[vc_row][vc_column][vc_column_text]En la vida de cada persona, siempre hay momentos señalados en los que uno siente la necesidad de pararse, reflexionar y definirse en ciertos aspectos de la vida. Seguramente podría contabilizar decenas de esos momentos, pero, en lo que se refiere a mi vida artística, han sido dos los que han definido la orientación de mi carrera.
En el año 1995, tomé la decisión de dedicarme profesionalmente a la música. Llevaba varios años reflexionando sobre ello, pero la obligación de decidirme por una carrera universitaria y de empezar a trabajar en orquestas musicales me ayudó a definirme rápidamente: quería dedicarme plenamente a la música, y el estudiar una carrera era un impedimento para llevar a cabo mi decisión.
Mi traslado a Madrid fue rápido y, en menos de un año, me encontré trabajando con grupos musicales de reconocido nombre, dándome la oportunidad de vivir de la música con tan sólo 21 años.
Cuando un sueño se hace realidad, se desmitifica; empiezas a ver tu trabajo de una manera más objetiva, y profundizas en otros aspectos más humanos y espirituales que te ofrece el entorno en el que estás viviendo.
A la vez que me sucedían todos esos cambios en mi vida profesional, empecé a intentar revivir en mí algo que había dejado en un segundo plano durante muchos años: la fe. El mundo comercial de la música es muy competitivo. Los favoritismos, la envidia y la crítica están presentes en los ensayos, grabaciones de discos, giras… Fue entonces cuando conocí a Juanjo Melero, un músico de reconocido prestigio que se encontraba en mis mismas circunstancias de trabajo. Su forma de plantearse todo ese mundo musical desde la fe y el amor al prójimo me cambió completamente los esquemas.
Había escuchado muchos testimonios de personas que, en sus ratos libres, componían y cantaban a Dios, pero nunca me identifiqué plenamente con ellos. «Es fácil hablar mal de la música comercial y predicar la gratuidad en el arte, cuando tienes un trabajo que te guarda las espaldas», pensaba yo. ¿Acaso la enseñanza no es un don de Dios, y son miles los profesores de Religión que cobran por ello? Por eso, descubrir a Juanjo significó el poder compartir mis inquietudes y problemas con alguien que conocía plenamente el mundo en el que yo vivía.
Reencontrarme con la oración y con la palabra de Dios me produjo un primer momento de grandes dudas sobre mi trabajo. A la vez, escuchaba testimonios de gente cercana dedicada a una labor social o solidaria. Hubo momentos en los que me llegué a plantear el sentido de mi trabajo. ¿Que relación podía tener el tocar delante de 10.000 personas con el amor al prójimo y la palabra de Dios?
Confronté opiniones de amigos y gente de mi entorno para intentar resolver el conflicto de prioridades que tenía en mi interior, y llegué a una primera conclusión: era músico, y había nacido para ello. A partir de ahí, debía ir aclarándome, paso por paso, en cada uno de los aspectos de mi vida. Comprendí que la solución no era cambiar de trabajo, sino vivirlo desde la fe, encauzando todo lo bueno que llevo dentro hacia los demás.
En la actualidad, soy consciente de que mi trabajo me permite desarrollar una calidad como músico, mi rendimiento profesional y mi madurez artística, a la vez que me ofrece la oportunidad de evangelizar desde la fe, intentando ser diferente a los demás, evitando las críticas, poniendo paz en discusiones, humanizando un poco más los ambientes más fríos, etc.
Muchas veces, los entornos sociales que, a primera vista, no parecen tener deficiencias en lo que se refiere a medios económicos o que de cara a la sociedad son muy atractivos, esconden tras de sí un considerable vacío espiritual y de valores.
La gratuidad en el arte es algo sobre lo que he reflexionado muchas horas de mi vida. He debatido sobre ello en diversos encuentros de arte cristiano, siendo varias las personas que han puesto en duda la autenticidad del arte como don de Dios cuando a éste se le pone un precio.
Nunca se me pasaría por la cabeza decirle a una multinacional discográfica que mi trabajo es totalmente gratuito. Tristemente todos vivimos en esta sociedad, y todos ponemos precio a algo en nuestra vida para poder subsistir.
Mi arte siempre será gratuito para aquél que lo utilice de cara a ayudar a los demás, y nunca negaré la posibilidad de compartirlo con quien me lo pida. Lo más importante es mantener firmemente tus ideales estés donde estés, trabajes donde trabajes, cobres lo que cobres.
Ahora, a mis 23 años, me siento plenamente identificado con mi trabajo. Sé que Dios me ha ido ofreciendo a lo largo de la vida cada uno de los pasos que he seguido para llegar al lugar en el que me encuentro ahora. Sé también que la pobreza espiritual se encuentra tanto en gente que no tiene para comer, como en artistas multimillonarios que esconden, tras su vida social, un cúmulo de desilusión y tristeza.
Tengo confianza plena en que la vida me seguirá dando oportunidades para seguir madurando mi fe, y que me seguirá poniendo a prueba en cada una de las circunstancias de mi trabajo. Y lo más importante, que las personas somos personas por encima de todo lo demás, que somos todos iguales a los ojos de Dios, y que todos podemos dar un rumbo a nuestra vida para vivirla con intensidad, siendo muy sinceros con lo que nos pide el corazón. n
Diego Galaz
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