[vc_row][vc_column][vc_column_text]«Lo importante es la emoción,
amar, esperar, estremecerse, vivir.
¡Ser hombre antes que artista!…»
AUGUSTE RODIN (Testamento)
«Danzan mis manos entre el barro, esa materia viva, que con su frescura me hace sentir. Voy plasmando la vida en esculturas, dejando en cada una de ellas parte de mí. Crear es una necesidad; sentimientos, belleza, encuentros… eternidad hecha volumen. Danzan mis manos entre el barro».
Hace tiempo —unos quince años— que empece a trabajar con el barro, material que encierra una gran simbología, tierra, agua, fuego.
Tierra, lugar donde hacemos concreta nuestra existencia; espacio vital para el encuentro entre las personas.
Agua, esperanza que hace posible la vida.
Fuego, calor cercano que nos revela lo Divino.
Al principio, todo era descubrir el material, la técnica, las formas. Poco a poco se fue produciendo la transformación. Sobrevino la necesidad de expresar lo más íntimo, lo más personal: la escultura se convirtió en una manera de recrear la vida, una experiencia del ser.
Entre el barro y yo, se creó un diálogo que es único. Ya no había imposición del artista sobre la materia.
Cuando mis manos modelan el material dejo que él también me hable, hay entre los dos una perfecta comunión; obra y artista vamos madurando juntos. En esos momentos, todos los sentidos tienen que estar a flor de piel. Hay una tensión entre la idea, el artista y la obra.
Todo proceso de creación lleva consigo momentos de sufrimiento, pero la emoción se hace presente y las esculturas no sólo resultan volumen, son una entrega, son una oración, son un acto de amor.
Poder utilizar un lenguaje artístico es un don, un regalo que pongo al servicio de los demás. Experimento que las obras creadas son un medio: la escultura se sirve del artista para poder ocupar un espacio único. Cuando una pieza esta terminada me gusta contemplarla, sin prisas, disfrutando de esos instantes donde la materia ha cobrado vida, el milagro de la creación se ha hecho realidad.
Llega el momento en el que las obras pasa a exponer y poderse contemplar en una exposición. Antes de la inauguración, me paro a disfrutar de ellas en la intimidad por última vez.
Mostradas a los ojos del público, de alguna manera ya no me pertenecen sólo a mí. Cuando la gente contempla mis esculturas, siento que una parte de mí está al desnudo, que el barro habla por mía, sin palabras…, desde el silencio.
En fin, no podría entender mi vida sin la escultura y, lo que es más importante, tampoco entendería mi existencia sin la gente que he conocido gracias a la escultura.
En todo este camino del arte escultórico, he tenido momentos de alegría y de desánimo. Ver cómo, en ocasiones, se hace del arte un negocio hasta extremos escandalosos, que el artista se torna inaccesible, elevándose por encima de los demás, que —sea lo que sea— todo es válido… No creo en ese tipo de arte. Porque el arte debe ser revelación, tiene que dar respuestas y crear emociones en todos, y no sólo en unos pocos más o menos privilegiados, segregados, etc..
Contemplo mis manos desnudas y siempre estarán al servicio de mi corazón, de lo vivido, para que ellas vayan creando.
Mi experiencia no puede ser ya de otra manera. Todos estamos llamados a ser artistas; porque antes que la música, la escultura, la pintura, la danza, el teatro… existe el arte primero y más importante, el arte de la vida. n
Jesús Gazol
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ARTE, ARTISTAS Y JUVENTUD