Jaime López de Eguilaz
Secretariado Diocesano de Juventud de Bilbao
- Introducción
Las líneas que a continuación ofrezco son una reflexión compartida por el equipo del Secretariado Diocesano de Juventud de la Diócesis de Bilbao sobre una realidad que nos preocupa e inquieta como evangelizadores de y en el mundo juvenil: los mal llamado a mi entender “alejados” (posteriormente intentaré fundamentar esta expresión). Creo firmemente que muchas de las reflexiones que aportamos pueden ser compartidas y asumidas por muchas de las diócesis españolas que trabajan con verdadera preocupación, interés y energías en la pastoral de juventud.
La realidad de esta pastoral en las distintas diócesis es muy heterogénea; no puede ser de otra manera. Cada Iglesia local debería responder a las necesidades, presupuestos, sociología etc.. de las personas de dichos lugares.
Aún siendo esto así, todos los análisis sociológicos (Elzo, Fundación Santamaría…), aportan un dato que nos preocupa: el número de jóvenes a los que la iglesia (no entremos a distinguir si Institución, agentes de pastoral, parroquias) no aporta nada significativo a sus vidas: “Uno de cada cinco jóvenes españoles dice no haber tenido ningún contacto o apenas contacto con la Iglesia. El 31 % de los jóvenes califican de indiferente el recuerdo que guardan de su relación con la Iglesia (sacerdotes, religiosos/as, parroquia, colegio…” Cuando explican el porqué de una valoración negativa, se pone el acento en la dimensión específicamente religiosa, mientras que para razonar la evaluación positiva, el acento se pone en la dimensión más externa o envolvente: el talante de los curas o religiosos/as, buen ambiente y libertad para decir su opinión”[1].
He oído a varias personas de diferentes diócesis afirmar que “esto no se da en la mía, los jóvenes no viven ésta situación…” Sinceramente no me parece adecuado este camino. Podremos tener más o menos jóvenes en nuestros procesos organizados o desorganizados, pero si nos creemos que el Dios de Jesucristo es Buena Noticia, que ayuda a vivir con mayor plenitud, tendremos que reflexionar críticamente sobre nuestros planes pastorales, nuestros objetivos, nuestras propuestas, para poder llegar a tantos y tantos jóvenes a los que la Fe (¿o la Iglesia?) no les dice absolutamente nada. De no actuar en esta manera, entiendo que nos situamos en una Iglesia de mantenimiento y que no está cumpliendo con fidelidad el mandato del Señor: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del espíritu santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28 19-20).
- ¿Qué entendemos por jóvenes alejados?
La misma pregunta podría dar ya para una larga reflexión. Tengo serias dudas sobre si la expresión “jóvenes alejados” es acertada o no. En un primer momento parece indicar aquellos jóvenes “que están lejos de”, en nuestro caso del ámbito eclesial en sentido genérico. Aquí podemos manejar dos opciones: por un lado jóvenes que han estado y se han marchado (normalmente tras la recepción de algunos sacramentos) y por otro aquellos que no han estado nunca (de algunas acciones misioneras sencillas que se están intentando realizar en mi diócesis, ya nos están llegando jóvenes que no han tenido la primera socialización religiosa.)
El mero intento de definición me suscita una cierta incomodidad, porque cada día me hago la pregunta que acertadamente da título al número 281 de esta misma revista: Jóvenes 2000 ¿alejados o nos alejamos?[2] Me remito a ese número para leer las reflexiones que sobre esta pregunta allá se desarrollan.
Para poder contestar a esta cuestión se hace necesario, aunque de manera breve, algunos de los datos que nos aportan los estudios sociológicos[3].
Estudio Jóvenes españoles 99 (JE99)[4]:
- – La Iglesia apenas suscita interés entre los jóvenes; en una lista de catorce instituciones ocupa el último lugar en cuanto a confianza que les merece. Sólo un 2,7 % de los jóvenes españoles señala a la Iglesia a la hora de indicar un lugar en donde se dicen cosas importantes de cara a orientarse en su vida.
- – El número de personas jóvenes que se declaran católicos practicantes (sin entrar en si es semanalmente, mensualmente, en momentos puntuales) no llega al 35%.
