Anunciar el Evangelio en tiempos de perplejidad

1 enero 2008

José Luis Villota es Delegado de Pastoral Juvenil de la Provincia Salesiana de Bilbao
 
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
El presente artículo se enmarca en el proceso de reflexión de la pastoral  juvenil salesiana en España, iniciado en el seminario “Evangelización y jóvenes, entre la perplejidad y el desafío”,  celebrado en Madrid del 27 al 29 de septiembre del 2007. Intenta recoger, en un notable esfuerzo de síntesis, la orientación de las ponencias y la riqueza del diálogo de los participantes, al mismo tiempo que abre un nuevo horizonte a la reflexión iniciada.
 
El evangelio nos trae de cabeza. ¿Qué nos pasa que no acertamos a evangelizar? El anuncio de Jesús y su buena noticia se nos ha convertido en una gran preocupación. Unos le echamos la culpa al contexto socio-cultural laicista y materialista en el que se mueven los jóvenes y nosotros mismos. Otros se la echan a los agentes de pastoral, que son demasiado tibios y no hacen propuestas exigentes y convincentes. Otros a la Iglesia, siempre a la defensiva, y muchos al gobierno, que quebranta los principios más elementales de la ética y la convivencia. Lo peor es que en medio de este galimatías, a todos se nos hincha la vena, y nos lanzamos invectivas a veces inmisericordes. ¡Y todo por el Evangelio! ¿No era aquello de la Buena Noticia?
A fin de no ganar lo menos –nuestras razones- y peder lo más –el mismo evangelio-, puede ser bueno desdramatizar el asunto, sabiendo por supuesto, que lo que está en juego no son cosas nimias, sino la mismatrasmisión del evangelio y de la fe. Tengo la impresión de que buena parte de la ofuscación que sufrimos es por un enfoque equivocado. El anuncio del evangelio ¿no puede ser un asunto, en buena medida, de competencia comunicativa?
Aprovechando un texto del mismo evangelio – la parábola maravillosa de los “Dos hijos”- quisiera corroborar lo que acabo de decir. El texto es de sobra conocido, por lo que ahorro los detalles narrativos. En definitiva, el hijo menor ha marchado de casa, dejando en ella a su padre y su hermano mayor. Después de dilapidar todo -dinero y dignidad- le viene al recuerdo el hogar paterno, y su condición de hijo. En la parábola original, el hijo recapacita y vuelve. Es consciente de que se ha perdido, de que no merece nada, de que malvive por culpa exclusivamente suya. Pero conserva el recuerdo de su Padre, de su casa y de la dignidad que en ella se vivía. Por eso decide volver.
El drama de nuestros jóvenes es que, tal vez lejos y alienados como el hijo pródigo, no saben de una casa, de un padre amoroso, y de la dignidad que tienen como hijos. Ante este drama, el deber ineludible es anunciar que no son huérfanos, que tienen un hogar; y acto seguido, acompañarles en el camino que lleva a la casa.
 

