[vc_row][vc_column][vc_column_text]Ninfa Watt
Pie Autor
Ninfa Watt es profesora de la Universidad Pontificia de Salamanca y directora del Departamento de Radio y Televisión de la Conferencia Episcopal Española.
Síntesis Artículo
“Ser educador tiene mucho de acto de amor y de obra creativa. Quien no es capaz de vislumbrar en el futuro la realización de un sueño y caminar hacia él preñado de esperanza, no sirve para embarcarse en este lío”. Y en eso, nos dice la autora, «pinta mucho el cine»; de ahí que debamos compartir el cine con los adolescentes y jóvenes, de ahí que debamos compartir sueños porque, en el fondo, «educar no es sino pintar sueños mirando al futuro». El artículo se cierra sugiriéndonos concretamente algo que hacer «entre pinceladas, paletas y trapos empapados de aguarrás».
Compartir la tarea educativa es una forma de compartir nuestros sueños. Es poner en común las energías que volcamos en esa empresa tan difícil, tan hermosa, de caminar junto a otros mientras crecen.
Entre nuestros sueños están mezcladas, convertidas en fotogramas, las imágenes del profesor, del educador que queremos ser. Por ahí se nos cruza Kitting forjando librepensadores en el Club de los poetas muertos, y nos gustaría enfrentarnos a cualquier rebelión en las aulas con el acierto de Sidney Poitier. Quisiéramos saber transmitir la idea de justicia como Atticus, para que nadie mate a un ruiseñor, y provocar también nosotros cadenas de favores o descubrir las habilidades ocultas de un alumno como se descubre a Forrester o a un Billy que quiere bailar. Qué estupendo sería despertar a nuestro paso la música del corazón para que no haya ni uno menos entre los muchachos que se nos encomiendan, porque todo empieza hoy.
En nuestra retina están prendidas muchas escenas que un día fueron sueño para un guionista, para un director, para un grupo de actores y de técnicos que contribuyeron a la creación de una obra, tal vez de arte.
También nosotros soñamos con ver convertidos en hombres y mujeres libres, maduros, auténticos, coherentes, comprometidos, a los adolescentes que ahora requieren de nosotros tan alta dosis de entrega y de ilusión siempre nueva.
Ser educador tiene mucho de acto de amor y de obra creativa. Quien no es capaz de vislumbrar en el futuro la realización de un sueño y caminar hacia él preñado de esperanza, no sirve para embarcarse en este lío.
1. Qué pinta el cine en todo esto
Pinta mucho. Por el tiempo que les dedican, y por el puesto que ocupan entre sus preferencias, las películas pintan mucho en la vida de los jóvenes. Por lo que tienen de fábrica de sueños, y por lo que éstos tienen de anticipación del futuro.
Todavía hay personas cultas (¿!), muy sesudas ellas, que alardean de no ir al cine (¿presumirían de no leer libros, de no estar informados de la actualidad, de no saber idiomas, de –pudiendo hacerlo- no conocer otros lugares y otras gentes?). Por suerte, esa postura forma parte de un talante en vías de extinción.
Entre los jóvenes la cosa varía. El cine está incorporado en sus vidas como parte del hábitat natural. El cine es, por supuesto, una de las ocupaciones favoritas para el tiempo de ocio y, sin pretenderlo, uno de los terrenos en los que –criterios de selección o formación para el análisis fílmico aparte- se mueven con datos abundantes.
Las posibilidades que ofrece la televisión, a las que habría que añadir las de los vídeos y dvds, no han hecho sino ampliar el espacio-tiempo dedicado al cine. Lejos de sustituir la asistencia a las salas de proyección, se han convertido en un complemento que acentúa la tendencia y la afición.
A la parte de industria y mercado que tiene el cine le interesan los resultados de taquilla. Es vital para el crecimiento económico del sector el número de entradas y el precio que por ellas se paga (bastante caro, por cierto).
A los educadores, sin embargo, nos interesan las influencias del cine sobre los jóvenes y las interacciones que pueden propiciar.
