María Palau
Delegada Diocesana de Pastoral con Jóvenes
Diócesis de Tortosa
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
María Palau, Delegada de la diócesis de Tortosa para la pastoral con Jóvenes, en su artículo, hace un balance de las enseñanzas de la última JMJ: recogemos lo que sembramos, el trabajo pastoral ha de hacerse con seriedad, son necesarios agentes de pastoral vocacionados, la fe produce alegría. Y propone una actitud de esperanza, el testimonio y el acompañamiento como caminos a transitar en pastoral juvenil.
Cuando acabo de escribir este artículo, hace cinco meses justos que volvíamos de Madrid. Cada uno a su diócesis, pensando que ya estaba, que ya había pasado aquella JMJ que quedaba tan lejos cuando la oímos por primera vez. Aquello, que tanto nos había ocupado en los últimos dos años y que nos había absorbido casi al completo los últimos meses a los que estamos dedicados a la pastoral con jóvenes, había terminado. Aquel 21 de agosto, caluroso, en muchos autobuses se repetirían las escenas: unos chavales dormidos, otros explicándose la experiencia que habían vivido, otros compartían anécdotas en su mayoría felices, los que no lo habían hecho, intercambiaban los números de móvil con las nuevas amistades, y promesas, muchas promesas, de agregarse esa misma noche al Facebook o Tuenti en función de la edad. Promesas que escondían la intuición de que aquella amistad, era cómo un símbolo que permitiría alargar y encarnar en el día a día, la experiencia que habían vivido juntos. Su JMJ personal y particular. Algo que para muchos será un recuerdo perenne en sus vidas.
Y en aquellos autobuses, junto a los chávales, viajaban también los responsables, los sacerdotes, los catequistas, los acompañantes, los delegados, los responsables de pastoral de los colegios,… Y en medio de ellos, y viendo la ilusión y la experiencia que habían tenido los suyos, le rezaban en silencio al buen Dios pidiéndole lucidez y coraje. Toda la lucidez y todo el coraje necesarios, para saber acompañar aquellos corazones deseosos de encauzar tanta agua viva dentro de sí.
Pues sí, ya han pasado varios meses y muchos de éstos últimos viajeros vamos viendo qué ha quedado de aquella gozosa JMJ. Cobran para mí, importancia las palabras de aquellos, que lejos de triunfalismos, pero con un sentido del deber muy acusado, se enrabiaban al oír que la JMJ iba a ser la solución para la Pastoral Juvenil en España. Cobran para mí, importancia también, las palabras de aquellos que decían y dicen, que no hay soluciones mágicas en el terreno pastoral, pero sí, caminos, senderos, que de ser transitados nos acercarán con más posibilidad al encuentro profundo y perenne con el Señor. Y por último, tengo en cuenta también, la opinión de aquellos que decían que el fruto de la JMJ dependería en gran medida de la preparación previa y sobretodo del acompañamiento que supiéramos hacer una vez pasada la JMJ.
Meses después de la JMJ, desde mi punto de vista, vemos que el terreno que se nos pide sembrar es parecido al de antes de agosto, los sembradores tampoco han cambiado demasiado y no cabe duda que la semilla que debe ser sembrada, el mismo Jesucristo, sigue siendo tan Tesoro llevado en vasijas de barro, tan Padre, tan Dios como antes. Es desde este punto de vista desde el que planteo mi sencilla reflexión, condicionada en gran medida, por la realidad de mi diócesis, Tortosa. Diócesis pequeña y rural, de la cual extraigo mayoritariamente mis conclusiones.
- Enseñanzas pastorales que dejó entrever la JMJ
Siempre es importante la disposición
Un sacerdote amigo, de la diócesis de Madrid, inteligente, obediente y eclesial, pero que por su experiencia personal no era un seguidor acérrimo de las Jornadas Mundiales de la Juventud me decía más de un año antes, que los frutos de la JMJ dependerían en gran medida de nuestra manera de acogerla. Una idea sencilla y de aplastante sentido común. Pero no siempre sabemos abordar lo que nos piden estas ideas. Y ahora que la JMJ, llegó y ya se marchó, me han venido otra vez a la mente las palabras del amigo y veo la certeza de su convicción. Lo veo en mi experiencia concreta de la diócesis. Y lo intuyo, en los comentarios de muchos compañeros delegados.