  1. La pastoral juvenil: entre la perplejidad y el desafío.

 
Estamos viviendo ya desde hace ya varias décadas una situación de encrucijada. Las viejas Iglesias europeas no logran salir del impasse en donde ellas mismas se pusieron, por más que la llamada imperiosa a lanueva evangelización propuesta por Juan Pablo II al comienzo de su pontificado, quisiera dotarlas de nuevos bríos, a la vez que ponerles en la búsqueda de métodos actualizados. Con el paso de los años, el estancamiento se hace más manifiesto. La secularización acelerada, la crisis de Dios y de la fe, la indiferencia religiosa, los viejos métodos catequéticos, entre otros, vienen a reconocer el fracaso aparente del empeño.
Ante esta situación, en ciertos ambientes, se incuba el pesimismo. Y éste adopta formas plurales. En unos casos, se pone el traje de lo rutinario, aplicando viejos clichés que algún día funcionaron. En otros, se enmascara tras actitudes demonizadoras de los tiempos y la cultura dominantes. En otros, adopta la forma de la intransigencia. Sea como fuere, el miedo no nos hace avanzar. Paraliza la mente y nos relega a un estadocatatónico que reniega de cualquier planteamiento novedoso y no asume ningún riesgo pastoral.
Asumir, no obstante, nuestra perplejidad puede ser saludable. La perplejidad, y no el miedo, sí puede dar lugar a algo provechoso. La perplejidad es esa situación de confusión, de no “dar crédito” a lo está pasando. Alguien se siente perplejo, por poner un caso, cuando en un día soleado nota que una extraña lluvia le cala la cabeza. Perplejo está quien asiste a un desfile nudista por mitad de la calle sin saber que están rodando un anuncio publicitario. O quien ve remontar a su equipo un partido imposible en tan solo cinco minutos, casi por arte de birlibirloque. La perplejidad es esa actitud que resulta de comprobar un elemento paradógico en una situación determinada. Mientras el miedo invita al repliegue, la perplejidad sacude la curiosidad y llama a la voluntad a descifrar aquella realidad que aparece como extraña o rara.
En el terreno que nos ocupa, todos podríamos detectar esos elementos que nos dejan perplejos y confusos a nivel pastoral. Siguiendo a Pedro José Gómez, podríamos señalar las siguientes:
– Nuestra propia crisis como agentes de pastoral, desanimados y desorientados.
– Crisis por  la escasa convocatoria juvenil, casi de monopolio en otros tiempos.
– La ausencia de Dios de la vida de la gente.
– La dificultad para el anuncio del evangelio, en una cultura del éxito y que formula su estatuto de felicidad en base a sucedáneos.
– La irrelevancia cultural de la tradición cristiana, convertida casi en pieza de museo.
– La sensación de repliegue y miedo –a veces bajo formas agresivas- que ofrece la propia Iglesia.
No cabe duda de que estamos ante elementos de fondo, que condicionan nuestra acción evangelizadora. Sin embargo, estamos llamados a descodificar y a buscar el sentido de estos “elementos extraños” que se nos han colado de rondón. Este es el primer desafío que debemos afrontar. Un desafío que tiene un doble sentido. Por un lado, ser capaces de percibir el mensaje que nos manda la realidad –la cultura y los jóvenes-; para en un segundo momento ser capaces de comunicar –desvelar y anunciar- la alegría del evangelio.
 
1.1. Primer desafío: descodificar la realidad
 
Resulta curioso cómo en muchos encuentros donde nos damos cita –catequistas, animadores juveniles, animadores vocacionales, educadores- los agentes de pastoral venimos con el secreto deseo de que, por fin, alguien nos dé pistas novedosas –acaso infalibles- par afrontar tantos retos que nos consumen. Curioso también, el que nunca llega nuestro particular Merlín, con la bolsa de los encantamientos.
En el fondo, lo que buscamos es “arreglar” las cosas, “solucionar” problemas. Presos de la cultura tecnicista, buscamos el artilugio –aparato, chisme, relé- que activándolo dé con la solución de los asuntos.
 
