Los jóvenes no escapan a esta experiencia vital bajo ambos aspectos. Junto a la alegría de vivir, de crecer, de descubrir, de servir, de lograr, está también la experiencia del dolor, de la soledad, de la violencia, del fracaso, de las familias rotas, de la pobreza, de un porvenir incierto. A través de las alegrías y de las desventuras, los jóvenes tienen necesidad de probar y de conservar el gusto de vivir. Deben descubrir que la vida, aún cuando pueda ser dura, es buena; que, a pesar de todo, es verdaderamente mejor que la muerte.
 
La “crisis del creer” supera el ámbito religioso. Muchos jóvenes no llegan a creer en la vida, en el amor, en el futuro. ¿Cómo podrán llegar a creer en Dios? Es, pues, sumamente importante acompañarles en el camino de la vida, para ayudarles a acoger la belleza y la dureza de la existencia. En un tiempo en el que muchos jóvenes encuentran difícil vivir y sienten incluso un hondo malestar por la vida, la fe en el Dios de la vida es inseparable de la fe en la vida.
 
5.2. El camino del servicio
 
Es el camino que abre al sentido social, al compromiso por la justicia y la solidaridad. Esta experiencia de servicio, de cualquier tipo que sea (social, comunitario, deportivo, humanitario, eclesial) expresa, con frecuencia, un estímulo en el camino moral, espiritual y religioso de los jóvenes.
 
En un tiempo de inflación de discursos y palabras, los jóvenes se muestran especialmente sensibles a los hechos. A través del servicio concreto aprenden a superarse y descubren la trascendencia, el “sacramento del hermano”.
 
5.3. El camino de la palabra compartida
 
La experiencia de la palabra –con los compañeros, con los padres- es fundamental para el crecimiento humano, para la identidad personal y la comunión. No puede sorprender, por tanto, que también en la experiencia cristiana alcance un lugar privilegiado. Acogida en la propia vida, compartida en fraternidad, sentida en el testimonio de los primeros creyentes, proclamada y meditada en los encuentros de oración, la Palabra incesantemente convoca, interpela, ilumina, reconforta y compromete.
 
Es importante que los jóvenes puedan hacer esta experiencia de la palabra que los hace volver sobre sí mismos, mientras descubren la Palabra de Dios. El aprendizaje de este diálogo entre la palabra humana y la palabra de Dios supone un contacto frecuente y significativo con la Biblia.
 
5.4. El camino de la oración interior
 
Es el camino del corazón, de la interioridad. Comenzar a orar es fruto de una enseñanza. Se puede hablar de iniciación a la oración. En sus comienzos, el niño reza balbuceando invocaciones y palabras que escucha a los adultos. Poco a poco, la oración se convierte en un camino para hacerse responsables de la propia vida, en ocasión para acoger la vida, con sus sombras y sus silencios, para contar la propia vida a Dios.
 
5.5. El camino del pan partido
 
Es el camino que conduce a Emaús, el camino del encuentro con el Resucitado. Es la experiencia de la vida leída y contada a la luz de su palabra y de sus gestos, de la vida iluminada y celebrada en la certeza de su presencia y cercanía. Es la experiencia del Señor que nos alcanza y nos acompaña en nuestros caminos humanos: nacimiento, crecimiento, amor, perdón, enfermedad, muerte. De manera especial, es la experiencia de la Eucaristía, signo y memoria de Cristo que ofrece su vida para la salvación del mundo.
 
En la iniciación cristiana, siempre ha tenido una importancia muy grande la reunión comunitaria para compartir la Palabra y el Pan en memoria del Señor. Hoy sigue siendo un reto abrir a los jóvenes a este misterio del Pan partido y entregado para que lleguen a experimentar, en la mesa compartida, el amor, la fraternidad y el servicio.
 

  1. Algunas opciones concretas

 
A la luz del contexto social descrito y de la necesidad de situarnos, como pastores y educadores de la fe, en una nueva perspectiva, podemos entrever también algunas grandes opciones y decisiones de fondo, que deben orientar la acción pastoral entre los jóvenes. Señalo, de forma sintética y como conclusión, algunas de las señaladas con mayor insistencia en los documentos que han servido de base a esta reflexión.
 

