¿Comunidades de jóvenes y/o jóvenes en comunidades intergeneracionales?

1 julio 2001

Álvaro Chordi es Director del Departamento Adsis de Pastoral con Jóvenes y Director de la Obra Diocesana de Formación Profesional de Vitoria.
 

  1. Inquietudes pastorales

 
Muchos animadores y acompañantes de jóvenes hemos hecho de la evangelización con jóvenes una apuesta vital, personal y comunitaria. Más aún, una vocación, una llamada a estar y escuchar, a acompañar y amar incondicionalmente, a ayudar a descubrir la presencia de Dios en sus vidas, a compartir búsquedas e inquietudes, a comprometernos por un mundo mejor, a peregrinar juntos en nuestra Iglesia…
En estos tiempos recios, en esta sociedad plural y secularizada, nos encontramos con serias dificultades para posibilitar que los jóvenes conecten con el Evangelio y acojan esa invitación a un proyecto de vida en comunidad que globalice la vida entera. Llevamos tiempo observando la disminución de jóvenes insertos en comunidades adultas parroquiales, comunidades religiosas, otras comunidades, etc. Hay una gran desproporción entre la multitud de adolescentes y jóvenes que los centros pastorales han ido formando en sus grupos y unas comunidades cristianas que en su gran mayoría peinan “canas y calvas”, y que a su vez mantienen viva la fe cristiana en la sociedad.
Parece como si el trabajo hubiese quedado a medio hacer. Apenas hay continuidad. Difícilmente se da una desembocadura. Casi no hay relevos. Da la impresión que toda nuestra labor es provisional, para un tiempo, y no encontramos salida. Ensayamos por aquí y por allá, pero no termina de cuajar una propuesta que facilite la inserción eclesial de los jóvenes. Hoy carecemos de una propuesta suficientemente atractiva que conecte con los jóvenes y les ofrezca una identidad cristiana y una pertenencia eclesial adulta. Hay experiencias sueltas, unas con mejores resultados que otras, en unas zonas geográficas con mejores respuestas que en otras, pero posiblemente sigue siendo el talón de Aquiles de nuestra presencia eclesial con los jóvenes.
Hemos de reconocer que los jóvenes apenas generan o se insertan en comunidades adaptadas para ellos, con su espacio vital, con su protagonismo, con su aporte, con su implicación y corresponsabilidad. Sólo algunos lo hacen en los nuevos movimientos eclesiales y en comunidades juveniles[1] vinculadas a una comunidad local (parroquia, congregación religiosa, movimiento, diócesis…), como por ejemplo, la Plataforma de Grupos de Referencia de Adultos de la Diócesis de Vitoria “Ur Bizia”, la comunidad Iglesia Viva de los salesianos de Estrecho (Madrid)[2] o la plataforma Encomún, un colectivo desde el que una treintena de comunidades cristianas madrileñas comparte su caminar en la fe[3].
Muchas de las comunidades juveniles que llevan más recorrido surgieron de los itinerarios catecumenales, con opciones radicales y con un fuerte sentido de pertenencia; sin embargo, las comunidades que surgen en el siglo XXI son de otro aire y otro estilo, diferentes: con flexibilidad de pertenencia, más espontáneas e independientes, más estéticas, gestionadas por ellos mismos, más inclinadas a cultivar la espiritualidad frente al compromiso, menos condicionados, en definitiva, aparentemente más blandas[4]. Hay que seguir de cerca estas experiencias comunitarias, pues aportan una luz en este caminar comunitario. Quizás dos palabras claves en esta inserción comunitaria sean “flexibilidad” y “protagonismo”, pero siempre con un núcleo estable y adulto.
Es evidente que si los grupos de jóvenes son satélites en la plataforma pastoral donde nacieron −parroquia, centro educativo, etc.−, tienen grandes posibilidades de extinguirse por inanición, de no dar el paso hacia esa comunidad adulta que ha estado ausente en gran parte de su recorrido de fe, ya sea por las horas intempestivas de reunión, por las diferencias en intereses y lenguajes, por una identidad y pertenencia débil de los acompañantes, por falta de verdaderas y estimulantes referencias, por lo que sea.
La distancia generacional se agranda cada día más y hace muy complicado gestar propuestas que enganchen con los jóvenes y den salidas a sus inquietudes profesionales, afectivas, espirituales, sociopolíticas… desde la fe. Siempre ha sido difícil, pero posiblemente ahora lo sea más. De ahí que nos surjan algunos interrogantes: ¿Por qué cuesta tanto crear o sostener comunidades cristianas de jóvenes? ¿Por qué los jóvenes no han rejuvenecido las comunidades cristianas adultas? ¿Hacia dónde desembocan nuestros procesos pastorales de jóvenes? ¿Qué pasa con toda esa inversión evangelizadora que desarrollamos con adolescentes y jóvenes y que no terminan de fructificar en adultos jóvenes que se insertan en la Iglesia con naturalidad y corresponsabilidad? ¿Por qué muchas comunidades de jóvenes se desentienden de los que vienen por detrás, inhibiéndose de su padrinazgo evangelizador? ¿En qué nos estamos equivocando?
 