Pero volvamos a la parábola de los dos hijos a la que nos referíamos al comienzo. Hay algo muy sugerente. Pongámonos en el papel del padre. Cuando el hijo marcha de casa con la parte de la herencia que le corresponde, podemos imaginarnos al buen padre confuso y perplejo. Sin ton ni son, y sin motivo aparente, el hijo pequeño y caprichoso se acababa de marchar. Sin explicaciones. El padre se encuentra con la papeleta de descodificar la situación. Descodificar no tiene un sentido moral (reprochar al hijo su comportamiento o reprocharse lo que pudo hacer mal). Afecta al campo de la comunicación y la interpretación.
En la escena que comentamos, la realidad –como emisor en el proceso de comunicación- envía un mensaje que invita a interpretar. Nos invita a preguntarnos: ¿qué está pasando? y ¿por qué? Estas cuestiones activan en nosotros todas nuestras facultades: las intelectuales y las emocionales. Del padre nada se dice acerca de su mundo interior, ni de cómo procesó los datos; pero sí se nos dice algo encantador. Cómo cada mañana salía de casa hasta la atalaya próxima y oteaba el horizonte para ver si el hijo volvía. Tal vez, nada mejor que el desconcierto que nos produce la realidad para cultivar actitudes básicas, como son la espera, la resistencia, el consuelo en la duda, y por qué no, la invocación confiada.
Ante el asunto que nos corresponde a nosotros, el de la incertidumbre pastoral de estos tiempos, tenemos la imperiosa necesidad de percibir la realidad de la manera más lúcida de la que seamos capaces. Percibir la realidad es dejarnos afectar por ella, aceptar que nos pertenece. Todas nuestras dudas y crisis deberían ser oportunidad para darnos cuenta de quiénes somos, cuáles son nuestras esperanzas más profundas, cuáles nuestros límites humanos y creyentes. Muchas veces se nos olvida que la realidad no solo aparece como “carga” molesta, también nos llama a “cargar con ella” y a “encargarnos” de ella de manera responsable. Este es el primer fruto que nos aporta aceptar vivir la Perplejidad.
 
1.2. Segundo desafío: ayudar a desvelar la realidad
 
Desde nuestra condición de acompañantes de jóvenes hay otra interpelación a la que debemos hacer frente. ¿Estamos percibiendo bien la realidad de los jóvenes? ¿Estamos enganchados con sus anhelos? Es más, ¿Compartimos sus lugares, a veces poco humanizadores, y nos asomamos al vértigo de sus relojes? ¿Nos importa la soledad en la que viven la gran mayoría; sabemos de sus temores y el vacío de vivir? Solo si compartimos lugares y tiempos con ellos será posible activar nuestra compasión. Si estamos al lado de sus rutinas, de sus miedos, o de sus fantasías, podemos quererlos tal como son, y desde ahí, tal vez, soñar y recorrer juntos los caminos de la vida.
Este es, precisamente, el segundo argumento. Por norma general, los chavales viven al ritmo de los acontecimientos. Casi no invierten tiempo en procesar los datos, y  por tanto hay muchas cosas a las que no dan “importancia” porque carecen de significado. El salir por rutina, el beber por beber, el no “tener planes” para dentro de una semana, el agobio de los “lunes”,  revelan lo difícil que les resulta procesar la realidad.
Los educadores necesitamos poner en juego mecanismos para la comunicación. Educar, tal vez, hoy tenga mucho que ver con aprender a leer los significantes de la vida, y referirlos a sus significados. Los hechos de la vida y sus avatares son los grandes significantes. Darles su significado es lo que nos distingue precisamente a los seres humanos  de los animales. Cuando esto se produce decimos que vivimos con Sentido. Precisamente esto, el Sentido, constituye una de las  pretensiones fundamentales de la misma evangelización. Creo que ésta fue también la pretensión de Jesús: ayudar a leer la vida en todas sus dimensiones.
 

