LOS CRISTIANOS A LOS LEONES.

1 junio 2003

Notas metodológicas sobre una pedagogía pastoral para la misión política

Fernando Vidal Fernández

Dedicado al jesuita Juan García Pérez (1934-2003†)

 
Fernando Vidal Fernández es profesor y director del Departamento de Sociología y Trabajo Social de la Universidad Pontificia Comillas de Madrid.
Resumen del artículo:
El mundo que vivimos, las extremas desigualdades y los peligrosos riesgos que amenazan la sostenibilidad de la vida de la gente, nos urgen a nuestro compromiso político, a que los cristianos bajemos a la arena pública y convivamos con los leones siendo pacíficos como palomas y astutos como serpientes. Para ello tendremos que incorporar a lo largo del proceso pastoral de formación, una pedagogía específica para el compromiso político.
 
El vicario episcopal asturiano Jesús Porfirio me dijo una vez que antes que lograr el mayor número posible de gente que asista a las celebraciones, habría que lograr laicos con vidas relevantes para la sociedad, y utilizaba una imagen muy expresiva: si esto fuera una plaza de toros, sobre todo necesitaríamos no tanto buen público sino buenos toreros. Efectivamente, hay toda una intensa vida eclesial volcada a la intervención social, a la reflexión cultural, a la creación religiosa, que debería tener una mayor proyección a través de la presencia laical en la esfera pública. Especialmente significativa es la ausencia de la intervención y el diálogo públicos de los cristianos en la arena política. Esta imagen de la arena enlaza con aquella otra imagen torera de Jesús Porfirio. Necesitaríamos más laicos que actuaran visiblemente en la vida pública, un mayor empuje apostólico y un mejor talante de diálogo plural, una mayor creatividad en la arena pública. Sabemos los escrúpulos que existen en el mundo cristiano respecto a los partidos políticos. En los centros de decisión, especialmente en la arena partidaria, te mueves entre leones, pero el mundo cristiano no puede hacer dejación de su responsabilidad ciudadana ni puede acomplejarse por una cultura pública española que todavía no ha asumido con normalidad la presencia de lo religioso como factor público de personas e instituciones. El mundo de progresivos riesgos, sinsentidos e injusticias que vivimos sólo logrará superarlos con una mayor unidad de vida:
 
– entre las distintas actividades posibles de cada persona (familia, trabajo, consumo, ciudadanía, etc.);
– entre las diversas culturas de cada comunidad en virtud de la etnia, la nacionalidad o la religiosidad;
– que articule en un proyecto solidario a Administración, Mercado y Tercer Sector;
– que reconstruya la fraternidad entre pueblos enriquecidos y empobrecidos.
– en la comunidad eclesial se traduce en una mayor comunión eclesial, especialmente con aquellos más excluidos por razón de clase, género, edad o condición.
 
Esa unidad requiere de nuestras comunidades eclesiales una mayor vinculación entre los distintos aspectos de la vida. Las comunidades eclesiales se ven cada vez más reclamadas por la realidad a dirigir su acción apostólica a todos los campos, pero especialmente importante es que incorporemos a los proyectos apostólicos la dimensión sociopolítica de la vida pública, que afecta a todos los ciudadanos.
 

  1. La comunidad eclesial española ante la política partidaria

 
¿Cuál es la situación de la misión sociopolítica en el mundo cristiano de nuestro país? Resumiría la situación con los siguientes rasgos[1]:
 
* Los jóvenes católicos practicantes son los más interesados en política, los que más se asocian, participan y colaboran como voluntarios, pero a la vez los que menos se afilian a partidos políticos. Los jóvenes católicos practicantes (aproximadamente 1.800.000 en el año 2000) son los jóvenes más participativos y más sensibles a la política, pero tiene una baja afiliación partidaria[2]. Son los jóvenes católicos los que muestran mayor confianza en los partidos políticos dentro de la desconfianza general que existe en Europa contra los partidos[3]. Es decir, que la baja afiliación partidaria de los jóvenes católicos se relaciona más con sus tradiciones de participación que con una desconfianza o estigmatización de los partidos.
 
