“Todo el mundo sirve al principio el vino de mejor calidad…
Tú, en cambio, has reservado el de mejor calidad para última hora” (Jn 2,10)
La escena es siempre la misma: entras en la iglesia, en la capilla, en tu habitación, en tu rincón favorito… en “el Restaurante de Reino”, y lo haces solo o acompañado (individual o comunitariamente). Dios, el Gran Sumiller, ya te tiene preparada la carta. Es entonces cuando llega uno de los momentos más especiales del día: la cata del Evangelio. |
- Es fundamental que sepas lo que vas a hacer. Podemos decir que la cata-meditación de la Buena Noticia es descubrir su intimidad y apreciar sus cualidades. Catar el Evangelio consiste básicamente en tomarse el tiempo necesario para que sus propiedades hagan el efecto deseado.
- Para comenzar, lo mejor es encontrarse en un lugar debidamente iluminado. En este sentido, las preocupaciones del día, la agenda o el móvil pueden oscurecer y hacer perder sabor a la Palabra de Dios. Prueba en tu corazón: el lugar donde la Luz del Evangelio disipará toda clase de tinieblas.
- No mezcles unos con otros. El Bodeguero por excelencia te ha entregado uno. No es bueno que pases a otro porque te resulte complejo el proceso de catación-meditación. Céntrate en el que tienes entre manos, ya verás cómo poco a poco experimentas toda su riqueza.
- Comprueba que el Evangelio esté a una temperatura correcta. En estos casos se recomienda tener la mente fría, despejada, lúcida; y el corazón caliente, cordial, receptivo.
- Para saborear, degustar y digerir la Palabra de Dios, utiliza un corazón transparente, sin tallar, sin prejuicios (“esto ya lo he probado, es lo de siempre, esto no me sabe a nada…”) Deja que el Evangelio te sorprenda, te cautive, te enamore… hasta incluso te desagrade. En ocasiones es cierto que produce un sabor demasiado ácido. No es que esté picado y no sirva… no, no, todo lo contrario, pero sigue con la cata.
- Una vez servido, lo primero que debes hacer es apreciarlo, contemplarlo. No se trata de ser un experto en las primeras etapas, eso ya vendrá con el tiempo. Simplemente es el momento de observar sus tonalidades, su brillo e intensidad. Recuerda que el Evangelio presenta siempre un aspecto limpio, ni velado ni turbio. Si por más que lo intentas lo encuentras apagado, hueco, no es problema de la Palabra de Dios… Deberás depositarla unos minutos en la barrica de tu corazón, ya verás cómo descubres una Buena Noticia afable, generosa, delicada, noble, suave, tierna…
- Antes de llevarlo a tu vida, identifica los aromas que desprende… ¿Te recuerda alguna situación de tu vida? ¿No? Bueno, pues sustituye los lugares, los personajes, los gestos por otros más cercanos a tu entorno.
- Ahora sí, para dentro. Ah, y nada de a pequeños sorbos. Aplícalo de lleno en tu vida. ¿Qué te quiere decir Dios, hoy, ahora, en este preciso momento? Convierte el Evangelio en el manual de instrucciones que te indique qué tienes que hacer cuando salgas por la puerta.
- Una vez dentro de tu corazón comparte (si hay más gente a tu alrededor) la experiencia. Los sabores que te ha transmitido, también, cómo no, los sinsabores, los miedos, las dificultades, las dudas… Convierte tu opinión y la de tus hermanos en una plegaria de ayuda y de agradecimiento a Dios, el Enólogo número uno.
- Fuera del “Restaurante” transporta la Buena Nueva en la pipa de tu corazón y distribúyela gratuitamente a las personas que te encuentres por el camino. Háblales de palabra pero sobre todo con tu vida de ese Evangelio que pruebas todos los días y que te convierte en una persona inmensamente feliz.
José Mª Escudero