Claves de la pedagogía actual para el nuevo milenio

1 marzo 2000

Pie autor:
José María Martínez Beltrán es profesor en el Instituto Superior de Ciencias Religiosas y Catequéticas «San Pío X» (Madrid).
 
Síntesis del Artículo:
El autor concentra todas las claves de la pedagogía contemporánea en una o, si se quiere, en un eje común a todas ellas: unir la educación de inteligencia y sentimiento. Lo cual implica superar una visión lineal de la inteligencia, para entenderla desde un enfoque sistemático que englobe también afectividad y memoria, intuición e imaginación, lenguaje, etc. Contemplado el tema desde un horizonte más filosófico, se trataría de centrarnos en la «inteligencia sentiente», en construir la personalidad de cada sujeto humano. Y si por ahí discurre la clave educativa actual, ahí deben situarse primordialmente los mediadores o educadores.
 
 
El nuevo siglo nos ha traído, por lo menos, ilusión. Va corriendo como reguero de pólvora la denominación del siglo como «Siglo del pensamiento», quizá por la urgencia de su educación y por la deuda que hemos dejado en el anterior hacia las jóvenes generaciones. Hoy comienza a abrirse camino en la mente de los educadores la necesidad de educar la inteligencia y la afectividad de modo conjunto, y de sobrepasar el nivel de la simple enseñanza de conceptos. Si se me pide una alusión a las claves, voy a dejarlo en «la clave», así todo resulta más simple y centrado.
 
¿Por qué preocuparnos de la educación del pensamiento? Los motivos son muchos:
 
¡ Las características de nuestra sociedad, la presencia en las aulas de mayores índices de dificultad para lograr la comprensión de los conceptos, las exigencias de un futuro en el que las nuevas tecnologías se constituyan en fuentes de información indiscriminada para los alumnos de gran cantidad de centros educativos.
 
¡ Fuera de las aulas, los niños y jóvenes se encuentran inmersos en una sociedad que muchas veces les es hostil y despierta su propia hostilidad: aumentan los niveles y manifestaciones de impulsividad y de agresividad, la desobediencia a los adultos, los estados de ansiedad, la irritabilidad y la violencia. Todo esto erosiona la capacidad de las personas para la convivencia, lo cual afecta tanto a su funcionamiento intelectual como afectivo, es decir, personal.
 
Ante la sinrazón y el sinsentido de muchas de nuestras acciones del s. XX, la educación sabe bien que su cometido es construir el pensamiento, desarrollar las capacidades humanas e integrar a sus niños y jóvenes en la cultura con una actitud o motivación positiva. De esta conciencia surge la corriente cognitivista, el impulso del constructivismo, así como toda la gama de programas orientados a ese mismo fin. Resulta de gran interés, por ejemplo, la denominación de Inteligencias Múltiples (Gardner) o la de Inteligencia Emocional (Goleman). Todo esto merece algunos comentarios, tratando siempre de hallar los puntos de mejora del hacer psicológico y educativo.
 
 

  1. Superar la visión lineal de inteligencia

 
El concepto de inteligencia es todavía objeto de definición y de búsqueda. ¿Acaso no lo es el estudio de la persona? Si lo es, también debe serlo, por inacabado, el concepto que la define: ser racional, es decir, capaz de razón y de razonar.
 
n La inteligencia se considera como la capacidad de regular ciertos medios para conseguir un fin. El chimpancé Sultán es capaz de atraer la banana con el palo que tiene cerca; los pollos moverán una palanca para conseguir el alimento… Pero, ¿es esta la inteligencia de que hablamos? Si se trata del ser humano tenemos que ir más allá y hablar de la superación de dicho comportamiento, de la representación mental de los medios como condición de poder llamarle sujeto inteligente.
 
n Otro enfoque relaciona la inteligencia con la capacidad de solucionar problemas; se entiende que lo son para un sujeto por su novedad «para él mismo», aunque para otros más avanzados no lo sean.  Problemas concretos como el que tiene un niño que quiere atrapar algo que no alcanza por su pequeña estatura; problemas abstractos como querer llegar a una definición de inteligencia; problemas formales como el matemático que quiere alcanzar nuevas formas y leyes de la exactitud.
 
