[vc_row][vc_column][vc_column_text]Javier Doval
Javier Doval es Secretario Técnico de la Federación de Plataformas Sociales «Pinardi» y Secretario Técnico de la Federación de Centros Juveniles «Valdocco».
Síntesis del artículo:
El asociacionismo tiene una clara vocación social. Nace y se desarrolla para participar activamente en la vida social, mejorándola, haciéndola más humana, convirtiendo nuestro mundo en un espacio más habitable. Pero es bueno que aclaremos, previamente, qué es participar y cuáles son las condiciones que se exigen hoy para desarrollar una «cultura de la participación». Es necesario, por tanto, crear un clima favorable a la participación, hacer crecer su necesidad, y desarrollar la sensibilidad necesaria para sentirnos afectados por los problemas sociales. El autor se centra, con un agudo sentido crítico, en las limitaciones y deficiencias de nuestras asociaciones así como en los retos que las mismas tiene de cara al futuro.
En el presente artículo pretendemos hacer una reflexión sobre las condiciones actuales para desarrollar una cultura de la participación, que significa participar y qué papel juega el movimiento asociativo en el desarrollo de una Cultura de la Participación.
- El contexto social
Si ahora mismo nos preguntáramos qué rasgos presenta el contexto social actual, por lo que se refiere a la participación, responderíamos sin muchas dudas:
- o Individualista, sólo pensamos en nosotros mismos. No somos conscientes de que vivimos en sociedad, que podemos, debemos compartir nuestros miedos, deseos, alegrías, … con los demás;
- o en crisis, sin unos valores claros y definidos que nos permitan madurar a nivel individual y colectivo;
- o desigual, con diferentes niveles a nivel social y económico, entre los grupos sociales;
- o competitivo, con un modelo de desarrollo basado en los aspectos mercantiles, en el incremento de la productividad y el consumo;
- o tecnológicamente avanzado, desde un punto de vista estrictamente técnico;
- o con desigualdades regionales, en términos de riqueza, con las consiguientes asimetrías en la toma de decisiones a nivel mundial;
- o vertebrado, donde los elementos básicos de la sociedad en los últimos años (familia, trabajo, etc) se disgregan, sin que aparezcan sustitutos coherentes.
2. El papel del movimiento asociativo
Asumiendo que ésta es nuestra realidad (algo discutible, por otra parte), ¿qué se puede hacer? La respuesta es sencilla: debemos asumir que hay propuestas alternativas que nos pueden llevar a pensar que algo se puede hacer. Y esa tarea le puede corresponder, en gran medida, al movimiento asociativo, y, especialmente, al movimiento asociativo juvenil.
De forma cualitativa y cuantitativa, podemos constatar algunos datos:
- o El asociacionismo se ha demostrado en estos años como una excelente escuela de formación, donde los propios jóvenes aprenden capacidades y aptitudes que posiblemente no hubieran conseguido en el sistema educativo convencional, y que implican una formación complementaria que ha permitido trabajar en equipo, resolver conflictos, negociar, cooperar, planificar, ser conscientes de su propia realidad y protagonizar su propio desarrollo. Hasta hace no mucho tiempo, el «declarar» tu experiencia asociativa en tu historial personal era algo no valorado, cuando no denostado, por el mercado laboral. En estos momentos es un valor añadido.
- o La afloración de los nuevos yacimientos de empleo, donde la atención a la infancia y la familia, la intervención socioeducativa y la ayuda a los jóvenes en situación de dificultad social han pasado de ser «lugar de trabajo» de las asociaciones a convertirse en un campo de desarrollo profesional.
- o El potencial que ofrecen las asociaciones para el ejercicio y el desarrollo de una serie de valores individuales y colectivos (la solidaridad, la interculturalidad, etc).
- o La capacidad que tienen las asociaciones de conocer de primera mano la realidad, los intereses y necesidades del entorno.
El gran reto es averiguar cómo, asumiendo la realidad y conociendo las fortalezas y debilidades del movimiento asociativo, podemos despertar «la conciencia participativa» que todos llevamos dentro.
3. El reto de generar una cultura de la participación[1]
■ ¿Qué es participar?
En el sentido estricto de la palabra, participar significa desarrollar una acción colectiva, organizada, en interés de terceros, orientada al bien común y a las necesidades sociales. Cuando se cumplen estas condiciones, hablamos de Participación Social.
Podemos valorar diferentes ámbitos de participación:
- o En una asociación.
- o Es un movimiento de voluntariado organizado.
- o En un partido político o sindicato.