  1. La comunicación como hecho educativo.

 
2.1. Mucho más que transmisión de un mensaje
 
Llegados a este punto, y siguiendo con la lectura que estamos haciendo de la transmisión del evangelio desde el punto de vista de la comunicación, conviene que refresquemos unos conceptos, por todos conocidos.
Según la “Teoría de la Información” (Roman Jakobson, entre otros lingüistas), todo acto comunicativo requiere de un emisor, un mensaje y un receptor. En este proceso de comunicación es necesario que tanto el emisor como el receptor conozcan los significantes y los significados de los signos –verbales o no- que se ponen en juego. Si esto se produce, el acto comunicativo logra su éxito.
Hasta aquí todo correcto. Incluso evidente. Pero hay algo más para que un acto comunicativo tenga éxito. Esto nos lo enseña la psicología. El mecanismo mediante el cual un individuo capta el mensaje que un hipotético emisor envía, no depende únicamente de su competencia lingüística. La percepción de un mensaje está en estrecha relación con la manera en la que cada individuo puede captar la realidad y, al mismo tiempo, está vinculada con la historia personal, los intereses, el aprendizaje, la motivación. La forma de conectarnos, las emociones que nos inspira un objeto o mensaje, determinan en buena medida, que captemos en esencia todo el significado propuesto.
Esto nos lleva a una primera apreciación respecto de nuestro tema. ¿Qué sucede con el anuncio del evangelio? ¿Podemos deducir ya algo? Creo que sí. Este no depende únicamente de nuestra competencia comunicativa, sino de la voluntad del destinatario, y el interés de éste por el mensaje. El éxito de la evangelización no radica principalmente en la sabia exposición de los contenidos de la fe, ni en cómo los sistematicemos; sino en una adecuada actitud del propio sujeto, que le hagan sentir el deseo por conocer lo que se le quiere comunicar.
Estamos inmersos en una cultura audiovisual, que emite mensajes constantemente. La mayoría de ellos son mensajes icónicos, sobre todo los que tienen que ver con el mundo publicitario. Las empresas de comunicación emplean sofisticadas técnicas de mercadotecnia para conocer los gustos del consumidor, y para generarle otros ni siquiera imaginados. En medio de este panorama, los agentes eclesiales seguimos empeñados en un tipo de comunicación basada en la palabra, muy poco imaginativa; en donde lo que importase fuera de manera primordial trasmitir fielmente el mensaje. Sin negar la mayor, parece irrenunciable prestar mayor importancia a otros elementos para que el acto comunicativo, y por tanto, la misma evangelización sea posible.
 
2.2. El arte de comunicar con competencia
 
La lingüística nos habla del lenguaje como ciencia –o arte- en la que es posible manejar o emplear diversas funciones. Las funciones del lenguaje serían aquellos usos que el sujeto hace de la lengua según sus intenciones. De esta manera, es clásico considerar las siguientes funciones:
Función comunicativa: cuando la intención se pone sobre los hechos a comunicar.
Función emotiva: cuando la intención se pone sobre el emisor y sus sentimientos.
Función conativa: cuando la intención se pone sobre el receptor para que actúe.
Función fática: cuando la intención se pone sobre el canal de comunicación.
Función poética: cuando la intención se pone sobre el propio mensaje para causar sorpresa o extrañeza.
Función meta-lingüística: cuando la intención se pone sobre el mismo lenguaje.
 
De acuerdo con lo anterior, hablar de comunicación humana es un asunto complejo. La competencia comunicativa implica saber hacer uso de todas estas funciones para activar en cada caso la más apropiada. Alguien que quisiera en todos los momentos “comunicar” cosas (primera de las funciones), estaría limitándose a trasmitir una serie de informaciones a su interlocutor, sin buscar el necesario feed-back, propio de todo hecho comunicativo, por ejemplo. Del mismo modo, el sujeto que pretendiera activar por costumbre la función “conativa” procuraría un discurso moralizante en su interlocutor, e impediría a la larga el acto comunicativo.
La publicidad incide normalmente sobre las funciones emotivas y poéticas, sin dejar por ello de informar acerca del producto, o referenciar al consumidor a determinados valores de prestigio o interés social. La función poética hace extrañar el mensaje al receptor. El fin de ello es obligarle a mantener su atención sobre el mismo mensaje, de manera que emplee tiempo en descodificarlo. La función emotiva le llevará entretanto a un mundo de ensueño y seducción.
En el ámbito educativo, cuando planteamos el hecho comunicativo, lo hacemos como si esto tuviera que ver sobre todo con las herramientas de la comunicación (ordenadores, internet, programas de diseño gráfico o aplicaciones multimedia). Si hablamos de la “comunicación social” con frecuencia cargamos tintas hacia los medios o hacia los mensajes de la publicidad. Los tachamos de parciales, cuando no de mentirosos. Muchas veces lo son. Pero lo que olvidamos con frecuencia es que comunicar es ser capaces de emitir y descodificar mensajes en unas gamas ricas y variadas. Entre otras:
ser capaces de expresar la realidad de las cosas con objetividad,
decir verdad,
manejar y expresar estados de ánimo y sentimientos,
ayudar a los demás a emitir respuestas autónomas y adecuadas,
seducir-provocar-turbar mediante la belleza de la expresión.
 
