Juan Pablo García Maestro
Instituto Superior de Pastoral (UPSA Madrid)
- ¿Qué tiene que ver Atenas con Jerusalén?
Cuando leí por primera vez el discurso del Papa Benedicto XVI, pronunciado el 12 de septiembre en la Universidad de Ratisbona (Alemania)[1], me hice las siguientes preguntas: ¿Qué tiene que ver Atenas con Jerusalén? (Tertuliano). O más bien, ¿por qué gran parte de la teología europea solamente se entiende como intellectus fidei y no toma en serio la teología como unintellectus amoris o intellectus spes?
Evidentemente la respuesta estriba en que la razón y la fe son como las dos alas para llegar a la verdad; por eso, la teología no puede despreciar el valor de la razón, y de ahí que deba dialogar con la filosofía y con las demás ciencias. Si no quiere caer en fundamentalismos y, sobre todo, en moralinas, el teólogo y todo cristiano tiene que argumentar.
Si leemos con detalle el discurso del Papa podemos ver que la palabra clave es “razón”, que repite 46 veces, porque la meta es una fe en armonía con ella. “Sólo así seremos capaces de entablar un auténtico diálogo entre culturas y las religiones, un diálogo que necesitamos con urgencia”[2].
La verdadera crítica de Benedicto XVI, de hecho, está dirigida a Occidente, que ha alejado la razón de Dios. Es este el falso iluminismo, opuesto al auténtico. También aquí el Papa aparece en sintonía con la tradición musulmana, cuando critica un cierto racionalismo ateo o laicista difundido en Occidente.
Sin embargo, hasta aquí diría que Atenas sí tiene que ver con Jerusalén. Sobre todo porque no podemos repetir de nuevo la visión del teólogo Adolf vonHarnack, que criticaba al cristianismo de los primeros siglos y también de los posteriores, por cierta helenización, y que, consiguientemente, habría que volver a la pureza del Evangelio. A nuestro juicio, pretender eliminar toda una tradición de Concilios (Nicea, Constantinopla, Calcedonia) y todos los teólogos que se sirvieron de conceptos griegos para argumentar planteamientos teológicos (persona, sustancia, esencia), especialmente relacionados con la cristología y la teología trinitaria, es echar por tierra toda forma de inculturarse el cristianismo en sus dos mil años de existencia.
En este punto, queremos hacer un alegato en favor de recuperar la genuina sabiduría que nos vienen de la mejor “Teología de la cruz”, que termina siendo escándalo y maldición para los judíos, y necedad para los griegos. Paradójicamente, para nosotros es nada menos que sabiduría de Dios. En efecto, Jesús no termina muriendo en la cruz por racionalizar a Dios, sino por empatizar, fraternizar y ponerse de parte de los excluidos de la sociedad. Sólo desde la cruz, la Teología deja de ser exclusivamente fides quaerens intellectum(la fe que busca la compresión de sí misma) (Anselmo de Canterbury) para pasar a constituir un auténtico intellectus amoris (Jon Sobrino) y spes quarensintellectum (la esperanza que busca entender) (Jürgen Moltmann). Por eso, es importante que el quehacer teológico tome en serio no sólo a Atenas, sino también a Jerusalén. Por otra parte, Jerusalén nos lleva a poner en el centro el valor de la memoria, y ésta, como nos recuerda Johann Baptist Metz, es siempre una memoria passionis. Y es desde aquí que también es una auténtica memoriaresurrectionis, pues Dios resucitó no sólo un cadáver, sino una víctima inocente, a su Hijo, para anunciar a todas las víctimas y expulsados del sistema que la última palabra de la historia es el triunfo de la vida.
Quizá sea este el planteamiento que echo de menos en el discurso de Benedicto XVI; y no sólo en esta conferencia, sino en la teología que viene elaborando desde hace tiempo.
¿Qué juicio y qué lectura harán los teólogos africanos, asiáticos o latinoamericanos después de leer y analizar este discurso en Ratisbona? Seguro que notaran –al igual que otros teólogos europeos- que es un planteamiento de la teología exclusivamente eurocéntrico.
- La causa de la polémica
La polémica que se originó con ciertas corrientes islámicas fue debido a que Benedicto XVI, llegado un momento de su conferencia, recordó el diálogo mantenido entre el emperador bizantino Manuel II el Paleólogo y un desconocido intelectual persa. El Emperador dirigiéndose a éste último le dijo:
“Muéstrame también aquello que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malvadas e inhumanas, como su directiva de difundir por medio de la espada la fe que él predicaba”.
No es la primera vez que los cristianos arremeten con frases también un tanto agresivas. Recordemos que el Islam fue considerado por San Juan Damasceno (660-749) como una herejía cristiana (capítulo 101 de su libro sobre las herejías).
En el siglo XIII, el escritor italiano Dante, en el canto 28 de su Infierno,colocó a Mahoma dentro del círculo de los herejes, junto al Papa Bonifacio VIII.
¿Cuáles fueron las reacciones frente a este discurso del Pontífice?
La Comisión Nacional para las Minorías de la India, país con un 13% de población musulmana, consideró que el Papa había hablado “como sus predecesores del Medioevo que desencadenaron las cruzadas».
El teólogo suizo Hans Küng expresó comprensión ante las protestas musulmanas por el hecho de que el Papa había asociado violencia e islam “sin hacer mención a la historia violenta del cristianismo”.
