¡Alegraos. Haced fiesta!

1 diciembre 2001

Habían pasado miles y miles de años
desde que, al principio,
Dios creó el cielo y la tierra.
Miles y miles de años,
desde el momento en que Dios quiso
que apareciera en la tierra el hombre,
hecho a su imagen y semejanza
para que dominara las maravillas del mundo,
y, al contemplar la grandeza de la creación,
alabara en todo momento al Creador.
Miles y miles de años, en los cuales
los pensamientos del hombre, inclinados al mal
llenaron el mundo de pecado hasta el punto
que Dios decidió purificarlo con el diluvio.
Hacía unos dos mil años que Abraham,
el padre de nuestra fe, obediente a la voz de Dios,
se dirigió hacia una tierra desconocida
para dar origen al pueblo elegido.
Hacía unos dos mil doscientos cincuenta que
Moisés
hizo pasar a pie el Mar Rojo a los hijos de
Abraham,
para que, liberados de la esclavitud del Faraón,
fueran imagen de la familia de los bautizados.
Hacía mil años que David, un sencillo pastor,
que guardaba los rebaños de su padre,
Jesé, fue ungido por el profeta Samuel,
como gran rey de Israel.
Hacía unos setecientos años que Israel,
reincidente en las infidelidades de sus padres,
y por desoír a los mensajeros de Dios,
fue deportado por los caldeos a Babilonia.
Fue entonces, en los sufrimientos del destierro,
cuando aprendió a esperar un salvador,
que lo librara de su esclavitud,
y a desear al Mesías anunciado por los profetas,
que había de instaurar la paz y la justicia.
 
Finalmente, durante la Olimpiada 94 de Grecia,
el año 752 de la fundación de Roma,
el año 14 del reinado del emperador Augusto,
cuando en el mundo reinaba una paz universal,
hace 2000 años, en Belén de Judá,
ocupado entonces por los romanos,
en un pesebre, por no haber sitio en la posada,
de María Virgen, esposa de José,
de la casa y familia de David,
nació Jesús, Dios eterno,
Hijo del eterno Padre y hombre verdadero,
llamado Mesías y Cristo,
el Salvador que los hombres esperaban.
 
Él es la Palabra que ilumina a todo hombre;
por Él fueron creadas al principio todas las cosas;
Él, que es el camino, la verdad y la vida,
ha acampado, pues, entre nosotros.
 
Nosotros, los que creemos en Él,
nos reunimos hoy en la Noche Santa,
o diciendo mejor, Dios nos reúne para celebrar,
con alegría, la solemnidad de la Navidad,
y proclamar nuestra fe en Cristo Salvador.
 
Hermanos:
Alegraos, haced fiesta y celebrad la mejor noticia
de toda la historia de la Humanidad.
 
PARA HACER
En la tradicional misa del gallo de Nochebuena no se hace memoria de una bella leyenda sino de un hecho histórico concretísimo, con nombres, fechas y lugares, del nacimiento del Hijo de Dios hecho carne en las entrañas de María. Aquí lo recuerda este texto con el que se puede trabajar de múltiples maneras.

  1. Proclamarlo sin más, convirtiéndolo en himno y oración.
  2. Centrarse en el contenido: repasar lo que es nuestra Historia de Salvación.
  3. Sacar conclusiones: ¿Cuál es el sentido de la Navidad? ¿Cuál debería ser?

 
 

Textos

                                  Como la nieve
 
¿Qué es verdaderamente la Navidad para nosotros, los cristianos? Tal vez me respondan que son los días de la ternura, de la alegría, de la familia. Pero, ¿por qué nuestra alma se alegra, por qué se llena de ternura el corazón? La respuesta la sabemos todos, aunque con frecuencia no la vivamos. La Navidad es la prueba, re­petida cada año, de dos realidades formidables: que Dios está cerca de nosotros; y que nos ama.
Decimos tantas veces que Dios está lejos, que nos ha abandonado, que nos sentimos solos… Como si Dios fuera un padre que se marchó a los cielos y que vi­ve allí muy bien, mientras sus hijos sangran en la tierra. Pero la Navidad demuestra que eso no es cierto. Dios abandonó el mismo los cielos para estar entre noso­tros, ser, vivir, sufrir y morir como nosotros. Éste es el Dios de los cristianos. No al­guien que de puro grande no nos quepa en el corazón. Sino alguien que se hizo pe­queño para estar entre nosotros.
¿Por qué bajó de los cielos? Porque nos ama. Todo el que ama quiere estar cerca de la persona amada. Viaja, si es necesario, para estar con ella. Así Dios. Sien­do el infinitamente otro, quiso ser el infinitamente nuestro. Siendo la omnipoten­cia, compartió nuestra debilidad. Siendo el eterno, se hizo temporal.
Si es así, ¿por qué no percibimos su presencia su amor? Por no estar lo sufi­cientemente atentos. ¿Se han dado cuenta de que con los fenómenos de la natura­leza nos ocurre algo parecido? Oímos el trueno, la tormenta. Llegamos a escuchar la lluvia y el aguacero. Pero la nieve solo se percibe si uno se asoma a la ventana. Cae la nieve sobre el mundo y es callada, como el amor de Dios. Y nadie negará la caída de la nieve porque no la haya oído.
Así ocurre con el amor de Dios. Hay que abrir mucho los ojos del alma para enterarse. Porque como dice un salmo, la misericordia de Dios llena la tierra, cubre las almas con su incesante nevada de amor. Navidad es la gran prueba. En estos días ese amor de Dios se hace visible en un portal.
 
JOSÉ LUIS MARTÍN DESCALZO
 
PARA HACER:

  1. Recordamos a Martín Descalzo con este texto, tan bonito y a la vez profundo como todos los suyos. ¿Qué nos descubre?

 

  1. Desde estas claves, ¿cuál es el sentido de la Navidad?
  2. Todo esto se traduce en acciones concretas. ¿Cuáles?

 

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