Caridad en la verdad

1 julio 2010

Materiales para la reflexión en grupos de fe

Eugenio Alburquerque Frutos
 
Benedicto XVI publica Caritas in veritate (CV) el 29 de junio del 2009. La encíclica se inscribe dentro de la amplia y honda historia de la moderna doctrina social de la Iglesia, cuyo comienzo se suele situar en el año 1891 con la publicación de la encíclica  Rerum novarum de León XIII. Con esta nueva encíclica social intenta responder a las nuevas necesidades del mundo y de la sociedad actual, marcada por la globalización, la crisis económica, la pobreza de millones de seres humanos y una inmoralidad generalizada. Ante los nuevos problemas sociales, Benedicto XVI concentra la atención, en el tema del desarrollo, para señalar la necesidad de un verdadero desarrollo integral de todo el hombre y de todos los hombres, superando la simple orientación técnica. Su mensaje central es precisamente éste: que la caridad, vivida en la verdad, “es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad” (CV 1). El corazón de la encíclica está en la llamada del Papa a reencontrar el sentido más profundo del obrar humano en el auténtico amor a Dios (que es Amor y Verdad) y en el amor gratuito y solidario a los hombres.
Desde este planteamiento, la encíclica aborda múltiples cuestiones: globalización, crisis económica, desigualdades sociales, migración, trabajo, seguridad social, sindicatos, empresa, ecología, crecimiento demográfico, familia, aborto, fecundación artificial, eclecticismo cultural, relativismo moral, técnica, comunicación social, educación, etc. En el centro está, como hemos dicho, el tema del desarrollo y de sus exigencias éticas. En estos materiales de trabajo, preparados para una reflexión sobre la encíclica en grupos de reflexión cristiana,  presento simplemente la enseñanza del Papa sobre algunas de las cuestiones que aborda la encíclica. No ahorran en modo alguno la lectura del documento. Al contrario, sería muy conveniente su lectura previa, o ir acompañando la reflexión que se propone con la lectura progresiva de los diferentes capítulos.
Para tener una visión de conjunto, ofrecemos en primer lugar un breve compendio de la encíclica. Después, hemos seleccionado simplemente siete cuestiones para el estudio y reflexión concreta del grupo. La metodología que presentamos es siempre la misma para las siete sesiones: seleccionamos un texto del documento sobre el tema; le sigue una breve orientación que intenta situar el texto y el tema de reflexión, y se proponen finalmente algunas cuestiones suficientemente abiertas para entablar el diálogo en el grupo. Si se realiza en un clima de reflexión cristiana, puede ser bueno que el animador lo inicie o concluya con una oración.
 

