[vc_row][vc_column][vc_column_text]Querido amigo, que vas a celebrar el sacramento de la Confirmación. Permíteme una reflexión en torno a este paso importante que pronto vas a dar. Mi carta, además, es una forma de responder a algunas de tus dudas y a lo que los catequistas te proponen.
Puede ser que en el fondo te surjan preguntas como estas: ¿Por qué hay que pasar por el rito sacramental de la Confirmación? ¿Dice algo la Biblia sobre este sacramento? ¿De dónde procede? ¿Qué significan los signos que se hacen en esa celebración?
Unas preguntas lógicas para alguien que, como tú, vives tu juventud en constante actitud de búsqueda y que no te conformas con cualquier cosa, sino que intentas llegar al fondo y más en este tema de la fe. Iré por partes intentando descubrir y descubrirte una respuesta.
1. El Espíritu de Dios, motor del Antiguo Testamento
En el Antiguo Testamento encontramos una referencia tan clara como actual: la dispersión de Babel (cf. Gn 11,1-9). La Tierra entera hablaba una misma lengua y usaban las mismas palabras. Quisieron edificar una torre que llegara hasta el cielo con el deseo de ser famosos y no dispersarse. Emplearon material deficiente y sus motivos dejaban mucho que desear. El Señor confundió la lengua de todos y los dispersó por toda la superficie de la tierra.
Babel… ¿Qué puede significar Babel? Lo más sencillo es suponer que el autor de este texto pretenda dar una respuesta religiosa al origen de la diversidad lingüística; y, a la vez, es un intento de dar sentido a la realidad de la dispersión humana. Hoy decimos que cada uno va a lo suyo. Babel es dispersión, falta de entendimiento, soledad en medio de mucha gente… Sí, así es Babel: allí no hay quien se entienda.
Por esto, Dios, entonces y ahora, sigue enviando su Espíritu vivificador para renovar la faz de la Tierra y dar a nuestro mundo un tono divino y un sabor humano. Y así lo hizo al principio (cf. Gn 1): sopló su aliento —el espíritu de Dios— en la creación del hombre (cf. Gn 2,7) para que participara de su misión creadora.
Este soplo de Dios, que nos ha creado a través de nuestros padres, es el mismo que a lo largo de toda la historia ha dado equilibrio y sentido a nuestro mundo y ha actuado en el corazón del hombre. Sí, así es la pedagogía de Dios: llega al corazón, se cuela en nuestra intimidad, nos transforma y orienta. De la dispersión —hoy hablamos del despiste, marginación, individualismo— caminamos hacia la integración y la unidad.
En este tiempo de promesa, Yahvé con su aliento divino mueve a cada persona en la búsqueda de un amor verdadero para construir la paz. Este espíritu —aliento y soplo de Dios— provoca en cada persona cuanto hay de verdadero, nos impulsa a superarnos, a mirar más allá de nosotros mismos y encontrarnos con la presencia del Padre en medio del mundo.
Ya en el Antiguo Testamento, el Señor quiere hacer de los creyentes un pueblo libre (cf. Ex 3,7-22) y elige a Moisés para que se ponga al frente y lo guíe hacia el lugar en el que se reconozcan como personas y como comunidad. Yahvé los toma como pueblo y se compromete a ser su Dios (cf. Ex 6,6-8) y a llevarlos a la tierra que prometió a Abrahán, Isaac y Jacob.
Sí, Dios se compromete a llevarnos a ti, a mí y a todos a esa «tierra» donde vivamos la libertad y el gozo de ser personas y de serlo junto a otros, como pueblo elegido. Todos recorremos este trayecto con nuestra gente, como grupo: juntos y en camino, como pueblo de Dios.