* El bajo compromiso partidario tiene su raíz en la vida apostólica y el discernimiento personal. Una persona acompañada por la Iglesia (a través de su acompañante o la comunidad local) y que se abra con libertad a lo que el Espíritu le pide, halla soluciones a sus preguntas, como unir la propia historia a la de los excluidos; son acciones de proximidad, servicios de emergencia y rehabilitadores; son labores de reivindicación y denuncia. Esta opción por los pobres recibe plausibilidad y adhesiones vitales en la comunidad cristiana. Pero la opción por los pobres como promoción de la justicia, como solución a las estructuras que causan los problemas, encuentra muchos impedimentos para ser una vía transitable. Como recuerda José María Mardones que dijo Ragaz, “Los cristianos somos buenas enfermeras pero malos médicos”. Parecemos exiliados de la política bajo el síndrome de Jericó: parece como si sólo contempláramos la posibilidad de evangelizar la política desde abajo y fuera de la misma dando vueltas con nuestras trompetas comunitarias alrededor de sus altas murallas. Estoy convencido de que los partidos sólo cambiarán retados desde fuera de sí mismos, pero también tengo la seguridad de que actualmente quien abra las puertas a ese cambio tendrá que estar dentro de la ciudad (aunque sea acusado por puritanos de «prostituta», igual que la compasiva Rajab que acogió a los espías que envió Josué).
 
* En el mundo cristiano existe una estigmatización de la actividad partidaria que hace difícil que alguien opte por esa vía de acción apostólica. Aquel síndrome de Jericó se complica por una extendida polémica entre la inserción marginal o la inserción institucional. Parece que los primeros respondieran a los pobres y los segundos desviaran sus compromisos al servicio de no se sabe qué oscuros móviles. Trabajar en las estructuras no es una labor a que la comunidad envíe ni acompañe con gusto a nadie. Hay que innovar una presencia pública cristiana en los márgenes del centro sin necesidad de considerarse en el centro del margen.
 
* Hay un exilio de la política que es explicable por varias razones. Algunas comunes a la sociedad en general; otras aplicables a la mentalidad de los cristianos de nuestro tiempo.
 
– Es una razón común al retraimiento juvenil ante la política, la comprobación visible y cotidiana de que el régimen democrático es anchamente compatible con la exclusión de la mayoría de la humanidad, con la pobreza de un quinto de nuestros conciudadanos nacionales y con el vigente poder casi absoluto de los grandes financieros.
– Otra razón está relacionada con el imaginario del cambio social y político. La gente se ha instalado en la imposibilidad del cambio, en el pesimismo de que todo cambio acaba fracasando o generando nuevos males, en la sospecha contra la solidaridad (es inútil, es contraproducente, es insuficiente), la deslegitimación de la política (es incorregiblemente corrupta, burocráticamente ineficaz, inevitablemente manipulada por los poderosos, etc.). Hay una serie de retóricas vigentes que deslegitiman cualquier intento de soñar o practicar soluciones estructurales que vayan más allá de lo micro y lo normal.
– Algunas causas del desafecto por la política se dirigen a la misma percepción pública de los partidos. La crisis de los partidos políticos en los años 90, presente en Reino Unido, Italia, Francia, Estados Unidos, Alemania, Portugal o España, materializada en el desvelamiento público de casos de corrupción, financiación irregular y despotismo dentro de las instituciones, ha modelado la visión que de los partidos tiene la generación de cristianos.
 
* La decepción del régimen político, la incertidumbre ideológica, el imaginario contra el cambio y la desconfianza de los partidos ha llevado al pragmatismo solidario: implicarse en campañas de organizaciones muy expresivas con efectos muy visibles. Aunque puedan desarrollar modos de participación y actividades, difícilmente van a poder competir con la atracción que ejercen las asociaciones y movimientos hacia el sector juvenil.
 