Con relación al primer aspecto –la influencia de las películas en la formación–, es indiferente que hablemos de «ir al cine» o «poner un vídeo» en casa. Para el segundo aspecto –las relaciones que se establecen en torno al cine– conviene no olvidar la importancia de las condiciones de recepción de una película y lo que supone de experiencia personal y/o compartida.
«Ir al cine» sigue siendo un modo de crear un espacio entre iguales al margen del hogar. La actividad grupal conserva su atractivo por lo que tiene de separación de los adultos, especialmente para los adolescentes. Y el ambiente que se favorece ante la pantalla grande –oscuridad, silencio, exclusividad de la atención– provoca unas condiciones de mayor vulnerabilidad ante la película. También de mayor disfrute. Es verdad que a veces los sorbos del refresco del vecino o las palomitas masticadas con fruición rompen toda la magia del momento. Es verdad también que la actitud «de pandilla» de muchos adolescentes altera las condiciones óptimas de visionado para el resto de los espectadores, pero para ellos, para el grupo, eso forma parte de la pertenencia a un mundo propio aglutinado en ese momento en torno al cine.
Además de los estrenos queda siempre el recurso al alquiler de vídeo, más barato, con más posibilidades de elección y sin sujeción a un horario. Según el Barómetro de Actividades Culturales del Centro de Investigaciones del Mercado Cultural (cimec), ocho de cada diez jóvenes de entre 14 y 19 años alquilan vídeos/dvds varias veces a la semana. Entre los 20 y los 24 años hacen lo mismo siete de cada diez. El volumen es considerable.
¿Qué géneros son los que más piden en los videoclubs?: películas de acción (35%), misterio (16%), aventuras (14%), humor (13%), drama (7%), y comedia romántica (7%).
A esto hay que añadir la oferta televisiva. Los espectadores jóvenes suelen ver la televisión unas tres horas y media diarias. De ese tiempo, una buena parte está ocupada por la ficción, sean películas, telefilmes o series. Si la hora de emisión es inoportuna, se graba y arreglado.
Los jóvenes pasan mucho tiempo bebiendo de la pantalla historias que les impactan, modelos de comportamiento, formas de vida, presupuestos vitales, modas, lenguajes, gestos ideas, sentimientos… todo ello del modo más fácil y atractivo, servido en bandeja para ser asimilado.
Cerrar los ojos al cine es volver la espalda al arte más genuino del siglo xx y comienzos del xxi. Es a la vez lenguaje, modo de comunicación y compendio de la idea que el hombre de nuestro tiempo tiene sobre el mundo, la vida, la humanidad y hasta sobre el mismo Dios. ¿Tanto? Sí: las gentes normales –jóvenes y adultos– no suelen leer grandes tratados de Filosofía, pero van al cine. No conocen tal vez las teorías de los pensadores que mueven el mundo, pero ven películas. No están al tanto de las corrientes de pensamiento, pero saben de actores, de directores, de títulos, de argumentos, de personajes, de bandas sonoras… porque van al cine. Y lo cierto es que los sistemas filosóficos motores de la historia se filtran por los poros de la sociedad hasta empaparla convertidos en pintura, en moda, en canción, en danza… en cine.
Si a la práctica se lleva lo que antes se ha pensado, o soñado, habrá que estar alerta a tantos sueños forjados en torno a una pantalla.
2. Compartir cine, compartir sueños
No es fácil entrar en la vida de otros. Menos aún en la de jóvenes y adolescentes cuando uno ya es adulto.
No es fácil crear cauces adecuados para transmitir valores ni crear situaciones en las que el lenguaje sea común y significativo.
No es nada fácil encontrar terrenos a medio camino en los que se una la vida de dos mundos distantes y distintos.
A veces la clave (=la llave) está en lograr experiencias compartidas. Entrar en el mundo de ellos y participar de lo que ellos ya comparten. Escuchar música juntos, o ver juntos una película, puede ser una buena opción.
No es que tenga mucha fe en ciertos estudios sociológicos a los que son tan aficionados los norteamericanos, pero una investigación reciente afirma que las personas que ven mucho la televisión tienen una experiencia de relación social vicaria semejante a la de quienes tienen muchos amigos.