Claro, que en este camino queda la tentación de ir cada uno a lo suyo. Por suerte, siempre hay un rayo, una luz, un compromiso, un gesto, una sonrisa y una palabra que nos orienta y nos lleva a reaccionar y a volver al grupo como personas libres. Ante las dudas, las tuyas, Dios se compromete a poner a alguien a tu lado que sea luz, gesto, sonrisa, palabra que oriente tu paso y te transmita ese espíritu divino que te ayude a ser camino: de vida, de amor, de libertad, de esfuerzo, de alegría. Eres camino. Eres —y somos— personas en camino.
Te preguntarás: ante el dolor, el desaliento y los malos ratos, ¿es posible la vida, la ilusión, la alegría? Constantemente, Dios se vuelve a acercar al pueblo y le propone una nueva alianza (cf. Jr 11,1-8). Aunque no escuchemos y nos resistamos a aceptar la cercanía de Dios (cf. Jr 7,25-28), el Señor sigue ofreciendo una nueva oportunidad. ¡Más aún! Nos da motivos a cada uno para seguir en camino y dejarnos acariciar en mil gestos de cariño, en palabras y situaciones en las que sentimos que algo corre por nuestro interior y nos produce una paz difícil de definir, pero que sabemos que es plena.
Ya sé: todo esto son palabras bonitas. Pero, cuando te sientes vacío, tu día es una simple sucesión de actividades. Y porque la vida es así, percibes la falta de sentido y te preguntas por qué y para qué Dios se acerca para llenar tus huecos interiores, infundirte su espíritu de vida (cf. Ez 37,6), unirte a otros que caminamos a tu lado y hacernos «tu gente».
Por qué y para qué transforma nuestro corazón, y de ser cerrado y manantial de borderías —en el peor de los sentidos—, lo hace «de carne» para transmitirnos unos a otros un flujo de ilusión y amor que nos ayuda a crecer (cf. Ez 36,24-28).
Por qué y para qué nos infunde su espíritu, que es el motor y el que hace posible nuestras relaciones. Llegará un tiempo en que en nuestros ambientes —familia, amigos, colegio, parroquia, asociaciones, Centro Juvenil— sabremos que el mismo Dios nos ha hablado a través de quienes están con nosotros en la sencillez de cada día (cf Is 52,6).
2. Jesús: Dios entre nosotros
La historia de Jesús no te la voy a contar ahora. Podría ser reiterativo en lo que tú sabes y que, estoy seguro, conoces muy bien. Eso sí, hay algunos matices en el camino de Jesús que conviene subrayar ante el paso de la Confirmación.
Existía entre los judíos el rito de la purificación. Juan el Bautista instituye un bautismo ritual para que Jesucristo se manifestara a Israel. Juan no sólo prepara el camino al Salvador, además da testimonio de la presencia del Espíritu en Jesús: «Yo mismo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: Aquél sobre quien veas que baja el Espíritu y permanece en él, ése es quien bautizará en Espíritu Santo. Y como lo he visto, doy testimonio de que él es el Hijo de Dios» (Jn 1,31).
Sí, querido amigo, porque lo he visto, doy testimonio. Esta misma expresión se repite de modos distintos en la Iglesia. En tu parroquia y en todo grupo cristiano se viven y se acompañan procesos personales en los que se puede proclamar el testimonio de lo que vemos y cómo se experimenta la presencia del Espíritu de Dios en la vida de tantas personas; cómo se percibe la riqueza que el buen Dios va produciendo en quienes lo acogen.
Los jóvenes, como Jesús, podéis proclamar con vuestra vida y obras cuanto él proclamó en Nazaret y en el camino hacia Jerusalén —camino de entrega y de siembra, de esfuerzo y de lucha, de generosidad y de gozo—: el Reino de Dios está cerca, más aún, está entre nosotros. Jesús nos garantiza que es posible saltar las corazas del corazón del ser humano e ir más allá de la tentación de la autosuficiencia y el orgullo. Es el tiempo de la acogida, del perdón, del amor.