  1. Planteamientos pastorales

 
En el actual Proyecto Marco de Pastoral de Juventud se constata que “la falta de comunidades adultas, allí donde se dé, constituyen una notable dificultad pastoral”[5]. Así es. La mayoría de las comunidades cristianas no han sido ni son sujeto, ámbito y objetivo en el que puedan surgir relaciones personales y sociales capaces de favorecer la aceptación y la asimilación de los valores propios de un proyecto cristiano de vida. Y esta carencia constituye uno de los cánceres de nuestra pastoral con jóvenes.
Cuando llegan a nuestras manos proyectos de pastoral con jóvenes, nos encontramos, en muchas ocasiones, que la comunidad es la gran ausente en dichos proyectos. Proliferan los contenidos, los itinerarios, las metodologías, las actividades, los animadores… pero la comunidad cristiana queda muy diluida, casi silenciada. Y cuando no hay sujeto, o el que hay se muestra muy difuso, el proceso evangelizador ya va muy desencaminado. Será difícil, por no decir imposible, que acabe en buen puerto.
Por todos es conocido que la postmodernidad otorga la fuerza al individuo y pone entre paréntesis los aspectos más objetivos (contenidos-credo) y el sujeto comunitario. Nuestra experiencia pastoral nos lleva a recuperar el sujeto comunitario como agente y horizonte evangelizador, resaltando los aspectos humanos, relacionales y teológicos como son “Cuerpo de Cristo” y “Pueblo de Dios”. Somos conscientes de que esta apuesta hoy es contracultural, pero hemos de saberla combinar con la flexibilidad, adaptación, sensibilidad y protagonismo juvenil que se requiere en este nuevo éxodo cultural y pastoral que estamos atravesando.
Podemos afirmar con rotundidad que sin comunidad, no hay proceso evangelizador que se sostenga en pie. Hasta que no nos demos cuenta de esta gran verdad, hasta que no desistamos de recorrer atajos que no pasan por la comunidad “iniciadora”, no habremos abordado la cuestión en su verdadera profundidad. “Sin comunidad, todo anuncio creyente queda huérfano de un espacio de interiorización, de ‘verificación’ y de celebración; sin el testimonio y la proclamación de individuos concretos, el Evangelio quedaría mudo para el mundo”[6].
Así pues, la comunidad es quien suscita y acompaña el proceso de jóvenes. Su responsabilidad se concreta en ser signo, testimoniar y significar con su vida la propuesta del Reino; salir a buscar a los jóvenes, como instrumento de la iniciativa de Dios; acoger la realidad de los jóvenes, sus necesidades y búsquedas; interpelar y proponer, ofreciendo experiencias y espacios donde los jóvenes puedan encontrarse con Jesús; acompañar el proceso de apertura y crecimiento en la fe.
La pertenencia comunitaria y eclesial es central en el proceso educativo en la fe. Los jóvenes no pueden pertenecer sólo a sí mismos y, de manera vaga, a Jesús y a la comunidad. El sentido de pertenencia es componente importante del sentido de identidad. Nadie sabe quién es mientras no ha descubierto a quién y a qué pertenece. Alimentar estas pertenencias básicas desde el principio es esencial para nuestra pastoral con jóvenes. Pasar de la “necesidad de estar juntos” a aglutinarse en torno a un proyecto eclesial compartido[7].
Estamos asistiendo a un notable y preocupante aislamiento de los jóvenes respecto al resto de la comunidad cristiana. Aunque nadie duda de la necesidad de espacios propios para ellos, es muy posible que esta estrategia haya impedido muchas veces su inserción eclesial. La pastoral con jóvenes es parte integrante del resto de la comunidad. Para trabajar en línea comunitaria con los jóvenes es esencial referirlos a una comunión general con el resto de la comunidad eclesial; si no lo hacemos, la niebla desdibujará los contornos de la vida cristiana de las nuevas generaciones. Así, los jóvenes han de participar activamente del ritmo vital de la comunidad, animándola permanentemente, pues ellos mismos son parte integrante de la misma.