Ante esta realidad considero que se dan “causas” en los propios jóvenes y en nosotros como Iglesia para que se de efectivamente esta alejamiento
- Algunas posibles causas
Quien no afirme que la realidad es compleja y multifactorial no puede ser capaz de esbozar algunas posibles vías de actuación que nos ayuden a acercarnos a los jóvenes y que ellas y ellos nos sientan mas cercanos y con unas propuestas que les ayuden a vivir con mayor plenitud. Las causas de la situación descrita las podríamos en una definición clarividente de Pablo VI hace ya unos cuantos años, pero de tremenda actualidad a mi modo de ver:
“La ruptura entre Evangelio y cultura es, sin duda, el drama de nuestro tiempo, como lo fue en otras épocas” (EN 20)[5].
Con toda la humildad creo que de esta afirmación genérica y lúcida se pueden matizar o destacar algunos subrayados:
– El Evangelio, la Buena Noticia del Dios de Jesús, no está “pasada de moda”, no da “mal rollo”[6]; porque precisamente en un momento social de pérdida de referentes globales que generen vida y esperanza para todos (sí existen referentes que nos quieren meter como únicos y perpetuos, como son el neoliberalismo, la globalización como pensamiento único…), Jesús afirma que en Él se ha producido lo que los profetas anunciaban: “Le entregaron el volumen del profeta Isaías y desenrollando el volumen, halló el pasaje donde estaba escrito: El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor… Esto que acabáis de oír se ha cumplido hoy en mí” (Lc 4, 17-19.21).
– La ruptura se produce porque no somos capaces de leer lo que “el Espíritu de verdad que es el que nos guiará hasta la Verdad completa” (Jn 16, 13) nos esta diciendo en la realidad, aunque no nos guste. Debemos recuperar toda la fuerza de que “la Iglesia se siente llamada a discernir los signos de esa presencia en la historia de los hombres, con la que, a imitación de su Señor, «se siente verdadera e íntimamente solidaria” (Gaudium et Spes, 1). Hoy más que nunca reclamo que debemos de realizar esto que el Concilio nos propone, y en concreto, lo que los jóvenes nos están diciendo.
– Cuando utilizamos el término de alejados ¿no tendríamos que incluir con frecuencia a muchos de los jóvenes que ya tenemos en diferentes procesos? ¿A qué hemos conseguido iniciarles? ¿No podríamos decir que muchas de las veces están iniciados exclusivamente en la gracia sacramental, sin haber asumido que el Dios de Jesucristo es el centro de sus vidas y que les llama a la misión? Cuestionamientos que nos deben llevar a con toda seriedad a la raíz de nuestros proyectos, de nuestros acompañamientos sin miedos y con ilusión, con ganas de arriesgar, de salir a la misión, porque el objetivo no debe ser otro que este:
“Desde la primera proclamación del Kerigma apostólico, a la pregunta que les dirigen aquellos a quienes Dios ha abierto el corazón, Hermanos, ¿qué tenemos que hacer? (Hch 2, 37), los Apóstoles y sus sucesores no tienen otra respuesta que el mandato del Señor Jesús les dio antes de subir al cielo: Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados y recibiréis el don del Espíritu Santo; pues la promesa es para vosotros y para todos los que están lejos, para cuantos llame el Señor Dios nuestro (Hch 2, 37-39)”[7].
– ¿Cuántos de los que llevan años y años entre nosotros están “convertidos”? Mis respuestas a éstas preguntas no quieren ser categóricas; pero estoy convencido de que necesitamos tal vigor evangelizador en nuestras personas, que no podemos contentarnos con dotar de un barniz que a las primeras ventiscas y tempestades se diluye. Debemos ser exigentes (como lo es una madre o un padre con sus hijos e hijas, este tipo de exigencia) tanto a la hora de encomendar a personas para que inicien a otros, como en los mismos procesos en sí (no cualquiera vale, aunque nos haga mucha falta y tengamos muchos jóvenes para atender). Creo sinceramente que esto nos está llevando a un nuevo paradigma en el actuar en la tarea evangelizadora que no nos puede dejar indiferentes y continuar con las mismas “recetas” que como Iglesia dábamos o nos daban hace 20 años.
Antes de pasar a las propuestas podemos citar algunas de las causas posibles de ese alejamiento tanto de los jóvenes como de nosotros como Iglesia de ellos y ellas:
- Proceso generalizado de secularización que nos sitúa en un paradigma de no cristiandad. ¿Nos creemos como Iglesia esta nueva situación?
- Socialización no religiosa. Una Institución tan importante como la familia en el proceso de transmisión de la fe ya no realiza dicha función en muchos casos. En mi realidad diocesana, no son pocos los jóvenes que se encuentran en esta situación familiar.
