Comunidad de Jóvenes «Los Yagos»

1 marzo 1999

[vc_row][vc_column][vc_column_text]1. Pastoral Juvenil que desemboca en comunidad
 
Hace ya cuatro años que recibimos la Confirmación. Después de la celebración de ese sacramento, comenzamos –digo «comenzamos» porque fue el inicio de nuestro camino– a formar parte de un grupo de post‑confirmación dividido en dos subgrupos.
Al principio éramos unos cuarenta, pero en el transcurso de año y medio los grupos se quedaron vacíos. Vacíos por fuera y vacíos por dentro: ya no había nadie, y todo porque aquello no nos llenaba, no nos hacía crecer, crecer como personas, crecer en la fe.
Éramos el grupo de mayor edad dentro de la Pastoral Juvenil. Fue entonces, cuando una catequista, M. Je., con mucha experiencia con jóvenes, tomó las riendas y junto con un fraile, Luis Felipe, nos propuso formar una comunidad. Tratamos el tema y, tras un largo fin de semana, decidimos adoptar esta identidad: somos un grupo de jóvenes cristianos de la Parroquia de Santa Clara, en proceso de crear una comunidad cristiana. Nuestro objetivo fundamental era apoyar y potenciar la ilusión y alegría cristiana para ser significativos dentro de nuestra comunidad parroquial.
Desde entonces, somos un grupo («Los Yagos» o caminantes)[1] de veinte personas, todos universitarios, de unos 20‑21 años. Cada uno estudia una carrera diferente: enfermería, medicina, arquitectura, filología, biología, magisterio ciencias empresariales, industriales, etc. La verdad es que cada uno está en su propio mundo pero todos en el mismo.
 

  1. Nuestro ritmo de reuniones

 
Nos reunimos todos los domingos, a las 20:00 h. Nuestro coordinador es un fraile, Juan Antonio Adánez. Las reuniones duran aproximadamente de hora y media a dos horas, y en ellas tratamos diversos temas. El tiempo es bastante escaso si queremos profundizar y no quedarnos en la superficie de temas como la figura de Jesús de Nazaret, su comunidad y nuestra comunidad –fijándonos siempre en la Palabra de Dios–, nuestro compromiso con Jesús, cómo avanzamos o atrasamos, ser iglesia, etc.
Lo normal es trabajar previamente en nuestra casa los documentos para expresar después en el grupo cómo nos vemos en los diferentes temas, en qué puntos flaqueamos, cómo reforzar nuestras actitudes y mirar a Jesús. Así procedemos en tres reuniones consecutivas; en la cuarta, hacemos oración: nos ponemos en presencia de Dios y dejamos que él nos acaricie con su voz, en actitud de escucha, para ver qué quiere de nosotros.
Vivimos con mucha intensidad los momentos de oración, y eso es lo que más nos ha hecho madurar y avanzar en el camino; el diálogo que establecemos nos guía hacia donde hemos de ir.
 
Momentos clave para nuestro grupo son también las convivencias; en ellas nos encontramos todos juntos sin limitación de tiempo y nos liberamos de tensiones, llegando a puntos culminantes que nos hacen crecer: dinámicas, mesas redondas, vigilias, eucaristías, etc. A eso hay que añadir las pascuas juveniles y las eucaristías, donde recordamos para qué, por qué y por Quién estamos hoy aquí. Allí nos hacemos entrega a los otros, individualmente y en comunidad.
En ocasiones, salimos de nuestro lugar de reunión y conocemos a otros grupos o movimientos e interaccionamos con ellos participando de sus oraciones, representaciones, reuniones; así conocemos otras formas de vivir el Evangelio: monjas de clausura, misioneros, etc. Por ejemplo, si es la semana por la unidad de los cristianos, no nos quedamos aislados en la Parroquia sino que buscamos con otros grupos, alguna iglesia donde se vaya a hacer una oración con otras gentes pertenecientes a alguna iglesia protestante.
 