Consideramos que “los jóvenes necesitan entrar en la tierra de la fraternidad, donde se pueda palpar la propuesta y la presencia de Jesús”[8], donde experimenten una Iglesia más comunitaria y participativa. Necesitan de microclimas comunitarios, de auténticas comunidades vivas, donde puedan cultivarse y compartirse todas las dimensiones de la vida y el compromiso cristiano de sus miembros, que ofrezcan un nuevo rostro de Iglesia.
En su defecto, esos procesos de iniciación a la fe de los jóvenes no tendrán ni la densidad ni la calidad ni la duración requerida para contrabalancear el influjo de los resortes sociales que configuran y modelan la mentalidad y sensibilidad de los jóvenes actuales. Constituyen un alimento “light”, bajo en calorías, para jóvenes creyentes que han de vivir su fe, no en la bahía protegida, sino a la intemperie, donde rompe el viento. No es extraño, por tanto, que la fe de muchos cristianos jóvenes se resienta hoy en su identidad, en su integridad, en su entusiasmo vital, en su capacidad transmisora y abandonen aquella comunidad matriz −parroquia, comunidad educativa, movimiento, etc.− que les configuró, les modeló, les acompañó en su adolescencia y primera juventud y que en su época de decisiones vitales importantes, no pueda ofrecerles propuestas adultas que encuentren eco en sus intereses e inquietudes vitales y de fe.
Resulta evidente que la pastoral refleja la comunidad que es sujeto de la misma, y toda renovación pastoral implicará, para poder llevarse a la práctica, una renovación en el sujeto comunitario. Esta es una de las tareas prioritarias a las que nos vemos abocados si no queremos que los jóvenes desaparezcan definitivamente de nuestras comunidades eclesiales. Para ello nos surgen varios interrogantes: ¿Podemos recrear nuestras comunidades para facilitar que los jóvenes se hallen a gusto en ellas y puedan proyectar sus vidas con otros, en fraternidad de hermanos? ¿Hasta dónde estamos dispuestos a cambiar en nuestras comunidades para que los jóvenes encuentren acomodo en ellas, para que puedan soñar y vivir la comunidad como espacio de salvación, para que puedan remover las relaciones fraternas, las inercias y dinámicas internas, los proyectos y las iniciativas, de otra forma, con mayor margen de maniobra a favor de sus inquietudes, sensibilidades y búsquedas? ¿Estamos abiertos a dejar que los jóvenes tengan las llaves de nuestros locales pastorales y manejen la economía, decidan sobre cuestiones que vayan más allá de su propia actividad? ¿Podrán sentirse los jóvenes con espacio suficiente como para poder respirar, crear, gastarse y relegar otros intereses para hacer viable y palpable ese proyecto de fraternidad universal? ¿Nos dejaremos evangelizar por los jóvenes?
Ya sabemos y experimentamos que la Iglesia se hace visible en comunidades cristianas inmediatas desde donde cada joven puede ser evangelizado, invitado a la conversión, a la fe, educado en la fe e incorporado a la misma comunidad de creyentes. Esta comunidad cristiana inmediata no está aislada ni de la Iglesia local diocesana ni de la Iglesia universal, sino que, integrada y en comunión con ellas, hace presente y cercana la Única Iglesia de Cristo (CC 254-256).
Esa comunidad ha de ser cristocéntrica, congregada por la Palabra de Dios, centrada en la Eucaristía, suscitadora de comunión eclesial, misionera, corresponsable y ministerial, consciente de sus límites y de su necesaria complementariedad con las demás comunidades de la Iglesia local y universal, presente entre la gente compartiendo su historia; solidaria e identificada con la causa de los pobres; comprometida en la transformación de la sociedad según el plan de Dios.