n La inteligencia se considera como la facultad para el pensamiento lógico. No hablamos de la lógica como ciencia, sino del arte de pensar correctamente, del acuerdo entre el pensamiento consigo mismo (Aristóteles).
 
n La inteligencia como facultad de abstracción, es decir, de superar la simple percepción de la realidad para elaborar conceptos a partir de la misma realidad observada. Los conceptos los elabora la mente al extraer de ellos las características de cada uno; dichas características permiten la representación mental de cada objeto para llegar a la reducción del mismo a un concepto. De esta forma se puede elevar el pensamiento hasta el desprendimiento total de las cosas, tras pasar por los procesos de elaboración mental.
 
Un aspecto importante de la inteligencia es su capacidad de producción. ¿Producción de qué?, del conocimiento. Sean conocimientos concretos o abstractos, existe una profunda relación entre inteligencia y conocimientos. A partir de dichos productos podemos llegar a conocer la inteligencia, tanto en acto como en procesos.  Ahora bien, hay que diferenciar entre el simple conocer (cabeza llena) y el conocer como conocimiento (cabeza formada). Esta es la preocupación del constructivismo (Wallon, Vygotski, Piaget): no basta con adquirir conocimientos, sino construirlos, sea como conceptos lógicos o simbólicos e incluso mágicos.
 
La cuestión que se presenta actualmente es doble: o bien el ser humano tiene necesidad de conocer y de utilizar sus conocimientos, y para eso echa mano de su inteligencia; o bien el ser humano siente necesidad de mostrar su inteligencia y por ello y para ello echa mano de los conocimientos. En el segundo caso estamos dentro de la psicología cognitiva: la persona se encuentra frente a dificultades que quiere superar por su inteligencia, pero como no puede hacerlo sobre el vacío, adquiere conocimientos para superarlas. No busca el conocimiento por el conocimiento, sino como medio de superación.
 
Sin quitar ningún mérito a los enfoques factoriales de la inteligencia, ni al enorme favor que proporcionan a la psicología y sobre todo a la pedagogía, los enfoques lineales tienen limitaciones reduccionistas precisamente por el análisis que se hace desde un solo punto de vista. Este enfoque consiste en observar los comportamientos mentales o de cualquier otro tipo, pasar luego a las causas y efectos, para terminar tratando de buscar soluciones para su correcto funcionamiento o modificación necesaria. El enfoque lineal resulta limitado, ya que la inteligencia o la afectividad no se pueden aislar de otros factores que no son personales, sino que proceden del ambiente y de las representaciones sociales y culturales.
 
 

  1. La inteligencia desde el enfoque sistémico

 
El enfoque a que nos referimos es el estudio sistémico: la inteligencia dentro de un sistema de elementos en el cual cada uno tiene su propia autonomía, pero que requiere la interrelación mutua. La inteligencia está relacionada con la afectividad; con la memoria; con el lenguaje; con los hábitos; con la imitación; con la intuición y con la imaginación y la creatividad.
 
La afectividad motiva las decisiones y es el motor de nuestra vida; la inteligencia se considera como el instrumento que nos permite la solución de los problemas. No hay inteligencia en acto sin afectividad, ni afectividad manifiesta sin inteligencia. Incluso la memoria, en apariencia exenta de carga emocional, depende del grado de intención o de emoción con que se afronta una tarea que se quiere memorizar. La emoción organiza los datos y los dispone para su memorización en el orden con que cada persona carga emocionalmente los estímulos que quiere memorizar.
 