Ganar competencia en este terreno, en primer lugar, es poner en nuestras manos y en las de los demás, unas “armas” extraordinarias contra la manipulación: mediática, política, social. Aprender a distinguir los mensajes, saber qué código emplean en cada circunstancia, y emplear, a su vez, los más oportunos debería ser un aprendizaje constante.
Además de esto, qué bueno sería abrir el baúl de la creatividad. Nada como aprender y enseñar a mirar la “paleta cromática” que tiene lo bello y lo bueno. Nada como atrevernos a plasmar hacia fuera el rico mundo interior que llevamos dentro; eso que nos hace sentirnos bien, eso que nos constituye y que es nuestro bagage más propio y personal. ¿No creen que aprender y ayudar a comunicarnos en las claves que decimos, podrían activar en tantas personas –jóvenes incluidos- unos resortes indispensables para la posterior escucha y acogida del evangelio?
 

  1. El “buen anuncio” del Evangelio

 
3.1. Comunicar a Dios desde el encuentro personal con El
 
El que sí ha demostrado su competencia como comunicador es Dios mismo. “De muchas y de muy diversas maneras habló Dios en el pasado a nuestros padres por los Profetas”, comienza la carta a los Hebreos. Este es su oficio: desvelar constantemente quién es, y darnos su Gracia y su Vida. Por la Escritura conocemos que Dios es relacional y comunicativo.
En Jesús, el Logos eterno se hizo “palabra”, o tal vez habría que decir “gramática”. “Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por un Hijo, al que nombró heredero de todo”. Desde entonces, la persona de Jesús ha tenido y tiene una enorme fuerza fascinadora. Su persona –como gran significante- tiene la capacidad de orquestar una sinfonía de significados complementarios. Los hombres y mujeres de todas las épocas siguen preguntándose quién fue esta persona maravillosa, cuál fue el sentido de su vida-muerte-resurrección; y qué tiene que ver todo ello con nosotros y nuestro destino como seres humanos. Su misterio “siempre abierto” nos remite a un Dios mayor que todas las palabras que podamos pensar o pronunciar. La encarnación del Hijo de Dios nos permite, por tanto, saber de Dios de manera excepcional, y comunicarlo. Hacer a Dios y al misterio de éste revelado en Jesús, objeto de nuestra comunicación es situarnos en línea con Dios mismo, que busca revelarse cada vez más profundamente a todos los hombres, de cualquier condición.
Lo complejo es el cómo hacerlo. Enseñar un Dios-asignatura es relativamente fácil, pero inútil. Esto no vale para mostrar cómo es Dios. Comunicar a Dios pasa por comunicar la experiencia que cada uno tenemos de El. Los Discípulos comunicaron el suceso de Jesús no en base a teorías, sino por haber sido testigos de algo sin igual. Por ello, al acontecimiento de Jesús, en su globalidad, lo denominaron Evangelio o Buena noticia. Todo El –sus gestos, palabras, pretensión, destino final- tiene carácter salvador para la humanidad y para cada hombre/mujer en particular, ¿hay mejor noticia que ésta?
No pocos agentes de pastoral van percibiendo la necesidad de realizar cada vez más, una viva experiencia de encuentro personal con Jesús. En otros momentos hemos querido ver en la metodología (saber hacer) la panacea que nos guiaría al éxito. Hoy notamos un repunte por privilegiar la espiritualidad, como garantía de lo que se intenta anunciar. Primero vivir, después anunciar. O anunciar lo que realmente se experimenta.  Darse cuenta de esto, lleva al “anunciante” a tener dedicación y tiempos personales para interpretar-valorar la vida a la luz del Evangelio; y al cultivo de una profunda espiritualidad, que le permita ser testigo a la vez que maestro de lo que anuncia. Aquí está el quicio de la evangelización. Sin ello, lo demás, queda en retórica, en formulismo vacío.
 
