COMUNICADOS PERO NO ACOMPAÑADOS

1 septiembre 2003

Miguel Angel García Morcuende, salesiano, es profesor de filosofía y Delegado de Pastoral Juvenil de la Inspectoría Salesiana de Madrid.
 
Resumen del artículo:
El autor muestra las causas que han motivado que en una sociedad como la nuestra, en que la generación juvenil tiene un manejo y un uso habitual de medios de comunicación muy llamativo, se hayan quebrado cauces de acompañamiento adulto muy importantes, y apunta pistas para recrearlos.
 
Llenan nuestras bibliotecas informes, estudios sociológicos, aproximaciones psico-sociales y antropológicas sobre el mundo juvenil. Creíamos que esta etapa vital era sólo una categoría acotada a la que uno se asomaba con el cuestionario de la estadística y el ojo clínico para analizar y catalogar. Para ser honestos con la realidad, resulta hoy muy difícil agrupar a los jóvenes bajo supuestas notas generacionales. Y la paradoja añadida es que todo el mundo quiere ser joven: los adultos se disfrazan de adolescentes. Modelo social es el joven: la publicidad va dirigida especialmente a ellos, o a quienes quieren emular esta etapa.
No obstante, podemos constatar que, en la cultura occidental, los auténticos adolescentes-jóvenes ofrecen un universo simbólico de peso. Cuando nos cuestionamos ahora, de forma reiterativa, sobre la configuración social de la condición juvenil, salta por los aires también el malestar de los adultos.
 
Esta nueva generación utiliza mejor la tecnología que sus padres, estamos en épocas donde los jóvenes enseñan a sus padres. Podemos comprobar su movilidad en los intercambios, cursos de idiomas y becas; la navegación por internet y los chats; el uso de la telefonía móvil; el influjo de los muchos canales televisivos; los juegos en red, la play station, las agendas electrónicas…en definitiva, nuestros jóvenes están comunicados, sí. Pero en este enorme acceso a la comunicación, ¿hemos ganado en esa otra comunicación que se establece en el “cara a cara”? ¿Cómo es explicable que la generación de los jóvenes del ciber-espacio se relacione cada vez menos con la gente que no pertenece al entorno inmediato? Consolas y videojuegos desde los primeros años hacen a nuestros niños más aislados. En definitiva, muchos jóvenes caminan solos, pasan sus vidas delante de nuestros ojos indiferentes. Muchos viven fundamentalmente solos, ahogados por el bienestar y las relaciones virtuales. Para algunos de ellos, nuestras ciudades son islas deshabitadas con millares de personas.
 
1. En el escenario, los jóvenes
 
Recordemos algunos de los procesos visibles que se dan en el escenario de la condición juvenil actual, que con­dicionan el estilo y la forma de sus vidas. Siendo conscientes de que es un riesgo establecer una tipología, afrontamos con temeridad esta valoración.

1.1. Una pluralidad de sistemas de sentido
 
La experiencia humana no se unifica a partir de una visión general del mundo y de la vida. Se introduce la idea de “un decurso personal”, cada uno cultiva su propio jardín. Sería más fácil recorrer las tiendas de discos y tomar de lo que se canta, de lo que se oye, de lo que se compra para entender mejor este discurso. Un exceso de la individualización legitima una extrema pluralidad de opciones y actitudes que se colocan siempre y sólo bajo el primado de la experiencia personal. La identidad personal no es decidida ya para nadie de ante­mano, socialmente cualquier forma de recomposición individual. A ello se une una distorsión de conceptos como la libertad y la subjetividad, elevando su umbral hasta cotas casi impensables.
 
Esto evidencia la crisis de las instituciones (de mane­ra especial las transmisoras de cultura y memoria como la familia, la escuela, la universidad, los sindicatos, los partidos polí­ticos, el ejército y las iglesias). Estos centros de socialización parecen perder fuerza aunque sigan alimentando al ciudadano con su caudal simbólico y ritual.
 