¿Por qué? No podemos demostrarlo como una fórmula matemática. Eso sí, a partir del evangelio de Jesús, sabemos que es el Espíritu quien nos permite mirar a Dios y a los demás con ojos nuevos, con sonrisa reestrenada, con corazón joven.
En tu Confirmación, celebras que Dios, desde tu bautismo, se ha comprometido a derramar en tu persona su Espíritu en plenitud. En esta persona que eres, con tus grandezas y valores —que son muchos— y con tus limitaciones y dudas —que también existen—. Es ahí donde el Espíritu se ha colado a través de cada poro de tu ser para regenerarte y darte vida, para hacerte comprender tu vida y que comprendas al Dios del amor y de la gracia.
Cuántas personas esperan y confían en continuar siendo los «afortunados» que reciban en cantidad los frutos de tu plenitud y de todo lo que ofreces como regalo en pequeños gestos, en palabras, en detalles… Una plenitud de la que ya gozan los que están contigo compartiendo esta etapa de la aventura de tu vida. Así lo hizo Jesús, así desean hacerlo tus catequistas cada día, así será contigo.
En esta aventura hay una clave: que descubras el amor de Dios y cuánto Él confía en ti. Poco importa dónde. Como cristianos, todos debemos pretender esto: que los demás conozcan el amor de Dios; después dejémosles seguir su propio camino, pero camino de plenitud, de alegría… Sentirás, como lo sintió Jesús, que estás vivo, «porque vives llena la mayor parte de la vida, porque las horas de tensión y producción son mayores que las de descansillo. Ya sé que la tensión absoluta de una persona es imposible. Incluso los más vivos tienen aburrimientos, cansancios, días bobos. Pero esto, que la mejor persona puede permitirse, tiene que ser una ínfima mayoría… Lo importante es que te sobre suficiente vida como para entregarla a los demás»[1]. Ya lo sabes, ¡adelante!
3. La Iglesia del Espíritu
Jesús se ha ido. La Ascensión es el final de la entrega y el comienzo de la misión de aquellos que han convivido con Él. Los Apóstoles abatidos vuelven a Jerusalén con más miedo que vergüenza, repletos de dudas, sin horizontes ni esperanza. No encuentran sentido a los gestos, a los sacramentos… ¿Para qué? Están vacíos y cuanto han vivido junto a Jesús no les calienta el corazón. Se sienten más frágiles que quien murió en la cruz.
Ya lo ves, ellos, como tantas veces nos sucede a nosotros, no descubren el significado vital de los signos. Todo lo que en un momento les llenaba y animaba ha sido invadido por el sinsentido. Eran humanos… La experiencia más dura es perder el propio horizonte y descubrir el vacío más desolador, donde antes hubo alegría y vida.
Ahora bien, Dios no podía quedarse de brazos cruzados. Pentecostés es el momento culmen: en su Confirmación (cf. Hch 2,1-4) llegó el Espíritu y un ruido llenó la casa. ¡No podía ser de otra forma! Allí donde sólo existía silencio frío, llegó un ruido cálido que hizo recobrar la vida. Las lenguas de fuego se repartían sobre cada uno, y quedaron llenos del Espíritu Santo. Siguieron siendo tan pobres como eran, tan humanos… Eso sí, llenos del Espíritu de Dios, comprenden su realidad y se comprometen como personas creyentes. La situación no se transforma, son ellos personalmente y unidos los que son transformados, se iluminan sus sombras, se llenan sus huecos interiores. Con la presencia del Espíritu comienza la misión de la Iglesia.
Juntos, con una elección personal, sienten en la comunidad un solo corazón (cf. Hch 2,42-47) que late con los impulsos de cada uno en una armonía evangélica que atrae, contagia y arrastra a seguirla. Es la melodía de Dios tocada con el corazón y la vida de los cristianos.