3.2. Jesús como comunicador
 
Los evangelios retratan a Jesús desde los encuentros concretos que tiene con las gentes en sus situaciones particulares. Desde estos relatos, Jesús aparece como un comunicador singular. Sobre todo quiere ayudar a las personas a descodificar la realidad. Y sirviéndose de lo más particular encamina a lo más profundo. Las parábolas (Tesoro escondido, dracma perdida, la gran redada de peces, los Dos hijos…) desvelan el Reino de Dios y al Dios del Reino, desde la experiencia concreta de los oyentes. Los discursos, sus diatribas o paradojas ayudan a percibir la existencia humana en su justa medida, percibiendo lo accidental de lo que lleva a la Vida.
Resulta también interesante ver su competencia comunicativa, teniendo en cuenta las funciones desde las que activa la comunicación. A modo de ejemplo, que puede dar lugar a una mayor exploración, advertimos cómo Jesús:
 
Informa acerca de sí mismo y su destino final (Lc 18, 31-34)
Trasmite emociones profundas, al comprobar cómo los sencillos acogen el mensaje (Lc. 10, 21-24)
Exhorta a sus discípulos en pos de actitudes verdaderas (Mc. 11, 20-26)
Interroga sobre el canal mismo de la comunicación, y la dificultad para entender (Mt. 13, 10-17)
Habla poéticamente de cómo es el corazón de Dios (Lc. 15, 11-32)
 
Dejando esto sin el debido desarrollo, sí me gustaría mencionar algo sin lo cual el evangelio no sería tal. Se trata de un tipo especial de lenguaje que Jesús empleaba; y del que sólo El era capaz de articular de manera cabal. Jesús desvelaba el Reino de Dios y su dinámica mediante palabras que se convertían en acciones. Los milagros de Jesús hablan de la eficacia de la palabra, tajante como espada de doble filo que penetra hasta el corazón del hombre, trasformándolo.
La filosofía del lenguaje denomina lenguajes performativos a la cualidad que tienen algunos enunciados de poner en acto lo que ellos mismos expresan. Un enunciado performativo es cuando alguien expresa, por ejemplo, una expresión del tipo «Yo prometo». El hecho de prometer se realiza en el instante mismo en el que se emite el enunciado, no se describe un hecho, sino que se realiza la acción. Podemos decir lo mismo con el enunciado “Yo te bautizo”. La palabra pronunciada realiza la acción. Ahora bien, también diremos que para que un enunciado performativo sea tal, es necesario un contexto determinado (presencia de agua en el caso del “Yo te bautizo”), y unos criterios de autenticidad. Después volveremos a ello.
Este tipo de enunciados performativos son los que aparecen con frecuencia en el evangelio. Expresiones del tipo “Queda limpio” “Tus pecados te son perdonados” “A ti te lo digo, coge la camilla y levanta”… se convierten en actos salvíficos que curan y cambian la realidad de los seres humanos. El Génesis refiere este carácter generador de la Palabra en el relato de la creación, y está presente, como señal de la presencia de Dios, en los profetas de Israel. La Iglesia sigue actuando estas mismas palabras generadoras de Vida Nueva, en las acciones sacramentales, de manera preferente.
En la praxis pastoral convendría advertir que el correcto anuncio del evangelio debe incluir este tipo de enunciados performativos. Y estos no se encuentran solamente en las acciones sacramentales.
Antes de nada, sería importante aprender a articular aquellas palabras-enunciados que sean necesarios y vitales a los destinatarios en cada ocasión. Expresiones como “Toma mi mano”, “Confío en ti”, “Te doy mi tiempo” pueden activar en nosotros por decirlas, y en los receptores por escucharlas, actitudes nuevas, si van acompañadas de esos criterios de autenticidad, que el propio lenguaje performativo demanda y exige. Tal vez, éstos sean los enunciados más aptos para el despertar religioso de los adolescentes, que hagan posible, por referencia, el “Primer Anuncio” de Jesús y su Buena Noticia.
Del mismo modo, y desde una perspectiva misionera, no son indiferentes los contextos. Antes nos hemos referido a ellos. Los contextos validan o no nuestros mensajes. De tal manera, no se puede proferir una expresión del tipo: “Te doy mi tiempo” por carta o a distancia. Lo mismo que no cabe un “Confío en ti” desde el desconocimiento del otro o el descompromiso. Llevar el Evangelio precisa, hoy como siempre, de encarnación; que es esa actitud de ponerse en camino juntos, e interpretar las cosas pequeñas de la vida, como signos del misterio mayúsculo de Dios.
 