Los que se entregaron a la JMJ, han podido recibir su gracia y han posibilitado que los suyos, de los que son referentes y cauces, hayan podido participar activamente y tejer junto a Dios su particular experiencia de fe. Los que dudosos, atemorizados, reticentes, no quisieron sumarse al baile, posiblemente han impedido que los jóvenes que tiene bajo su responsabilidad, hayan podido gozar de una experiencia que hubiera podido fortalecer su fe, vincular más estrechamente a la comunidad eclesial o afianzar su testimonio cristiano en el mundo. Esta conclusión que extraigo ahora de la JMJ, vale para muchos otros casos, véase un Fórum de Pastoral con Jóvenes o un Congreso de Nueva Evangelización.
La enseñanza pastoral que creo podemos extraer va más lejos de unas sensibilidades u otras, que por cierto, tanto tiempo nos hemos empeñado en esconder. No veo el problema en tener una sensibilidad eclesial u otra, dónde sí reside, desde mi modo de entender un problema, y no menor, es en no saber acoger ni captar la riqueza de otras sensibilidades diferentes a las nuestras. Es entonces cuando en lugar de mediación entre Dios y los jóvenes, nos convertimos en tristes aduanas que algunos no aciertan a superar.
Cito aquí un párrafo del libro “10 Palabras clave en Pastoral con Jóvenes”, que habla del trabajo en red. El enfoque que plantea me parece que aclara bien la cuestión:
“El trabajo en red es otra forma de “montárselo”. Ante la tentación autista y sectaria de mirar cada uno el ombligo de su parroquia, su grupo, su comunidad, tenemos que romper las rigideces de barreras y fronteras artificiales para encontrarnos en la misión común. Es una manera más eficaz y coherente de trabajar en pastoral con jóvenes, apostando por la relación con otras organizaciones, colectivos, plataformas eclesiales y sociales, no duplicando recursos y apoyándonos unos a otros, pero también sintiéndonos y sabiéndonos “red” con otros. Así hacemos visible todo el cuerpo de la Iglesia, convocamos al Reino, no a nuestro huerto, y nos aseguramos de que uno u otro, o entre todos, llegaremos a los jóvenes”.
Recogemos lo que sembramos
Los convencidos, o los conversos, los entusiastas o los apáticos, los más capaces o los que fueron a remolque, fuera cual fuera el punto de partida, aquellos que tuvieron la gracia de saber acoger la Jornada Mundial de la Juventud como una oportunidad pastoral, como un momento de gracia para nuestra Iglesia y dedicaron a ella esfuerzos, tiempos, recursos, cualidades, oración, dedicación, confianza,… a buen seguro, han recogido infinitamente más frutos, que aquellos, que como el siervo perezoso, prefirieron guardar su talento, no fuera caso que gastasen fuerzas y salieran debilitados.
Esta conclusión al respecto ahora de la Jornada Mundial de la Juventud, es totalmente extensible a la primordial pastoral ordinaria.
Un trabajo pastoral realizado con seriedad
Otra enseñanza pastoral que extraigo va en relación a la profundidad del trabajo realizado. Nadie duda de la importancia de las raíces para que un árbol crezca recto y fuerte. Es evidente que el ejemplo sirve para todo trabajo que desea hacerse con seriedad, y la Pastoral con Jóvenes debe querer hacerse siempre con seriedad. Es visible la diferencia que se observa, ahora meses después de la JMJ, de aquellos lugares donde se hizo un trabajo de profundidad, bien reflexionado, con un contenido pensado, una estructura consistente, con un objetivo sobre todo cristiano aunque hubiese mucho de logística, a los lugares donde no hubo esta visión de medio-largo plazo. Es verdad que en muchos lugares se hizo lo que se pudo. En estos casos, no hay más que hablar. Pero hubo cuestiones que hubieran podido sido tratadas mucho mejor y eso lo sabemos todos, en las organizaciones particulares y en la organización general.