No podemos obviar las nuevas formas de participación que, sin adoptar una determinada figura jurídica, suponen agrupamiento de colectivos:
- o Los movimientos organizados a través de las nuevas tecnologías (por ejemplo, a través de Internet)
- o Los agrupamientos de jóvenes no asociados legalmente (por ejemplo, las agrupaciones en determinados barrios de la Comunidad de Madrid).
■ ¿Por qué participar?
Alrededor del concepto de participación pueden destacarse una serie de rasgos identificativos que nos permiten caracterizarla:
- o Constituye un valor por sí mismo. Debe considerarse como un elemento básico de educación cívica.
- o Se trata de un medio, no un fin en sí mismo, que nos permite tomar parte e intervenir en la vida social.
- o Es un derecho fundamental, reconocido por la Constitución.
- o Es una responsabilidad del ciudadano, que supone un compromiso.
- o Es una condición para la transformación social, que nos permite dar respuesta a las necesidades e intereses de todos.
■ ¿Qué hace falta para participar?
La práctica de la participación no es el resultado de la espontaneidad. Deben darse una serie de condiciones básicas: motivación, formación y la organización de espacios[2].
- o Motivación: Significa querer participar, querer comprometerse. Esto implica por parte de las estructuras de participación saber corresponder a los intereses subjetivos de cada persona, ofreciéndole las satisfacciones afectivas, de comunicación, de formar parte de un grupo.
- o Formación: Querer solo no es suficiente; debemos saber. La participación implica una formación que permita adquirir habilidades, recursos y capacidades para participar.
- o Organización: Para poder participar, debemos establecer los cauces y mecanismos adecuados, que permitan la comunicación, el debate, la toma de decisiones.
- o Espacios: El ejercicio de la participación requiere un espacio. Suele suceder en muchas ocasiones que es la propia administración la que desvirtúa estos espacios, favoreciendo formas de participación no comprometida, individualista, más cercana al consumo solidario que a una verdadera implicación y compromiso con la sociedad.
■ La escalera de la participación
Reflexionar teóricamente el concepto de participación nos permite construir un esquema para analizar la realidad de la participación juvenil. El modelo que tomamos como referencia es el elaborado por AMSTEIM, Sherry, 1996 [3] para la participación de los adultos Este modelo considera el tema de la participación juvenil desde su relación con las instituciones, y los distintos grados en que animan dicha participación. Consta de ocho escalones: desde el primero, al que llamamos «manipulación», hasta el octavo, que recoge la intervención social iniciada por los jóvenes y apoyada por las estructuras. También se ha introducido el binomio participación/ actuación introduciendo los escalones 1 al 4 en la categoría de actuación, y el resto en el de participación.
LOS 8 NIVELES | ALGUNOS INDICADORES | ||
GRADO DE PARTICIPACIÓN | 8 | INICIADA POR LOS JÓVENES. DECISIONES COMPARTIDAS CON LAS ESTRUCTURAS. |
Este último peldaño sería el ideal en la teoría de la participación |
7 | INICIADA Y DIRIGIDA POR LOS JÓVENES | Desafortunadamente, este tipo de procesos son muy escasos, debido generalmente a que las estructuras permanecen alejadas de los problemas reales de la juventud | |
6 | INICIADAS POR LAS ESTRUCTURAS. DECISIONES COMPARTIDAS CON LOS JÓVENES. | Son procesos realmente participativos, aunque sean iniciados por las estructuras. Van más allá de la consulta. | |
5 | CONSULTADOS E INFORMADOS |
Cuando el proyecto es diseñado y dirigido por las estructuras, pero los jóvenes comprenden el proceso y sus opiniones se toman en cuenta. En este tipo de procesos solamente son consultados, no se crean suficientes espacios para que exista una mayor implicación. | |
4 | ASIGNADOS, PERO INFORMADOS | Cuando los jóvenes comprenden las intenciones del proyecto. Saben quién tomó las decisiones sobre la intervención. Tienen un papel significativo. Y, después del proceso, se ofrecen para ser animadores del proyecto. | |
ACTUACIÓN | 3 | PARTICIPACIÓN SIMBÓLICA | Cuando en apariencia se les da a los jóvenes la oportunidad de expresarse, pero en realidad tienen poca o ninguna incidencia sobre el tema, y poca oportunidad o ninguna para formular sus propias opiniones. |
2 | DECORACIÓN | Cuando las estructuras “usan” a los jóvenes para fortalecer sus intereses de manera relativamente indirecta. | |
1 | MANIPULACIÓN | Cuando no existe ningún tipo de consulta. Cuando los jóvenes no comprenden de qué se trata y, por lo tanto, no asumen las acciones que les proponen. Esta participación aparente no es, desde luego, el mejor camino para introducir a los jóvenes en procesos participativos |
No cabe duda que, si analizamos en profundidad, podremos comprobar que las asociaciones juveniles son, en teoría, el espacio más adecuado para alcanzar el nivel más alto de esta Escalera de la Participación
■ Recursos para trabajar la participación desde las asociaciones juveniles[4]
Como decíamos anteriormente, la Participación es un valor, es por tanto educable. En este sentido, podremos desarrollar propuestas que nos permitan sensibilizar y favorecerla:
- o motivando hacia la participación, concienciando sobre la situación de los jóvenes,
- o orientando, informando y asesorando sobre cómo participar,
- o desarrollando actitudes y valores participativos,
- o realizando actividades que permitan un aprendizaje en relación a la participación (hacer con otros, llegar a acuerdos, cooperar, pensar un proyecto, etc).