* El acompañamiento pastoral del compromiso político ha sido insuficiente no en el ámbito de los documentos sino en las prácticas pastorales. El empeño de muchas comunidades y entidades católicas en ser apolíticas ha llevado en no pocos casos a exiliarse de la esfera pública o aparecer bajo formas de solidaridad pietista.
 
Ante esta situación, la pregunta es: ¿cuáles son los elementos de una pastoral práctica que anime la participación sociopolítica general y la partidaria en particular?
 
2.La respuesta es el sujeto
 
2.1. Un sujeto vocacional, eclesial y apostólico
 
Entendemos que el problema de la ausencia de los cristianos en la esfera política se debe a que el sujeto personal y comunitario que formamos no tiene suficiente empuje apostólico y talante dialogante. La mejor pedagogía cristiana sobre lo político debe cuidar tres características constituyentes:
 
– Un sujeto vocacional. Un sujeto cuya vida es una respuesta amorosa a un Dios con el que se relaciona personal, eclesial e históricamente. Es un sujeto con un temple místico (la mística es mirar radical y amorosamente la Historia como Salvación), que evita la tentación del voluntarismo activista.
 
– Un sujeto eclesial, incorporado a la Historia de Jesús y la comunidad que fundó de seguidores que construyen el Reino de Dios. La eclesialidad es un factor esencial del sujeto cristiano ya que sin eclesialidad no hay historicidad. El sujeto eclesial además pertenece en la práctica a una comunidad de referencia con quienes acoge los dones del Espíritu Santo y con un talante dialogante y de escucha radical del otro, y evita la tentación del francotirador y del paternalismo.
 
– Un sujeto apostólico que sigue a Jesús haciendo de su propia vida Evangelio y amando en ella hasta el extremo. El sujeto apostólico entrega su vida como labor constructora del Reino y vive para llevar eso a sus últimas consecuencias en todas las dimensiones incluida la acción cívica.
 
Sin este sujeto no es posible construir actualmente un proyecto de intervención en la arena pública, porque es un entorno suficientemente conflictivo y secularizado como para que sea imposible ni siquiera generar la apariencia (para uno mismo al menos) de una labor proféticamente evangélica.
 
Así que el primer paso de la pedagogía cristiana del compromiso sociopolítico está no en desarrollar más “tecnología pastoral” sino en preguntarnos si la ausencia constatada o las patologías insensatas no tienen su causa en una matriz cristiana insuficiente, según aquella antigua cuestión ignaciana: ¿tiene subjecto? Este enfoque prioriza la pastoral personal en grupo frente a la pastoral meramente grupal.
 
2.2. Las virtudes políticas que necesitamos los cristianos: compasión, comprensión, materialismo, historicidad, dinamicismo y comunalidad.
 
Efectivamente, en política urgene sujetos cristianos sólidos y dialogantes, con aquellas virtudes que permitan encarnar lo evangélico en un mundo político dominado por fuertes conflictos, extremos intereses y la competencia por el poder. Hay cinco virtudes políticas cristianas que estimamos imprescindibles para poder ser un eficaz constructor del Reino en ese ámbito.
 
* Compasivo. Un sujeto que esté sobre todo motivado por el sufrimiento de un mundo dividido, que se compadezca por el dolor y aspire a mejorar integralmente la vida de la gente, especialmente sensible por la reparación de las situaciones de exclusión de las víctimas. Es una compasión que distingue las singularidades, no se dirige a sujetos colectivizados aunque estime pueblos, lugares o comunidades. Dicha compasión no se inclina al pietismo sino subraya sobre todo la “comunidad de pasión” con el otro. A este respecto, el voluntariado social primario es un instrumento privilegiado para la formación del sujeto político. En política es fácil sustituir a las personas por intereses y las motivaciones por imágenes. El cristiano que participe en política no debe perder nunca esa pertenencia al mundo excluido.
 