  1. Visión de conjunto de la encíclica

 
El capítulo primero sintetiza y presenta el mensaje central de la encíclica de Pablo VI, Populorum progressio, resaltando su actualidad en nuestros días. Para Benedicto XVI, Pablo VI entendió claramente que la cuestión social se había hecho mundial y compendió en el desarrollo, entendido humana y cristianamente, el corazón del mensaje social cristiano. Subraya, especialmente, la visión articulada e integral del desarrollo, que abarca la dimensión económica, cultural y política, y que tiene necesariamente un sentido moral, no puramente técnico.
Ante la comprensión de Pablo VI, Benedicto XVI se pregunta hasta qué punto se han cumplido sus expectativas. Pablo VI deseaba y auguraba un desarrollo económico que produjera un crecimiento real, sostenible y extensible a todos. Sin embargo, ha estado y está aún aquejado por desviaciones y problemas dramáticos. Todo esto exige “una nueva y más profunda reflexión sobre el sentido de la economía y de sus fines” (CV 32) y una revisión en profundidad del modelo de desarrollo. Más de 40 años después de la Populorum progressio, sigue siendo aún un problema abierto.
Quizás en este momento comienza la reflexión más original de Benedicto XVI. Invita, en el capítulo tercero, a no olvidar la realidad del pecado de los orígenes ni siquiera en la interpretación de los fenómenos sociales y en la construcción de la sociedad: hace tiempo que en la economía, dice, “se manifiestan los efectos del pecado” (34). El creerse autosuficiente ha llevado al hombre a abusar de los medios económicos y ha desembocado en sistemas que han tiranizado la libertad de la persona y de los organismos sociales. La caridad, dice el Papa, es un don absolutamente gratuito recibido de Dios. Por ello, la unidad y la comunión fraterna se construyen en la lógica del don, que no excluye la justicia, pero que exige al desarrollo económico y social dar espacio al principio de gratuidad, si quiere ser verdaderamente humano. En esta perspectiva contempla, por ejemplo, la problemática del mercado: necesita formas internas de solidaridad y de confianza para cumplir su propia función económica.
Tras esta reflexión sobre la importancia del don y la gratuidad, la encíclica se detiene en el capítulo cuarto en la responsabilidad humana y social ante el desarrollo. Trata de manera especial la relación entre derechos y deberes: la exacerbación de los derechos ha conducido y conduce al olvido de los deberes, cuando son los deberes los que, en realidad, delimitan los derechos. Respecto al desarrollo, esta armonía entre derechos y deberes debe tener en cuenta los problemas relacionados con el crecimiento demográfico, porque afecta a valores irrenunciables de la vida y de la familia. Del mismo modo, ha de tener en cuenta también la relación necesaria entre economía y ética: para su correcto funcionamiento la economía tiene necesidad de una ética “amiga de la persona”, que se fundamente en la centralidad de la persona. Y, finalmente, hoy el tema del desarrollo está muy unido a los deberes que nacen de la relación del hombre con el medio ambiente. Si es lícito que el hombre gobierne responsablemente la naturaleza para custodiarla, cultivarla y hacerla productiva, no se debe olvidar nunca el deber de dejar la tierra a las nuevas generaciones en un estado en que puedan habitarla dignamente y seguir cultivándola.
El capítulo quinto pone de relieve que el desarrollo necesita superar la soledad, propiciar la relación, integración y colaboración. Es decir, el desarrollo coincide con la inclusión relacional de todas las personas y de todos los pueblos en la única comunidad de la familia humana, que se construye sobre las bases de la solidaridad, la justicia y la paz. Y, una vez más, el Papa subraya que esta colaboración y cooperación para el desarrollo no debe contemplar sólo la dimensión económica, sino que ha de ser una verdadera ocasión para el encuentro cultural y humano. Esto implica seguir promoviendo como aspecto esencial del desarrollo, un mayor acceso a la educación y una atención particular al fenómeno de las migraciones.
Finalmente, el último capítulo está dedicado al progreso tecnológico, que en la actualidad está estrechamente unido al problema del desarrollo. De hecho se está considerando ya con frecuencia el desarrollo como una cuestión exclusivamente técnica, cuando, sin embargo, resulta imposible sin hombres rectos, sin agentes económicos y políticos que sientan fuertemente la llamada al bien común. En esta perspectiva, señala la influencia de los medios de comunicación social en el desarrollo tecnológico y el importante papel que representa actualmente la bioética.
 

  1. Ante la crisis económica

 
Se ha de reconocer que el desarrollo económico ha estado y está aún aquejado por desviaciones y problemas dramáticos, que la crisis actual ha puesto todavía más de manifiesto. Ésta nos pone improrrogablemente ante decisiones que afectan cada vez más al destino mismo del hombre, el cual, por lo demás, no puede prescindir de su naturaleza. Las fuerzas técnicas que se mueven, las interrelaciones planetarias, los efectos perniciosos sobre la economía real de una actividad financiera mal utilizada y en buena parte especulativa, los imponentes flujos migratorios, frecuentemente provocados y después no gestionados adecuadamente, o la explotación sin reglas de los recursos de la tierra, nos induce hoy a reflexionar sobre las medidas necesarias para solucionar problemas que no sólo son nuevos, sino también, y sobre todo, que tienen un efecto decisivo para el bien presente y futuro de la humanidad. Los aspectos de la crisis y sus soluciones, así como la posibilidad de un futuro nuevo desarrollo, están cada vez más interrelacionados, se implican recíprocamente, requieren nuevos esfuerzos de comprensión unitaria y una nueva síntesis humanista” (CV 21).
 