La familia y la escuela se ven envueltas en esta reajuste y van que­dando relegadas a una esfera concreta de la vida en concurrencia con otras. La primera, sufre una nueva problemática relacional que afecta a los hijos. Modelos de familias que tienen que reconvertirse para ser lugar primario de socialización y acogida. Percibimos cómo los adolescentes y jóvenes tiene que habituarse a vivir en hogares monoparentales, familias reconstituidas y entornos familiares que asumen formas de unión atípicas; padres excesivamente atados al mundo laboral, bajo un duro ritmo de horarios. En estas y otras situaciones, falta disponibilidad para estar con los hijos, acompañarles de cerca, ser espacio de convivialidad buscada y correspondida. La soledad no es sólo ni principalmente no estar con nadie, sino la ausencia de relaciones satisfactorias, vitalmente ricas.
 
Por su parte, la escuela acoge cada vez más tiempo y cada vez más tempranamente a nuestros niños y niñas; en contraste, bastantes profesionales de la enseñanza denuncian que la escuela ha perdido su condición de institución rectora (leading institution) que dictaba la teoría de la realidad, y pasa ahora la mayoría de edad a otras instituciones sociales.
 
En este contexto, los jóvenes – afirma Peter Berger – se han asomado al “jardín del vecino” y han visto cosas distintas. Los medios cibernautas son los “nuevos altares domésticos” y los protagonistas de esta sociedad globalizada o “sociedad digital” son los jóvenes. El mundo interior de las personas y lo que pasa alrededor no tienen un marco de referencia significativo, todo se vive en la inmediatez, en el presente, moviéndose en un espacio sin horizonte. La sociedad de la información abre nuevos areópagos donde todo es de fácil acceso, rápido, eficiente y abreviado (como la música comprimida en formato mp3).
 
Resumiendo, se lanza un pluralismo de mensajes y centros de atención: ¡todo el mundo tiene algo que decir y también lo contrario! Todo depende, y a veces. ¡Bienvenida la juventud del mosaico! Nos parece estar ante situaciones de difícil o casi imposible propuesta de identidades.
 
1.2. La realidad se nos da en imágenes
 
Jóvenes y adultos nos hallamos saturados de apariencia, sin saber distinguir entre lo impor­tante y lo insubstancial. La realidad se hace simulación. Se acude a la realidad virtual por la ventana de los “media” (medios de comunicación social). El contexto mediático en el que nos movemos nos instala en la “cultura de lo irreal” donde priva lo noticiable o la actualidad. El resultado final es la imposibilidad de la reflexión y la crítica, entra a placer la manipulación que fragmenta y deshuesa la realidad.
 
El acelerado ritmo de cambio, a imagen y semejanza de las tecnologías digitales, reduce la capacidad de percibir las verdades y las mentiras de lo que pasa. El vasto campo de la publicidad comercial sabe administrar fuertes dosis de realidad virtual y para ello se basa en el mecanismo del audimat o índices audiencia, determinando el interés del publico joven televisivo. Lo que no existe para los “media”, tampoco tiene existencia en la realidad o deja de ser del todo significativo. Quien aparece en pantalla existe. Es la “lectura plana” de la vida, más placentera que la real, aunque no sea la que nos toca vivir. La vida es la pasarela de Operación Triunfo o Gran Hermano.
 
Las mismas reflexiones sociológicas sobre la sociedad moderna llevan el signo de la confusión: unos nos hablan del “fin del sujeto”, otros, “el nuevo individualismo”; se habla de una sociedad que se disuelve, por otra parte, el nacimiento de “una sociedad civil”. En este vaivén surge el debate ético: cómo determinar o dar razón de las propias convicciones con pretensiones de justicia y de paz, dónde encontrar la capacidad para distinguir la libertad de la tiranía, la falsedad de la verdad, lo justo de lo injusto. Al máximo, nos afirmamos en la medida en que nos nivelamos con el mismo comportamiento que todos. Al final, y en tú a tú, muchos jóvenes dicen no encontrar razones sólidas ante la opresión de los poderosos y el poder de lo fáctico.
 
1. 3. Planificación semanal
 
Un dato ineludible de nuestros jóvenes es el arte de vivir en el presente. En ello, el compromiso pasa por “el efecto acordeón”, un movimiento entre acción y retirada, compromiso de hoy, descuido de mañana. Semejante situación impone la condición transitoria a todo tipo de compromiso y pertenencias: se puede ser miembro de pleno derecho de una institución, colectivo o lazo interpersonal durante un tiempo, dejar de serlo o pasar a la reserva más o menos activa, volver o no volver, volver de otro modo. Es la cultura de la desafiliación, del “yo me desapunto”.
 