  1. Sin duda, la preocupación fundamental de la pastoral juvenil se concentra en retomar su verdadero carácter misionero. Su centro es y ha de ser siempre la educación en la fe, la comunicación a los jóvenes del misterio del Dios vivo y verdadero, fuente de alegría y esperanza. Como recordaba Pablo VI, la evangelización es la gracia y la vocación propia de la Iglesia; constituye su identidad más profunda (cf. EN 14). A ello tiende toda la pastoral eclesial, teniendo en cuenta que la misión se realiza, ante todo, por lo que se es, antes que por lo que se dice o se hace. Por ello, si queremos imprimir un dinamismo misionero a la acción pastoral con los jóvenes, si queremos ser creíbles en la tarea evangelizadora, es necesario nuestro propio testimonio de evangelizadores evangelizados. Hay que ser testigos, antes de convertirse en maestros. Especialmente los jóvenes poseen un vivo sentido de la autenticidad y lo que necesitan es ver encarnados los valores del Reino en quienes los anuncian.
  2. La educación de la fe pretende llevar a los jóvenes a un gradual y continuo descubrimiento y a una generosa adhesión a Cristo. Por ello, tiene, necesariamente, un sentido progresivo. Madura lentamente, conduciendo a la transformación del hombre a imagen de Cristo. Lo verdaderamente importante es acompañar a los jóvenes para guiarlos a una auténtica mentalidad de fe, lo que significa la capacidad de ver la vida como Él, amar y abrirse a los hombres como Él.
  3. La adhesión a Cristo y la transformación del hombre a su imagen supone una relación intensa entre fe y vida. Supone lo que justamente entendemos con la expresión “integración fe-vida”. La fe debe integrar la vida de los jóvenes. Pastoralmente, esto significa trabajar educativamente para formar una personalidad cuyos criterios de acción y de discernimiento se refieran a Jesucristo y a su mensaje, como la respuesta que proviene de la vida misma; es decir, para que Jesucristo llegue a ser realmente el centro unificador de toda la existencia.
  4. Este camino lento de madurez en la fe exige también un proceso educativo adecuado a la evolución y desarrollo del propio caminar cristiano. Y en la perspectiva de los procesos, los educadores de la fe han de acertar en la propuesta de itinerarios de iniciación y de catecumenado. Los itinerarios de educación en la fe son múltiples; pero hay que intentar también que sean sencillos, concretos y, sobre todo, que partan y lleven directamente a la fuente, a lo esencial. Tendrían que iniciarse ya en el ámbito de la misma familia, porque corresponde a los padres la primera iniciación cristiana de los hijos. Después, se prolongaría esta tarea en la escuela, en la parroquia, en los movimientos, asociaciones y grupos juveniles. Por una parte, la vida misma sugiere los itinerarios apropiados de acuerdo con el proceso de desarrollo, evolución y crecimiento. Por otra, la Iglesia propone itinerarios litúrgicos (tiempos del año litúrgico, iniciación sacramental, celebración dominical) que pueden acompañar el crecimiento cristiano. Todos ellos han de ofrecer a los jóvenes, la posibilidad de compartir la fe junto a otros creyentes, un ambiente de valores vivos, un campo de acción suficientemente amplio, expresión y creatividad en la celebración de la fe, compromisos concretos.
  5. Es necesario subrayar, explícitamente, la dimensión educativa de la pastoral juvenil, que supone una estrecha relación entre educación y educación de la fe. Si se define como “educación de la fe”, necesariamente le es esencial dicha dimensión, que conlleva la preocupación no solo por la propuesta de fe, sino también por la condición existencial de la comunicación y del nivel de madurez de los destinatarios. Todo ello implica la exigencia de un especial cuidado a las distintas etapas del crecimiento, a las disposiciones del sujeto, a sus ritmos de maduración, a la pedagogía del proceso evangelizador y a las metodologías empleadas
  6. La acción evangelizadora parte de la comunidad y conduce a la comunidad. No sería bueno entender la responsabilidad de la evangelización como una tarea de “especialistas”. Es una tarea de toda la comunidad cristiana. Ella alcanza su verdadero rostro cuando vive la comunión y se lanza a la misión de los más alejados. Por el anuncio y testimonio de la fe, la comunidad cristiana llega a ser el ambiente más propicio para la iniciación, la acogida de la Palabra y el compromiso. Resulta, pues, una tarea primordial construir la comunidad cristiana, educar para vivir en ella y participar en su vida. Es el horizonte imprescindible de la pastoral juvenil, conscientes, al mismo tiempo, de que para que las comunidades puedan llegar a ser evangelizadoras y para que los jóvenes puedan insertarse en ellas, es necesario la elección del “grupo”, como método para conducir a la comunidad.