Benedicto XVI muestra  una preocupación honda ante la situación actual de crisis y ante sus efectos perniciosos sobre la economía real que, como explica, expresa la complejidad y gravedad de la situación económica actual. Comprende que se trata de una crisis financiera, hipotecaria, especulativa, pero que además tiene un carácter global.
Ante la crisis económica, la encíclica hace una viva llamada a revisar nuestros caminos, a darnos nuevas reglas, a encontrar nuevas formas de compromiso. Sólo así puede convertirse en ocasión de discernir y proyectar de un modo nuevo. Pero es necesario, especialmente, que las finanzas vuelvan a ser un instrumento encaminado a producir mejor riqueza y desarrollo. Por ello, se requiere que sean utilizadas de manera ética. El sistema financiero, según el Papa, ha de tener como meta el sostenimiento de un verdadero desarrollo. La búsqueda de soluciones para la actual crisis económica pasa por la ayuda al desarrollo de los países pobres. En esta perspectiva, “los estados económicamente más desarrollados harán lo posible para destinar mayores porcentajes de su producto interior bruto para ayudas al desarrollo” (CV 60). En este sentido, la encíclica ofrece algunas posibles pistas, como por ejemplo la subsidiariedad fiscal, que permitiría a los ciudadanos decidir sobre el destino de los porcentajes de los impuestos que pagan al Estado.
 

  1. ¿Cuál es nuestra percepción personal de la actual crisis económica? ¿Cuáles están siendo sus efectos y consecuencias? ¿Cómo es sufrida en nuestro entorno (ciudad, pueblo, barrio, vecinos)? ¿Cómo está repercutiendo en nuestra propia vida?
  2. ¿Cómo es presentada en la encíclica? ¿Qué aspectos del documento me parecen más relevantes?
  3. ¿Qué medios y medidas nos parecen que se deben adoptar para remediarla?

 

  1. Globalización y ética

 
La novedad principal ha sido el estallido de la interdependencia planetaria, ya comúnmente llamada globalización. Es sorprendente el alcance e ímpetu de su auge. Surgido en los países económicamente desarrollados este proceso ha implicado por su naturaleza a todas las economías. Ha sido el motor principal para que regiones enteras superaran el subdesarrollo y es, de por sí, una gran oportunidad. Sin embargo, sin la guía de la caridad en la verdad, este impulso planetario puede contribuir a crear riesgo de daños hasta ahora desconocidos y nuevas divisiones en la familia humana (CV 33).
 
Dice Benedicto XVI que es necesario situar el desafío del amor en la verdad en un mundo en progresiva y expansiva globalización. Si Pablo VI la había entrevisto parcialmente, el estallido de la interdependencia planetaria que hoy llamamos globalización, sigue sorprendiendo. Afecta a todas las economías, y penetra no sólo en un pretendido mercado único, sino también en el pensamiento y en la cultura. Además del número indicado pueden leerse los números: 9, 42 y 67.
El Papa reconoce que este proceso planetario puede crear grandes daños incluso hasta ahora desconocidos y nuevas divisiones en la familia humana. Pero no la demoniza; no se pone del lado de quienes piensan que la globalización lleva en su seno una profunda injusticia estructural, que necesariamente desemboca en un “mundo dual” de ricos y pobres. La contempla, en cambio, como una gran oportunidad para que regiones enteras puedan superar el subdesarrollo. Pero subraya: es imprescindible para ello el impulso de la caridad en la verdad. Y ante este proceso imparable de interdependencia mundial, propone: revalorizar la función de los Estados para afrontar los límites que está imponiendo a su soberanía el nuevo contexto económico, comercial y financiero de la globalización; avivar y poner en práctica los principios de solidaridad y subsidiariedad para orientarla al verdadero desarrollo; emprender decididamente la reforma tanto de la Organización de las Naciones Unidas como de la estructura económica y financiera internacional; y urgir también la presencia de una verdadera Autoridad política mundial (CV 67), que fue ya esbozada por Juan XXIII y por Juan Pablo II.
 