El sacerdote español Justo Lacunza, durante muchos años rector del Instituto Pontificio de Estudios Árabes e Islamistas de Roma, comentó que la furiosa reacción obedecía a dos factores: “El primero, que los musulmanes son muy sensibles hacia todo lo que se dice del islam, particularmente si quien lo dice no pertenece a la fe musulmana; el segundo, que el Pontífice tocó una tecla muy delicada, la de la violencia y la guerra”.
Por eso, es incorrecto traducir yihad por guerra santa. Su verdadero significado es el esfuerzo que hay que realizar para alcanzar un fin. Es el esfuerzo en el camino de Dios, en el sentido de un empeño mantenido (para no reiterar tanto «esfuerzo») para hacer reinar los derechos de Dios.
El teólogo jesuita americano Thomas Michel (uno de los mejores especialistas que tenemos en la Iglesia católica sobre el Islam) sostiene que layihad es un bello concepto espiritual que básicamente significa que cumplir con la voluntad de Dios no es cosa fácil: supone una lucha en la que hay que hacer sacrificios y controlar las bajas pasiones, la venganza, la pereza, el enfado, la ira. Es una lucha que dura toda la vida. Y los musulmanes, además, no pueden descuidar la lucha contra la injusticia y la opresión. A veces, esta lucha puede implicar el uso de la violencia, pero eso es lo más infrecuente. Es un error –comenta Thomas Michel- pensar que los musulmanes, en base a creencias religiosas, están obligados a tomar las armas y a actuar de manera violenta.
Pero también cabe pedir al islam una aclaración oficial sobre el significado de la Yihad: no vale que, cuando alguien la critique, se defiendan alegando que la guerra santa es sólo una guerra interior contra lo peor de uno mismo, sobre todo si luego vemos terroristas justificados en nombre de esa guerra santa. A su vez, Occidente debe aprender que el islam es mucho más plural de lo que pensamos.
El incidente de Ratisbona debe llevarnos a plantear muy en serio el tema de religión y violencia (René Girard). Y esta cuestión vale también para el ateísmo convertido en religión.
Benedicto XVI, en nuestra opinión, podía haber elegido otros testimonios de la época más respetuosos con el islam como los de san Francisco de Asís, el de Raimon Llull en El gentil y los tres sabios o de Nicolás de Cusa en La paz de la fe. Francisco de Asís se mostraba partidario del diálogo islámico-cristiano y contrario a la cruzada contra los musulmanes por considerar que el Evangelio manda amar a los enemigos y no hacerles la guerra. Una vez convocada la cruzada, se dirigió al campo de batalla y se entrevistó con el sultán. Los dos dialogaron en un clima pacífico y rezaron juntos.
- Algunas observaciones finales
Hace tres años un autor musulmán bajo el seudónimo Ibn Warraq publicó un libro titulado Por qué no soy musulmán[3], en el que llega a sostener que “tal vez el peor legado de Mahoma haya sido su insistencia en que el Corán es la palabra literal de Dios, y por ende incuestionablemente verdadera, ya que de ese modo impidió toda posibilidad de libertad de pensamiento y de nacimiento de nuevas ideas, sin los cuales el mundo islámico es absolutamente incapaz de progresar y entrar en el siglo XXI”[4].
A esta idea quiero solamente alegar que no todos los musulmanes comparten esta tesis, pues intelectuales musulmanes reconocen que es necesario un verdadero análisis hermenéutico de sus textos sagrados. Y evidentemente están en contra de una lectura e interpretación literal y fundamentalista del Corán. Es verdad que actualmente constituyen minoría los que pretenden llevar a cabo esta tarea y no les falta, a veces, la amenaza de verse perseguidos.
Con todo, me cuestiono: ¿Están exentas las demás religiones e ideologías de idéntico peligro? ¿No precisamos todos de eso que algún autor ha definido como “sospecha hermenéutica”? ¿Por qué todavía seguimos justificando, en nombre de Dios y desde una lectura literal de los textos sagrados, que la mujer no tenga acceso a las misma responsabilidades que los varones y, sobre todo, que no pueda gozar de la misma igualdad de derechos?
En el cristianismo y en el ámbito civil de la sociedad occidental es verdad que hemos dado pasos muy importantes en la democratización de la sociedad, pero todavía nos queda mucha tela que cortar.
En la línea del pensador Roger Garaudy sostengo que ser cristiano o ser musulmán significa hoy no quedarse aprisionado entre dos integrismos que no tienen nada que ver con la fe: el monoteísmo del mercado por un lado; y elislamismo por otro.
A ambas religiones ese monoteísmo de mercado termina reduciendo sus creencias a algo privado y espiritualista; sobre todo, les hace perder su aguijón crítico en la sociedad, en cuyo centro debe estar Dios y la dignidad de todas las personas, nunca el dios dinero.
Me gustaría concluir estas reflexiones señalando que las dificultades del diálogo con el islam no son pocas. Sin embargo, si se quiere llegar realmente al fondo, será preciso no sólo negociar la convivencia en una sociedad común, ni buscar simplemente convergencias teológicas, sino descalzarse para entrar humildemente en la sacralidad de la experiencia espiritual del otro. Sólo cuando el cristiano sea capaz de vibrar interiormente con la experiencia espiritual, no del islam en abstracto, sino de un amigo musulmán, el diálogo se transformará en verdadera comunión.
[1] Benedicto XVI, “Fe, razón y universidad. Recuerdos y reflexiones”, en Manuel II, Emperador,Diálogo con un musulmán, Ed. ÁTERA, Barcelona 2006; el discurso se encuentra en la pp. 81-100.
[2] Ibid., 98.
[3] Ediciones del Bronce, Barcelona 2003.
[4] Ibid., 327.