La comunidad ha de ser plural en los miembros que la integran. Es necesario que pudiéramos ofrecer a los jóvenes unas comunidades que vivieran, celebraran y comprometieran su fe, al mismo tiempo que les ayudasen a asumir las concreciones adultas en que esta fe ha de encarnarse. Comunidades que puedan ejercer un auténtico padrinazgo cara a la maduración de la fe y a la inserción eclesial de los jóvenes.
Quizás no se trata tanto de crear nuevas comunidades −que si surgen, bienvenidas sean−, sino de recrear las ya existentes, las comunidades parroquiales −gestando o fortaleciendo los núcleos comunitarios−, las comunidades educativas –gestando o fortaleciendo comunidades de identidad propia y con pluralidad de miembros (educadores, religiosos/as, padres/madres, pastoralistas, etc.) que sean referenciales para los educandos−, las comunidades de vida –las familias, las comunidades religiosas, otras comunidades, etc.−, para hacerlas accesible a los jóvenes, en las que “puedan estar juntos, departiendo más que compartiendo, relacionados entre sí por unos lazos que no impliquen demasiado ni condicionen la propia forma de organizarse o de desenvolverse”[9]. Por tanto, se trata de renovar las comunidades adultas para que los jóvenes hallen vida alternativa y plausible para ellos mismos, donde puedan “estar unidos pero sin sentirse demasiado atados o vinculados”, en palabras de M. Bongart.
A esta necesidad de recrear las comunidades existentes se añade el hecho de que el joven de hoy no acepta “más de lo mismo”, sino que necesita provisionalidad y cambio permanente, vivir la condición de “estar en el camino” (aun a cierta distancia de la meta, en un tira y afloja de deseos todavía insatisfechos, obligados a soñar y a seguir en la brecha tratando de convertir, y confiando en ello, nuestros sueños en realidad), un camino que, a pesar de constituir un tiempo de prueba para nuestra paciencia y nuestros nervios, se acepta como un valor en sí mismo, y ciertamente un valor precioso[10].
El inicio del planteamiento comunitario será más afectivo que ideológico, más socializador que comprometido. Si antes el compromiso activaba el vínculo comunitario, ahora es lo emotivo, la afectividad y la interioridad el punto de partida de una vida comunitaria. Se podría resumir así: porque estoy bien y me encuentro a gusto con los míos, podemos proyectar cosas juntas y podemos entender el misterio de la realidad.
La desembocadura de los jóvenes puede ser la parroquia, como “lugar privilegiado donde se realiza la comunidad cristiana” (CC 268). Pero también puede ser la misma comunidad matriz del proceso catecumenal. La comunidad que ha patrocinado el proceso de estos jóvenes necesita crecer y alimentar el proceso con nuevos miembros. Es natural que algunos de los jóvenes que terminan dicho proceso sean invitados a incorporarse como animadores de nuevos grupos en el mismo lugar donde han estado, y a formar parte de la comunidad inmediata que lo patrocina[11]. El mismo grupo de jóvenes que ha hecho el proceso catecumenal, en ciertos casos, puede constituirse en comunidad de jóvenes, aunque es difícil que permanezcan.
Algunas comunidades juveniles tienden a ser endogámicas, y no asumen su responsabilidad pastoral para con los adolescentes y jóvenes que vienen por detrás. Estas comunidades, donde las haya, han de asumir el compromiso de seguir y acompañar la pastoral con jóvenes de sus plataformas pastorales, ofreciendo más oportunidades al Espíritu para que los jóvenes encuentren referencias que merezcan la pena, que sean accesibles, plausibles, cercanos, posibles.
Cuantos más fuertes sean los lazos estructurales y afectivos que unen a la comunidad juvenil con la parroquia, diócesis, la congregación, etc., más garantías tiene de continuidad. Las comunidades juveniles deben ser transitorias, de paso, despidiendo y acogiendo a nuevos miembros. Cuando se alargan y paralizan apuestas adultas y vocacionales, hemos de sospechar que se han convertido en estación término, y posiblemente en la antesala de su desaparición del escenario eclesial.
 