La intuición —adquisición inmediata de la verdad sin ayuda del razonamiento— parece algo opuesto a la inteligencia. Pero la misma definición de intuición parece insuficiente. De hecho, en todo acto de inteligencia hay intuición; a veces incluso puede estar presente de modo imperceptible. Ambas tratan de llegar a un fin como es la creación, aunque ésta tome la forma de solución de un problema. La intuición se ciñe a la realidad y trata de encontrar solución a los problemas de forma rápida y original: es la forma en que muchos sabios han llegado al momento creativo de la «iluminación» que da como resultado un descubrimiento. Pero la intuición no hace caso del contenido sino que se centra en la solución de un problema; mezcla causas y efectos en un único momento sin duración diferente. Así, intuición y fantasía son partes integrantes de la inteligencia.
 
La imaginación, o facultad de representar mentalmente objetos o hechos irreales, de crear, inventar o concebir, también parece algo diferente de la inteligencia. Piaget, aunque se ciñó toda su vida al estudio de la génesis de la lógica en el niño, llegó a afirmar algo que en él parece contradictorio: «La actividad lógica no es toda ella inteligencia. Se puede ser inteligente sin ser muy lógico. Las dos funciones esenciales de la inteligencia, la de inventar soluciones y la de comprobarlas, no se implican necesariamente una con otra: la primera participa de la imaginación, la segunda es propia solamente de la inteligencia»
 
En las manifestaciones de la imaginación, o sea en la creación, se ha llegado al consenso sobre la intervención de la inteligencia. Es más, la creatividad es una superfunción de la inteligencia. ¿Por qué el ser humano tiende a la creatividad?: puede ser para dar respuesta a una necesidad; para llenar una carencia o un vacío molesto. En cualquier caso, el componente emocional de la creatividad es evidente. Pero, y aquí está nuestro punto de confluencia, la creación o invención se puede presentar como el acto supremo de la inteligencia y quien manifiesta su máximo poder. La solución de cualquier problema, sea real o imaginario, manifiesta la presencia de un pensamiento lógico, lo cual responde al criterio de la inteligencia (o de la intelección).
 
Abundando en este aspecto, me es grato recordar el enfoque que R. May hace de la creatividad. Considera la vida como un encuentro: con la naturaleza, con el clima, con el conocimiento, con las personas. Pero hay diversas formas de encontrarse: de modo pasivo, en forma de simple objeto entre otros objetos, o bien en un acto de relación que es creativo. Pero como este encuentro implica a la vida toda de la persona, en todo el contenido racional y emotivo, resulta necesario llegar a la fusión de imaginación e inteligencia; fusión que se realiza en plenitud en el acto de creación.
 
En resumen, podemos concluir que la inteligencia está relacionada con múltiples aptitudes mentales que se ponen en juego ante cualquier problema. Sólo la inteligencia es capaz de solucionarlo, si bien las demás aptitudes ayudan tanto a descubrirlo como a solucionarlo. En todo caso, el componente emocional está presente.
Así pues, el estudio de la inteligencia, como el de la afectividad, y por tanto su tratamiento para construirlas o modificarlas, debe ser sistémico, sin reduccionismos, teniendo presentes todos los aspectos que la integran, así como las interacciones propias del mismo enfoque sistémico.
 
 

  1. Educar la inteligencia sentiente

 
Para tener una percepción más exacta de lo que se estudia, conviene a veces escapar del campo que le es propio. Tras la aparición de las obras relacionadas con la Inteligencia Emocional, se me ha ocurrido ir a una fuente filosófica, anterior a todos estos planteamientos. En el campo de la Filosofía brilla con luz propia Xabier Zubiri con su obra Inteligencia sentiente. Veamos algunas de sus aportaciones más significativas.
 
Lo específico humano es la «aprehensión de lo real». Entendemos por aprehensión abarcar, ceñir, rodear, penetrar por completo una cosa. Es un acto elemental, radical y exclusivo de la inteligencia. Pero este acto es además impresión, es decir, acto y momento de sentir. No son dos actos diferentes, si no dos momentos de algo que es uno y unitario: es el acto de sentir e inteligir.
 