Se percibe una fuerte tendencia al localismo (por mucho que nos hablen de Europa), el gusto por las cosas pequeñas y cercanas, manuales, artesanales, incluso. Unido a esto hay una sensibilidad grande ante la miseria y la injusticia, mientras no pida costes personales. No estamos a gusto con la sociedad económica de injusticia y dominio de unos cuantos, pero se intenta vivir bien, mejor aún que antes, a costa de otros, si es preciso. Es, en cierta manera, un humanismo indoloro: denunciar al opresor sin producir sufrimiento en el denunciante. Preferimos estar en stand by (pausa). Gracias a Dios, en la generación del voluntariado social hay quienes son conscientes de que en España hay ocho millones de pobres que malviven y que una de las expresiones más severas de la pobreza está compuesta de niños, adolescentes y jóvenes.
 
1.4. Un fenómeno de extrañamiento: jóvenes-educadores
 
No pretendemos penetrar sociológicamente en el análisis y desentrañar causas de este particular fenómeno de extrañamiento que se puede estar dando entre los adolescentes/jóvenes y los educadores, o referentes adultos. Lo cierto es que muchos de los que trabajan entre y con los adolescentes y jóvenes de nuestro tiempo expresan que los “maestros de vida” han perdido su contorno, se han difuminado. Parece que esta generación nos hace un ajuste de cuentas. Siguiendo a F. Savater en “El valor de educar”, el adulto en el ámbito educativo es como la pared y la hiedra; sin la primera, la segunda queda en tierra. ¿Así lo piensan los adolescentes de hoy? “Nadie pregunta por nosotros”, decía un animador juvenil, prefieren la formación on line (a distancia y por pantalla).
 
Esta ausencia de educadores o esta dificultad de ser tales en medio de los jóvenes tiene un aspecto de verdad que no puede ser minusvalorado ni torpemente interpretado. Los educadores no estamos en primera línea porque, a veces, no nos es fácil aceptar que la mejor palabra es siempre la testimonial, donde hemos de esforzarnos por utilizar la metodología del contagio, de la presencia; transmitir con coherencia y cercanía los valores y un estilo de vida liberador; y esto hacerlo en presente de indicativo para hacernos comprender aquí y ahora. Son necesarios momentos “fuertes” de escucha”, no circuitos cerrados donde sólo habla el adulto y el joven apenas escucha. Cuesta adaptarse a los nuevos ritmos y vemos incrementadas las difi­cultades para continuar cumpliendo nuestra labor. Pero son la mejor generación a la que acompañar, porque son los de ahora, los que tenemos.
 
Nos quejamos de la mirada superficial de los jóvenes, porque se contentan con el qué y el cómo de las cosas, sin llegar al por qué radical del asombro y a las preguntas últimas. Pero siguen estando solos, aunque bien comunicados y muy informados. Cuando los educadores o los referentes adultos nos presentamos ante ellos sin nada valioso que ofrecer, se nos marchan. El alejamiento se produce en general sin ruido, huyen a falsos padres. Y este evaporarse reviste con frecuencia la forma de olvido y de búsqueda alocada de diversión. Así pasan ante nosotros, arrastrados sin saberlo, por nuestra falta de audacia.
 
2. Habitación con vistas: el acompañamiento
 
Pensar frecuentemente en los jóvenes y hablar con ellos, nos estimula a comprenderles mejor. Por ello, un acercamiento optimista y serio a la realidad juvenil creemos que debe pasar por abrir nuevos campos en el acompañamiento por parte de los educadores. Desglosamos algunas pistas o sugerencias que susciten reflexión y faciliten la orientación de nuestra intervención.
 