  1. Propuesta pastoral


Ante unos jóvenes que piensan, miran, razonan, se relacionan, sienten y proyectan de forma diferente a nosotros, ¿cabe una propuesta pastoral centrada en la comunidad?
La experiencia indica que existe el peligro de que una comunidad juvenil se convierta en un refugio cálido o bien un espacio de humanización personal, de dinamismo social y de crecimiento en valores y proyectos. La comunidad no puede ser un invernadero para proteger especies en extinción. Será bienaventurada la comunidad que lleve a los jóvenes a la Iglesia y permita el reconocimiento mutuo de otras realidades eclesiales.
La comunidad de talla humana se hace imprescindible para los jóvenes que quieran vivir su fe, pero esta comunidad no tiene un modelo estandarizado ni uniforme. La comunidad concreta respeta rostros, ritmos y métodos propios. La comunidad sigue siendo necesaria, pero como espacio afectivo más que como soporte ideológico o ámbito para el compromiso y la acción[12].
En nuestra opinión, los jóvenes han de vivir en contacto con una comunidad creyente, con sus ritos, su experiencia y su vida en el mundo. Vive en el centro de interacciones entre personas de todas las edades que descubren, comparten y celebran la vida. Se aprende mejor cuando se encuentra una gran variedad de caminos posibles.
El Sínodo de Obispos de 1977 afirmó ya que la comunidad cristiana es “origen, lugar y meta de la catequesis”. La comunidad cristiana global ofrece ricas posibilidades de intercambio y de diálogo entre participantes de condiciones y sensibilidades diferentes. Como afirma Danielle Hervieu-Léger, la fe necesita una validación en nuestra sociedad poco religiosa. Antes que adherirme a una filosofía, a una religión o a un principio moral, quiero encontrarme con personas que lo vivan y a las que reconozco como interesantes y realizadas[13].
La división de la catequesis por generaciones pudo ser una solución pertinente y adaptada en una sociedad cristiana. Incluso puede ser válida en algunas zonas geográficas de nuestro país, o allí donde se da una potente pastoral con jóvenes. Pero esto ya no sirve en una sociedad en la que el cristianismo es minoritario. En este caso, urge una pastoral que se precie piensa más en una propuesta intergeneracional, trabajando en tres dimensiones: Vocación (Identidad personal cristiana), Comunión (Experiencia de comunidad creyente) y Misión (Servicio evangelizador al mundo)[14].
Hemos de trabajar por la incorporación de los grupos de jóvenes a la comunidad cristiana más amplia en la que distintas generaciones de creyentes se apoyan y se interpelan mutuamente. Los jóvenes deben participar activamente en la necesaria renovación de nuestras comunidades cristianas[15]. Y los sacerdotes han de estar cerca, escucharles, acompañarles, tender puentes, transparentar a Jesús vivo y resucitado, posibilitar la comunión eclesial…
Resulta sugerente generar ambientes de jóvenes en torno a la comunidad donde se vivan y palpen los valores del Reino y donde se pueda escuchar la palabra de Jesús, pues los valores de aprenden por contagio, porque una fe se enciende con otra fe, y es necesario espacios donde poder ejercitarlos y probarlos.
Además se necesitan comunidades cristianas abiertas a los jóvenes que testimonien la presencia de Jesús en medio de ellas, que vivan la fraternidad y puedan ofrecer a los jóvenes espacios para palpar “un trocito de Reino”, en el que se anuncie con palabras y hechos la presencia de Jesús en sus vidas.
Urge crear espacios con puertas abiertas, con facilidad para entrar y salir, en vez de ghettos cerrados y protegidos, que ofrezcan una formación humana y cristiana a los jóvenes profunda y de calidad, que les permita plantear su vida y su participación como cristianos en la Iglesia y el mundo.
Estos adultos jóvenes han de convertirse en acompañantes expertos en la fe y en humanidad, capaces de acompañar a otros jóvenes en itinerarios personalizados, radicales, desafiantes y liberadores[16]. También se puede ofrecer a los jóvenes de los procesos educativos en la fe experiencias como “Ven y verás”, de tal modo que puedan experimentar, en primera persona, la experiencia comunitaria de la fe, a través de vida en común allí donde se de, de una mayor inserción en la vida parroquial, de mayor vinculación en la comunidad educativa, etc.
 