- Incertidumbres varias que afectan a la configuración de la identidad personal: laboral, grupo de pares, lugar de residencia, vivienda…
- Dificultades para la interiorización y para hacerse cuestionamientos que impliquen una mirada hacia el futuro. En general a los jóvenes les cuesta hacerse preguntas, disfrutar de espacios de silencio, viven en el zapping continuo, en la inmediatez de las sensaciones y las apetencias.
- El 82% manifiesta estar a gusto y contentos con la vida que lleva[8]. Quien se sitúa tan cómodamente en la cotidianeidad tiene necesariamente dificultades para la apertura a la trascendencia.
- La imagen de la Iglesia Institucional, anclada en no se sabe qué contexto y que provoca un enorme alejamiento en el mundo de los jóvenes: ¿Qué palabra escuchan los jóvenes de la Iglesia? ¿Sabe comunicar la Iglesia en un contexto cultural marcado por los mass-media? Cuando comunica, ¿no transmite mensajes centrados casi en exclusividad en asuntos morales?
“La iglesia aparece como una organización de adultos y mayores, milenaria en su historia, seria en su talante, rígida en su estructura y tradicional en sus valores. No es de extrañar de ella que se esperen pocas novedades ( y se crea conocer su mensaje, aunque, realmente, este cada vez sea más desconocido). No es de extrañar que transparente poco el carácter subversivo de Jesús de Nazareth. No es de extrañar que la mayoría de los jóvenes sienta que su estilo no encaja en una institución como la Iglesia. Poco importa si estos estereotipos son objetivos y reflejan fielmente la realidad o, por el contrario, la distorsionan”[9].
- La debilidad misionera de nuestras comunidades cristianas. Las personas tenemos mecanismos de defensa que nos brotan espontáneamente en diversas situaciones de la vida, tanto personales como grupales. En momentos de dificultades para la vivencia y la expresión pública de nuestra fe (fe vergonzante, posturas anticlericales exacerbadas…) surge como un resorte el mecanismo de defensa del encerrarnos en nosotros mismos, en nuestros ambientes cálidos esperando que el “chaparrón” amaine y que vengan tiempos mejores… Sinceramente es una actitud muy humana pero no acorde con la audacia, el riesgo, la innovación que en todos los tiempos y lugares supone el ser seguidor/a del Dios de Jesús y la misión que nos ha sido encomendada.
Estamos encerrados en nuestras comunidades, miedosos y con poca capacidad de lanzarnos a la arena pública, a la misión. Nos encontramos tal y como describe el evangelio de Juan: “Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedos a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: La paz con vosotros, como el Padre me envió, también yo os envió” (Jn 20, 19.21)
- Nos cuesta irradiar en nuestra vida diaria la fuerza del Espíritu del Resucitado. Nos sigue costando aplicar fuera de nuestros grupos lo que allá afirmamos: la síntesis fe-vida. Toda nuestra vida bañada por el Espíritu del resucitado y que nos interpela en todas nuestras acciones y decisiones en aras de la transformación de nuestro mundo acorde al plan de Dios.
- Una acogida deficitaria. ¿Cómo plantear una acogida a las personas que se nos acercan (normalmente por cuestiones de sacramentos) que nos piden algo distinto a lo que creemos que debemos ofrecer? Se producen desconexiones hasta en el mismo lenguaje. Queda recogido lo que quiero expresar en esta expresión popular: “¿A dónde vas…? Manzanas traigo”. El déficit se produce no por no querer acoger (no son pocos los esfuerzos que en este sentido están realizando muchas comunidades, destinando personas preparadas a tal cometido), sino porque estamos situados en planos distintos y no somos capaces de generar proyectos que posibiliten que el “campo de juego” sea el mismo tanto.
- Propuestas que ayuden a pasar de la oscuridad a la neblina
No seamos ingenuos. La situación no es fácil y no creo que existan soluciones mágicas. Seamos humildes, creamos en el Espíritu del Resucitado que nos sigue hablando en los jóvenes alejados, dejémonos interpelar por lo que ellos y ellas nos dicen, por sus ansias, sus búsquedas, sus miedos. Seamos verdaderamente las manos amorosas del Padre a la hora de tratar a los jóvenes.