4. El asociacionismo como vehículo de participación social
Generar una cultura de la participación y del asociacionismo significa asumir que las asociaciones no son perfectas, que presentan carencias. Detectar sus mayores necesidades, sus lagunas, es el paso previo para abordarlas y fortalecer nuestro tejido asociativo. Como fruto de este análisis, seremos capaces de consolidar el trabajo de las asociaciones y conseguir que éstas sigan siendo una de las principales vías de participación, especialmente de la juventud, en la sociedad actual.
Analizando la realidad actual, podemos detectar que las principales debilidades [5]de las asociaciones para generar verdaderos espacios de participación son:
- q La pérdida de capacidad para analizar la realidad. Aunque anteriormente señalábamos que las asociaciones tienen la capacidad para conocer el contexto en el que desarrollan su acción, pero no es muy frecuente que el análisis sistemático sea una práctica cotidiana de la acción asociativa. Frecuentemente se sustituye la valoración sistemática por la «intuición».
- q La falta de una estrategia que permita identificar nuestra misión, nuestros objetivos, y que nos facilite adaptarnos a un entorno cambiante.
- q La carencia de una «cultura interna de la participación». Es frecuente que en las asociaciones sean sólo unos pocos los que realmente se implican, con continuidad y compromiso, en la vida asociativa. Otro elemento es el excesivo protagonismo individual de los líderes de la asociación, que, en muchos casos, no favorece un adecuado relevo generacional.
- q La no valoración de la formación como elemento fundamental de madurez asociativa. Especialmente la que hace referencia a cuestiones que tienen que ver con la dinámica y práctica del hecho asociativo: comunicación, gestión, trabajo en equipo, etc.
- q La excesiva dependencia de las administraciones públicas, a nivel financiero especialmente. Las asociaciones no son conscientes de que la Administración no es un mero generador de recursos económicos, lo cual convierte nuestra relación con la Administración en una pura «transacción comercial». La relación debe ser entre iguales, donde sea posible que los planteamientos, que se trasvasen, sean valorados y analizados. No cabe duda que para conseguir esto, las asociaciones deben ser conscientes del papel que desempeñan como interlocutores sociales.
- q La incapacidad para el trabajo en red. La coordinación sigue siendo una asignatura pendiente e incluso, en más de algún caso, se sustituye el trabajo coordinado por la competencia y la rivalidad.
- q El inmovilismo en las propuestas de actividades. La falta de creatividad como herramienta para generar nuevas propuestas que realmente atraigan y respondan a las necesidades de los jóvenes. Sin esta creatividad, no podremos asegurar un flujo continuo de nuevos miembros a las asociaciones y su renovación.
- La Asociación ideal
Después de reflexionar y afrontar estos retos podemos plantearnos qué «asociación ideal» nos gustaría conseguir para ser capaces de afrontar la realidad actual y los retos de futuro que plantea la participación juvenil. Se trataría de elaborar un conjunto de metas y de objetivos que nos permitieran ofrecer respuestas más satisfactorias y eficaces a las necesidades de los jóvenes. Y que, además de servirnos internamente para reorientar nuestra acción, sean referente para la interacción con las Administraciones públicas. Estas iniciativas deben servir para reforzar estos rasgos que detectamos como ausencias, y para hacer más sencillo el camino de renovación y el fortalecimiento del tejido asociativo como vehículo de participación.
A modo de referencia, podríamos señalar las siguientes líneas de acción:
- o Que se potencien otras formas de participación, no sólo por medio de las asociaciones «formalmente constituidas», sino también por medio de grupos o colectivos unidos por una idea o un interés común. Estas nuevas formas de participación son capaces de generar mayores expectativas en los jóvenes y son más adaptables a sus inquietudes.
- o Que las Asociaciones sean capaces de responder a las necesidades de los jóvenes, favoreciendo la identificación de éstos con las mismas.