En demasiadas ocasiones estamos poco acostumbrados a programar en profundidad. Me refiero ahora más al ámbito parroquial y diocesano y no tanto al escolar que no conozco tanto pero que intuyo que está más dado a la planificación. Estamos poco acostumbrados a proyectar nuestra pastoral en clave de futuro. No es extraño acudir a un arciprestazgo a hablar de pastoral con jóvenes y que ésta sea la única vez en el año que se hable de pastoral con jóvenes o que ofrezcamos actividades a diestro y siniestro sin tener claro cuál es el horizonte hacia el que se orienta el proceso que debiéramos ofrecer a los jóvenes.
Ya hace años que se habla de procesos abiertos, flexibles, con diferentes grados de pertenencia,… y vemos bastante clara que nuestra propuesta debe tener este enfoque en la actualidad, pero esto sólo se puede ofrecer si hay un itinerario, al menos orientativo, que sigue un proceso con todos los ingredientes necesarios.
A principios del verano pasado, acudí a unas jornadas de los cursos Alpha en Londres y me llamó la atención un sacerdote estadounidense que hablaba con absoluta naturalidad de cuando las parroquias presentaban sus proyectos pastorales, sus objetivos concretos y generales, su plan de actuación,… No me estoy refiriendo a tener más planes que jóvenes, pero este sacerdote sí que daba a entender que la acción que allí realizaban, trataba de responder a un planteamiento de futuro, que estaba consensuado, reflexionado, orado y asumido por la comunidad. Decía este mismo sacerdote: “Si fallamos al programar, programamos fallar”. Y creo que tiene mucha razón.
Necesitamos agentes de pastoral vocacionados
Otra constatación en muchos lugares, ha sido la dificultad para encontrar a responsables de voluntarios, a personas que pudieran guiar a los muchos voluntarios adolescentes, no sólo desde el plano logístico, sino también humano y espiritual. Gente capaz de motivar, de escuchar, de hacer descubrir al adolescente que su esfuerzo o su participación tenía un sentido, un sentido más profundo a una secuencia de actividades más o menos compleja, más o menos divertida. Y este vacío de encontrar verdaderos testimonios cristianos que sean capaces de liderar grupos de jóvenes, lo hemos constatado en la JMJ, porqué de alguna manera la exigencia era mayor por cantidad de trabajo. Pero veo en este hecho, un vacío generacional más hondo y preocupante que tenemos en la pastoral con jóvenes ordinaria. Es una urgencia encontrar gente vocacionada a acompañar jóvenes. Gente que tenga auténtica pasión por Jesús y por los jóvenes y que además tengan un celo apostólico que les haga mover las fichas que sean necesarias para desvivirse desde el Evangelio por esos jóvenes que no conocen la Buena Noticia. Desde mi punto de vista, urge suscitar estos acompañantes de jóvenes, que se sienten profundamente arraigados a su fe e inmensamente felices entre los jóvenes. Es una de las prioridades pastorales, que desde mi punto de vista, debemos abordar con seriedad, para poder llevar a cabo la evangelización de la generación futura.
La fe y la alegría
Y una última constatación que señalo es lo que más han destacado los participantes más jóvenes de la JMJ. La alegría de la fe y la fuerza del testimonio les han llamado la atención y lo han expresado de muy diversos modos. También ésta es la impresión que mucha – muchísima – gente, tuvo al ver los acontecimientos por televisión. La sana alegría, el respeto, el sentido de familiaridad, como los problemas se convertían en muchos casos en anécdotas, o ciertas incomodidades eran tomadas con un buen humor impensable en otras circunstancias… interpelaban al personal y hacían que cada uno sacase lo mejor de sí mismo. Estas actitudes, sin llegar a la idealización, sí que nos dejan entrever que hay actitudes que atraen y entusiasman y otras que dejan indiferente en el mejor de los casos. Nuestras comunidades de fe, sean del tipo que sean, muchas veces están lejos de conseguir este entusiasmo que allí vivieron los jóvenes y que aunque se daban unas circunstancias excepcionales, nadie puede dudar de que fue real. Paralelamente también me llamó la atención el poco complejo que tienen los más jóvenes al reconocer su fe en Dios, muchas veces todavía dubitativa y poco arraigada, pero si con dosis envidiables de búsqueda y deseos de vivirla más en profundidad. Me llamó ya la atención en los meses previos, cuando el grueso de voluntarios, en su mayoría adolescentes, no tenían ningún inconveniente en hacer actividades en nombre de la Iglesia en plena calle o poner música cristiana en verbenas en las que participaban. Esto me sorprendió porque no imaginaba que lo hiciesen con tanta naturalidad y que el resto de sus iguales, no participantes de su fe, no se inmutaran sino que lo aceptaran con total normalidad. Y algo parecido pasó cuando volvieron de Madrid y explicaban a diestro y siniestro sus batallitas, experiencias y entusiasmos vividos en la capital. Esta alegría y vitalidad que reclaman nuestros jóvenes, interpela fuertemente a la vida diaria de muchas de nuestras comunidades eclesiales.