En este camino ofrezco, con humildad, algunas propuestas que nos puedan ayudar a pasar de la situación de oscuridad en la que nos encontramos (que se traduce en alejamiento cada vez mayor), a una situación de neblina en la que seamos capaces de encontrarnos juntos, pensar juntos, puesto que la Luz plena es cosa del Espíritu del Resucitado, al que (y menos mal) no podemos manejar.
- Cada joven es una realidad única y preciosa. Es hijo/a de Dios y por tanto irrepetible. Leamos análisis sociológicos, pensemos en grupos, en objetivos… pero todo ello no nos puede dar la medida de cada joven. No existen los jóvenes como tales, y si existen, sólo nos dan pistas. Realcemos el valor de cada joven con todo lo que ello supone:
- – No centrar principalmente nuestros esfuerzos en el marketing de los números.
- – Si nuestra pastoral no se preocupa por cada joven en dificultad, no responderemos al mandato del Señor.
- – Atendamos a las circunstancias personales, familiares, estructurales, de cada joven. Abramos nuestras mentes a la posibilidad de diferentes itinerarios personales, a diferentes construcción de las identidades, a diferentes formas de asociarse, de reunirse. Solo desde aquí podremos ofrecer el Evangelio.
- Pongamos en marcha decididamente la Pastoral del contacto, del “achuche”. Reclamo la urgente necesidad de no hacer pastoral de salón, pastoral desde el atril, desde el ambón, sino una pastoral que gaste tiempo de estar, de escuchar, de tú a tú, de contactar, de acoger…, y en aquellos lugares y centros de interés en torno a los cuales se mueven los jóvenes. Todas aquellas acciones misioneras que ensayemos deben de pivotar sobre la metodología del estar y escuchar, para luego poder ofrecer una palabra, una experiencia que nos ayuda a vivir con mayor plenitud.
- Olvidémonos de que nuestro principal contenido de la comunicación que hagamos como Iglesia sea el de las recetas morales. Nuestra fe no es un recetario moral. Nuestra fe en el Dios de Jesucristo nos tiene que ayudar a descubrir unas pautas de comportamiento y actuación a todos los niveles de nuestra vida. Nuestra fe es primordialmente Amor, que se nos ha entregado en “Aquél que amó hasta el extremó”. No pervirtamos este axioma. Porque además si no lo hacemos así, y lo que más nos preocupa son los asuntos morales (centrados muchos de ellos en la sexualidad), caeremos en la tentación de hacer de jueces y conviene recordar que:
“No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá.¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu ojo? ¿O cómo vas a decir a tu hermano: “Deja que te saque la brizna del ojo”, teniendo la viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna del ojo de tu hermano.” (Mt 7, 1-5)
Junto con ello es necesario preguntarnos y hablar y comunicar como Iglesia a los jóvenes cuestiones como:
– ¿Qué condiciones se están posibilitando para que muchos jóvenes configuren sus proyectos personales en la sociedad?
– ¿En qué modelo educativo se esta educando a los jóvenes?
– ¿Qué mecanismos arbitra la sociedad y la Iglesia para que los deseos y dificultades de los jóvenes tengan alguna respuesta?
– ¿ Qué horizonte socio-político estamos ofreciendo a los jóvenes?
– ¿ Cuáles son las causas de la violencia juvenil que se desata en no pocos lugares?
– ¿ Cuáles son los referentes adultos (siempre necesarios en todo proceso evolutivo) a los que pueden recurrir los jóvenes?
- Apostemos definitivamente por un laicado al que se le reconozca su dignidad bautismal. Es necesario reconocer a personas de nuestras comunidades, con nombramientos explícitos, para que se puedan arriesgar, desde el envío de las comunidades, a proponer acciones misioneras concretas que ayuden a acercarnos a los jóvenes. Y digo más: estoy convencido de que el mejor evangelizador de los jóvenes son los propios jóvenes, dotémosles de procesos iniciáticos serios, que les capaciten para la misión. No nos conformemos con que les tengamos entre nosotros, exijamos a nuestros procesos educativos para que puedan responder al reto misionero.
- La Buena Nueva tiene que ser proclamada en primer lugar con el testimonio. Mejor que mis palabras recurro a las de Pablo VI: “La Buena Nueva debe ser proclamada en primer lugar mediante el testimonio. Supongamos un cristiano o un grupo de cristianos que, dentro de la comunidad humana donde viven, manifiesten su capacidad de comprensión y de aceptación, su comunidad de vida y destino con los demás, su solidaridad en los esfuerzos de todos en cuanto existe de noble y bueno. Supongamos además que irradian de manera sencilla y espontánea su fe en los valores que van más allá de los valores corrientes, y su esperanza en algo que no se ve ni osarían soñar. A través de este testimonio sin palabras, estos cristianos hacen plantearse a quienes contemplan sus vidas interrogantes irresistibles: ¿Por qué son así? ¿Por qué viven de esa manera? ¿Qué es o quién es el que los inspira? ¿Por qué están con nosotros?”[10].
