Al ver, dos mil años después, a la gente enemistada por un trozo de tierra, por un absurdo posicionamiento político o por una equivocada defensa de una determinada religión, Jesús cambió de ubicación y, en lugar de subir a un monte, hoy, ahora mismo, se ha desplazado a nuestro colegio, a nuestra parroquia, dispuesto a enseñarnos con estas palabras: |
Bienaventurados los que trabajáis cada día por la paz, los que “no echáis balones fuera” esperando a que “los grandes peces gordos” (dígase políticos, obispos, líderes mundiales… los otros, siempre los otros) hagan el trabajo que corresponde obligatoriamente a cada persona.
Bienaventurados los que cada día entráis en guerra con vosotros mismos, una lucha interior que tiene lugar en vuestros corazones, una contienda que siempre, os lo repito, siempre, acaba con un vencedor: vosotros mismo, y ningún vencido.
Bienaventurados los que cada mañana cargáis vuestros corazones con la Buena Noticia y, a lo largo del día, sois capaces de arrojarla por vuestra boca, en forma de palabras amables, conciliadoras, constructivas, haciendo diana en los oídos y en los corazones de vuestros hermanos.
Bienaventurados los que, en lugar de usar el puño, utilizáis el abrazo; en lugar de construir muros, edificáis puentes; en lugar de encerraros en la trinchera de vuestras propias convicciones, solucionáis vuestros conflictos en el campo de batalla del diálogo y la comprensión; y en lugar de ver enemigos y rivales, os encontráis con amigos y hermanos.
Bienaventurados los que os apartáis de la indiferencia, de la complicidad; los que sois capaces de denunciar la violencia silenciosa de los que toleran un conflicto que se podía estar evitando… Y es que ya se sabe, para que el mal triunfe, para que la guerra comience, basta que los buenos no hagan nada.
Bienaventurados los que cada día dais un ultimátum, no al compañero o al vecino, sino a vosotros mismos: un ultimátum a vuestro egoísmo, a vuestra intolerancia, declarándolos la más sangrienta de las guerras.
Bienaventurados los que pagáis con vuestro tiempo y vuestros talentos el rescate de tantos hermanos heridos y vencidos por un mundo que les sigue considerando sospechosos, por el mero hecho de ser diferentes y poner en peligro su estado de bienestar y su conciencia a prueba de balas.
Y bienaventurados los que seáis capaces de acudir inmediatamente a la palabra de Dios, y buscar y llevar a la práctica lo que Jesús os dice (te dice a ti personalmente) en el capítulo 5 del evangelio de Mateo, del versículo 38 al versículo 48… ¿A qué esperáis?
J. M. de Palazuelo