* Comprensivo. Se nos ha acusado a los cristianos de ser personas que en política somos excesivamente doctrinales y maximalistas, que estamos en política no por la gente sino por extender una doctrina, con una aguda inclinación institucionalista. Esto es cierto en más ocasiones de las que desearíamos y en esto radica la distancia más grave que tenemos con lo mejor de la Modernidad. Necesitamos un sujeto capaz de dialogar con la gente y su tiempo. Dialogar no es refutar, sino tomar en serio la proposición del otro e intentar buscar lugares comunes, enriquecerse con lo mejor del prójimo e identificar las claves de los desacuerdos. La reconciliación, la comunicación y la cooperación tendrán que imperar siendo también conscientes de que, como dice el jesuita Augusto Hortal, “si no se sabe decir que no, no se podrá amar”. Esta comprensividad reclama al sujeto unas fuertes competencias intelectuales y de sentido común. Dialogar con nuestro tiempo requiere una suficiente cultura. Habría que superar una formación fundamentalista (que se reduce a la reiteración de unos pocos fundamentos) para poder ser útiles en el mundo, no sólo coherentes de cara a nosotros mismos.
 
* Materialista. El secuestro del concepto “materia” por parte de la filosofía moderna nos ha hecho olvidar el sentido aristotélico del mismo: la materia, como lúcidamente nos recuerda el filósofo Miguel García-Baró, hace referencia a la matriz de las cosas, a lo que subyace (subyecto=sujeto) en el fondo de las cosas. Para la vida política, es importante no perderse en mistificaciones sino ir a la matriz de los acontecimientos y situaciones, de ahí la importancia de que las narraciones del sujeto usen sobre todo un lenguaje de hechos más que lo que Ramón Jáuregui denomina la lengua de madera. Se trata de conocer la realidad de la gente, lo que verdaderamente están viviendo y sintiendo y actuar desde esa realidad material que viven y de hacer énfasis en lo territorial y en los intereses reales que las prácticas de la gente transmiten, más que en los discursos intencionales. Jon Sobrino suele decir: “ya sólo os pido sed reales, sed reales”.
 
* Histórico. El sentido histórico es muy necesario en política. En primer lugar, hablamos de un sujeto encarnado en una situación concreta, que se hace cargo de sus dones y sus límites, que tiene una fuerte conciencia de su temporalidad y de su posición en el mundo. En segundo lugar, es necesario un sujeto que identifique sentidamente los principales dilemas y conflictos de su tiempo y sea capaz de reconocer los ejes históricos: aquellas cuestiones en juego que más harían cambiar cualitativamente el rumbo de la Historia. Por ejemplo, muchos creen que el principal eje histórico de nuestro tiempo es la injusticia Norte-Sur o se puede pensar que es la deshumanización, etc. Identificar los ejes históricos nos permiten disponer de criterios de priorización y de una agenda de acción que vaya a aquellas cuestiones que son más urgentes, necesarias y cruciales. En tercer lugar, la dirección de un eje histórico nos abre el paso a unir nuestra labor a un sujeto histórico, la gente que debe ser protagonista de dicho cambio. El sentido histórico, en cuarto lugar nos abre a la solidaridad intergeneracional, a acoger la tradición legada y tender la mano a la generación siguiente. En quinto lugar, el sentido histórico nos pone en nuestro sitio como obreros de la Historia, como personas que hacen un servicio temporal con su única vida durante casi un siglo. Esa historicidad nos sitúa continuamente ante la propia limitación, la nimiedad de nuestros particularismos y nos sitúa para responder ante la Historia sin caer en cesarismos.
 
* Dinámico. Otra virtud crucial es la esperanza en la posibilidad de mejora y redención. Ya hemos mencionado el trágico pesimismo en las posibilidades de cambio que se ha instalado en la mentalidad postmoderna y en la neoliberal. Lo que permite articular las agendas de acción en estrategias de cambio es la confianza en las posibilidades de realización de un mundo distinto. El lema de Portoalegre, “Otro mundo es posible” destaca la gravedad de esa desesperanza histórica que caracteriza nuestro tiempo.
 
