Cuando se vive en un ambiente inhumano, la fidelidad requiere finura del alma, para no embrutecerse en medio de tanta miseria.
Se necesita respirar aire limpio. Antes de acostarse, aunque uno se caiga de sueño, hay que leer algún poema. Desintoxica. Llena los pulmones de aire puro. No es ninguna evasión, sino una purificación. Limpia el corazón y los ojos. Afina el oído.
Para descubrir el valor de la contemplación y de la acción, hay que leer poesía. He aquí un salmo-poema.
Señor, no estás conmigo aunque te nombre siempre.
Estás allá, entre las nubes, donde mi voz no alcanza,
Y si a veces resurges, como el sol tras la lluvia,
hay noches en que apenas logro pensar que existes.
Eres una ciudad detrás de las montañas.
Eres un mar lejano, que a veces no se oye.
No estás dentro de mí. Siento tu negro hueco
devorando mi entraba, como una hambrienta boca.
Y por eso te nombro, Señor, constantemente.
Y por eso refiero las cosas a tu nombre,
Dándole latitud y longitud de Ti.
Si estuvieras conmigo yo hablaría de cosas,
de cosas nada más, sencillas y desnudas,
del cielo, de la brisa, del amor y de la pena.
Como un feliz amante que dice solo: «Mira
que pajaro, qué rosa, que sol, qué tarde clara
y vierte así en los nombres su amor.
Pero no. Tu me faltas. Y te nombro por eso.
Te persigo en el bosque de cada tronco.
Te busco por el fondo de las aguas sin luz.
¡Oh cosas: apartaos, dadme ya su presencia
que tenéis escondida en vuestro oscuro seno!
Marcado por tu hierro vago por las llanuras,
abandonado, inútil, como una oveja sola…
Hombre de Dios, me llamo. Pero sin Dios estoy.
JOSÉ MARÍA VALVERDE
¡En el bufet del Señor!
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