- Necesitamos Anuncio Explícito en nuestras propuestas. Necesitamos, como el agua fresca en verano, recuperar el anuncio explícito de Jesucristo. Es lo único (y lo más grande) que tenemos para ofrecer. Esto no está reñido con crear, repensar metodologías de ese anuncio. Todo lo contrario: nos está llamando a una continua lectura e interpretación de la realidad para poder dirigirnos a ella en formas, lenguajes, expresiones que sean inteligibles por los sujetos a los que nos dirigimos. Para poder realizar este anuncio explícito, se hace necesario un trabajo serio en nuestras comunidades, en nuestros procesos:
“La primera condición para comunicar la fe de forma creíble y significativa podría formularse así: la comunicación ha de brotar o estar enraizada en una experiencia gozosa y liberadora de la fe, capaz de percibir su carácter atrayente y hasta fascinante, su belleza y fecundidad. Es la experiencia que se da en el seguimiento de Jesús vivido en el seno de una comunidad creyente. Sólo ofertan con credibilidad la fe los convertidos, es decir, aquellos a quienes Dios les ha salido al encuentro con Jesús, les ha llamado y han respondido con fidelidad gozosa” :[11]
- “Sobre los promontorios junto al camino, de pie en las encrucijadas” (Prov 8, 2). Con la frase “salid a las encrucijadas” se quiere resumir el II Plan Diocesano de Evangelización de la diócesis desde la que escribo. Como Iglesia debemos de estar de pie en el camino, saliendo a las encrucijadas del mundo joven. Esto nos supone un esfuerzo, un cambio de nuestros “chips”, puesto que a las encrucijadas en que se encuentran muchos jóvenes puede que no respondan de una manera concreta los planes que hacemos. Esto se traduce en saber escuchar (no me cansaré de repetirlo) los anhelos, los miedos, los silencios significativos de cada joven. Es desde aquí desde donde podremos hacer planes con ellos y para ellos.
- Renunciar definitivamente a las añoranzas que puede suscitar en algunas iglesias locales y en la iglesia romana la época de cristiandad. Porque de lo contrario se seguirá instalado en una concepción de la realidad errónea y que no ayuda en nada, en vez de pensar en cómo acercarnos a los jóvenes del siglo XXI. Esto se traduce en maneras de posicionarse como iglesia, en el tono de las afirmaciones que se realizan, en si se recupera un talante de diálogo con el mundo juvenil, de tu a tú, sin apriorismos, en una iglesia que acompaña en la búsqueda más que en una iglesia que enseña el camino ya firme y seguro.
- Mi casa es tu casa, es nuestra casa. Los jóvenes con los que yo trato necesitan sentirse acogidos, respetados, escuchados, sentirse “como en casa”. Es malicioso el pensamiento de quienes piensan que esto supone que la Iglesia sea la “casa de tócame Roque”, puesto que los jóvenes, entre las instituciones actuales, la que más valoran es la familia, y en ese espacio hay reglas de juego, diálogo, tensiones, pero sobre todo acogida, escucha, cariño y amor.
¿Por qué seguir pensando que nuestra Iglesia debe ser un lugar rígido, hermético, ceñido a los muros de las parroquias, etc…? Yo reclamo lo que he experimentado en mis propia vida: la Iglesia ha sido y es mi casa, mi referencia, el lugar en donde me muevo con libertad, respeto, donde soy acogido y acompañado. Todo esto no necesariamente en la sacristía y en los despachos. He experimentado la cercanía de mi Iglesia comiendo, paseando en la ciudad, en mi propia casa (recuerdo con especial cariño todos esos momentos con José Luis Achótegui, cura diocesano).
“ La buena madre es aquella que proporciona a sus hijos e hijas un apoyo amoroso incondicional, estimula y alienta sus capacidades con una exigencia razonable y sin paternalismos, establece unos límites mínimos de respeto a los demás y frente a los peligros de la vida, ofrece criterios y valores para desarrollarla en plenitud a través del diálogo y reconoce el derecho de sus hijos a elegir en libertad favoreciendo su madurez y autonomía”[12].