Más realista parece sin embargo lo que vivimos cualquiera de nosotros si somos de los que «nos metemos» en las películas (sin necesidad de llegar a los extremos de La rosa púrpura de El Cairo o de Persiguiendo a Betty). Cuando «entramos en la pell» con otro, tenemos la oportunidad de vivir una experiencia compartida: ambos hemos estado allí, hemos conocido los mismos lugares/escenarios, las mismas personas/personajes, las mismas historias soñadas, pero cada uno con nuestros ojos. Y podemos intercambiar después recuerdos y puntos de vista.
Muchos temas de conversación imposibles por falta de conexión en la vida real tienen una zona de encuentro en las películas. Después del visionado los temas y las situaciones son ya comunes.
El cine recoge una parte de la realidad y nos enseña mucho sobre la condición humana y sus procesos. Incluso cuando nos parece que se falsean ciertas situaciones, no carece de interés conocer cómo ven otros lo existente, cuál es su perspectiva, su ángulo, lo que de sus propias mentes proyectan directores y guionistas.
La literatura y el cine muestran, encarnado en personajes concretos, lo que no permite un percepción directa, el mundo interior: pensamientos, sentimientos, deseos, miedos, ensoñaciones. Aunque no existan esos personajes «así», tal como la novela o la película describen, sí existe la visión que sobre esos personajes tiene su creador. Son parte de su alma.
Compartir con otros de este modo, a través del cine, el conocimiento del alma humana, puede ser una preciosa experiencia común.
3. Educar: pintar sueños mirando al futuro
Dicen que lo que el hombre es capaz de pensar, es capaz de realizarlo. Sólo es cuestión de tiempo. Que se lo digan a soñadores insignes que en su tiempo hicieron ciencia-ficción y hoy resultan ser ingenuos diseñadores precoces de realidades consumadas.
Por eso son esperanzadores los sueños de quienes luchan por hacer un mundo más humano y se ponen a ello, y aterradores los de aquellos que vuelcan sobre el futuro el retorcimiento de sus mentes.
Nuestros proyectos no son sino sueños cargados de energía que adelantan el futuro, que lo diseñan, que lo pintan de antemano del mejor modo imaginable. Sólo son posibles si la mirada llega más lejos que nuestro pie en el presente.
Lo que el cine «proyecta» en la pantalla hace «real» hoy lo que es posible imaginar. No hay nada que un guionista-director no pueda realizar, porque los efectos especiales convierten lo imaginado en una realidad virtual capaz de poner ante nuestros ojos lo que ya-no-es, o lo que todavía-no-es.
Así el educador: lo suyo es soñar lo deseable, adelantar con su mirada lo que aún-no-es proyectado hacia el futuro para que sea posible. Y después, secuencia a secuencia –atención a los diálogos, a ver esa iluminación, cuidado con la banda sonora, ¿es buena la interpretación de los distintos papeles?, que no lo estropee el montaje…– avanzar hacia el The End. Pintar sueños, proyectar sueños. ¡De película!
4. Entre pinceles, paletas y trapos empapados de aguarrás
Aterricemos. Mucho sueño, mucho cine, mucho colorín, pero a la hora de la verdad nos encontramos con un grupo de chicos a los que hay que educar y acompañar. Lo de pintar sueños se concreta en la vida real en que nos vemos enfangados entre pinceles sucios, paletas de colores mezclados y un insoportable olor a aguarrás. Muy bonito eso de compartir experiencias sugestivas, pero a ver: cuando hay que lanzarse al ruedo y tratar de transmitir valores, ¿qué pinta el cine?
Pues sigue pintando mucho. El cine puede ser una herramienta educativa de primer orden como transmisor de valores. Eso de poner ante los ojos lo bueno como bueno, lo verdadero como verdadero y lo bello como bello a través de narraciones, sin teorizar, no es un invento moderno. Hacerlo con sentido cristiano tampoco es nuevo: hace unos dos mil años ya lo hacía así Jesús de Nazaret. Sólo que ahora podemos contar esos relatos de forma audiovisual, en forma de película.