Se trata de una intelección sentiente, que en nada implica oposición entre el inteligir y el sentir. Sí son opuestos el inteligir la realidad y el puro sentir como respuesta a la estimularidad. Se trata de dos momentos de un solo acto de la impresión de la realidad; pero dos momentos de un solo acto. Se trata de unidad formal estructural, algo más que la síntesis según el sentido de Kant. También es algo actual, es decir que está presente la realidad de lo inteligido: «No sólo veo esta piedra, estoy viendo la piedra».
 
La «Inteligencia Sentiente» tiene un solo objeto primario, adecuado y formal: la realidad. Esta realidad viene dada por los sentidos «en» la inteligencia. No hay objetos dados «a» la inteligencia, sino «en» la inteligencia. El acto formal consiste en aprehender la realidad. Es una aprehensión sentiente de lo real como real.
«La Inteligencia Sentiente consiste en que el inteligir mismo no es sino un momento de la impresión: el momento de la formalidad de su alteridad».
 
 

  1. Educar el pensamiento es construir la personalidad

 
A medida que avanzamos nos percatamos de que «la clave» de la pedagogía la pongo en la educación de la inteligencia y del pensamiento. Pero, al hacerlo, topamos con la realidad de toda la persona. ¿De dónde provienen los estados de seguridad o inseguridad de las personas? Podremos afirmar que la Inteligencia es la fuente; personas que confían en su Inteligencia son más autoconfiadas, su espíritu se hace más abierto y los aspectos funcionales de la persona amplían el espectro de sus manifestaciones.
 
Si la educación debe empeñarse en construir la inteligencia, será siempre bajo la perspectiva de sus relaciones con los elementos que la integran y con el objetivo de la formación de la personalidad de un modo equilibrado y armónico. La Inteligencia aporta tres bases para el desarrollo de la vida, sea ésta social o personal:
 
Persona y democracia
Estamos en tiempos de democracia y ésta es la nota más defendida y a veces vilipendiada de nuestra sociedad. Pero, ¿qué persona requiere el sistema democrático?: personas reflexivas, capaces de tomar decisiones con autonomía. Pues bien, esa toma de decisiones es la consecuencia de la confianza en su propia inteligencia.
 
Persona y realidad
Por la Inteligencia desarrollamos y ampliamos la vida mental. Ella es la medida del mundo y de su dura realidad; ella quien hace posible que las personas pasemos del egocentrismo infantil a la generosidad consciente, de la subjetividad y principio del placer a la objetividad y principio de la realidad. Su proceso lo definimos como los pasos que damos hacia la descentralización.
 
Persona y solidaridad
La inteligencia, además, se puede considerar como el vehículo que nos conduce a una ética espiritual, precisamente por el rigor del razonamiento. Esto significa que en ella y en su uso se fraguan la imagen y confianza en sí mismo y de los demás, el respeto mutuo —hoy hay que afirmarlo como el sentimiento más importante de la humanidad— que es el garante de una sociedad que crece en solidaridad, en libertad y justicia.
 
 

  1. La clave está en la «mediación»

 
Hoy es más apremiante que nunca la necesidad que tiene nuestra sociedad de mediaciones y de mediadores. Mucho más cuando se trata de niños y jóvenes, por su limitación al enfrentarse a la enorme cantidad de estimulaciones en las que viven inmersos. Toda persona debe desarrollarse siguiendo unos procesos, camino del pensamiento lógico y de la madurez afectiva. Esto tiene lugar en parte por el mismo proceso de crecimiento y de la adquisición de conocimientos; pero necesita de la mediación durante los periodos en que dicho proceso se va realizando. Sólo los contenidos de aprendizaje no son garantía de que los procesos lleguen a buen término, se requiere la intervención del adulto que los regule con intención explícita para hacerlos florecer.
 
La persona que se erige en regulador de estos procesos es el mediador y su acción la mediación. Entendemos por mediación toda interacción educativa que hace explícita su intención de construir el pensamiento de aquellos a quienes educa. La posición del mediador se coloca entre el universo del conocimiento y el sujeto, para que éste establezca su propia interacción con ese universo que intenta aprehender por el conocimiento: universo del saber, del saberse o conocerse a sí mismo y de la relación consigo mismo y con los demás.
 