2.1. Estar expuestos y a cielo abierto
 
Mirando con ojos inteligentes y recorriendo lo expuesto hasta ahora, podemos afirmar que nuestros jóvenes, no están tan comunicados, tienen mucho que decir pero… ¿a quién? El entorno del internet no reconoce el rostro del que comunica y aunque chat o IRC signifique “charlar en directo”, no se trata de un verdadero encuentro. Aunque señalábamos antes la identidad flotante y afectivamente distanciada de grandes instituciones, encontramos en los jóvenes (¡paradoja!) una fuerte reacción inte­rior, orientada en la dirección opuesta: hacia la consolida­ción de identificaciones fuertes forjada en verdaderos encuentros. Difícilmente podemos afirmar que los jóvenes sean menos sociables y comunicativos que nunca; más bien habría que decir que son abiertos: violentamente abiertos en muchas ocasiones.
 
Para ellos se impone un caminar compartido, hacer camino con otros implica “estar”, presencia que nos obliga a estar expuestos y a la intemperie, atentos al viento que soplará mañana. El joven necesita ver, a distancia corta, identidades para sentir interés, no precisamente ideales abstractos y lejanos, sino “centros de interés”, referentes vitales. Saben muy bien del mundo desordenado del adulto; captan como en un radar nuestras incoherencias. Aún así, son más comprensivos de lo que creemos. Se trata de salir a la intemperie y exponerse a los elementos con la confianza que nos da nuestro deseo de estar de su parte, sabiendo que en ello habrá tanteos, excesos, aciertos y errores.
 
Se hace más urgente la comunicación verbal para la negociación interpersonal de los problemas y el intercambio de afecto. No son necesarios continuamente los diálogos profundos, sí son imprescindibles los encuentros ligeros y frecuentes, los momentos cotidianos donde la implicación emotiva es mayor. Necesitamos relaciones de cotidianidad. Tomémonos en serio sus demandas. Hablemos con ellos y escuchemos. Todo joven es merecedor de nuestra atención e interés. No es asunto sin importancia la demanda que nos dirigen: ser sus compañeros de camino.
 
2.2. Recrear con los jóvenes valores decisivos
 
La famosa expresión “pensamiento débil”, entendido como esa falta de objetividad y de fundamento para los valores, indica también un tono vital flaco, un “sujeto débil”. Sociedades blandas generan personas de suelo débil, sin fortaleza para enfrentarse a la vida. Por suerte, los jóvenes son altamente sensibles ante los crímenes contra la humanidad, la defensa de los derechos humanos, la erradicación de la pobreza o la preservación del medio ambiente. En su amplio repertorio positivo hay búsqueda de expresiones de vida, la aceptación del pluralismo, el deseo de autenticidad, de paz y solidaridad. Pero se emplea otro registro cuando se toca el “mundo de la vida” y sus opciones. La misma solidaridad, como vimos, tiene una implicación personal distanciada respecto a la causa defendida. Es tarea del educador recomponer el puzzle de la vida, ayudar a dar coherencia vital, cuando lo social, personal, familiar se viven como esferas separadas.
 
Muchos referentes vitales de los jóvenes forman un stock a la venta que cabe seleccionar a gusto del consumidor que paga (“pick and choose”). El internet sirve para estudiar, trabajar, comunicarse y divertirse; en definitiva, no es un instrumento de cooperación sino de intereses que se pueden encontrar, pagando o gratuitamente. Sin embargo está demostrado que, en el mismo uso del chat, la utilización de los apodos (nick) para identificarse desde el anonimato sirve a muchas personas para romper la timidez y la soledad. ¿No puede ser esto una fuerte demanda de experiencias humanas significativas?
 
Probablemente el camino de inicio es despertar la actitud de búsqueda, aún desde la debilidad y la duda, resistirse a vivir instalados y enfrentarse ante la historia: multitud de seres humanos han vivido, han sufrido, han muerto por valores que transcienden el propio egoísmo. Nuestros pueblos y ciudades están llenos de historia de solidaridad narradas que evocan esperanza en medio de graves conflictos porque creían en realidades que iluminaban su vida, su futuro, su muerte. ¿Por qué debemos dar la razón a quienes venden que proyectos personales o grupales son siempre coyunturales? ¿Quién nos impide suscitar las grandes preguntas, quién nos impulsa a rebajar los sueños de los jóvenes a estatura humana?
 