* Comunitario. Finalmente, será necesario que el sujeto sólido y libre que enviamos a la arena pública, esté fuertemente incardinado a una comunidad eclesial local, en sus distintas modalidades (grupos domésticos, movimientos, asociaciones de fieles, asambleas parroquiales, equipos especializados, etc.), en la que poder buscar la voluntad de Dios junto con hermanos de fe.
 
La actual vida política necesita, por tanto, un cristiano comunitario que sea compasivo y comprensivo, materialista, histórico y dinámico. Hemos dibujado el perfil del cristiano que necesitamos en política y tamaña empresa sólo puede ser resultado de un largo proceso de maduración. Es imprescindible una pedagogía específica del compromiso sociopolítico cristiano.
 
3.Una pedagogía narrativa y vivencial del compromiso político
 
Para enfocar la pedagogía necesaria, vamos inicialmente a usar dos esquemas que suelo aplicar a las cuestiones educativas. El primer esquema parte de la idea de cultura y el segundo se basa en lo que entiendo que es la actividad de la pedagogía primera y que ordena nuestros tipos de acciones educativas.
 
3.1. Los cuatro elementos de la cultura: creencia, valor, sentimiento y praxis
 
La pedagogía es un soporte de transmisión de un legado que el sujeto incorpora a su historia singular y desde el que vive una aventura de relación con Dios que le llevará por donde no sabía. La pedagogía da paso y contiene a la vez lo que Xavier Quinzá llama la mistagogía, la preparación al misterio de Salvación. Es obvio que la transmisión de la tradición no indica tradicionalismo sino incorporación al camino de una comunidad que Bellah denomina comunidad de memoria y esperanza. La pedagogía acompaña desde ese tradens, ese caminar cargando con la Historia para encargarse de ella, como bien expresaban Zubiri y Ellacuría. ¿Y qué transmite esa pedagogía? Lo que comunica es una cultura, o sea, un imaginario[4] que narra creencias, valores, sentimientos y prácticas. La cultura es una segunda piel por la que sentimos (hay una primera armadura biológica que media todas nuestras percepciones) y por tanto todo lo que acontece contiene una función. Toda acción humana, y narrar un acontecimiento (el mismo percibir) es un acto humano, lleva asociadas creencias, valores, sentimientos y prácticas concretas. Esto es lo que específicamente narra la cultura, esas cuatro categorías de acontecimientos: creencias, valores, sentimientos y prácticas[5]. Educar, por tanto, es aprender a valorar, creer, sentir y practicar. Las cuatro dimensiones deben ser trabajadas en la educación de la ciudadanía, pues un enfoque que sólo use la dimensión de los valores cae en un eticismo que es incapaz de aportar el sustento necesario para la transmisión e innovación de dichos valores; un enfoque basado puramente en las creencias (principalmente en ideologías) es un enfoque doctrinalista incapaz de orientar al sujeto en las situaciones concretas; un enfoque basado sólo en los sentimientos cae en el esteticismo; un enfoque basado sólo en las prácticas peca de excesivamente pragmatista. El enfoque equilibrado tiene que contener proporcionadamente esos cuatro elementos de la cultura: educar en valores, en creencias, en sentimientos y en praxis.
 
3.2. Las cuatro actividades pedagógicas: narrar, vincular, optar y experimentar.
 
* Narrar. Narrar es ser conscientes de la situación de comunicación en que estamos, requiere un análisis y tratamiento de la “sintaxis” de relación, y a la vez narrar es transmitir un relato. Creemos que la pedagogía política debe tener un enfoque principalmente narrativo, que garantiza una mayor asunción de las virtudes políticas que el acceso al compromiso político a través de normativas conservadoras o liberacionistas. Un programa pedagógico narrativo trabajará en espiral. En un primer nivel de acceso seleccionaría un número limitado de experiencias en torno a las que trabajar familiarizándose con las historias. Sería bueno que combinara relatos bíblicos con relatos históricos colectivos (el proyecto cuáquero de fundación de Greenpeace, por ejemplo, o Amigos del Tercer Mundo) con personajes (Martin Luther King), relatos actuales (el Grammeen Bank o el Movimiento de los Sin Tierra) y asuntos nacionales (los movimientos pacifistas vascos) o europeos (el juez Falcone). Narrar no es sólo acceder a historias sino también a formulaciones más sistemáticas que para explicar las historias. Desde luego, dentro del programa narrativo, la Biblia tiene una posición central. Es necesario vincular misión política y revelación bíblica de forma que no quede como un asunto de actividad sino como acción de Salvación.
 