- o Que se crezca en formación, de los responsables y de sus miembros, para crecer en calidad en las propuestas que se realicen. El «todo vale» ya no funciona. Hay mucha competencia en el mercado del tiempo libre, y debemos prepararnos para que nuestras ofertas puedan competir con «el mercantilismo y la ampulosidad de medios» de las acciones ofrecidas por el sector público o privado.
- o Que exista una verdadera participación democrática en las asociaciones, que se favorezca una participación real de sus miembros, según sus diferentes niveles de motivación, disponibilidad y compromiso.
- o Que haya adecuados cauces de comunicación, especialmente a nivel interno. Siempre se ha dicho que la información es poder. Y, para que todos se sientan protagonistas, son necesarios los flujos adecuados, sin filtros, de información. Para ello, el uso de las nuevas tecnologías se ofrece como un recurso ideal, por su economía y la facilidad de acceso.
- o Que se generen mayores recursos propios y que se aprovechen al máximo los ya existentes (sociales, privados, etc), como fórmula para mantener la autonomía y favorecer las posibilidades de actuación.
- o Que se conozca la realidad de otras asociaciones, que se creen y mantengan nexos de comunicación y coordinación: la unión permite hacer una mayor fuerza ante los diferentes interlocutores.
- Que las relaciones que se mantienen con la Administración pública sea más horizontal, no subordinada. Valorando y reclamando un mayor apoyo público, se debe madurar en una relación de «iguales».
6. La imagen pública de las asociaciones
El nivel de conocimiento que tiene la sociedad del trabajo de las asociaciones, y de sus propuestas, suele ser, en general, bastante deficitario. Resulta curioso comprobar las dificultades que tienen las personas que trabajan profesionalmente en una asociación para explicar «dónde« desarrollan su tarea profesional. Lo que suele ocurrir en estos casos es buscar un tópico que permita identificar el trabajo: «en una ONG» o «en una Fundación».
Por todo ello, existe unanimidad en expresar que cada vez se hace más evidente la necesidad de desarrollar estrategias de comunicación por parte de las asociaciones. De esta forma, podremos generar en la sociedad una imagen real y adecuada de su identidad y su acción socioeducativa.
Los elementos que deberemos comunicar variarán según el público destinatario de dicha comunicación. Pero existen, al menos, dos elementos clave en el contenido de la comunicación externa:
1) Generar una imagen pública adecuada de la asociación.
2) Mostrar y difundir los frutos del trabajo y las actividades que desarrolla.
Uno de los debates[6], en los que existe una cierta controversia, es en la efectividad de las campañas masivas de promoción del asociacionismo y la participación. Existe unanimidad al considerar que este tipo de campañas no suelen ser útiles para inducir a la acción, a la participación y la afiliación en asociaciones. Sí suelen ser efectivas para generar una notoriedad. Lo cual, como ya comentábamos, es un valor a tener muy en cuenta hoy en día.
Si estas campañas, además de contemplar los aspectos más mediáticos, tienen en cuenta otros elementos, como el fortalecimiento de las asociaciones existentes y el desarrollo de medidas dirigidas a fomentar la participación de los jóvenes no asociados, el efecto es multiplicador.
Como ejemplo de este tipo de campañas, podemos destacar la realizada a lo largo de los años 2001 y 2002 por el Consejo de la Juventud de España (www.cje.org) Para su elaboración y posterior desarrollo, se contó con la implicación directa de un conjunto de Aasociaciones que pudieron aportar su experiencia y su cercanía con el tejido asociativo juvenil. Una de ellas fue la Confederación de Centros Juveniles Don Bosco. Esta Asociación, con diez años de historia, es la plataforma creada por los Salesianos y Salesianas de toda España para representar ante la sociedad el trabajo que desde hace muchos años se viene desarrollando en los Centros Juveniles Salesianos de toda España.
A través de un «grupo de trabajo», las entidades implicadas pudieron definir las líneas maestras de la campaña cuyo logo e imagen buscaban que los jóvenes valoraran que la «unión» con otros les abriría la posibilidad de conseguir sus sueños y sus metas. Tres fueron las líneas fundamentales sobre las que giró la campaña[7]:
- La promoción de una imagen positiva del movimiento asociativo juvenil a través de una campaña mediática. Las acciones enmarcadas en esta línea de trabajo estaban dirigidas a promocionar el asociacionismo y a informar a jóvenes no asociados de edades comprendidas entre los 14 y 22 años sobre las posibilidades de participación a través de las asociaciones. Las acciones desarrolladas fueron: elaboración de materiales publicitarios, una guía de asociaciones juveniles, el desarrollo de una web y un teléfono asociativo.