  7. Especialmente la situación actual estimula a caminar juntos hacia lo esencial. Se trata de ir decididamente al corazón de la fe. Es un llamamiento que lo ha escuchado la Iglesia muchas veces en el curso de la historia, pero que, además, constituye una ley constante del crecimiento de la fe. Sobre todo en los periodos críticos, los movimientos de renovación cristiana y apostólica han surgido siempre de una profundización en la fe. En cada época, los creyentes hemos de apropiarnos de una manera particular del sentido de la Palabra y hemos de recrear y rescribir el evangelio. Solo desde esta exigencia de ir a lo esencial del don de Dios en Jesucristo, es posible comprender la verdadera propuesta de la fe en la sociedad actual y en los jóvenes. No se trata de presentar algo nuevo, sino de reconocer las nuevas condiciones en las que debemos vivir y anunciar el evangelio.
  8. La propuesta de la fe a los jóvenes tiene que insertarse en su historia concreta, intentando captar y comprender los interrogantes que les preocupan. Se evangeliza no al margen ni después de la experiencia humana, sino desde el interior mismo de ella. De manera especial, los jóvenes exigen un nuevo lenguaje. Sometidos a un continuo bombardeo de ideas, de afirmaciones, de acontecimientos, viven con intensidad el surgir de su personalidad, el descubrimiento de los valores fundamentales y el desarrollo de la sociedad. Su vocabulario evoluciona continuamente, de una civilización lineal, basada en la escritura, al mundo audiovisual. Todo su sistema de comunicación tiene un estilo característico, en el que se debe pensar y expresar el evangelio, para que llegue a ser para ellos anuncio de alegría y buena nueva.
  9. Es importante llegar a una mayor convergencia y unidad entre la pastoral de niños, de preadolescentes y la pastoral juvenil y familiar. La pastoral juvenil ha de estar precedida de una seria iniciación cristiana de los niños y adolescentes. Y después, el itinerario de educación en la fe de los jóvenes continúa en la perspectiva de la pastoral del matrimonio y la familia. Tiene que existir una conexión entre pastoral juvenil y pastoral familiar para que el camino de los jóvenes hacia el sacramento del matrimonio resulte también una ocasión propicia para el robustecimiento de la opción de fe, de la pertenencia a la Iglesia, del descubrimiento de la vocación al matrimonio y de su vivencia cristiana. Instrumento privilegiado para llegar a tal conexión es la elaboración del proyecto pastoral por parte de la comunidad local.
  10. Todo ello subraya la importancia de la parroquia, como ámbito apropiado para la propuesta de la fe a los jóvenes. Hoy se encuentran frente a fuertes desafíos como: el retroceso de la práctica dominical, la ausencia casi total de jóvenes y de jóvenes adultos, la escasez creciente de vocaciones sacerdotales. Es importante que los jóvenes encuentren en la parroquia el espacio donde resuena el evangelio, como un lugar de acogida para vivir y compartir la fe. De manera particular, en la parroquia se ha de valorar la iniciación cristiana de los jóvenes cuando piden el sacramento del perdón, de la eucaristía, de la confirmación, del matrimonio, ofreciéndoles no solo una preparación litúrgica, sino un verdadero itinerario evangélico. Del mismo modo, ha de desarrollar la dimensión catecumenal y participativa, y ha de ofrecer iniciativas de formación bíblica y teológica, ocasiones para entrar en contacto con personas significativas de la comunidad (voluntarios, agentes de pastoral, catequistas, sacerdotes, creyentes comprometidos en la acción social), abriendo nuevos caminos de expresión y de compromiso.

 
 
En concreto, he tenido en cuenta los tres documentos siguientes: Proposer aujourd’hui la foi aux jeunes: une force pour vivre, (Asamblea de Obispos de Québec, Éditions Fides 2000); Educare i Giovanni alla Fede (Conferencia Episcopal Italiana, Roma 1999); Proponer la fe en la sociedad actual (Conferencia Episcopal Francesa, traducción en Ecclesia núms.. 2835-36, 5 y 12 de abril 1997). No he tenido directamente en cuenta el breve documento de la Conferencia Episcopal Española: Orientaciones sobre pastoral juvenil (1991), por haber sido analizado y comentado en esta revista. Cf. J. L. MORAL, “Orientaciones de la Conferencia Episcopal sobre pastoral juvenil”, Misión joven 180-181(1992)45-48. Puede resultar de interés, la aplicación a la pastoral juvenil de las orientaciones publicadas en el Plan pastoral de los años 2002-2005: “Una Iglesia esperanzada” (Madrid, 2002).