  1. ¿Cómo entendemos la globalización? ¿Cuáles son sus rasgos y características más importantes?
  2. ¿Cuál es la visión de la encíclica sobre la globalización?
  3. ¿La globalización constituye realmente una oportunidad para todos los países?

 

  1. Compromiso por un desarrollo integral

 
Decir que el desarrollo es vocación equivale a reconocer, por un lado, que éste nace de una llamada trascendente y, por otro, que es incapaz de darse su significado último por sí mismo (16). El desarrollo humano integral supone la libertad responsable de la persona y de los pueblos: ninguna estructura puede garantizar el desarrollo desde fuera y por encima de la responsabilidad humana (17). Pablo VI tenía una visión articulada del desarrollo. Con este término quiso indicar ante todo el objetivo de que los pueblos salieran el hambre, la miseria, las enfermedades endémicas y el analfabetismo. Desde el punto de vista económico, eso significaba su participación activa y en condiciones de igualdad en el proceso económico internacional; desde el punto de vista social, su evolución hacia sociedades solidarias y con buen nivel de formación; desde el punto de vista político, la consolidación de regímenes democráticos, capaces de asegurar libertad y paz (21).
 
El desarrollo es el tema central de la encíclica. Benedicto XV defiende que “toda la Iglesia, en todo su ser y obrar, cuando anuncia, celebra y actúa en la caridad, tiende a promover el desarrollo integral del hombre”, que “el auténtico desarrollo del hombre concierne de manera unitaria a la totalidad de la persona en todas sus dimensiones”, y “exige una visión trascendente de la persona, necesita a Dios”. Además del número seleccionado, pueden leerse los números: 11, 16, 17, 18, 19, 20, 22, 68, 69, 70 y 71.
Quizá, lo primero que hay que destacar es que el magisterio pontificio se decanta por un desarrollo integral: “de todo el hombre y de todos los hombres”. Benedicto XVI lo sitúa claramente en la comprensión de la vocación trascendente de la criatura, creada a imagen de Dios. En su fuente y en su esencia, el desarrollo es una vocación. Supone la libertad responsable de la persona y de los pueblos, exige que se respete la verdad y comporta que su centro es la caridad. Se trata de la superación de una visión reductiva del desarrollo, muy extendida actualmente. No basta un desarrollo puramente económico, ni meramente técnico. El desarrollo integral, al referirse a la vocación trascendente de la persona, postula necesariamente una dimensión ética y espiritual.
La encíclica dedica el último capítulo a denunciar la mentalidad tecnicista actual que tiende a hacer coincidir “la verdad con lo factible” (CV 70), proponiendo como único criterio de verdad la eficacia y la utilidad. Contra tal mentalidad señala que “la clave del desarrollo está en una inteligencia capaz de entender la técnica y de captar el significado plenamente humano del quehacer del hombre, según el horizonte del sentido de la persona considerada en la globalidad de su ser” (CV 70). Son necesarias, pues, la competencia profesional y la coherencia moral; y es urgente la formación para un uso ético y responsable de la técnica.
 

  1. ¿Cómo entendemos el desarrollo de la persona y el desarrollo de los pueblos?
  2. ¿Qué puntos de la encíclica sobre el desarrollo nos parecen más importantes para el compromiso social de los cristianos?
  3. ¿Vivimos realmente un desarrollo integral o lo reducimos con frecuencia simplemente a su dimensión económica, técnica o política? ¿Reconocemos la dimensión humana, ética y espiritual del desarrollo?

 

  1. Desarrollo y ecología

 
El tema del desarrollo está muy unido hoy a los deberes que nacen de la relación del hombre con el ambiente natural. Éste es un don de Dios para todos y su uso representa para nosotros una responsabilidad para con los pobres, las generaciones futuras y toda la humanidad… El creyente reconoce en la naturaleza el maravilloso resultado de la intervención creadora de Dios, que el hombre puede utilizar responsablemente para satisfacer sus legítimas necesidades, respetando el equilibrio inherente a la creación misma. Si se desvanece esta visión, se acaba por considerar la naturaleza como un tabú intocable o, al contrario, por abusar de ella. Ambas posturas no son conformes con la visión cristiana de la naturaleza, fruto de la creación de Dios. La naturaleza es expresión de un proyecto de amor y de verdad. Ella nos precede y nos ha sido dada por Dios como ámbito de vida. Nos habla del Creador y de su amor a la humanidad (CV 48).
 