- Fortalezas y debilidades más destacables de la PJ hoy
Las fortalezas y debilidades, podríamos tomarlas como los dos extremos de una misma línea. En esta línea, entre extremo y extremo, entre fortalezas y debilidades, se mueven personas, circunstancias, experiencias… que pueden convertirse en fortaleza o debilidad en función de la actitud o de otras variables. Veamos algunos anclajes de esta línea, que desde mi punto de vista, pueden convertirse en facilitadores o en obstáculos para que el joven pueda encontrarse personalmente con Jesucristo y vivir su fe en el seno de una comunidad.
Inestabilidad y búsqueda de novedad
La Pastoral con Jóvenes siempre conlleva una cierta inestabilidad y búsqueda de novedad. Esta cuestión no es únicamente de nuestro tiempo, sino que sucedió antes y seguramente sucederá también después. Y es que posiblemente, no puede ser de otra manera. Los destinatarios de su pastoral se encuentran en esa situación vital de búsqueda e incertidumbre, que no puede aportar una estabilidad. Esta cuestión que siempre es incómoda, porque no permite acomodarse, ni incluso descansar, también tiene sus ventajas y retos. Pide siempre actualización y volver a las raíces, volver a beber de las fuentes. Los jóvenes son posiblemente, el sector de la sociedad que más reclama una comunidad cristiana: viva, auténtica y dadora de sentido. Los jóvenes son los primeros que no aceptan vidas que no testimonian lo que dicen o celebraciones que quedan lejos de su entendimiento. Esta autenticidad que piden, nos obliga a estar vigilantes en nuestro ser cristiano, tanto personal como comunitario. Esta exigencia nos recuerda que debemos estar en permanente conversión personal y comunitaria. Y esto al tiempo que es incómodo, es muy evangélico.
Los jóvenes y la Iglesia
Las ganas de vivir, el deseo de conocer, el propio cuestionamiento de lo establecido, el gusto por lo nuevo,… son características intrínsecas a la juventud. A su vez, la fragilidad emocional en la que viven muchos jóvenes, la dificultad de encontrar referentes que les escuchen con cierta calidad, no contar en muchos casos con una comunicación vital satisfactoria, incluso muchas veces la dificultad por encontrar un afecto que les aporte seguridad y estabilidad, son características que pueden hacer de los años de adolescencia y juventud, ese terreno fértil, deseoso de acoger semillas para que den fruto y fruto bueno. Esa tierra, esa vida todavía muy por hacer, puede estar más predispuesta a acoger con entusiasmo y novedad la propuesta de la fe. Son muchos los jóvenes que viven en esta precariedad afectiva, y la Iglesia, comunidad de creyentes, puede tener esa capacidad de ofrecer ese apoyo afectivo a través de sus miembros, que intentaran ser reflejo del amor de Dios. Pero esto no se puede fingir. Los jóvenes captan muy bien si el sacerdote, catequista, monitor, se desvive por ellos, reza por ellos, está al día de sus problemas,… le importa en definitiva su vida por sencilla que sea, o si cumple, aunque sea maravillosamente bien, con un deber. Eso a nadie le deja indiferente. Ni a jóvenes ni a mayores. Pero sí el joven es capaz de encontrar una comunidad que le brinde este tipo de relaciones, tenemos mucho terreno ganado, porque tarde o temprano se preguntará porque aquellos le aman, confían en él, cuentan con él. Si los referentes están bien centrados en Cristo el problema de la dependencia o de la focalización en el referente no será un problema y posibilitará la pregunta: Y éste ¿Por qué lo hace? ¿Por quién lo hace? La Iglesia debe poder ofrecer este tipo de comunidades cálidas, acogedoras, donde se pueda reconocer lo esencial de aquellas primeras comunidades cristianas.
