A todo joven que quiera seguir a Jesucristo se le informa que…
No tiene por qué renunciar a su familia, a sus amigos, a su gente…
Sí tiene que poner todos los medios que estén a su disposición para ensanchar la gran familia humana, haciendo un hueco a Jesús, no como el huésped inoportuno que llega sin llamar, sino como el hermano mayor que, a la hora de la verdad, nunca falla.
No tiene por qué poseer un sinfín de cualidades, capacidades, recursos… que fascinen a todo aquel que se cruce en su camino…
Sí tiene que empeñarse en cultivar con toda clase de mimos y atenciones el tesoro que lleva dentro, pues de la abundancia del corazón, hablan las acciones.
No tiene por qué deshacerse de sus cosas materiales, ni romper con todo su pasado…
Sí debe afrontar el futuro con desparpajo y mucho amor, dando y dándose todo a todos, pues la verdadera generosidad para con el futuro consiste en darlo todo ahora, en el presente.
No debe tener el coeficiente intelectual por las nubes, ni ser el más listo de la clase…
Sí (esto es obligatorio) debe tener la actitud necesaria y las agallas suficientes para hacer algo grande y hermoso con su vida.
No debe, a la fuerza, “tomar los hábitos” o ingresar en el seminario…
Sí debe construir en su corazón una hermosa catedral, capaz de albergar e iluminar a tantas personas que buscan la felicidad sin contar con Dios.
No tiene por qué tener manías, ni ser el más rarillo de la pandilla…
Sí tiene que ser humano… ¡Qué digo humano!, muy humano, terriblemente humano.
No hace falta que crea a pies juntillas todo lo que le dicen… en la parroquia, en el colegio, en su grupo…
Sí es imprescindible que crea, a ojos cerrados, en el Amor, en el Amor con mayúsculas.
No puede estar todo el día refunfuñando, criticando lo mal que va este mundo…
Sí debe convertirse en un alegre cartero del Reino, de manera que lleve la Noticia Gozosa a todo aquel que busca un sentido a su vida.
No tiene por qué hablar con gran elocuencia y tener solución y respuestas para todo…
Sí debe, por el contrario, escuchar, escuchar mucho, sobre todo escuchar el grito de los más pequeños, de los más necesitados, porque en ellos está Dios de una manera muy especial.
No tiene por qué ser el compañero de clase o el hijo del panadero o la sobrina del párroco o…
Sí puedes (si tú quieres) ser tú mismo…
José María Escudero