2.3. La “bulimia consumista”
 
Una de las cuestiones irresueltas es lo que podemos denominar la “bulimia consumista” (P. Ricoeur). Es tarea pendiente seguir ayudando a ver que no todo se consume, a pesar del principio imperante del Business are business. Hasta la información se hace productiva (por eso tiene éxito el correo electrónico, rápido, económico, ágil) y se convierte cada vez más en un mundo de pago. En definitiva, todo se consume, todo es mercancía. Ante esto, hagamos ver que eficacia, competitividad y lucro no valen para un proyecto de vida o una relación de calidad. La experiencia personal de algunos jóvenes va desmintiendo que este consumo sea camino de satisfacción vital: hemos descubierto sus mentiras, ¡por fin! Esa capacidad liberadora del dinero está por ver. Es más, la existencia del Tercer y Cuarto Mundo cuestiona la validez de este mercado descomunal.
 
Apoyemos en los jóvenes su espíritu crítico frente a lo que se les da o a lo que se les presenta, pero también generemos la crítica sobre cómo piensan y actúan. Por eso, son más necesarios que nunca verdaderos acompañantes, para facilitar que los compromisos con los menos favorecidos sean obligaciones interiorizadas y se encaren con las propias limitaciones.
 
2.3. De jóvenes sobrestimulados a jóvenes interiores
 
La expresión “educar el corazón” deja de ser un bonito slogan y se convierte en un reto de gran magnitud, un desafío urgente sobre el que se está recomponiendo el mundo interior de nuestros jóvenes. Todo se reduce al mundo emotivo que bombea itinerante, de forma episódica y discontinua, ligado a algún centro de interés o a un acon­tecimiento. Los adolescentes están abiertos a toda suerte de sensaciones sensitivas, prueba de ello son los SMS, envíos de mensajes cortos a móviles, una forma habitual de dependencia, un deseo de estar conectados permanentemente, aunque limitados a 160 caracteres; es más, se crean una serie de símbolos (smyles o emoticons), pequeñas caras formadas con los caracteres ASCII, para expresar emociones (¡) a través de la pantallita del móvil.
 
Al margen de ello, junto al grupo de amigos, ha nacido una nueva categoría sociológica: la de los conocidos, esto es, gente con la que se relacionan esporádicamente por intereses, por lugares de convocatoria y desinhibición. Estas relaciones hacen que el sentimiento sea de nuevo el gran criterio discriminador de la vida. La industria cultural anglosajona nos relata infinidad de amistades de poca monta, relaciones superficiales, gentes que se apegan a entornos afectuosos, modelos culturales cada vez más bajos y simples. Por eso es necesario crear espacios saneados para acompañar el sentimien­to del “nosotros”. Es curioso que en esta sociedad cada vez más global y anónima, vivimos en un ciclo cultural donde se acentúa el pequeño grupo y lo comunitario. A eso responden también las comunidades virtuales donde se intercambian temas, tablones” donde discutir y debatir con otros contertulios, “salones” o canales para entablar conversación y fantasear.
 
Este vivir continuamente de puertas abiertas en medio de experiencias cálidas favorece relaciones que desaparecen sin mayor rastro. Para los educadores es una llamada a atender el interior de nuestros adolescentes y jóvenes, a fortalecer su propio yo y la dimensión de profundidad, la capacidad de interpretar y vivir la propia vida desde dentro. Pongamos todo de nuestra parte para que conviertan el amor en un código dominado por la donación y respondamos a esa demanda de experiencias vitales, a esa nostalgia sana de lo profundo.
 
2.4. Un déficit de amor educativo
 
Hay adolescentes y jóvenes que no han percibido que les quieran, aunque vivan muy rodeados de gente. En los cientos de paginas personales que se cuelgan en el internet se percibe esta realidad: los “libros de visitas” o “libros de firmas” y el registro de opiniones/saludos para que los visitantes dejen constancia de su visita, es prueba de la fuerte demanda de atención. Ante la percepción de los riesgos y la vulnerabilidad de nuestra cultura cargada de conductas violentas, nuestros jóvenes se sienten exiliados interiormente y se preguntan: “¿En qué mundo estamos?”. “¿Con quién nos ha tocado vivir?” Y en esta interrogación se dan cuenta también de quién está con ellos, de quién les quiere de verdad. No podemos renunciar al amor educativo hecho cercanía y exigencia, el mejor antídoto contra el síndrome de Peter Pan, el héroe siempre niño que no quiere crecer, felizmente instalado o lleno de miedos. Nuestra amistad buscada y querida como educadores les hace ver que las relaciones no es una “question of taste” (“cuestión de gusto”), no son encuentros de brisa del atardecer o el aroma de café que tomamos juntos: es un amor que promociona y hace crecer.
 