El propio Dios
Es obvio pero me parece importante mencionarlo. Los que creemos en el amor incondicional de Dios y en su deseo de hacerse presente en las vidas de las personas, no podemos vivir desesperanzados esta misión, ya que es Él, el mismo Dios, el primer interesado, digámoslo así, en la evangelización. Esto no nos debe eximir de nuestras responsabilidades y de poner todos nuestros dones al servicio de la causa, pero sí que nos debe dar serenidad y sosiego, porqué sabemos de quien nos hemos fiado. Esto que decimos tanto de que el futuro no es incierto, porqué el futuro es de Dios, tiene que calar mucho más hondo en nuestras conciencias y en nuestras acciones.
Las mediaciones son importantes
La actitud, él ánimo o desánimo que nos mueve. Es muy aplicable a nuestro momento, aquel cuento que narra como un vendedor de zapatos llega a África, con el propósito de realizar grandes ventas en el continente. Después de varias semanas de rastreo, regresa frustrado al haber descubierto que todos los africanos andan descalzos. En cambio otro vendedor ve en aquella circunstancia la gran posibilidad de su negocio. Si nadie lleva zapatos y consigue convencerlos de su utilidad, tendrá un gran mercado por delante. Esta actitud del segundo vendedor, la echamos muchas veces en falta en nuestros contextos pastorales. El desánimo, e incluso a veces frustración, que muchos agentes de pastoral viven, es primero, un pesar para ellos y después, una dificultad para que la Iglesia evangelice. Este desánimo que puede venir influenciado por muchos factores, tiene para mí una causa importante que tenemos en nuestras manos corregir, y es aceptar el momento que vivimos, en toda su novedad. Más centrados en el presente y en el futuro y no tanto en el pasado. El día en que nuestras vidas hayan sabido situarse en esta nueva época, que ya nada tiene de aquella época de cristiandad, confío en que este ánimo se encontrará más adaptado.
- Empeños actuales en la Pastoral con Jóvenes
Una actitud de confianza y esperanza cristiana
“Y sabed que yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). Vivir estas palabras de Jesús, y renovarlas tantas veces como haga falta, nos hacen vivir desde la confianza y la esperanza. Estas actitudes tienen para mí una importancia especial hoy, por encontrarse muchas veces amenazadas tanto en la sociedad como en el propio ámbito eclesial. Se lo oí al profesor Francesc Torralba en una conferencia y me gustó. Decía, una cosa son los cálculos pastorales y otra bien distinta es la esperanza cristiana. Estamos haciendo cálculos pastorales, cuando pensamos en las parroquias que corresponderán a un cura dentro de diez años o intentamos imaginar el número de personas menores de cincuenta años que habrá en una misa de domingo. Eso son cálculos pastorales. Que está bien y posiblemente haya que hacerlos y tomar medidas. Pero otra cosa bien distinta, es la esperanza cristiana. La esperanza cristiana la vemos en la persona de Abraham, que contra toda lógica humana se fía de Dios. No entiende Sus designios, pero hace lo que éste le pide. Seguramente dudó, pero ni se demoró en la respuesta, ni lo que es más importante, dejó de hacer lo que veía claro que Dios le estaba pidiendo. Y tuvo una gran descendencia. Esto es la esperanza cristiana, decía, confiar en quien nos lo ha dado todo, a pesar de que las circunstancias no nos dejen ver el futuro con claridad.
