Ciudadanos y cristianos

1 septiembre 2008

Se equivocan los cristianos que, pretextando que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta que la propia fe es un motivo que les obliga a un más perfecto cumplimiento de todas ellas, según la vocación personal de cada uno.

(CONCILIO VATICANO II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, 43)

 
El concepto de ciudadano y ciudadanía emerge, sobre todo, a partir de la Revolución Francesa. Se concretiza en la formulación de los derechos del ciudadano, basados en la tríada: libertad, igualdad, fraternidad. Hoy, ante los retos que llegan de las profundas desigualdades sociales, de la globalización y de la inmigración, se postula una “nueva ciudadanía”. Ser ciudadano y cómo serlo constituye, realmente, una de las más importantes preocupaciones educativas.
 
Es normal asociar la ciudadanía a un estatuto jurídico. Sin embargo, lo verdaderamente importante es el arraigamiento en los valores éticos. El compromiso básico que la fundamenta y anima, no es otro que la dignidad de la persona. En este reconocimiento se asientan las dos condiciones básicas de la ciudadanía: pertenencia y justicia. Las personas necesitamos pertenecer a comunidades, hayamos o no nacido en ellas; y estas comunidades, han de aspirar a ser justas. Es decir, en ellas, todos hemos de ser justamente tratados, y todos hemos de participar y promover responsablemente la justicia social.
 
El asentamiento de una auténtica ciudadanía implica la construcción de una sociedad en la que todos los seres humanos pueden disponer de iguales derechos y vivir solidariamente. Supone, pues, un proyecto ético que engloba un conjunto de valores: igualdad, justicia, libertad, fraternidad, solidaridad, ecología, paz. Hay verdadera ciudadanía si se superan las diferencias entre ricos y pobres, entre poderosos y débiles, si se abaten las estructuras que causan el hambre y la miseria, la destrucción y la violencia, si dejan de ser una lacra social la discriminación, el paro, la marginación, si terminan las guerras, la intolerancia y la división entre los hombres.
 
Desde esta perspectiva no puede resultar difícil comprender la importancia educativa de la cuestión. Pero quizás sea necesario subrayar también su importancia pastoral. Oscureceríamos el evangelio de Jesús si prescindiéramos  de estos valores. Formar honrados y comprometidos ciudadanos (más participativos, más justos, más solidarios) está muy en el centro de los objetivos de la pastoral de juventud, porque, en definitiva, todo esto no significa otra cosa que anunciar y construir el Reino de Dios. El Reino de Dios comienza en este mundo. El cristiano es ciudadano del cielo y de la tierra; y no llegaremos a ser íntegramente ciudadanos del cielo, mientras no lo hayamos sido de este mundo. Por ello, el cristiano no puede evadirse del mundo y de las responsabilidades anejas a su ser ciudadano; y la acción pastoral entre los jóvenes ha de sentir muy viva la preocupación de educar ciudadanos responsables, que sienten hondamente la dimensión social de la fe y de la caridad.
 
Este es el horizonte y el planteamiento de fondo de este nuevo número deMisión Joven. Queremos subrayar la relación y convergencia existente en este binomio: ciudadanos y cristianos y, al mismo tiempo, destacar también que la acción pastoral ha de estar realmente comprometida en la formación de ciudadanos responsables. Porque no es posible el divorcio entre fe y vida, no lo es tampoco entre cristiano y ciudadano. En esta perspectiva se sitúan los tres artículos que ofrecemos. José Luis Moral afronta directamente la cuestión, señalando las claves (humanización y educación) en que ha de situarse una pastoral juvenil que busca formar cristianos y ciudadanos responsables. José Joaquín Gomez Palacios reflexiona sobre la larga tradición eclesial del “cristianos y ciudadanos”, para llegar a ponderar críticamente el proyecto de implantación de la asignatura “Educación para la ciudadanía”. Luis Arangurenpresenta de manera concreta el voluntariado como encuentro entre fe y ciudadanía, mostrándolo como ámbito para generar la ciudadanía activa y consolidar el compromiso cristiano.
 
De manera muy sencilla, Don Bosco, con otros muchos fundadores de Congregaciones Religiosas, contemplando la penosa situación de tantos jóvenes por las calles y plazas de Turín, dijo: “haré el bien que pueda a los jóvenes abandonados, esforzándome con todas mis fuerzas para que lleguen a ser buenos cristianos y honrados ciudadanos”. Así, tan llanamente, explicó el sentido de la praxis cristiana con los jóvenes, el objetivo fundamental de la acción educativo-pastoral.
 

EUGENIO ALBURQUERQUE