Reproducimos en esta página y en la siguiente un único artículo -que dividimos en dos partes-, titulado “El ejemplo de las golondrinas” y aparecido en El País hace ya unos años (7.12.02). Lo recuperamos ahora por venir de quien viene y por decir lo que dice, con un contenido todavía actual y válido también para otros ambientes distintos de español, al margen de las leyes sobre la educación a las que alude al principio.
La LOGSE fue una ley a la que cabe atribuir no ya una merma en la capacidad intelectiva y en el bagaje de conocimientos de como mínimo una generación, sino también -y sobre todo- una merma en su horizonte vital. Lo que resulte de la LOCE, el tiempo lo dirá. Ahora bien: ¿corresponde por entero a la LOGSE la culpa de tantos males? ¿Tan grande es el poder de una ley que en definitiva no hace sino reglamentar el qué y el cómo de la enseñanza, es decir, que no es en sí misma enseñanza, sino el simple reglamento de una enseñanza? ¿No valdría la pena indagar si, al margen de la bondad o maldad de la ley, el campo de aplicación de esa ley, esto es, la realidad social española, no ha tenido también su responsabilidad, no ha puesto algo de su parte en el desaguisado, por más que los políticos se resistan a contárselo así a sus electores?
Parece lógico intentarlo, sobre todo si tenemos en cuenta que en la sociedad española, paralelamente al desarrollo de la LOGSE, llegó a crearse un estado de opinión asentado en dos presunciones igualmente equivocadas.
La primera de ellas, todavía sólidamente establecida, consiste en dar por hecho que la adolescencia es la edad en la que hay que disfrutar de la vida, por lo que la tarea de aprender (de aprender a disfrutar verdaderamente de la vida, entre otras cosas) es algo que jamás debe agobiar al estudiante ni contrariar ese disfrute. Se trata de un planteamiento residual, de origen ácrata, que el consumismo creciente de la sociedad española no ha hecho sino potenciar, toda vez que disfrutar de la vida y consumir han venido a ser conceptos sinónimos.
La segunda de esas presunciones equivocadas consiste en suponer que disfrutar de la vida es ni más ni menos lo que hace masivamente la juventud actual, tal vez porque se trata de algo que sus padres nunca tuvieron ocasión de hacer: llevar una vida virtual, pendiente del móvil e Internet, con figuras como las propuestas por Gran Hermano y Operación Triunfo como modelo de conducta. Y para los fines de semana, los juegos de rol, el botellón y las pastillas, con lo que el máximo disfrute de la vida termina siendo el desentenderse de ella. Se trata de colocarse por la vía rápida, de salirse, con sobrecogedora frecuencia de forma definitiva mediante el procedimiento de estampar el coche o la moto contra un obstáculo cualquiera. En las grandes y pequeñas ciudades y también en el campo.
Vivir plenamente es algo que debiera procurarse en todas las épocas de la vida, aunque si hay una que merezca especial agasajo es la de los jubilados, no la de los escolares. La juventud es sobre todo una época de aprendizaje y el goce de la vida propio de esa edad debiera ser el que se deriva de una feliz realización de ese aprendizaje. Algo que falla mucho más -prescindo de las numerosas excepciones a la regla- en la juventud española, más bronca, de peores modales, más insensible a la belleza, que en la de los vecinos países europeos. Vivir plenamente no es un don natural, sino algo que requiere un adiestramiento tal y como nos enseña -eso sí- la naturaleza.
¿Y qué nos enseña la naturaleza? Véase la continuación del artículo en la página siguiente. Después podremos aplicarlo a nuestras tareas educativas y pastorales, implicando siempre a los adolescentes y jóvenes para que den su opinión, tomen postura y actúen –como nosotros- en consecuencia.
Cuaderno Joven