Pasar haciendo el bien. La fuerza del testimonio
Uno de los pasajes del Evangelio que desde hace un tiempo me interpela más profundamente es cuando dice que Jesús pasó haciendo el bien. Me sorprende por la sencillez y la hondura a su vez. Durante la mayor parte de su vida, sólo los que tuvieron un contacto más directo con él supieron de la exquisitez de su trato, de la hondura de sus palabras. Pero los que pasaron con él días y horas, acababan con su vida convertida. Hacer de una manera extraordinaria aquello del día a día, sin grandes aspavientos, de manera silenciosa, con profundidad, sentido y con una confianza infinita en su Padre. Sí, con una confianza infinita en su Padre. Sin titubeos, sin tardanzas. Me digo que muchas veces, lo que nos falta es la “determinada determinación” de Santa Teresa para pasar haciendo el bien, para ser imágenes de Cristo ante nuestros hermanos que no le conocen. Y esto no depende de grandes proyectos pastorales, ni de líneas generales que debemos esperar a que sean escritas. Esto depende en gran medida de cada uno de nosotros. De los que hemos tenido la suerte de conocer la fe y sentimos el deseo de que otros la puedan hacer también suya. La fuerza del testimonio personal, de su coherencia y frescura, no deja indiferente ni al creyente convencido ni a los jóvenes que no conocen. Hay vidas que dicen mucho. Y los jóvenes tienen una sensibilidad especial para captar estas vidas que son auténticas, que estando cimentadas en un encuentro personal con Jesucristo, se entregan totalmente a otros. Los creyentes necesitamos vivir más auténticamente, más arraigados en la fe, más centrados en Jesús. Hacer de una manera extraordinaria aquello más ordinario. Orar. Orar con asiduidad, a solas y en comunidad. Compartir. Compartir la vida, el tiempo, el dinero, las cualidades, las dudas, los avances. Darse. Darse del todo y para todos. Crecer. Crecer espiritualmente, humanamente, dejándose interpelar, queriéndonos convertir cada día más y mejor al Evangelio de Jesús. Celebrar la fe, con los sacramentos, con la vida, con profundidad, con otros, con alegría. Con mucha alegría.
El acompañamiento personal y comunitario
En realidad uno y otro, personal y comunitario, se complementan y ambos son necesarios pero sólo anoto aquí, aquello que en cada momento vital me parece más relevante. En primer lugar me referiré a un acompañamiento comunitario, que sea real, de aquellos que tienen la misión explícita de evangelizar. Demasiadas veces olvidamos las palabras de Jesús de ir de dos en dos, así como las prácticas de las primeras comunidades de ponerlo todo en común, también los afanes y desasosiegos de la misión. Poner énfasis en esta práctica comunitaria me parece de vital importancia para los años venideros. Cuando uno ha tenido experiencia viva y real de trabajo compartido entiende la riqueza de la misión común. Mantener el ánimo, un celo apostólico saludable, un rico discernimiento de los signos de los tiempos, una vida de intensa oración,… son infinitamente más llevaderos y fructíferos si andamos en compañía.
Y en segundo lugar, la importancia del acompañamiento personal. Adentrarse en el camino de la fe, más aún cuando ésta no ha sido transmitida de manera progresiva por una sociedad, necesita en la mayoría de los casos de un acompañamiento personal y continuado durante un tiempo. Muchos jóvenes necesitaran de una persona cercana que se muestre disponible a caminar a su lado, a explicarle las Escrituras que no hayan entendido, a ayudarles a descubrir en hechos actuales las semillas del Reino, a discernir las voces que les hablan al corazón. De hecho, normalmente se nota cuando un joven, posiblemente ya no tan joven, ha gozado de una persona, mayor en edad y sobre todo con más etapas recorridas en el camino de la fe que le ha dedicado tiempo, confianza y testimonio cercano de fe. Su fe, suele ser más contrastada y madura.
Si hoy volviera en el bus de la JMJ que celebramos en Madrid, le seguiría pidiéndole al buen Dios lo mismo: lucidez y coraje. Lucidez, para no apartarnos de su camino, no cabe duda de que cuanto más arraigados estemos cada uno en Jesucristo, más fortalecida saldrá la Pastoral con Jóvenes. Y le pediría coraje, mucho coraje, para llevar a cabo estos empeños o los que en cada momento sentimos que se nos piden. Coraje para no estorbar, y ayudar, si se puede, a que algunos jóvenes, cuantos más mejor, puedan reconocer en el Señor, el Señor de sus vidas.
María Palau