A los 14 años vi un reportaje en la tele sobre las top models de moda (la Schieffer, la Evangelista y las demás), con sus tipazos, su seguridad sobre las pasarelas, su manera desafiante de mirar al tendido y, de fondo los flashes, que las hacían aéreas… divinas… Entonces me vino una fijación absoluta, una fijación que no me podía quitar de la cabeza: Irremediablemente tenía que ser modelo. Nome importaba si no llegaba a ser la número uno, tampoco tenía ningún entusiasmo por patear a mis rivales si éstas empezaban a ser un obstáculo en mi profesión, sólo me interesaba el glamour, la independencia y las pelillas que me podía ganar desde el principio… Siempre he tenido buen tipo. Además, la gente dice que me ríen los ojos, por eso siempre he salido bien las fotos.
Una mañana me busqué una agencia y tuve una dura entrevista con la directora. Tenía enfrente a una de esas mujeres tipo Alicia Koplovitz, con aplomo y belleza serena. Me observó como a una rata de laboratorio y, en seguida, me vinieron los castings. En uno de ellos, me pusieron delante de las cámaras, con foco castigador, y me hicieron toda clase de preguntas: qué tenía en el bolso, qué pensaba de la paz en Euskadi, qué opinaba de Antonio Banderas y que contara un chiste… cualquier cosa para ver cómo me deselvolvía. De la noche a la mañana, grabé un anuncio que pasaron mucho por la tele. Empecé a ser la niña bonita de la agencia, mis compañeros eran geniales y yo notaba que les caía bien.
Hice desfiles en cositas menores. El día de mi primer desfile serio (200.000 ptas./día) noté que los problemas llegaban solos. En primer lugar no nos daban de comer, nos trataban como escoria. Y encima, entre nosotras, se iniciaban rivalidades porque siempre había que ser la mejor. Noté que muchas de mis compañeras que se habían metido hasta el cuello en esto, andaban fumadas para aguantar. Parecían salidas de la serie Models: niña que se droga, que no come, que se convierte en un zombie, etc.
Una mañana, Antonio, un argentino con el que intimé rápido, me dijo que estaba engordando y que empezara a tomarme en serio las comidas. Me cogí una depresión de caballo. Alicia me saltó una tarde: «Hija, tampoco es para tanto. Haz lo que todas, echar la pota hasta enganchar con los cánones de belleza que te van. Vamos, no es una cosa del otro mundo. Fíjate en Vero, vomita sólo para que la ropa le quede un poco nás grande». En poco tiempo perdí 13 kilos. Por las mañanas tomaba fibra y leche. Llegó un momento en el que vomitaba instintivamente… se me empezaron a ver las costillas y las caderas… era asqueroso…
Ya estoy recuperadilla, menos mal, y todo esto me huele a historia.
Eva
«Los jóvenes ya no quieren tener hijos. No cabe escepticismo mayor. Así como los animales en cautiverio, nuestras jóvenes generaciones no se arriesgan a ser padres. Tal es el estado del mundo que les estamos entregando. ¿Cómo podríamos explicarles a nuestros abuelos que hemos llevado la vida a tal situación que muchos de los jóvenes se dejan morir porque no comen o vomitan los alimentos? Por falta de ganas de vivir o por cumplir con el mandato que nos inculca la televisión: la flacura histérica».
ERNESTO SABATO
«La concepción moderna define la hermosura como una característica estrictamente física, un valor autónomo desligado de todo valor moral.
Desde ese momento, la belleza no se relaciona con nada salvo consigo misma, se concibe como una cualidad física pura que sólo posee un valor estético v sexual».
GILES LIPOVETSKY
PARA HACER1. Tres textos, que tomamos de Calibán (n° 3, febrero 1999). ¿Qué nos parecen? |