2.5. Vuelta al patrimonio juvenil
 
Acerquémonos al conjunto de elementos simbólicos y representaciones que forman el patrimonio de nuestros jóvenes. Hemos sido educados en un contexto en el cual se suponía que la gran mayoría de los conocimientos y representaciones los recibíamos por vía escrita. La emergencia de la cultura de la imagen hace que el universo de los jóvenes utilice otros muchos lenguajes. Ahí están, retratados en los graffitis o en las portadas de sus CD’s. Una buena plantilla para acercarse a la constelación juvenil es el fenómeno musical. Bastaría rastrear las letras que bombardean los oídos de los habituales chicos del waklman para descubrir hoy más que nunca términos como placer, evasión, distracción, independencia e identidad. Los nuevos lenguajes de los jóvenes y el problema de la comprensión mutua debería ser una opción prioritaria en los lugares donde reflexionamos los educadores. Los emblemas, imágenes, vestidos… forman ese olimpo de “dioses menores” al que no podemos ignorar. Por medio de ellos también nos hablan.
 
2.6. Asunción de nuevos lugares de compromiso
 
Por último, propongamos crear campos de compromiso donde abramos los ojos de los jóvenes a otras realidades de precariedad. Hay lugares en los que no basta con un sentimiento de compasión o lástima, y esto los jóvenes lo saben. No creamos que todos son indiferentes, insensibles, incapaces de romper el cerco del propio egoísmo ante los urgentes problemas de nuestro mundo doliente. Al revés, desde este escándalo brotan continuamente jóvenes llamados a transformar las condiciones injustas. Hay muchas historias de este cuño que relatan vidas entregadas, henchidas de esperanza, muchas de ellas anónimas. La solidaridad no crece por un altruismo indoloro. Crece por opciones que tocan el propio estilo de vida.
 
Fomentemos espacios y experiencias de solidaridad, de acción compartida y reflexión más crítica. Y en ello, es necesario acompañar los procesos de quienes están dispuestos a trabajar por los márgenes de nuestras ciudades, a renunciar a lo propio a favor de otros. Vista como está la humanidad, recordemos a los más jóvenes que todos nacemos con deudas, que hay mucho que hacer por este mundo. Aquellos que habían certificado la falta de jóvenes comprometidos en nuestra sociedad, se han confundido: sinceramente han cambiado de residencia, viven la caridad versión ONG y otras muchas formas de volunta­riado.
 
La fe cristiana aporta ante el clamor silente de los excluidos una alternativa de un Dios que se hace causa de los pobres y comparte sus padecimientos, un creyente, en consecuencia, nada evasivo res­pecto de la realidad contradictoria e injusta.
 
3. Entrar de visita, sin quedarnos dentro
 
No podemos finalizar estas líneas sin recordar a aquellos que viven una especie de vida muerta, jóvenes marcados por el sentimiento de vacío, como si abrazasen una sombra. Esos jóvenes que retratamos como ludópatas porque juegan con la vida y siguen jugando la partida aunque pierdan vez tras vez. Los desorientados y evadidos también son de los nuestros. Ninguna vida joven puede ser desoída, ocultada o minusvalorada. Por muy desordenada que aparezca, necesita también de nuestro paso, son precisamente estos los que levantan su mano con ademán suplicante. Los chicos y chicas sensibles, solidarios y trabajadores no son “los mejores”. El mundo de los más excluidos es tan suyo como el de los que han tenido más oportunidades. Al final, todos necesitan hacer camino con alguien que no les entierre las esperanzas. Douglas Couplan en los años 90 divulgó la expresión “Generación X”, atribuida a aquel sector de la sociedad joven que presiente su futuro como una incógnita matemática (“equis”), un futuro muy incierto, hipotético, dudoso. El futuro se echa encima demasiado pronto, para unos y para otros.
 