Después de estos primeros, han transcurrido siglos de historia: con sus luces y sus sombras, que de todo hay. A lo largo del tiempo, el Espíritu Santo ha movido a muchas personas para que dieran un tono de novedad y un sabor nuevo a la aventura del seguimiento de Jesús. En millones de personas anónimas, en los cristianos que han sido más significativos y en los santos que se nos proponen como centros de referencia, la Iglesia reconoce que el amor, la esperanza y la fe siguen siendo un mensaje actual, vivo y cargado de sentido. En estas personas, en nuestras familias, en las comunidades cristianas y, de modo muy especial, en los jóvenes, encontramos la acción y la presencia de Dios entre nosotros. Con los jóvenes, el Espíritu pone a la Iglesia en camino y anima su paso de renovación gozosa.
El Espíritu Santo, que cada día se invoca sobre el pan y el vino, hace de ellos signo de la presencia de Dios, signo de amor. El Espíritu Santo que se invoca y la imposición de manos se transforman, en el encuentro sacramental de la Reconciliación, en el signo eficaz de la acogida y del perdón de Dios que vivimos.
El Espíritu Santo, en la Confirmación, te sigue llenando para hacerte signo y presencia de Dios en tu vida diaria, como lo has sido hasta ahora.
Ante este sacramento es posible que tengas dudas y miedos, mezclados con ilusiones y proyectos, y que te preguntes: ¿qué puedo hacer? o ¿vale la pena seguir adelante? Se trata de responder con generosidad a lo que Dios te pide hoy: en los estudios, en el grupo y todos los ambientes en los que te mueves. Hoy debes descubrir el sentido de lo que Él te pide. Después, «todo se andará». Ya sabes, somos personas en camino…
4. La Confirmación: el sacramento de la plenitud del Espíritu
Volvemos a las preguntas iniciales: ¿Por qué hay que pasar por el rito sacramental de la Confirmación? ¿Dice algo la Biblia sobre este sacramento? ¿De dónde procede? ¿Qué significan los signos que se hacen ese día? Nosotros estamos dentro de esta historia de salvación que te he contado. No somos los primeros ni seremos los últimos. Tus dudas e interrogantes de hoy los han sentido muchas personas a lo largo de los siglos.
Para ti, la Confirmación debe ser el momento de expresión sacramental de tu fe, necesaria en el regalo que Jesucristo te hace. Dios, con la fuerza de su Espíritu, quiere continuar encarnándose en ti, y lo hace sacramento eficaz. ¡Qué seria es esta afirmación! ¿Está claro? Lo intentaré precisar mejor. Te he dicho regalo. La pedagogía de Dios tiene sus formas y llega a nosotros como él quiere. Pero te lo explico, ya verás…
q Se celebra en comunidad
La comunidad cristiana es el primer signo del día de la Confirmación. La parroquia se viste con sus mejores galas. Es fiesta. Allí estarás tú, con nervios y muy acompañado: tus padres, tus hermanos, tus amigos… Porque en esta aventura no estás solo y Dios también quiere ese día hablarnos en ti. En tu Confirmación, Él nos dice que sigue confiando en nosotros y nos quiere tanto que nos pone tu ser joven como presencia cercana que habla de Él, como regalo y como… Bueno, ya está…
Pero es mucho más. Otros jóvenes vivirán tu misma situación rodeados por los suyos y por los tuyos. Sí, así: hay una corriente de cercanía, de familia, de unidad…
q Dios nos dice algo[2]
Siempre lo hace así. Se hace Palabra y ahí está. No sé si con mucho o poco ruido, depende, pero se deja oír si hay oídos y corazón que escuchen.
¡Hay tanta Palabra de Dios en nuestro mundo! En tus jornadas escuchas miles de palabras. Prestas atención a tus padres, a los profesores —más o menos, ¿no?—, a tus amigos, a… Y hablas: unas veces sonriendo, otras con gesto de rabia, en ocasiones con una profundidad que… En fin, eso… No decimos «Palabra de Dios» como en la misa, pero ahí anda Él sin poder callar, hablando constantemente en nuestro mundo y a cada paso.