Conclusión
 
Hemos de reconocer que el problema fundamental de la pastoral no radica en los proyectos y procesos pastorales de la evangelización y de la educación en la fe, sino en el sujeto capaz de suscitar una búsqueda personalizada, un encuentro profundo y un diálogo fecundo, abiertos a la propuesta del Evangelio. Este sujeto no es otro que la comunidad cristiana[17].
El acompañamiento a los jóvenes adultos es la primera urgencia pastoral incluso para poder continuar la misma pastoral con jóvenes. Sin ellos, la pastoral con jóvenes queda profundamente empobrecida. Por ello, hemos de prestar la máxima atención a estos grupos de jóvenes que desean vivir más en profundidad la dimensión comunitaria de su fe o incluso formar comunidad. Cuando estos jóvenes van concretando, desde la fe, su profesión, su matrimonio, su opción por el ministerio sacerdotal, su compromiso sociopolítico… están dando la mejor “catequesis” a los que vienen detrás. Ellos son el mejor modelo referencial para otros jóvenes. Cuando, por el contrario, esto falta, la pastoral con jóvenes adolece de lo más importante para ellos: visión y perspectiva de futuro[18].
Hacemos nuestra una conocida frase africana: “Para educar a un niño se necesita toda la tribu”. Si la aplicamos a la pastoral con jóvenes, diríamos que para educar en la fe a un/a joven, se necesita de toda la comunidad. He aquí donde hemos de invertir, a pesar de que muchas veces no sepamos ni por donde empezar ni si tendremos fuerzas o fe suficiente para acometer esta ardua tarea. Sin embargo, urgen comunidades renovadas en la fe, en el amor y en la misión.
Abordemos la cuestión en su profundidad y radicalidad, renovemos nuestras comunidades cristianas, hagámoslas más accesibles y atractivas a los jóvenes, donde se juegue en casa, donde la fe pueda comprenderse en sus propios términos y no haya que traducir todo, un hogar donde salir y adonde volver, que permita vivir la fe a la intemperie, saliendo de los espacios protegidos, desangrándose por los compromisos, especialmente con los excluidos, haciendo propios los grandes desafíos sociales, culturales, morales y políticos de la humanidad hoy.
Todo esto será posible gracias a la llamada que el Espíritu nos está haciendo para vivir nuestra fe, en comunión y misión con los jóvenes, como nuestros hermanos, a los que evangelizar y con quienes ser evangelizados. Y no tanto como estrategia pastoral, cuanto como opción de vida.
 

ÁLVARO CHORDI

 
[1] GÓMEZ SERRANO, P.J., “Condiciones de posibilidad de las comunidades juveniles hoy”, Misión Joven 326 (marzo 2004), 17-31. Además otros artículos igual de sugerentes del autor: “La desembocadura en la pastoral de juventud” y “Comunidades cristianas para el comienzo del siglo XXI”, en la web de la Delegación Diocesana de Pastoral con Jóvenes de Vitoria: http://www.gazteok.org/reccat.php?catrec=1
[2] http://www.iglesia-viva.org
[3] http://encomun-comunidades.blogspot.com/2008/01/qu-somos.html
[4] MOVILLA, S., “Nuevas formas y estilos en los procesos de pastoral con jóvenes”, Todos Uno, 167 (2006). Se puede bajar en www.gazteok.org (separata de la revista Gazteen Berriak, junio 2007).
[5] CEAS, Jóvenes en la Iglesia, cristianos en el tercer milenio, Edice, Madrid, 2007, 108.
[6] CEREZO, J.J. – GÓMEZ SERRANO, P.J., Jóvenes e Iglesia. Caminos para el reencuentro. PPC, Madrid, 2006.
[7] CHORDI, A., “Los jóvenes nos hacen mover ficha. ¿Cómo impulsar la pastoral con los jóvenes hoy?”, Misión Joven, nn. 354-355, julio-agosto 2006.
[8] ADSIS, Jóvenes y Dios, 1, PPC, Madrid, 2007, 50.
[9] MOVILLA, S., o. c. 7.
[10] BAUMAN, Z., El arte de la vida, Contextos, Barcelona 2008, 41-42.
[11] BOTANA, A., Iniciación a la comunidad, Centro Vocacional La Salle, Valladolid, 1990, pp. 139-147.
[12] FPJ, BAUTISTA, J.M. (coord.), 10 palabras claves sobre pastoral con jóvenes, Voz Comunidad, Estella, 77-100. Este artículo sirve de base para la reflexión de estas páginas.
[13] DERROITTE, H., Por una nueva catequesis. Jalones para un nuevo proyecto catequético, Sal Terrae, 2004, 76.
[14] DIÓCESIS DE VITORIA, Plan Diocesano de Evangelización (2009-2014). Renovar evangélicamente nuestras comunidades, Vitoria-Gasteiz, 2009.
[15] DIÓCESIS DE VITORIA, o .c., 29.
[16] MENÉNDEZ, C., “Una mirada nueva a una nueva situación. Con el mirar de Dios”, en RPJ 442-443, febrero-marzo 2008.
[17] PEREZ ÁLVAREZ, J. L., “Entre lo propio y lo ajeno. La experiencia comunitaria en la PJ”, RPJ, 423, 2005, 3-14.
[18] URBIETA, J. R., Pastoral de Juventud, Secretariado Trinitario, Salamanca 19903. 97-104.