Cuando decimos universo del conocimiento nos referimos a los conceptos, a las capacidades y a los procesos que debe poner en juego una persona tanto para llegar al conocimiento de la realidad como de su propia capacidad y procesos. De aquí que podamos distinguir el contenido cognitivo, o sea los conceptos que se adquieren, y los conceptos metacognitivos, o conciencia de las capacidades y procesos que se ponen en juego para dominarlos. Y cuando nos referimos al universo de las relaciones ponemos especial hincapié en el desarrollo de su afectividad, en el crecimiento de la imagen de sí mismo, en las relaciones con los demás y en el mundo de los significados culturales que debe adquirir para integrarse en la cultura de sus mayores.
 
Como líneas orientativas para toda acción pedagógica, me parecen imprescindibles tres rasgos de todo mediador:
 
La mediación de intencionalidad
 
La intencionalidad es el propósito expreso dirigido a la construcción (o en su caso modificación) del proceso cognitivo del alumno, de su aprender a aprender, de la adquisición de hábitos personales y sociales y de su sistema básico de necesidades. Dicha intención depende del sistema de creencias del educador, relativas al potencial de aprendizaje y de su intento de construir la personalidad de un modo positivo.
La intencionalidad puede comprender tres campos de atención:
 
Œ La intención de contenido, en la cual entran los conceptos que el alumno debe adquirir, pues ellos son el contenido sobre el cual se realizará la operatividad mental. Todo trabajo mental requiere un contenido ya que sin él el pensamiento se vería obligado a trabajar en el vacío, lo cual es una contradicción interna del mismo.
 
 La intencionalidad metacognitiva, que se centra en los procesos del sujeto y en el conocimiento de los mismos. Entendemos por metacognición la capacidad del individuo para conversar consigo mismo sobre su propio funcionamiento mental. Un alumno que sabe hacer un ejercicio de Matemáticas o de Lenguaje, puede llegar a conocer cómo lo ha hecho, es decir, qué capacidades mentales ha puesto en juego, qué dificultades funcionales ha encontrado en su realización y en qué medida sus recursos cognitivos pueden ser aplicados a otras tareas escolares o de la vida misma.
 
Si en algo debemos poner el énfasis en cuanto a los objetivos de la mediación de la inteligencia lógica y emocional, ha de ser en conducir al individuo a la plenitud de su conciencia reflexiva. Dicha conciencia posee el gran privilegio de ser conciencia tética (de tesis) por la cual puede convertir todo lo que en ella pasa en objeto de su atención y regulación. Al hacerlo, proporcionamos al individuo la posibilidad de realizar tantos actos de interiorización como quiera, sabiendo que de ellos dimana la fuente de maduración y de regulación del sí mismo.
 
Aquí entra en juego la doble linealidad de la inteligencia en relación al pensamiento. La dirección marcada de siempre pone a la inteligencia en primer plano ya que ella origina el pensamiento: a más inteligencia más pensamiento. Pero podemos considerar la dirección opuesta: el pensamiento genera la inteligencia; por tanto, cuanto más se desarrolla el pensamiento de un individuo, se puede afirmar que su inteligencia también se va desarrollando. (En este aspecto es interesante la obra de Glenn Doman).
 
Ž La intencionalidad ética, como propuesta de adquisición del significado de los propios comportamientos. Por ella se llega a la propuesta de valores y significados, llamada cierta a la inteligencia, pero no menos al asentimiento afectivo sobre aquello que, como valor, ha de conquistar lo mismo que su sociedad adulta lo ha logrado por sus conquistas históricas, que no otra cosa son los valores que sostienen el sentido de los pueblos y las culturas.
 
La escuela, vista desde esta perspectiva, se convierte en aglutinante, en «matriz«, en «unidad organizada del trabajo sobre el saber», camino de la sabiduría.
 