El problema ecológico es un problema antropológico y ético, profundamente unido al desarrollo. La doctrina social de la Iglesia comienza a preocuparse de la ecología en los documentos posteriores al Vaticano II. Benedicto XVI alude a los problemas de la ecología en diversos pasajes de la encíclica. Pero lo trata de forma expresa y detenida en el capítulo cuarto en el marco de la relación entre los derechos y deberes concernientes al desarrollo. La encíclica defiende que la naturaleza es un don de Dios para todos; por tanto, su uso implica siempre una responsabilidad para con los pobres, las generaciones futuras y toda la humanidad. Además del número seleccionado, pueden leerse los números: 49 y 50.
La visión pontificia sobre la naturaleza dista tanto de quienes la consideran como un tabú intocable como de la de quienes la ven simplemente como un medio para usar y abusar según los propios intereses. El Papa anima a reconocerla como “el maravilloso resultado de la intervención creadora de Dios, que el hombre puede utilizar responsablemente”. Es expresión de un proyecto de amor y de verdad. Si es lícito cultivarla y hacerla productiva, también con métodos nuevos y tecnologías avanzadas, lo es para que pueda acoger y alimentar dignamente a la población que la habita. Pero el Papa proclama, al mismo tiempo, que es un debe muy grave el dejar la tierra a las nuevas generaciones en un estado en el que puedan habitarla dignamente y seguir cultivándola. En este sentido anima a fortalecer la alianza entre el ser humano y el medio ambiente; una alianza que sea reflejo del amor creador de Dios.
 

  1. ¿Cuál es la relación que existe entre desarrollo y ecología? ¿En qué sentido la ecología constituye un problema ética? ¿Cuál es hoy el alcance de este problema?
  2. ¿Cuál es la visión que ofrece la encíclica sobre la ecología? ¿Qué puntos nos parecen de mayor interés e importancia?
  3. ¿Qué responsabilidades y compromisos morales implica el respeto a la naturaleza y al medio ambiente?

 

  1. Por una ecología humana

 
El modo en que el hombre trata el ambiente influye en la manera en que se trata a sí mismo, y viceversa… La Iglesia tiene una responsabilidad respecto a la creación y la debe hacer valer en público. Y, al hacerlo, no sólo debe defender la tierra, el agua y el aire como dones de la creación que pertenecen a todos. Debe proteger sobre todo al hombre contra la destrucción de sí mismo. Es necesario que exista una especie de ecología del hombre bien entendida. En efecto, la degradación de la naturaleza está estrechamente unida a la cultura que modela la convivencia humana: cuando se respeta la “ecología humana” en la sociedad, también la ecología ambiental se beneficia… Si no se respeta el derecho a la vida y a la muerte natural, si se hace artificial la concepción, la gestación y el nacimiento del hombre, si se sacrifican embriones humanos a la investigación, la conciencia común acaba perdiendo el concepto de ecología humana y con ello de la ecología ambiental. Es una contradicción pedir a las nuevas generaciones el respeto al ambiente natural, cuando la educación y las leyes no las ayudan a respetarse a sí mismas (CV 51).
 