4.1. El cine, un valor disponible
El cine, por sí mismo, es un valor disponible. Educar para el cine requiere educarse para el cine y disfrutar con el cine. Son indispensables ciertos presupuestos por parte del educador, de modo que pueda después transmitirlos a los jóvenes:
- Seleccionar adecuadamente las películas teniendo en cuenta los destinatarios: una película es realmente buena cuando, además de su calidad desde un punto de vista cinematográfico, aporta un contenido también de calidad desde el punto de vista ético.
- Procurar capacitarse en lectura fílmica, en análisis crítico, al menos en un nivel elemental. Esto ayuda al distanciamiento necesario para llegar a ser un espectador cualificado.
- Disfrutar del placer estético que proporciona la película, pasárselo bien, que es sanísimo.
- Abrirse al enriquecimiento del desarrollo cultural y personal que el cine proporciona, igual que la lectura o la música, pero despertando ahora otras fibras a veces olvidadas.
- Cultivar el sentido crítico afinando progresivamente las exigencias de calidad formal y de contenido.
- Cuidar las condiciones de visionado: la película es una unidad con su propio ritmo interno y debe ser percibida como tal en las mejores circunstancias posibles.
4.2. El cine, un medio
El cine como medio, como instrumento para la educación sistemática y de apoyo para otras materias en el aula. En este caso las películas no pueden ser un relleno que entretenga y ocupe horas de clase. El aprovechamiento del cine como apoyo requiere un trabajo previo por parte del profesor:
- Determinar claramente los objetivos que se pretenden.
- Seleccionar los fragmentos que permitan lograr los objetivos sin dispersar o relajar la atención.
- Contextualizar el fragmento de modo que no se rompa la unidad de la obra de arte.
- Aprovechar pedagógicamente lo seleccionado. No hace falta agotar una película. Basta escoger un fragmento adecuado y profundizar en la línea de los objetivos que se pretenden de la forma más dinámica y distendida posible. La tensión ha de estar en la intención pedagógica del profesor/animador, en su búsqueda de objetivos, sin transformarla en rigidez en torno a la película.
Según la materia o los temas que se quieran tratar, se puede ir confeccionando una lista de películas y, de ellas, una selección de fragmentos que permitan observar o comentar cada vez un aspecto.
4.3. El cine como ocio
El cine de calidad como ocio de calidad frente a otras alternativas posibles.
Despertar en los jóvenes la afición al cine y convertirlos en espectadores críticos, de los que buscan calidad y no se conforman con cualquier cosa, es hacerles un auténtico regalo.
Para un aficionado, donde haya una película de calidad que se quiten otras diversiones. No es la panacea, por supuesto, ni excluye otras aficiones ni otros gustos. Pero saber disfrutar de una buena película, y hacerlo además con sentido crítico, divierte, entretiene, forma, enriquece. No sólo evita alternativas destructivas, sino que aporta al tiempo de ocio, en positivo, un contenido de calidad.
¿Todas las películas son así de «edificantes»? Claro que no. Pero para eso están, a la hora de elegir, el propio sentido crítico y la ayuda inestimable de buenos comentaristas y críticos cinematográficos.
Habría que despertar entre nuestros jóvenes vocaciones cinematográficas –directores, guionistas, actores– deseosos de aportar a la sociedad planteamientos éticos a través del cine. Pero eso es ya otro sueño. Eso es… otra película. n
Breve Bibliografía
- J. Jiménez Pulido, El cine como medio educativo, Ediciones del Laberinto, Madrid 1999.
- J.R. May (ed.), La nueva imagen del cine religioso, UPSA, Salamanca 1998.
- I. Orellana Vilches, La mirada del cine. Recursos didácticos del séptimo arte, Cervantes, Salamanca 2001.
- J.L. Sánchez Noriega, Fábricas de la memoria. Introducción crítica al cine, San Pablo, Madrid 1996.
Ninfa Watt
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