La mediación de la restauración narcisista
 
Nos referimos al papel que desempeña el mediador en la construcción de la imagen de sí mismo, del sentimiento de capacidad, del dominio de los comportamientos mentales o de otra índole. Ningún método educativo es aséptico, ni los puramente magisteriales ni los relacionados con el laisser faire. Cada método origina una interacción mediadora que tendrá uno u otro resultado según sean su calidad y su intencionalidad.
 
Si se considera la enseñanza como una situación dialogal, el «diá» es el medio, el ambiente, el clima creado en la relación; en ese diá es donde se hace posible el logos o comunicación del sentido, del significado y de la palabra. Ninguna relación se hace en la pura transmisión cognitiva, sino que conlleva la creación de actitudes, asentimientos o rechazos en los que entra en juego la afectividad de cada persona.
 
Mediación emocional
 
Aislemos por un momento la mediación y tratemos de considerarla como mediación emocional. La afectividad está presente tanto en el educador como en el alumno, sea cual fuere la actividad que ambos desarrollan. En los casos en que el alumno tiene éxito en su desempeño, dicha afectividad está sirviendo de motor de motivación y de placer, al mismo tiempo que de desarrollo mental progresivo. Pero cuando asoman los casos de fracaso (digamos de privación cultural) los sujetos viven una situación de constante atribución de fracaso ante muchas de sus actividades; el alumno atribuye fracaso a tareas en las cuales ha fracasado anteriormente, lo cual le dispone o bien a la inhibición de su capacidad mental o al abandono de todo intento de superación.
 
Desde la «Psicología Humanista», el concepto de aceptación incondicional nos ayuda a subrayar dicha actitud por parte del mediador, pues ella hace que cada persona se sienta acogida en su persona, si bien instada a la activación de sus capacidades mentales; capacidades que, en coherencia con la afirmación de la modificabilidad cognitiva, damos por cierto que están impresas en la inteligencia de cada uno.
 
Este es, en realidad, el sentido del optimismo pedagógico. Ese «contrato de confianza recíproca» con que podemos definir toda situación educativa, cree en la tendencia de cada individuo a realizarse en plenitud como individuo de la especie humana: a llegar a ser persona libre y capaz de compromisos; a buscar con ahínco el sentido de su vida; a asumir sus dimensiones superiores de «espíritu, libertad, responsabilidad para consigo mismo, para con su conciencia y para con Dios», en expresión de V. Frankl.
 

6. Conclusión

 
n Conviene dejar bien acentuado el objetivo que perseguimos en última instancia con la mediación de la inteligencia: dar a cada persona la oportunidad de llegar a serlo en plenitud por la conquista de su conciencia reflexiva. La conciencia es el lugar donde residen las posibilidades del conocer, del conocerse, y desde el conocimiento poder regular las propias capacidades y decisiones. En ella radican, además, las adhesiones y rechazos personales, sociales y axiológicos.
 
El liderazgo de toda educación es compartido: lideragzo del educando y del educador. Este educador mediador es el formador de la conciencia reflexiva en el cultivo de la inteligencia sentiente, para ponerla en camino de su armonía interior, de su equilibrio ecológico y de la comunión consigo mismo y con los demás. El placer y el enriquecimiento de las personas pasa necesariamente por la comprensión del mundo en que vivimos y por la empatía con nuestros congéneres. Mientras esto no se logre, estaremos impidiendo la paz universal, que es fruto de la inteligencia y de la emoción; de ambas dimana la justicia, el bien social y la prosperidad de los pueblos.
 
n El buen mediador puede conseguir que cada persona dé lo mejor que tiene en sí misma; al final, la persona ética queda definida como la que pone en juego todas las capacidades que posee.
 
La intención de educar la inteligencia sentiente será, por tanto, la señal de salida para el siglo XXI. Un siglo que esperamos sea mejor que el anterior ya que éste deja muchas deudas por saldar. Esta señal de salida se me antoja así: el siglo del pensamiento será el siglo de la educación y de los educadores; ellos podrán conseguir la mejora de las personas por su elevación de los niveles de pensamiento, de motivación y de cultura. La sociedad no tiene más posible respuesta que esperar un futuro mejor por la educación. n
 

José María Martínez Beltrán