Por cierto, cuántas palabras se transmiten sin que lleguen a pronunciarse. A veces, son las más importantes. Hay un lenguaje del corazón que sólo se percibe cuando se está en sintonía y se vive la experiencia del cariño y de la entrega. Incluso en las cartas: se lee entre líneas y se vislumbra lo que se dice y lo que, sin expresarse, está ahí. Y es también palabra de Dios, aunque no lo digamos así, pero qué cerca sentimos al Señor en nuestra vida.
q La presentación
En la Confirmación —como en el Bautismo y en la Ordenación sacerdotal— somos elegidos. Hemos puesto mucho de nuestra parte, pero son otros en ese momento quienes nos presentan ante la comunidad.
¿Sabes? Dios nos quiere tal y como somos y nos conoce por nuestro nombre. Como buen Padre nos acepta así, con nuestros valores y defectos. Es normal y lógico que su deseo sea que nos conozcan. «Mira –dice Dios– este joven es alguien que cree en mí, que quiere vivir como cristiano y a quien le voy a hacer el mejor regalo. Él será el recipiente que dé forma a mi Espíritu». Bueno, algo así, aunque se usan otras palabras más solemnes, pero igualmente cargadas de sentido.
En la celebración se hace un poco rápido, pero es —debe serlo— intenso. Te sientes protagonista, observado… Entre tantos… Pues, sí, se nota y se hace evidente en cada uno de los nombres, porque suenan a juventud generosa y un poco «febril», porque si se hace en serio es un paso de locos… ¡de amor y de Dios!
q La imposición de manos
Es el signo por excelencia. Siempre que se invoca la presencia del Espíritu Santo, la imposición de manos del obispo o del sacerdote nos envuelve en un ambiente de profundidad, de «apertura de ojos», para que sea Él quien se cuele en nosotros y nos llene.
La Confirmación da la posibilidad de hacer de diversos modos este gesto, pero el significado es el mismo. Las lenguas de fuego que inundaron a los primeros apóstoles quieren posarse en ti para que la vida, el amor y la alegría que ya experimentas te desborden y lleguen a nosotros en regalo de Dios.
¿Por qué debe ser así, pasando por el rito? Sólo desde la fe se «lee» y se «vive» este gesto, y sólo desde una actitud creyente se comprende que Él quiera, en ti, adaptarse a tu propio ser para acercarse a todos.
¿Se nota después? No lo dudes. Es complicado explicar cómo se nota, pero la experiencia del pueblo de Dios nos muestra la acción del Espíritu en el ser humano y en la historia de mil formas distintas. La Confirmación, por tanto, es la celebración de la realidad que vivimos como cristianos: ser una constante novedad aunque sigas haciendo las mismas cosas; por la acción del Espíritu, todo tiene un tono nuevo y distinto, sientes que alguien o algo te mueve e impulsa desde dentro.
q El padrino – la madrina
La Confirmación te lleva a una elección y a un paso en el que no vas solo. A lo largo de tus años, has encontrado personas que para ti han sido muy significativas y que han estado a tu lado en el camino de tu fe. Más de una vez han sido tu punto de referencia, tu luz, tu brisa, gesto de acogida y palabra amiga, susurro y beso, mano y calor… Junto a algunas personas el tiempo parece detenerse, ¡o volar! Y desearías inmortalizar ese momento para convertirlo en presencia de eternidad.
Somos camino. Un santo hablaba de las rosas y las espinas del camino. Las rosas expresan que la felicidad y la alegría acompañan tu paso y te estimulan en la búsqueda de un horizonte más claro y más real. Las espinas te ajustan más al camino y te hacen pisar tierra, aunque a veces sea doloroso y te deje un poco mal. Eso sí, en las rosas y en las espinas siempre hay alguien que está a tu lado o a quien puedes recurrir sin justificaciones ni caretas, sino tal y como lo sientes. Y cómo se saborean estos encuentros que te devuelven la sonrisa y la paz o, al menos, te dejan relajado y un poco más tranquilo.
