Comunidades cristianas de referencia

1 marzo 2004

Los tres estudios que este número de Misión Joven dedica a las comunidades cristianas de referencia, subrayan su importancia y necesidad. Desde hace bastante tiempo, los agentes de pastoral estamos convencidos de que la comunidad cristiana de referencia es una fuerte exigencia y un desafío pastoral abierto. Es necesaria como horizonte de los diferentes procesos educativos, catequéticos, pastorales. No basta la realización de un itinerario educativo programado y acompañado convenientemente; se precisa también una comunidad que haga posible experimentar y vivir los valores que se proponen y sea, de esta manera, referente para los jóvenes.
 
La comunidad, opción pastoral
 
Impulsar, por tanto, en la acción pastoral con los jóvenes, comunidades cristianas juveniles se presenta hoy como una cuestión esencial, “de vida o muerte para la Iglesia” (P. J. Gómez). Lo decisivo de esta opción radica, ciertamente, en razones eclesiológicas: como en los primeros siglos de la Iglesia, la comunidad vuelve a ser el lugar en el que nace, crece y se reproduce el sujeto creyente. La Iglesia aparece, de forma real y concreta, en las comunidades cristianas donde, desde una historia compartida y desde unas relaciones interpersonales, se vive, se celebra y se compromete la fe como fraternidad solidaria. Pero a esta fundamentación teológica se unen hoy un conjunto de circunstancias sociales que hacen aún más necesaria la experiencia de comunidad. El cristianismo sociológico no tiene ningún futuro. Todo esto explica que, para muchos, al plantear la pastoral de juventud, la comunidad representa la primera opción, la referencia fundamental en los procesos.
 
“Donde dos o tres estén reunidos en mi nombre…”
 
Pero este impulso pastoral de la comunidad como opción fundamental exige el esfuerzo clarificador de sus rasgos constitutivos esenciales (S. Movilla). Una comunidad viva precisa verdaderas relaciones interpersonales; pero la comunidad cristiana postula, además, la orientación a la fraternidad, a la experiencia de comunión, especialmente, a la comunión de bienes. La comunidad cristiana es siempre un grupo de personas que intenta vivir una vida fraternal. Y en el centro de la fraternidad está la fe y el testimonio de la resurrección. La comunidad cristiana hace referencia, en primer lugar, a la persona de Jesús, a su mensaje y a su obra. Los creyentes nos comprometemos a vivir esta presencia, a aceptar y a difundir el mensaje, a continuar su obra. En la comunidad cristiana, la comunión consiste en el reconocimiento de estar unidos en Cristo y por Cristo. Esta es la relación y referencia fundamental. La comunidad cristiana se distingue de cualquier otra experiencia comunitaria, por esta presencia: por la presencia de Jesús entre los suyos. La comunidad nace donde Cristo convoca y reúne a los hombres como hermanos. Nunca habrá otro origen para la comunidad cristiana que la fe de quienes confiesan a Jesús como el Resucitado; una fe aceptada, compartida, celebrada y vivida en comunión. Ha de ofrecer, por tanto, oportunidad de profundizar la palabra de Dios, analizar las situaciones de la vida, testimoniarla, celebrar la Eucaristía. Especialmente en torno a la mesa del Señor, se vive el amor y crece la fraternidad.
 
Comunidad misionera
 
La comunidad cristiana, objeto prioritario de la acción pastoral, ha de convertirse también en “sujeto pastoral”. Toda comunidad cristiana de referencia tiene el reto de llegar a ser una presencia significativa para los jóvenes. Pero también el proceso de madurez de la comunidad ha de desembocar en la misión compartida. La acción pastoral ha de fundamentarse en la comunidad; y la comunidad ha de estimular la acción pastoral, y convertirse ella misma en comunidad evangelizadora. La llamada de Jesús al seguimiento en la comunidad de vida con Él, está orientada directamente al anuncio del Reino. Seguir a Jesús es servir al Reino de Dios en comunión con Él. Por ello, la comunidad cristiana es siempre una comunidad por la misión y para la misión. Existe por la misión y vive para realizarla. La comunidad cristiana es , pues, una comunidad misionera. Quizás los cristianos del siglo XXI deberíamos hacer más vivamente memoria de las primeras comunidades cristianas. Volver la mirada hacia ellas nos llevaría a sentir más hondamente cómo su tarea fundamental no es otra que el anuncio de la buena nueva en medio de un mundo hostil. Aún cuando la predicación del evangelio fue llevada a cabo principalmente por los dirigentes de las comunidades, el anuncio del Reino es compromiso y quehacer de toda la comunidad. La venida del Espíritu “los llenó a todos del Espíritu Santo y anunciaban la palabra con audacia” (Hch 4,31). Las primeras comunidades se construyen en torno a la palabra y viven para anunciarla. En torno a la palabra y a la mesa compartida se construye y madura la fraternidad cristiana; y en ellas hunde las raíces el anuncio del Reino.
 

Eugenio Alburquerque

directormj@misionjoven.org