En conclusión, es necesario interesarse por el mundo de nuestros jóvenes y caminar a su lado. Su vida es un interrogante para cada educador. Se vuelve necesaria la presencia de “personajes referenciales” como reclamo, maestros de vida. Recuperemos el término empatía en nuestro saber estar entre ellos: percibir según sus ojos, comprender según sus coordenadas, entender sus emociones. Si asumimos esta habilidad, el circuito de comunicación se hace más corto. No quieren informaciones, quieren compañeros de camino que quieran entrar de visita en su casa, sin intenciones de poseer. Seguimos muchos creyendo, en expresión de J. Delors, que la educación es un tesoro escondido dentro.
 
La antropóloga M. Mead habla en este sentido de una cultura “prefigurativa”. Véase al respecto: MEAD, Margaret, Cultura y compromiso. Estudio sobre la ruptura generacional, Gedisa, Barcelona 21997.
Cf. SARTORI, Giovanni, Homo videns. La sociedad teledirigida, Taurus, Madrid 22001. Se trata de un alegato contra el poder y los efectos de las televisiones, más amenazantes que la letra impresa.
PÉREZ TAPIAS, J.A. Internautas y náufragos. La búsqueda del sentido en la cultura digital, Trotta, Madrid 2003.
Según un estudio reciente sobre la Infancia en España elaborado por la Universidad de Comillas titulado “Situación social de la infancia en España, 2001”, uno de cada cinco niños ve la televisión porque no tiene ninguna otra cosa que hacer, y uno de cada 10 lo hace porque no tiene nadie con quien hablar o jugar. Se utiliza la televisión como “una guardería”, afirma el presidente de la Asociación de Usuarios de la Comunicación (AUC).
Cf. GONZALEZ QUIROS, José Luis, El porvenir de la razón en la era digital, Síntesis, Madrid 1988.
“Lo queremos todo y su contrario: que esta sociedad nos proteja sin prohibirnos nada, que nos cobije sin obligaciones, densas redes de una relación afectuosa; resumiendo, que esté ahí para nosotros, sin que nosotros estemos ahí para ella” (BRUCKNER, Pascale, La tentación de la inocencia, Anagrama, Barcelona 1998, 110).
Es práctica habitual tener para el correo electrónico, dos direcciones: una para los amigos y conocidos, otra para recibir la publicidad de las empresas, ni deseada ni requerida, en formato de fotos, dibujos, sonidos o imágenes que se despliegan de manera incontrolada.
Cf. WAGNER, Peter, Sociología de la modernidad. Libertad y disciplina, Herder, Barcelona 1997.
Al respecto afirmaba Luis A. Aranguren que si la exclusión es la tierra del “sin” (sin trabajo, sin vivienda, sin papeles), en el caso de los jóvenes se agrava más: son los jóvenes sin futuro, sin estima, sin reconocimiento (ARANGUREN, Luis A., “Nuevas pobrezas, jóvenes y educación”, en Misión Joven, nº 273, 1999).
Cf. TURKLE, S., La vida en la pantalla, Paidós, Barcelona 1997.
Cf. AUGÉ, M., Los no lugares. Espacios del anonimato, Gedisa, Barcelona 1993.
Cf. FEATHERSTONE, Mike, Cultura de consumo y posmodernismo, Amorrortu, Buenos Aires 2000; GARCÍA CANCLINI, Néstor, Consumidores y ciudadanos. Conflictos multiculturales de la globalización, México, Grijalbo 1995.
Cf. FISAS, Vicenç, La compasión no basta, Icaria/Más Madera, Barcelona 1995.
Cf. GONZÁLEZ FAUS, José I., Derechos humanos, deberes mío. Pensamiento débil, caridad fuerte, Sal Terrae, Santander 1997.
Recomendamos las dos carpetas de materiales titulada: Somos andando: itinerario educativo y animación del voluntariado (Cáritas España, Madrid 1999).
Cf. DELORS, J., Educación: hay un tesoro escondido dentro, UNESCO, Paris 1996.