BUENA NOTICIA, LENGUAJES Y RIESGOS

1 diciembre 1999

[vc_row][vc_column][vc_column_text]El arte es una fuerza interior, es vida, es una pasión irrefrenable para quien siente la necesidad de crear, de expresarse, y se convierte en una necesidad para los demás que no la viven de esa forma, pero que disfrutándola y compartiéndola, se hacen partícipes de esa apasionante experiencia.
Doy gracias a Dios por hacerme el regalo de poder expresarme y expresarle desde lenguajes creativos con los que conectan de corazón a corazón las gentes de toda la tierra. Sentirme un humilde creador y estar al servicio del Evangelio, Buena Noticia, desde el Arte, es un regalo que no me he buscado.
Estamos en un momento duro y con mentalidad agresivamente práctica, en la que solo tirarán «p’adelante» los que se hagan necesarios. Por eso hay tanta gente desahuciada, despreciada… En esa clasificación, a nadie se le ocurre meter a un artista con clase, ya haga música, pintura, danza, teatro, cine, literatura… No hacen nada práctico y son más que necesarios. «Sería terrible vivir sin música», reza un eslogan de una conocida emisora. Seguramente también lo sería sin cualquiera de las otras artes.
 
A pesar de lo dicho, hay que reconocer que en los discursos de cada día se tiende a enganchar continuamente el arte con la frivolidad. Si entramos en el campo de la fe, de la religiosidad, esta relación se hace casi siempre. Son eternos, a la par que difícilmente explicables, los problemas de las autoridades religiosas con asuntos como la mujer, la belleza, la juventud , la vanguardia, la frescura…
Cuando oigo críticas exigentes después de un domingo de liga, y la impresión que me transmiten los cronistas y aficionados superfutboleros —es que nadie juega bien al fútbol—, creo que de lo que se tiene necesidad es de arte, y se lo exigen tristemente a un deporte con sus características peculiares y limitadas. A lo peor, cuando exigimos a quienes tenemos al lado que sean más guapos/as, más inteligentes, con más atractivo, estamos colocando en estas personas una carencia de arte y sensibilidad que hay en nuestros días.
Soy músico y creo que no hay ningún lenguaje tan universal como la música. Tampoco hay un canal de comunicación tan omnipresente como ella, ni tan sutil para estar presente sin notarse en los hogares y en los ratos de amistad y amor de los jóvenes. Y, es probable que por lo dicho antes, con una capacidad tremenda de comunicar vivencias, de provocar estados de ánimo, en definitiva: de crear ideología y de forjar mentalidad.
 
Soy cristiano y mi deseo más grande sería el de transmitir valores, ilusiones y esperanzas de Evangelio a cualquiera de las personas que van a cualquier concierto, convivencia o liturgia en las que participo. La experiencia hasta hoy ha sido realmente positiva y viva en términos de gozo y anuncio. Cartas, testimonios, ratos de felicidad y encuentro con los hermanos y con Dios… Y el contenido y su calidad, que son fundamentales, creo que han ido detrás del compartir —desde la expresión artística— toda la vida, toda la fuerza de Dios que hayamos tenido la suerte de experimentar, todo el gozo del descubrimiento de una vida en el Evangelio.
Miles de jóvenes en un espacio que se hace de baile, de gritos y a la vez de oración, contagian ánimo y amor por el Reinado de Dios, más que muchos documentos pastorales. He vivido muchas veces, por ejemplo, cómo obispos han compartido esos ratos felices en calidad de hermanos que disfrutan sin temores de los gozos del Espíritu, del estar reunidos y unidos, del sentirse de forma humilde gente «con salero» que le da sabor a la vida. Eso es muy grande.
También he experimentado cómo eventos —con vocación de Buena Noticia para los que las reciben malas de parte de la vida—, han quedado frustrados por los temores infundados de «malos mensajes», de contenidos erróneos: la censura funcionando en pleno año 2000; el temor como criterio en las cosas del Dios que es Amor, la mano dura y nerviosa que ejerce el control apretando a la palomilla del espíritu que tal vez no está con mayúsculas en el público joven y en sus inquietudes atrevidas, pero es que el Espíritu sopla donde quiere y, aunque parezca que tiene menos fundamentos teológicos «hay que notar su rumor».
Con los problemas que presenta la vida, tendría que ser un alivio encontrarse con hermanos de fe en las movidas que con tanto esfuerzo se preparan. Y la verdad es que más de una vez resulta más cansado que alegre trabajar a ritmo de gente joven o de gente al margen, cuando esas autoridades temerosas arremetan contra todos los aspectos que aportan novedad y atractivo en función de salvaguardar la ortodoxia del acto.
 
Ya hay chavales de 20 años, con padres de 40, que no es que no crean o no practiquen, es que no han oído hablar de Jesús de Nazaret en su vida, y el tema les provoca una radical indiferencia. Sus experiencias de personas cercanas respecto de la fe, son siempre negativas. Estos no van a ir al templo a recibir la enseñanza de los apóstoles. Ni siquiera en bodas o en funerales; las cosas ya no son como antes. Habrá que acercarse y hablarles con otros lenguajes, hacerles atractivo el envoltorio de un mensaje que en sí mismo es una perla y que se va a anunciar de sobra él solito, pero al que no se llega si alguien no te lo enseña. Habrá que decir «venid y lo veréis» y acompañar el sobrecogimiento, el gozo y las preguntas de ese fortísimo encuentro con la Vida.
Hemos de asumir los retos del momento. Sin embargo, hoy no se está dispuesto a asumir esos riesgos que conlleva la creatividad y la búsqueda de lenguajes, en esta línea de lucha contra la herejía en la que nos hemos zambullido como si fuera el Medievo; en vez de darnos la bendición, la oración y un beso de hermanos cuando cualquier miembro de la Iglesia está dando un paso hacia la frontera, hacia los suburbios, hacia la necesidad de los que sufren y , por ello, tienen otros códigos… No hacen tanta falta sermones ni llamadas de atención. Hay algo peor —que ahora está más de moda—: ignorar la tarea pastoral de esa gente, de esa parte de la iglesia.
 
¡Qué os voy a contar, sino que la Vida tiene colores y notas emocionantes de Buena Noticia en cuanto nos ponemos en su sintonía!. Que la fe es lo más fuerte que vivimos y debe ser lo que provoque nuestras expresiones más ricas, más nuestras.
Una guitarra con una distorsión embriagadora es un cauce de anuncio y de oración para mucha gente. Una danza apasionada nos inunda de emociones puras, de las que nos hacen más a imagen y semejanza de Dios. Una canción irónica nos desmonta las falacias de esta forma de vida en la que parece que ni Dios, ni nuestra sensibilidad caben. Y a otros muchos hermanos no les gustará, y es respetable. Pero ya llevamos demasiado tiempo solamente en esa estética.
Seguiremos alabando a Dios con las cosas que El mismo nos sugiera y disfrutando del privilegio de sentirnos cerquita de tanta y tanta buena gente que ”somos una Familia, un auténtico mogollón, una iglesia divertida, que donde vamos armamos la de Dios”.
 
Miguel A. Marín («Migueli»)[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]