  1. Vivir y anunciar la fe comunitariamente

4.1. La intemperie y sus naúfragos
Las sociedades actuales están configurándonos como sujetos cada vez más individualistas. Cada vez nos habituamos a pasar más tiempo solos. Los hogares están constituidos por núcleos muy reducidos e inestables. Los niños y adolescentes tienen por niñera la tele o los juegos virtuales… Apenas soñamos porque no tenemos mitos ni relatos que alimenten nuestro mundo interior; tampoco expectativas ni grandes utopías. Ni siquiera merecen la pena el sacrificio que merecían antes las causas nobles.
En este contexto, está siendo cada vez más importante un tipo de relación-comunicación abierta a lo global y sin ningún tipo de restricción. Jimmy Wales, cofundador de Wikipedia (Enciclopedia libre en la Red), cuenta cómo el sueño que está detrás de esta enciclopedia global es el de reunir todo el saber de la humanidad, y la posibilidad de que ésta esté al alcance de un clic para cualquier persona en cualquier parte del mundo.  El éxito de Wikipediase basa en que cualquiera puede ser autor e interactuar con un sinfín ilimitado de personas en todo el mundo. A la base de estos procesos, están la confianza en las personas y la libertad plena. No sé si nos damos cuenta de lo que esto puede significar.
Algo similar ocurre con ciertas marcas, que se están convirtiendo en espacios de relaciones sociales. FNAC no es una tienda de libros, dvds y electrónica de consumo, es un espacio de ocio cultural. Un espacio en el que, además de asistir a proyecciones, conciertos y exposiciones, por supuesto, te puedes comprar libros, dvds y electrónica de consumo. Estas nuevas marcas basan su éxito en que están sustentadas por comunidades defans/consumidores a las que les unen emocionalmente vínculos de reconocimiento y respeto mutuo, con las que se comparte una misma visión de la vida y del mundo.
Estos son en definitiva los nuevos contextos en los que nos encontramos. Las identidades se van creando desde un sinfín de influjos dispares. Las relaciones están globalizadas y no están sujetas a ningún tipo de reglamentación. La libertad adquiere una nueva dimensión, puesto que lo permite todo y no compromete a nada. ¿Afecta esto en algo a nuestra experiencia y comunicación de la fe?
 