 

  1. Lo que nos aporta la comunidad

 
Además de deciros cómo somos, qué hacemos, queremos comunicaros también que el grupo es algo más para nosotros, pues nos aporta muchísimos valores. Para nosotros el grupo es:
 
– Fuente para el que está sediento; si estás dando algo tuyo y no recibes nada, llega un punto en el que te quedas vacío; si no se riega una planta, termina secándose.
– Semilla, que poco a poco se convierte en fruto pues nos ayuda a crecer y a madurar como personas y como cristianos.
– Fuente, cuando el agua no está cerca; si uno pasa una crisis, le ayuda el encontrar en el grupo un apoyo para intentar superarla; así, la comunidad le da fuerzas para seguir caminando.
– Comunión: en el grupo nos encontramos con los demás y participamos de esta unión con los hermanos y con Dios.
– Servicio: desde el grupo hacemos lo posible para satisfacer las necesidades que se presentan a nuestro alrededor, en la sociedad.
– Fidelidad‑compromiso‑envío: nos comprometemos con nosotros mismos, con la parroquia, con la Iglesia, con Dios, en hacer lo posible para seguir a Dios y para que los demás lo conozcan y vean en nosotros un pequeño ejemplo de Jesús.
– Silencio: escuchamos las palabras de nuestro corazón, escuchamos a Dios.
– Sacramento: a través de los demás miembros del grupo vemos reflejada la imagen de Jesús y ellos nos dan ejemplo, cada uno en su vida: arquitecto, médico, enfermera, maestro, etc., aunque con fallos, como es normal. Los demás somos para el resto del grupo, personas que ha puesto el Señor en el camino para verle, oírle y tocarle.
– Salida: salimos de nosotros mismos para darnos cuenta del que tenemos al lado y entregarnos a él: mirar a la Cruz.
– Encuentro con Dios.
– Opción: desde aquí elegimos a Cristo, que da sentido a nuestra vida.
 
 

  1. No queremos ser un «grupo estufa»

 
Ya veis todo lo que nos aporta el grupo. Así guía nuestro camino, que es nuestra vida y que a cada uno de nosotros nos pone una misión diferente, donde somos felices, porque Jesús nos quiere así. Estamos hartos de quedarnos en palabras y habladurías e intentamos salir al exterior, estableciendo un compromiso con la comunidad parroquial y con la sociedad, en nuestras casas, con nuestros compañeros y otras personas que no se encuentran tan cercanas a nosotros. Por ejemplo, María hace voluntariado fuera de la Parroquia con niños y familias refugiadas; Cristina, con disminuidos psíquicos y físicos, etc.; otros, ayudamos en la parroquia con el grupo de misiones, preparando campañas y festivales, en la liturgia de la eucaristía, catequesis de niños, coro, catequesis de adolescentes. Además de nuestra participación anual en un campo de trabajo.
 
La cuestión es no quedarnos sentados en el sofá, como «grupo estufa», sino salir de nosotros mismos, morir un poquito para darnos a los demás, como hizo Jesús.
Es tarea muy costosa, que muchas veces pesa, sobre todo en esta sociedad que no da ninguna facilidad para seguir a Cristo, pues valora más cosas tan superficiales como el dinero, el poder, el sexo, etc. A veces te señalan con el dedo: «¡Beato, estás loco!»; pero no nos desanimamos y, si alguna vez sucede eso, sólo nos paramos y miramos la Cruz: Jesús fue el gran fracasado, pero de ese aparente fracaso surgió nuestra liberación, la Buena Noticia. Además, Dios escribe derecho sobre renglones torcidos, ¿no? Ojalá que también con nuestro pequeño esfuerzo otros sean liberados y puedan vivir mejor. ¿Será eso posible?
 
 

  1. Algunas de nuestras convicciones

 
Todo esto lo hacemos sin olvidar lo siguiente:
 
– Jesús va a estar siempre en nuestras reuniones y a nuestro lado. Él nunca nos abandona, y no sólo como modelo de vida sino también como presencia en el grupo. La oración lo hace presente.
– Nuestra parroquia es franciscana y, por lo tanto, San Francisco y Santa Clara de Asís y su carisma, van a estar siempre muy presentes en nuestra vida.
– La participación en la Eucaristía del domingo es la mejor forma de avivar nuestra fe en comunidad; eso nos lleva a  encontrarnos con los demás, encontrarnos con Dios.
– Los valores que nos identifican como cristianos nos deben llevar a un compromiso personal y social.
– Nuestra fe no la podemos vivir solos o con nuestro grupo únicamente, sino que hemos de sentimos parroquia e Iglesia.
– Dios es nuestro Padre y nos ha puesto aquí, en este tiempo, para hacer algo, para ser sal y luz, ojos para el que no ve, para ser un «vaso de su Amor», para querer ser como él.
 
Desde la acción, la formación y la oración, nuestra comunidad de jóvenes universitarios, «Los Yagos», intentamos mantener la luz de nuestra lámpara encendida y con ella nuestra vida, para poder ayudar a todos los que pasan a nuestro lado por el Camino.