- Alentar, acompañar a que los cristianos y cristianas participen en la vida social y política. El mundo de la política, con sus reglas y sus dificultades, el mundo de la participación ciudadana, tanto en lo local como lo global, por su capacidad de transformación, por ser foco donde se toman decisiones que afectan a los más, debe ser un lugar privilegiado tanto de presencia como de misión. Esto no será posible si como Iglesia sólo somos capaces de reflejar esta intuición en los papeles y no favorecemos estructuras de acompañamiento y posibilidades reales de que las personas se sientan llamadas y sobre todo enviadas a implicarse en estos ámbitos desde su militancia cristiana para:
- – Aportar Evangelio a unas estructuras políticas, sociales necesitadas de ello.
- – Ser capaces de sentirse con el respaldo para poder proclamar: “Maestro, ¿dónde vives? Les respondió: Venid y lo veréis” (Jn 1, 38b-39a).
En definitiva sentirse en misión también en estos ambientes tan decisivos.
- Conclusión
Estas líneas han queridos ser una reflexión, llena de pasión personal, por una realidad que preocupa y ocupa, pero que no me puede hacer en absoluto caer en el desánimo o en el conformismo, porque puedo afirmar lo que Pedro: “Y él les preguntaba: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Pedro le contesta: «Tú eres el Cristo»” (Mc 8, 29). He recibido una Gracia que llena mi vida y que intento que llene la de los demás porque ayuda a vivir con mayor plenitud en la sociedad que nos ha tocado vivir.
Quisiera terminar con una petición que me hago también a mí mismo: amemos a los jóvenes, aunque no los entendamos. Esta es nuestra misión. Y como Iglesia:
“ Hoy se advierten en muchas personas un nuevo interés por la vida y la conducta de Jesús: el interés por su humanidad, por su participación desinteresada en vidas marginadas, por su modo de descubrir a los oyentes una nueva y prometedora idea de su existencia, de liberarlos de la angustia y la ceguera y de abrirles los ojos para que vean sus prejuicios contra los seres humanos… Esos encuentros con Jesús pueden ofrecer importantes estímulos y sugerencias para una vida de esperanza. Y es de decisiva importancia que estos impulsos definan la vida pública de la Iglesia al igual que la acción de cada uno de los cristianos. Sólo así cabe superar la escisión en la que viven hoy no pocos cristianos: la escisión entre la orientación vital en Jesús y la orientación vital en una Iglesia cuya imagen pública no está marcada lo bastante por el Espíritu de Jesús”[13].
[1] Estrella Moreno, Misión Joven 292 (Mayo 2001), pág 28
[2] Misión Joven 281 (Junio del 2000).
[3] Sinceramente creo que de sobra conocidos y estudiados. Lo que nos ocurre es que no acertamos , o no nos atrevemos a arriesgar, con las respuestas pastorales adecuadas a lo que esos estudios nos aportan.
[4] Estudio de la Fundación Santamaría.
[5] Pablo VI, Evangelii Nuntiandi 20, 1975
[6] En lenguaje coloquial de muchos jóvenes
[7] Conferencia Episcopal Española, La Iniciación Cristiana, Reflexiones y Orientaciones, Madrid 1998, p. 5.
[8] Jóvenes españoles 99, Fundación Santamaría, p. 423.
[9] Artículo de PEDRO JOSÉ GÓMEZ SERRANO en: Instituto Superior de Pastoral, La Iglesia y los jóvenes a las puertas del siglo XXI, Estella, Verbo Divino 2001, p. 136.
[10] Pablo VI, Evangelii Nuntiandi nº 21
[11] JULIO LOIS, Consideraciones para una teoría de la comunicación y transmisión de la fe, en Instituto Superior de Pastoral, La transmisión de la fe en la sociedad actual, II Semana de Estudios de Teología Pastoral, Estella, Verbo Divino, 1991, pp. 249-250.
[12] Artículo de PEDRO JOSÉ GÓMEZ SERRANO en: Instituto Superior de Pastoral, La Iglesia y los jóvenes a las puertas DEL SIGLO XXI, ESTELLA, VERBO DIVINO, 2001, P. 139.
[13] THEODOR SCHNEIDER, Lo que nosotros creemos, Salamanca, Sígueme, 1991, p. 170, citando el Sínodo de Wurzburgo en Unsere Hoffnung, en Synode I, 1976 págs 84-111.