“Que la paz de Cristo reine en vuestros corazones” (Col 3,15)
Aliado. Convierte a tu adversario en tu compañero de batalla, a tu oponente en tu amigo, a tu contrincante en tu hermano.
Blindaje. Protege tu corazón contra los efectos de las palabras malsonantes, de los gestos bélicos, de las miradas asesinas…
Cabecilla. Este puesto está ya cubierto; ¿su nombre? Jesús de Nazaret, ¿su estrategia? Al que te abofetee en la mejilla derecha, preséntale también la otra.
Diana. Cada día levántate escuchando el auténtico grito de guerra: Dichosos los que construyen la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Enemigo. Recuerda que en la mayoría de ocasiones al enemigo no hay que ir a buscarle fuera; le tenemos dentro de nosotros mismos.
Fuerza. No la busques en las armas; la verdadera fuerza reside en el amor. El amor todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo aguanta.
Golpe. Ni de mano ni de Estado, de corazón. El único capaz de hacerse, pacíficamente, con todos los poderes.
Héroe. Si eres capaz de dar la vida por los amigos y por los enemigos.
Indulto. Perdona, no una o dos veces. No te digo siete veces, sino hasta setenta veces siete.
Justicia. La de Dios que no debe o no debería estar reñida con la de los hombres. No he venido a abolir la ley, sino a llevarla hasta sus últimas consecuencias.
Lealtad. La que debes tener con el Nazareno. Aquí esta la esclava del Señor, que me suceda según dices.
Misión. Jesús convocó a los doce (entre los que hoy te encuentras tú) y les dio poder para expulsar toda clase de demonios y para curar las enfermedades.
Nación. Rompe los límites geográficos. ¿Tu patria? Los hijos de Dios. ¿Tu bandera? La humanidad entera.
Obstáculos. No te vengas abajo; es más, convierte los problemas en trampolines, las derrotas en nuevas oportunidades para hacer el bien.
Pistas. Las que Dios pone cada día en tu camino; son las únicas fiables.
Rescate. Hay tantos hermanos que necesitan que les eches una mano… No te angusties por el precio. Dios te recompensará y con creces.
Sospechoso. No te vuelvas loco señalando culpables. Si te dedicas a juzgar a tus hermanos no te quedará tiempo para amarles.
Táctica. La que, cada día, Dios te envía en forma de evangelio, para ejecutar correctamente las distintas operaciones de paz.
Ultimátum. A tus salidas de tono, a tus puñetazos sobre la mesa, a tus palabras hirientes… Si no te hacen caso, decláralos la guerra.
Vigilancia. Mantente siempre atento. El diablo, como león rugiente, ronda buscando a quién devorar; resistidle firmes en la fe.
Zona de Dios. Convierte los lugares a los que acudes cada día en zonas de seguridad, de amor, de paz. No te preocupes por nada más, porque para Dios nada hay imposible.
J. M. de Palazuelo