En un paso como la Confirmación, una persona de todas éstas, la que tú elijas, estará a tu lado diciendo tu nombre y presentándote ante todos con su mano derecha puesta en tu hombro. Seguro que, de una u otra forma, lo ha hecho ya otras veces. Sin embargo, ahora lo hace en la celebración de un sacramento: Dios acoge y bendice ese momento, lo hace inmortal y le da una dimensión de perpetuidad.
A quien elijas se sentirá orgulloso y se preguntará: «¿Por qué yo?». No te esfuerces demasiado en buscar una respuesta, porque, posiblemente, no encuentres las palabras adecuadas, pero sabes que hay muchas pequeñas y grandes razones. Lo malo de esto, si es que tiene algo malo, es que habría más personas significativas que podrían apadrinarte en la Confirmación y llega el momento siempre difícil de la opción. Por cierto, el regalo que te haga será un pequeño detalle, porque el bueno, el de valor incalculable, ya te lo ha hecho en el camino de tu vida.
q La unción con el crisma
Desde los primeros tiempos, el crisma ha sido signo de consagración de Dios. Es un aceite especial que el obispo consagra en la misa crismal del Jueves Santo.
¿Qué significa? El obispo, mientras te signa en la frente, dice: «Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo… La paz sea contigo».
Con este gesto quedas consagrado y recibes la gracia y la fuerza que necesitas para tu camino. Ya está: Dios te concede cuanto necesitas para el desarrollo de todo aquello que vas a vivir a lo largo de tu vida. Ante la duda de si serás capaz de realizarlo, de llevar esa empresa adelante, de ser fiel a un compromiso, Dios no te va a pedir más de lo que puedas y, lo que es más importante, siempre te dará la capacidad para poder responder.
Comienza en ti una transformación profunda. Él no te quiere como mero instrumento, sino que te fortalece para seguir viviendo tu vida, la de todos los días, de modo nuevo y renovado, con olor a madera recién cortada, como brisa de mar, como el agua nueva que cae y que desciende por cualquiera de los incontable ríos que serpentean los valles y montañas de la vida.
En la víspera de tu Confirmación puede ser que no comprendas todo cuanto te he indicado. ¿Sabes? El mismo Jesús fue comprendiendo su persona y su misión de forma progresiva y aceptó las consecuencias de su misión —incluso la muerte en cruz— a fuerza de superar resistencias. Si Él fue poco a poco, no podemos pretender nosotros verlo todo claro desde el principio.
Recuerdo que una vez, ante la pregunta de un joven por mi vocación —aunque de hecho se estaba cuestionando la suya—, yo hacía referencia a la «seguridad incierta» de todo paso importante. Tú ahora sabes que debes dar ese paso y tu corazón te dice que ¡adelante! Tu mente te muestra esa dosis de incertidumbre que empapa toda aventura.
¿Sabes? Es cuestión de arriesgarse. «Sé de quién me he fiado». La fe, como el amor y toda opción importante, implica un riesgo que sólo gozan los que son capaces de decir sí con todas las consecuencias. Dios estará en ti y junto a ti. Las personas que te quieren, también. Eso sí, tenemos la suerte de ser los primeros que vamos a recibir los frutos de tu Confirmación. Un deseo de amigo antes de tu Confirmación: comprométete a ser joven con todo cuanto Dios espera de ti y tú mismo esperas.
Así lo espero yo. ¡Feliz aventura!
Para Trabajar Personalmente y en el Grupo de Catequesis |
experiencias@misionjoven.org
[1] J.L. MARTÍN DESCALZO, Razones desde la otra orilla, Ed. Atenas, Madrid 1995, 139.
2 Cf. A. GINEL, Catequesis de Primera Comunión. Catequesis para padres, Ed. CCS, Madrid 1995, 113.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]