* Vincular. La segunda actividad vital para la educación de la ciudadanía es la vinculación a distintas personas, comunidades, lugares, tiempos. Por esos vínculos el sujeto configura su geografía de la realidad y su red de confianzas. ¿A qué y quiénes queremos vincular a la gente en periodo de formación? A la comunidad eclesial, a historias cocretas, a un entorno social plural ideológica, religiosa y étnicamente, a convivir con personas excluidas desde temprano.
 
* Optar. Además es importante una pedagogía de la opción que ejercite al sujeto en el discernimiento, la deliberación y el seguimiento. No hablamos de voluntarismo sino de opciones en clave de seguimiento por amor al Señor y motivadas desde las creencias, los valores, los sentimientos y la coherencia con las buenas prácticas.
 
* Experimentar. Lo sociopolítico es propicio a la retórica. Se corre el riesgo de estar siempre tratando este tema sin disponer de experiencia para poder realmente discernir. Es necesario tener experiencias desde joven, que desde temprano los niños participen junto con sus padres en aquellas manifestaciones y celebraciones que se considere procedente. Es bueno sumarse desde niños a iniciativas como las cartas de Amnistía Internacional, las actividades lúdico-cívicas de Intermón o las iniciativas que se promocionan desde la Plataforma de Organizaciones de Infancia. Es importante preparar para vivir la experiencia, trabajar las deliberaciones, las implicaciones, las disposiciones, para percibir al máximo posible en dichas experiencias; y posteriormente, evaluar, relatarla, compartirla, discernir.
 
4. Conclusión: Cristianos en política: de Jerusalén a Atenas
 
El cristiano de hoy será evangélico si fortalece la ciudadanía. Cuando Sócrates acepta ser ejecutado por la sentencia del tribunal ateniense contra su impiedad, lo asume porque entiende que las leyes de Atenas, la cuna y paradigma mítico de la democracia, son sagradas. Sócrates no huye de la ciudad porque sería contradecir lo que había sido su vida hasta entonces, porque considera que la última referencia ciudadana son las leyes consagradas de su ciudad. Al contemplar esta entrega aceptada de Sócrates, Platón, su discípulo, sufre una quiebra vital de su pensamiento e intuye que las leyes de la ciudad no son la última referencia sagrada del hombre, que hay algo que transciende las leyes de la ciudad. Una ciudad siempre ha de quedar abierta a una apertura que la trascienda, sujeta a una mejora permanente, a la innovación, a la esperanza que salta lo posible por encima de lo factible.
 
Quizás los cristianos han entendido demasiadas veces que su misión es el retorno a Jerusalén. Contra la invitación a la dispersión, “¡Galileos, que hacéis ahí parados mirando!”, que hace Jesucristo en la Ascensión, se peca de una nostalgia por volver a Jerusalén. El reto de los cristianos en nuestro país es precisamente el envío a Atenas, la presencia en la plaza pública ateniense. Sin simplicidad pero con sencillez, habrá que buscar las formas de vivirlo y creemos que el resto de la sociedad puede ayudarnos a buscar lo mejor de nosotros para esa presencia. El ideal platónico nos ayuda a pensar el mestizaje necesario entre la tradición ateniense y la tradición que proviene de Jerusalem. En ese sentido, las palabras del jesuita Juan García Pérez, recientemente fallecido, son muy iluminadoras: “Nosotros no tenemos un programa: tenemos un Señor que es nuestro programa. Todo el itinerario de Ignacio de Loyola está vertebrado en torno al seguimiento de Cristo. Un dejarse coger, un afectarse por ese ser excepcional e irrepetible, Jesús de Nazaret, que invocaba a Dios como Padre con una cercanía provocadora y que se acercaba escandalosamente a los marginados, al desecho de la sociedad de su tiempo. La mística cristiana no consiste en cerrar los ojos y perderse en las brumas del propio yo. Mística es mirar a Dios de frente, con ardor, con humildad y con pasmo, y hacerse así capaz de ver, de dejarse tocar con mayor intensidad por el sufrimiento ajeno. Lo importante no es adivinar cómo va a ser el futuro sino preguntarnos para qué futuro nos estamos preparando.”
 