- El fortalecimiento de la asociaciones existentes, a través de una serie de programas de formación y un servicio de asesoría. Esta segunda línea pretendía dotar a las asociaciones de las herramientas que posibilitaran una mejor gestión asociativa, ofreciendo formación especializada para la gestión de las asociaciones y favoreciendo la creación de nuevas asociaciones. Las acciones desarrolladas fueron: la formación de dirigentes, la elaboración de un kit de iniciación al asociacionismo, un manual de Gestión de asociaciones y un servicio de apoyo y asesoría para la gestión de asociaciones
- El desarrollo de un programa de Educación para la Participación. Esta línea de trabajo complementaba a los dos anteriores, desarrollando la tercera condición necesaria para que exista participación: la formación. Las acciones contempladas implicaban la elaboración de una Guía Didáctica de Educación para la Participación, la realización de una serie de cursos de mediadores, buscando un efecto multiplicador y la creación de una red de mediadores que pusieran en marcha proyectos de Educación para la Participación.
7. El papel de la Administración
Las Administraciones públicas tienen un papel relevante en el fomento de la participación y vertebración de la juventud. Es clave que en la definición de políticas de jóvenes, éstos sean parte implicada en su elaboración.
No siempre se puede afirmar que es así. La apuesta por modelos donde la clave no está en la implicación comprometida, sino en formas de participación que tienden a centrar su actuación en las problemáticas sociales, en muchos casos originados por la «crisis del estado de bienestar y en la ausencia de políticas sociales claras y dotadas presupuestariamente». En este nivel nos encontramos con el voluntariado. No cabe duda que es más fácil que la sociedad se implique en formas de participación que busquen paliar situaciones de carácter asistencial, destinadas a paliar los defectos, que en abordar las causas de los problemas. Tampoco podemos caer en la critica destructiva de minusvalorar estas formas de participación. Se deben tener en cuenta los aspectos positivos que representan y, sobre todo, ser conscientes de que el voluntariado puede ser la primera aproximación a una asociación. Esa persona que inicialmente se acerca con un compromiso menor puede llegar a ser un elemento comprometido con la acciones de la asociación.
Otro elemento fundamental es que exista una adecuada coordinación entre las Administraciones. No debemos olvidar que, por la configuración del Estado español, están transferidas todas las competencias en materia de juventud. Situaciones anacrónicas, como los diferentes marcos legislativos para las asociaciones, la organización de actividades, etc., deben superarse en beneficio de una adecuada política de juventud.
Si analizamos en los niveles legal, laboral, de medidas financieras, de prestación de servicios e infraestructuras,… podremos comprobar y ratificar ese papel fundamental que tiene la Administración en la difusión de una cultura de la participación y de fomento del asociacionismo.
Estos son sólo algunos elementos De nuestra experiencia y reflexión pueden surgir otros. A partir de todos ellos, podremos construir un modelo asociativo que contribuya a la democratización de la sociedad, generando estructuras que permitan a los jóvenes intervenir en la vida social, política, cultural y económica de su entorno, y que permitan difundir un conjunto de acciones para una educación en los valores éticos, solidarios, de igualdad y de justicia social. Y que les faciliten asumir un compromiso transformador de la sociedad, desde la implicación personal y colectiva de sus miembros, defendiendo su autonomía ante los poderes públicos y asumiendo el reto de la participación interna.
Javier Doval.
[1] Cfr. CONSEJO DE LA JUVENTUD DE ESPAÑA, «Cultura participativa y asociacionismo juvenil», Madrid, 2000.
[2] Cfr. Cfr. CONSEJO DE LA JUVENTUD DE ESPAÑA, «Cultura participativa y asociacionismo juvenil», Madrid 2000.
[3] Cfr. DIRECCIÓN GENERAL DE JUVENTUD DE LA COMUNIDAD DE MADRID. Batanes 98. Conclusiones del Primer Encuentro de Asociaciones Juveniles. Madrid 1998
[4] Cfr. CONSEJO DE LA JUVENTUD DE ESPAÑA.« Guía didáctica de Educación para la participación». Año 2002
[5] EQUIPO CLAVES. Estudio – diagnóstico sobre el Asociacionismo juvenil en Castilla – La Mancha. Toledo 1996
[6] Cfr. CONSEJO DE LA JUVENTUD DE ESPAÑA «Las organizaciones del Consejo de la Juventud de España. Un análisis humano y organizativo». Madrid 2002
[7] CONSEJO DE LA JUVENTUD DE ESPAÑA. Guía de la campaña de promoción del Asociacionismo. Madrid 2001[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]