En el marco de la responsabilidad respecto a la creación, introduce Benedicto XVI la cuestión de la ecología humana. La Iglesia, afirma el Papa, “no sólo debe defender la tierra, el agua y el aire… Debe proteger sobre todo al hombre contra la destrucción de sí mismo”.
La expresión ecología humana fue utilizada ya por Juan Pablo II en Centesimus annus (n. 38). Benedicto XVI la recoge, la recrea y la propone con una nueva densidad. El Papa explica que para salvaguardar la naturaleza es importante la instrucción y también los incentivos económicos. Pero todo esto no basta; lo decisivo es “la capacidad moral global de la sociedad”. Y declara de forma muy concreta: “Si no se respeta el derecho a la vida y a la muerte natural…, la conciencia común acaba perdiendo el concepto de ecología humana y con ello de la ecología ambiental”. El Papa denuncia, pues, esa grave contradicción actual tan extendida, que alardea y pide a las nuevas generaciones el respeto del medio ambiente, cuando la educación y las leyes no las ayudan a respetarse a sí mismas. Es decir, ¿por qué la preocupación por el medio ambiente no incluye el ser y estar por la vida? Aquí encontramos una interpelación educativa de gran calado. Hemos de ser, en la comunidad cristiana, más conscientes de la necesidad de promover una cultura de la vida, y de orientar éticamente ante tantas contradicciones, incoherencias y ambigüedades que transmite la cultura actual.
Ante tales contradicciones culturales, Caritas in veritate recuerda que el libro de la naturaleza es uno e indivisible, “tanto en lo que concierne a la vida, la sexualidad, el matrimonio, la familia, las relaciones sociales, en una palabra, el desarrollo humano integral” (CV 51). Por ello, los deberes respecto al medio ambiente están relacionados con los que tenemos para con las personas. No se pueden exigir unos y olvidar otros. Esta antinomia de la mentalidad y de la cultura actual envilece a la persona, degrada el ambiente y daña a la sociedad.
 

  1. ¿Estamos de acuerdo con la relación que establece la encíclica entre ecología ambiental y ecología humana?
  2. ¿Por qué existen actualmente tantas contradicciones entre una y otra?
  3. ¿Sentimos en la comunidad cristiana el compromiso ético de promover una cultura de la vida?

 

  1. La lógica del don

 
El sector económico no es ni éticamente neutro ni inhumano o antisocial por naturaleza. Es una actividad del hombre y, precisamente porque es humana, debe ser articulada e institucionalizada éticamente. El gran desafío que tenemos, planteado por las dificultades del desarrollo en este tiempo de globalización y agravado por la crisis económico-financiera actual, es mostrar, tanto en el orden de las ideas como de los comportamientos, que no sólo no pueden olvidar o debilitar los principios tradicionales de la ética social, como la transparencia, la honestidad y la responsabilidad, sino que en las relaciones mercantiles el principio de gratuidad y la lógica del don, como expresiones de fraternidad, pueden y deben tener espacio en la actividad económica ordinaria. Esto es una exigencia del hombre en el momento actual, pero también de la razón económica misma. Una exigencia de la caridad y de la verdad al mismo tiempo (CV 36).
 
A la luz del sentido trascendente de la persona y de la primacía de Dios, como también del significado mismo de la caridad, que es gracia, amor recibido y ofrecido, amor que brota del Padre y es “derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo”, introduce Benedicto XVI el principio teológico que llama principio de la gratuidad, que propone no sólo como una exigencia ética o religiosa, abstracta, sino como una exigencia real y concreta de la misma economía, especialmente en esta época de globalización. Pueden leerse, además del número seleccionado, los siguientes: 34, 35, 37, 38 y 39.
Contra la pretensión de la economía de exonerarse de todo influjo de carácter moral, el Papa propone otra lógica muy distinta. Es, en realidad la lógica de la caridad: “Al ser un don absolutamente gratuito de Dios, irrumpe en nuestra vida como algo que no es debido, que trasciende toda ley de justicia”. Y, al ser un don recibido por todos, “la caridad en la verdad es un fuerza que funda la comunidad, unifica a los hombres de manera que no haya barreras o confines (CV 34). No es que la lógica del don excluya la justicia, ni se yuxtaponga simplemente a ella como una añadidura externa, pero si el desarrollo social, económico y político quiere ser auténticamente humano, “necesita dar espacio al principio de gratuidad como expresión de fraternidad” (CV 34). La economía globalizada, que privilegia la lógica del intercambio contractual, necesita también entrar en la lógica del don.
Benedicto XVI explica que antes se solía pensar que lo primero era la justicia y que la gratuidad venía después como un complemento. Hoy, subraya, “es necesario decir que sin la gratuidad no se alcanza ni siquiera la justicia” (CV 38). Por ello, en esta ápoca de globalización, la actividad económica no puede prescindir de la gratuidad, que fomenta la auténtica solidaridad y extiende la responsabilidad por la justicia y el bien común. Y, ciertamente, la victoria sobre el subdesarrollo requiere no sólo la transferencia de estructuras asistenciales o la mejora de las transacciones basadas en la compraventa, sino, sobre todo, la apertura progresiva a una actividad económica caracterizada por formas de de solidaridad, comunión y gratuidad (cf. CV 39).
La lógica mercantil tiene que llegar a superar las leyes del contrato y la equivalencia. Está sometido a los principios de la justicia conmutativa; pero éstos no bastan. Sin formas internas de solidaridad y de confianza recíproca, el mercado no puede cumplir plenamente su propia función económica. Es éste uno de los aspectos presentes en la crisis actual. Entrar en la lógica del don, es, quizá, el compromiso más radical que presenta el Papa, desde una óptica verdaderamente evangélica, ante la grave situación actual.
 

