«Recibo cantidad de cartas de muchachos que se sienten al borde del abismo, no sólo de nuestro país, sino del mundo entero… Como la de aquel adolescente de diecisiete años que había leído mis novelas y me escribió desde una ciudad del interior de Francia… Me aterró porque presentí que podía llegar a suicidarse, ya que este drama es universal…
En mi juventud, en distintas oportunidades tuve la tentación del suicidio, pero terminé salvándome al comprender el sufrimiento de todos los que se entristecerían con mi muerte. Siempre habrá alguien al que nuestra ausencia resultará irreparable… Dice Camus:
«No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar que la vida vale o no la pena de que se la viva es responder a la pregunta fundamental de la filosofía».
Y en estos momentos en que cavilo sobre la vida, sobre este enigmático final, cuando ya no tengo fuerzas para seguir escribiendo… ¿qué clase de animo podría darles a quienes desesperadamente me piden auxilio?…
Me detengo a observar la fotografía de un pequeño lustrabotas que, en la ciudad de Salta, se acercó a abrazarme con gran emoción. Paso un largo tiempo observándolo, como uno de esos antiguos iconos que nos hablan de un Dios remoto pero oculto en algún lugar. En el brillo de sus ojos parece que hubiera algo que lo elevase por encima de este mundo donde todo es horror y miseria. Este chiquito en su humildad de lustrabotas, me muestra a Dios…
Cómo mantener la fe, cómo no dudar, cuando se muere un chiquito de hambre, o en medio de grandes dolores, de leucemia o meningitis. Cuando un jubilado se ahorca porque esta solo, viejo, hambriento y sin nadie, como sucede ahora, ¿dónde está Dios? ¿Qué respuesta le diste a tu Hijo, cuando gritó aquella frase trágica?…
Muchos se han cuestionado la existencia de ese Dios bondadoso, que, sin embargo, permite el sufrimiento de seres totalmente inocentes. Una santa como Teresa de Lisieux tuvo dudas hasta momentos antes de su muerte; y en medios del tormento, las hermanas la oyeron decir:
«Hasta al alma me llega la blasfemia».
Von Balthasar dice que, mientras hubiera alguien que sufriese en la tierra, la sola idea del bienestar celestial le producía una irritación semejante a la de Iván Karamazov. Sin embargo, luego muere en la fe más inocente, absoluta, como también Dostoievski, Kierkegaard, y el endemoniado Rimbaud, que en su lecho suplica a la hermana que le suministren los sacramentos…
Y entonces, cuando abandono esos razonamientos que acaban siempre por confundirme, me resta que también padeció la ausencia del Padre. Y así como Machado ha dicho que ha buscado a Dios entre la niebla, en mi propia búsqueda he encontrado en algunos pasajes de las Confesiones de San Agustín, una puerta que se entreabre, dejándonos el reflejo de una luz. Y al contemplar aquella escultura de María Magdalena, deDonatello, tan trágica y expresionista, me pregunto si a la fe se puede llegar sin esos atroces y, en apariencia, incompresibles sufrimientos.
¿No ha sido un gran dolor el que dio nacimiento al Oscar Wilde que preferimos? En aquella conmovedora carta final recuerda que cuando era trasladado desde la cárcel a los tribunales, en medio de una muchedumbre, mientras avanzaba esposado delante de sus custodios, al levantar la cabeza vio cómo un amigo lo saludaba quitándose el sombrero. Y ante la grave solemnidad de aquel gesto la multitud vociferante fue reducida al silencio. En su carta escribe:
«Donde hay dolor hay un suelo sagrado».
Esa experiencia lo alejó para siempre de sus antiguas extravagancias, y nunca volvió a frecuentar los salones de fiesta. La mayor nobleza de los hombres es la de levantar su obra en medio de la devastación, sosteniéndola infatigablemente, a medio caminar entre el desgarro y la belleza.»
Ernesto Sábato
Nota: El texto continúa en la página siguiente. Ver las propuestas y trabájese con las dos partes a la vez. |