Querida Esther:
Ahora las niñas y los niños andáis parejas en eso del arte de la queja: <<Somos como monos, a los que se trata como borregos», me cuentas; «cuanto mejor es el rebaño, más fácil lo tiene el pastor»; «formamos un rebaño de cerebros, más entrenados para competir que para cooperar».
En cualquier caso, me parece que las chicas sois siempre un poco más dúctiles, un poco más autocríticas, quizá porque todavía hay algo que os hace ser más cariñosas: «De todos modos -me escribes- tengo que reconocer que los jóvenes de ahora somos muy intuitivos, y que rápidamente captamos incluso las cosas más sutiles.
He visto profesores y padres hundirse ante ‘jaurías de chiquillos’, y consumirse incapaces de responder a las acusaciones, tensiones de todo tipo, y a veces incluso insultos dirigídos a ellos. Y les he visto llorar… Desgraciadamente, la sociedad nos ha hecho así acechar como buitres para aprovechar el más mínimo desliz y sacar las entrañas a aquellos que, al fin y al cabo, nos rodean.
Por eso algunos mayores nos tienen un poco de miedo. Algunos pretenden ganarse nuestra simpatía aparentando ser unos ‘coleguillas’, ¡qué ridículos os ponéis entonces, se os ve el plumero!»
Añades luego que la cosa tiene remedio difícil, dada la tendencia de los adultos a considerar de menos al joven, pero que tampoco es eso de cabritos los adultos, corderos los jóvenes: «Personalmente -me dices- prefiero al adulto que sabe ganarse nuestro aprecio y nuestro respeto por nuestras propias convicciones de amistad sin que por eso nos considere tan adultos como él. Alguien que sabe estar en su sitio como adulto, pero que no se escuerna por demostramos que es superior a nosotros ni se pasa el día marcando las distancias». Querida Esther, cuánta razón llevas también en eso de que «al adulto serio le escuchas, al adulto menos serio simplemente le oyes; al adulto bueno le observas, al adulto adulterado sólo le ves; al adulto decente te acercas y le quieres, al menos decente le rehúyes». Yo te agradezco que sepas discernir como lo haces, y eso sólo puede venir de alguien como tú, no de una mirada narcisista, pues, como dijera don Antonio Machado en aquellos «Proverbios y cantares» que te recomiendo,
«Ese tu Narciso ya no se ve en el espejo porque es el espejo mismo».
La verdad es que tú eres tú y tus adultos, lo mismo que cada uno de nosotros puede decir «yo soy yo y mis circunstancias»: si mejoras la circunstancia mejoras la propia estancia. Quejarse por quejarse dará muy bien en la foto del narcisista, pero no es operativo. Y tú eres lista, Esther. Incluso creo que eres por lo menos un poquito buena. ¡Por lo menos! Hasta pronto, escríbeme, ciao.
CARLOS DíAz
«Mensajero de San Antonio», enero 1998
Para hacer 1. Concluir las frases: «Los jóvenes de ahora somos…» «Prefiero al adulto que…». Comentar y estructurar lo que ha salido. 2. Leer después esta carta y comparar con lo que ha salido en el punto 1. 3. ¿Qué nos parece lo que dice Esther? Recalcar dos ideas con las que se está de acuerdo y destacar otras dos con las que se está en desacuerdo. 4. Esta carta, más que una contestación, es un resumen de lo que escribe (lo que piensa y vive) una joven. Escribir una carta sobre un tema concreto, en la que se refleje lo que pensamos y vivimos. Y enviarla al destinatario más apropiado. |