  1. ¿Qué representa el principio de gratuidad en la perspectiva de una ética social? ¿Cómo lo entiende la encíclica? ¿Cuál es su fundamento? ¿Cuáles pueden ser sus consecuencias?
  2. ¿Cómo juzgamos el principio de gratuidad? ¿Es posible realizarlo? ¿Es realmente un principio evangélico?
  3. ¿Cómo compromete nuestra propia vida cristiana el principio de gratuidad?

 

  1. Caridad y verdad

 
La caridad en la verdad de la que Jesucristo se ha hecho testigo con su vida terrenal y, sobre todo, con su muerte y resurrección, es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad (CV 1). La caridad es la vía maestra de la doctrina social de la Iglesia. Todas las responsabilidades y compromisos trazados por esta doctrina provienen de la caridad, que es la síntesis de toda la Ley. Ella da verdadera sustancia a la relación personal con Dios y con el prójimo; no es sólo el principio de las micro-relaciones, como en las amistades, la familia, el pequeño grupo, sino también de las macro-relaciones sociales, económicas y políticas… La caridad es el don más grande que Dios ha dado a los hombres, es su promesa y nuestra esperanza (CV 2). Sólo en la verdad resplandece la caridad y puede ser vivida auténticamente. La verdad es luz que da sentido y valor a la caridad (CV 3).
 
Benedicto XVI introduce el documento afirmando que la caridad constituye la primera fuerza impulsora del auténtico desarrollo humano y social; y, consciente de las desviaciones sufridas a lo largo de los siglos que han llegado a oscurecer su importancia en el ámbito social, económico o político, defiende enseguida la necesidad de unirla con la verdad. Según el pontífice, caridad en la verdad es el principio sobre el que gira, en realidad, toda la doctrina social de la Iglesia; y este principio adquiere forma operativa en nuevos criterios que orientan la acción moral. Entre ellos, la justicia y el bien común.
Caridad en la verdad constituye el hilo conductor de todo el documento. No es sólo el corazón de la encíclica, sino también la estrella polar que orienta tanto el análisis como su posible solución. Para el Papa, “todo proviene de la caridad y todo adquiere forma por ella”; y la caridad ha de entenderse, valorarse y practicarse a la luz de la verdad. Precisamente por estar impregnada de verdad, la caridad puede ser comprendida por el hombre en toda su riqueza, y puede ser también compartida y comunicada. Pueden leerse, además de los números citados, los siguientes: 4, 5, 6, 7, 8 y 9.
 

  1. ¿Cuál es el verdadero sentido cristiano de la caridad? ¿Llega realmente a las relaciones sociales, a las instituciones y estructuras? ¿Fundamenta la justicia?
  2. ¿Por qué la encíclica al pone en relación a la verdad? ¿Realmente el binomio caridad-verdad es capaz de orientar un nuevo desarrollo humano y social?
  3. ¿Hasta que punto la caridad-verdad orientan la vida de los cristianos, de las comunidades cristianas, nuestras propias vidas?