TESTIMONIO

 
Desde hace dos años, los Yagos salimos los veranos a un campo de trabajo en La Ina, una barriada de Jerez de la Frontera (Cádiz). El primer año no fue muy bueno y la experiencia resultó poco positiva; sin embargo, el pasado verano fue diferente, pues todo estaba completamente organizado.
En La Ina la gente es pobre. Piensas que esa pobreza ya no existe en España, sino sólo en los países del llamado Tercer Mundo, pero aquí también la encuentras. Estas gentes no tenían nada y cuando conseguían sacar fruto a sus tierras llegaba la lluvia otoñal y se les iba todo al traste.
Nos instalamos allí. Éramos unas 23 personas de diferentes comunidades franciscanas y entre ellas, algunos de nosotros. Teníamos el trabajo repartido: unos irían al centro de discapacitadas, otros a restaurar la ermita, otros con los ancianos, con la ONG, con los niños del pueblo.
Éste era nuestro trabajo por las tardes, pero por las mañanas estábamos todos juntos, divididos en dos grupos. Allí reflexionábamos sobre lo que hacíamos en nuestras parroquias, lo que vivíamos en nuestras comunidades.
 
En uno de los grupos estaban dos muchachos de La Ina, que, a trancas y barrancas, pisaban la iglesia y se habían unido, a ratos, a nuestra experiencia. Se llamaban Perico y Juan de Dios, y eran hermanos. Los conocíamos del año anterior, pero todos pensábamos que eran unos vagos y que donde estuviésemos nosotros, que se quitaran ellos (¡qué sublime pensamiento!).
Pues bien, en uno de los días de reflexión tratamos el tema de Ser testigos del Evangelio. Todos nosotros sacamos a relucir los trabajos que llevábamos a cabo en nuestras respectivas parroquias y lo fantásticos que éramos al hacerlos. Nos quedamos helados cuando escuchamos el testimonio de Perico y Juan de Dios. Ellos decían que no hacían nada por seguir a Cristo, simplemente habían dejado sus estudios para trabajar en una vaquería que les ocupaba el 80% de su tiempo, porque en casa no tenían qué comer. No querían que sus padres trabajaran para ellos, cuando ellos podían aportar algo a su familia.
Un día, fuimos con Juan de Dios unos cuantos a su casa. Vivían al lado de la vaquería, en una especie de granja, donde les gobernaba el señorito. Llegamos al lugar y entramos. ¡Dios santo! Su casa medía 32 m2 y en ella vivían diez personas: los padres y ocho niños. Parecía una película. La mayoría de los niños eran pequeños, de edades comprendidas entre los seis meses y los doce años y luego los que nos acompañaban en la experiencia.
No tienen nada, por no tener, no tienen casi ni dónde dormir. Cuando entramos a la casa, lo primero que hizo la madre, fue sacarnos un refresco de coca-cola, y eso que no nos conocía. Los cinco hermanitos pequeños se sentaron en el sofá como pudieron, pues les habíamos invadido. Me gustaría que hubieseis visto sus caras. Nos miraban como diciendo: “Para vosotros hay coca‑cola y para nosotros no”.
 
Los minutos que estuvimos en esa casa nos hicieron reflexionar mucho, además del testimonio que Perico y Juan de Dios nos habían dado en el grupo. Cuando nos quedamos solos en la casa donde residíamos, lo comentamos y nos dimos cuenta de que estábamos «mirando nuestro propio ombligo». Mirábamos a aquella familia de Perico y Juan de Dios y nos mirábamos a nosotros mismos. Ellos no tienen nada, nosotros lo tenemos todo, pero no paramos de quejamos. Son nuestro espejo.
Nos dimos cuenta de lo inconformistas que somos, con lo que Dios ha puesto en nuestra mano y lo egoístas que nos mostramos. Qué poco damos, a pesar de todo lo que tenemos.
Esta experiencia fue un gran paso hacia adelante y una buena ayuda a la comunidad, pues nos quitó la venda de los ojos y nos enseñó lo cómodos que somos y cómo intentamos no ver para no dar a los demás lo que nos piden. Nos ayudó a acercarnos más a los pobres, a los viven a nuestro lado; a formarnos como personas y a crecer en la fe de Cristo, encontrándonos con él, también a través de aquella familia de Perico y Juan de Dios. Al relacionarnos con esas personas, hemos descubierto hacia dónde está dirigida la mirada de Dios y cómo podemos encontrarnos con ellas en el día a día. n
 

Susana López Gómez

 
[1]  La Comunidad de Jóvenes «Los Yagos» (Los Caminantes) se siente vinculada a la Parroquia «Santa Clara» (Madrid) de los Franciscanos Menores Conventuales.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]