CARISMA Y MISIÓN COMPARTIDA

1 mayo 2010

“La Iglesia peregrinante es misionera por su naturaleza,

Puesto que procede de la misión del Hijo y de la misión del Espíritu Santo,

Según el designio de Dios Padre” (Ad Gentes 2)

 
A nuestro momento pastoral no le faltan dificultades, que pueden explicar, a veces, un cierto desánimo. Pero quien tiene bien abiertos los ojos puede descubrir signos de gran esperanza. De entre estos signos, hoy, quisiera subrayar la presencia de muchos laicos y laicas comprometidos vocacionalmente con el trabajo pastoral.
No falta mucho para que se cumplan los cincuenta años del inicio del Concilio Vaticano II. Algunos teólogos nos proponen leer nuevamente los textos conciliares, la hoja de ruta donde se mueve la Iglesia.
Para preparar esta presentación he seguido este consejo y he vuelto a leer, con gozo, algunos textos conciliares. Es un ejercicio muy recomendable no sólo para teólogos sino para quienes nos dedicamos a la pastoral.
 
Una gracia en la Iglesia
Leyendo estos documentos lo primero que descubro es que la presencia de un laicado cada día más consistente y comprometido con la misión es una gracia para la Iglesia. “La Iglesia no está verdaderamente formada, ni vive plenamente, ni es representación perfecta de Cristo entre las gentes, mientras no exista y trabaje con la jerarquía un laicado propiamente dicho” (AG, 21). Los Padres Conciliares lo tenían claro.
 
Comunión y misión
He puesto al comienzo de esta página el número 2 del decreto conciliar Ad Gentes. Es el último documento del Concilio. En este decreto los Padres Conciliares hablan de la misión.
Presentan, de manera sencilla y profunda, a la Iglesia como un pueblo, una comunión. Al hablar de la misión la sitúan como participación en la comunión del Dios Trinitario. Dan un sentido hermoso a la palabra misión: Dios, en medio del mundo, como amor salvador.
Nosotros participamos de la misión de Dios, de su proyecto misionero. Recordar estas cosas nos puede ayudar; y así, no perder perspectiva. En ocasiones nos parece estar solos en la misión. En esos momentos deberíamos recordar que este empeño misionero es de Dios, que con él colaboramos. Dios está empeñado en hacer salvación. “Nuestra tarea es cooperar con la presencia de Dios en el mundo, no hacerlo solos” (Schreiter).
El texto que comentamos da a entender que la misión no es una opción de la Iglesia, sino que es parte de su identidad. Así como la comunión es, también, parte de su identidad. Comunión y misión van unidas. Por lo tanto, comunión y misión, son dos focos que se iluminan mutuamente. Comunión y misión son características del Dios Trinitario y del pueblo de Dios. La Iglesia es una comunión en misión. Y la comunión de los fieles entre sí nace su comunión con Cristo; reflejo de la comunión trinitaria.
El Papa Benedicto recuerda este impulso conciliar. Al dirigir unas palabras a los Obispos de Escocia, de visita Ad Limina, dice: “Dondequiera que los fieles laicos vivan su vocación bautismal —en la familia, en casa, en el trabajo— participan activamente en la misión de la Iglesia de santificar al mundo” (Benedicto XVI).
Estas reflexiones conciliares tienen muchas concreciones prácticas. Podríamos sacar algunas conclusiones. La primera es afirmar la necesidad de hombres y mujeres (sacerdotes, religiosos y laicos) que vivan y transmitan comunión. La segunda: la fe trinitaria nos debería ayudar a abrirnos a los demás en su originalidad y vocación concreta, por su diversidad y complementariedad.
 
Comunión y misión en las primera comunidades
Las primeras comunidades se plantean de distinta manera la misión. Hay comunidades que priorizan un método misionero hacia fuera. Es el método del anuncio, del esfuerzo por hacer discípulos del Señor. “Id y haced discípulos entre todos los pueblos” (Mateo 28,19). Toda nuestra pastoral, todos nuestros esfuerzos misioneros son ecos de aquel mandato.
Pero hay otras comunidades que ponen el acento misionero en el contagio, en  la vida de las comunidades y de los cristianos. “Lo que vimos y oímos os lo anunciamos también a vosotros para que compartáis nuestra vida, como nosotros compartimos con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto para que se colme vuestra alegría” (1Juan 1,3-4). Cuando hablamos de la importancia de la visibilidad de la comunidad misionera estamos subrayando esta perspectiva.
 
De la cooperación al carisma compartido
El Concilio hablaba de cooperación (AG 36), hoy se prefiere hablar de carisma y misión compartida (Vita Consecrata, 55). La misión compartida poco a poco va haciéndose vida en los distintos carismas. Las experiencias están cada día más asentadas, como podemos ver en este número de nuestra revista.
 
Sobre los artículos
Este número de Misión Joven comienza con un estudio de Estrella Moreno. Reconoce la fuerza que la vocación laical va tomando en la Iglesia. Para explicar este fenómeno, dice, podemos fijarnos en el avance teológico y, también, es otras causas histórico-coyunturales. Propone seguir avanzando en colaboración y corresponsabilidad.
El segundo artículo lo firma Antonio Botana. Su estudio se centra en la eclesiología de comunión. Su reflexión, bien fundamentada, recoge algunos avances de los tres grandes documentos del magisterio sobre la misión: Ad Gentes (1965), Evangelii Nuntiandi (1975), Redemptor Missio (1991).
Juan Bosco Sancho habla de la comunidad educativa y pastoral. En ella tienen su sitio seglares y religiosos, educadores y familias, hombres y mujeres, jóvenes y adultos. Propone unos caminos de crecimiento para estas comunidades: implicación, corresponsabilidad, comunicación, formación.
 
Descubrir la propia vocación y misión
Se preguntaba el Padre Tillard hace ya más de veinte años: “En el año 2000, pues, ¿quién evangelizará? Habrá de ser la comunidad cristiana como tal en la comunión viva de laicos, religiosos y clérigos(posiblemente pocos numerosos, ahí contando con los diáconos permanentes) unidos por el ministerio del obispo”.
 

Koldo Gutiérrez

 
 

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