[1] Desarrollo estas tesis con más detalle en el artículo “El síndrome de Jericó”, publicado en 2002 en la revista Corintios XIII (nº101::55-93). Este artículo es continuación de aquél, su aplicación pedagógica.
[2] La generación joven católica practicante está altamente politizada y participa con mayor intensidad que sus coetáneos en las entidades solidarias y juveniles de la sociedad civil, excepto en los partidos políticos, donde la afiliación es menor. Incluso en asociaciones muy cualificadas para la militancia partidaria como la HOAC las cifras reflejan (son datos referidos a 1990) una menor dedicación a la militancia en partidos: un 20% en sindicatos, un 10% en asociacionismo vecinal y el 5% en partidos políticos. En una investigación interna realizada en 1995 en una asociación media de Iglesia, ligada a una importante congregación religiosa y con un perfil de gente entre 30 y 45 años, universitarios y de clases acomodadas, de 1200 personas encuestadas sólo 5 estaban afiliadas a un partido político (0,4%).
[3] J. Elzo et al., 1999: Jóvenes españoles 99. Fundación Santa María, Madrid: pp.74-80.
[4] Un imaginario es el conjunto de representaciones de una comunidad. Y dichas representaciones son relatos narrados. Una representación es un relato de un acontecimiento. Nosotros no accedemos a los acontecimientos directamente sino que llegamos a ellos a través de nuestros sentidos que los revierten relacionándolos (relatándolos) con diversas mociones sentidas (dolor, colores, armonías, olores, etc.). Incluso los acontecimientos de la mente son “relatados” a través de palabras e intuiciones. Nosotros no accedemos directa e inmediatamente a los valores como, por ejemplo, la libertad sino que accedemos a relatos de la misma que persiguen una entelequia (en el sentido aristotélico) que nombramos como “libertad”. Los relatos pueden tener distintos formatos: pueden ser teoremas científicos, poesías, iconos, mitos, experiencias, cábalas, historias, fórmulas, objetos, arquitecturas, etc. Pero el imaginario no está formado sólo por relatos sino que los relatos son “narrados”, es decir, que son comunicados permanentemente (actualizados) por unos y otros. La narración es una relación de comunicación de un relato. Es importante, ya que las narraciones son atravesadas histórica y actualmente por esa sintaxis de relaciones, los relatos son “pronunciados” (actualizados, hechos actualidad) en una situación concreta con sujetos singulares. La estimación de un relato no puede ser separado del acto narrativo porque lo incorpora constitutivamente. El imaginario es, finalmente, el conjunto de todas esas representaciones compartidas (narradas en régimen de comunidad) por un cuerpo social de carácter político, religioso, étnico, etc. Naturalmente, como bien explican Berger y Luckmann al desarrollar su teoría de los universos simbólicos, los imaginarios están sujetos a controversias, a innovaciones y a subgrupos que portan imaginarios alternativos. Nunca hay un imaginario estatizado sino que sufre una tectónica de culturas que lo está continuamente modificando o confirmando.
[5] Durkheim las entendía como tres: formas de pensar (creer), sentir (sentimientos) y obrar (praxis). Por nuestra parte optamos por los esquemas en los que las formas de pensar y sentir son entendidas como tres: creer, valorar y sentir