4.2. Oasis de referencia.
 
Nuestra experiencia de fe necesita de espacios comunitarios; le son inherentes. No podemos creer, celebrar, ni anunciar desde la falta de contextos. En medio de este océano inmenso en donde vivimos, nuestras gentes y nosotros necesitamos tocar tierra firme de vez en cuando. Un pequeño islote puede ser suficiente para arribar, descansar y recobrar fuerzas con otros semi-naúfragos de esta civilización. Las comunidades de referencia, deben seguir siendo esos lugares donde poder expresar la vida y cultivar nuestra fe.
Las “comunidades de referencia”, así llamadas, pueden tener rostros diferentes y plurales. Únicamente aquí me haré eco de un tipo de “comunidades”, que más que nunca hoy son imprescindibles. Hoy la pastoral está necesitada de lugares alternativos a los existentes (parroquias, centros de culto tradicionales). Los lugares tienen como cualidad que se constituyen desde el contacto personal y el reconocimiento mutuo. Están en contraposición a los no lugares: esos centros o espacios en donde nadie es nadie y las identidades se difuminan hasta desaparecer. Frente a las grandes superficies y centros de ocio masivo el Centro juvenil o Comunidades de amplio espectro juvenil, pueden ser verdaderamente lugares. Lugares habitados, en donde cada uno se pueda expresar de forma original, en donde las identidades se reconocen, y en donde los pequeños deseos se van convirtiendo en utopías por las cuales vivir y esperar.
Como Iglesia misionera debemos promover estos “lugares”, situados como atalayas en tierra de nadie. Están puestos en la frontera para quien esté necesitado de encontrarse consigo mismo, a través del encuentro con otras personas reales de carne y hueso. En unos casos será la casualidad la que lleve hasta allí, en otros el tirón de las actividades que se realizan, en otros los propios amigos…De la manera que sea, el Centro juvenil, como lugar pastoral, debe ser el espacio para la acogida sin límites y el pastoreo cuidadoso y paciente de los que van llegando.
Este nuevo tipo de “comunidades” o “lugares pastorales” de frontera no están en contraposición con las “comunidades eclesiales” con una fuerte identidad y vivencia cristiana. Unas y otras se complementan y atienden a necesidades diversas. Está claro que los lugares pastorales de los que hablamos pueden pagar el precio de la indefinición, y el acabar convertidos en lugares “seculares” con muy pocas referencias al evangelio y al espíritu del Resucitado. De ahí la necesaria apelación a la calidad de vida y experiencia creyente de los agentes que animan estas plataformas educativo-pastorales. Al igual, que se hace necesario un proyecto bien definido en sus finalidades últimas, y bien articulado en los procesos y actividades que pueda proponer.
 
Para acabar
 
El hijo perdido llegó…sin nada, habiéndolo perdido todo. Pero llegó. Antes de poner los pies en la casa, el Padre, loco de contento, le cubre de besos abrazándolo. Le devuelve la dignidad – ésa que siempre poseyó y que solo él dilapidó- y lo ingresa de nuevo en el hogar, dándole las llaves de casa.
La parábola con la que iniciábamos este comentario, nos recuerda el movimiento que todas las personas debemos hacer en busca de nuestra identidad y del sentido de la vida. Forma parte del hecho de ser personas. El relato nos hace pensar sobre todo en los adolescentes y jóvenes, en constante vaivén. Y nos hace pensar también en el Padre Dios que vive, como tantos buenos agentes de pastoral, tiempos de perplejidad. Desde su atalaya, siempre movediza, se conmueve por todos sus hijos que viven situaciones de zozobra y de infelicidad. Pero este buen Dios no se conforma, no es impasible. Y se hace Palabra y Signo, tomando la apariencia de uno de nosotros. Y por nuestra boca y a través de tantos signos, se sigue insinuando como el Único Sentido de la vida, para que lo encuentre quien lo busca.
Aquella tarde-noche, algunos de los que escucharon este relato de boca del Maestro de Nazaret, entendieron una historia bonita, acaso conmovedora. Otros, advirtieron tal vez que se hablaba de un Dios “alternativo”, distinto, que llenaba de peligros la fe de Israel. Tal vez muy pocos –¿acaso alguno?- se dieron cuenta de lo insólito. Dios era de quien se hablaba en el relato, y a la vez el mismo que hablaba.
Esto mismo hoy sigue sucediendo. Y de mientras, el hijo mayor sigue renegando porque esto ya no es lo que era, porque cada uno hace lo que quiere en esto de la pastoral, o porque la acogida, la paciencia y la misericordia –siempre escandalosa- se anteponen a una exposición “clara y nítida” del Mensaje.
De la manera que sea, aprendamos del Padre a organizar una Fiesta cada vez que uno de sus hijos entra por las puertas de casa, cansado de vivir a la intemperie. Aunque solo sea para descansar un rato, saludar a los presentes y volver a marchar en busca de otros referentes.

JOSÉ LUIS VILLOTA