Babe, el cerdito valiente

1 marzo 1997

Durante las navidades del año 1995 se estrenaron dos películas infantiles que, por diferentes mo­tivos, acapararon la atención del público de todas las edades: me estoy refiriendo a Toy story y Babe, el cerdito valiente. La primera, de la cual hemos hablado ya en esta sección, destacaba ante todo por un virtuosismo técnico que corría parejo a su dudosa catadura ideológica. La segunda, al contrario, a pesar de suponer también un notable avance en cuanto al uso de la animación en el ci­ne (sus protagonistas son animales reales dotados, entre otras virtudes humanas, del extraordinario don de la palabra), adquirió la condición de película de culto gracias al sorprendente mensaje de fondo sobre el que se dibujaba su planteamiento visual. Babe, el cerdito valiente, con un atrevimien­to admirable, apuesta por nadar contra corriente y, en una época de endiosamiento de la agresivi­dad y la acomodación, nos plantea una fábula inusitada que se asienta en principios como la no vio­lencia o la posibilidad de la autotransformación. En este caso, a la inversa de lo habitual, el reclamo de una película no fue tanto su factura visual como la carga pedagógicamente positiva del relato. A este respecto, creemos que puede resultar aleccionador comparar nuestro análisis de este film con el que dedicamos en su día a Toy story (Misión Joven 233(1995), 43], dos productos tan atractivos como divergentes en cuanto al modelo de mundo que reflejan.
 
Babe, un cerdito huérfano, es criado en una pequeña granja por una familia de perros pastores, en compañía de otros resignados animales. En la granja se siguen a rajatabla los dictados de la tra­dición y la lógica más zoológica: el destino de los cerdos está escrito sobre los platos de una buena mesa, porque el cerdo es y será siempre, en una granja decente, un futuro asado, como la oca, por ejemplo, un aprendiz de paté. Así mismo, por poner otro caso de tozudez inmovilista, desde tiem­pos inmemoriales los perros pastores han considerado a las ovejas seres estúpidos, incapaces de comprender un lenguaje distinto al de la amenaza y el ladrido: en el redil, sólo la mano dura asegura orden estable y un trasquilado perfecto.
La gran aventura de Babe consistirá, precisamente, en desmentir con su comportamiento estas sólidas convenciones y demostrar que los tópicos pueden ser abolidos con la fuerza de la autoesti­ma, la confianza en el otro y el diálogo: ni el cerdo está predestinado al tocino, ni las ovejas resultan tan tontas como para no comprender y aceptar las buenas maneras y el sentido común. En esta odisea, contará con el apoyo impagable de una oca que insiste en comportarse como un gallo con el único fin de librarse de un aciago porvenir dibujado en las líneas de una canapé, y del propio granjero, convencido de que Babe es algo más que una simple colección ambulante de embutidos.
Nuestro cerdito, con una fe ciega en sí mismo y en el prójimo, consigue, primero, posponer «su san martín» indefinidamente, a cambio de ejercer con admirables y originales dotes de mando como perro pastor; y, segundo, en su nueva vocación, revolucionará los métodos de pastoreo, guiando a sus ovejas con argumentos en lugar de con ladridos. En esta tarea le secundarán, además de la oca y el granjero, su madre adoptiva, perro pastor también, eso sí, de la vieja escuela, aunque fiel incon­dicionalmente a su Babe, y, sobre todo, a su propia honestidad, su falta de hipocresía y una absolu­ta fobia a los métodos violentos.
 
Esta fábula destaca por su transparencia y osadía a la hora de plantar sus ideas centrales: nadie es tan pequeño como la etiqueta que la sociedad le impone; la palabra macera las conciencias con más contundencia que el puñetazo; la confianza, el apoyo, la fe de los otros puede hacernos mover mon­tañas… u ovejas; todos podemos sacar de nosotros nuestro mejor yo. Pero, sobre todo, la película fascina porque propone un héroe y una forma de heroísmo inauditos. En estos tiempo de auge de la violencia en las relaciones sociales y de conformismo, Babe, el cerdito valiente constituye una autén­tica lección de asertividad y compromiso desobediente. Hoy, cuando andamos bastante necesitados de referentes que se escapen a los moldes establecidos, tal vez debamos volver la vista a este arque­tipo digno de imitar… que se camufla tras la corteza de un pequeño cerdito, ingenuo y sabio.
 
Jesús Villegas

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