[vc_row][vc_column][vc_column_text]CARLOS ALEMANY ES PSICOTERAPEUTA Y PROFESOR DE PSICOLOGÍA EN LA UNIVERSIDAD PONTIFICIA COMILLAS (MADRID).
Síntesis del Artículo
Tras comentar algunas de las razones básicas por las que todo crecimiento personal es una tarea conflictiva, el autor sugiere diversos aspectos de «salud mental» que, a la par, muestran diferentes núcleos problemáticos en el crecimiento de las personas. Todos los análisis están salpicados de pautas y sugerencias educativas para encarar y gestionar adecuadamente los conflictos.
La enfermedad es vivir en la rutina, con valores ajenos, sin haber estado nunca en contacto con la vida que fluye dentro de cada uno, sin haber sentido la complejidad de la propia experiencia, de donde surgen las alternativas[1].
- T. GENDLIN
1 Presentación
Todo crecimiento personal siempre ha sido conflictivo y lo seguirá siendo. Entre el nacer (la gran angustia como punto de partida) y el morir (la otra gran angustia como punto de llegada) el ser se debate en un vivir, que sólo en muy pocos casos es realmente un vivir con plenitud y sentido: sabiendo por qué vive, para qué vive y pudiendo elegir el cómo quiere hacerlo. Por el contrario, en la mayoría de los casos la gente pasa sobre la vida como sobre ascuas: de una manera superficial, con un sentido de huida y diversión (divertirse, desviarse del camino, distraerse de donde uno quería ir) o dando palos de ciego sobre diversas ollas, con los ojos ciegos (la olla sexual, las adicciones, los descansos compulsivos, el «va de prueba», como en la feria que en lugar de durar 5 minutos, puede durar 5 años…).
Las razones básicas de que el crecimiento personal sea conflictivo son dos. Una es la del propio yo, la dificultad que tenemos de reconstruir nuestros propio puzzle, con las características caracteriales y personales que nos han sido dadas, con los diversos aspectos de nuestra personalidad (habilidades, afectos, deseos actitudes, impacto de experiencias, etc.) y por otra parte con su dimensión evolutiva (carencias infantiles, dependencias o ausencia parentales, resultados de las importantes socializaciones (familia amplia, colegio), compañeros, etc. Todo eso como afectando directamente al individuo y fraguando de mil maneras un intento de lograr su identidad.
Pero está el otro aspecto igualmente impactante: el contexto sociocultural, económico e histórico en que va a fraguar nuestro recorrido vital: cada generación se encuentra con conflictos añadidos, así como con posibilidades diferentes, por el hecho de pertenecer a esa generación y al mismo tiempo desde ahí va a entrar en luchas de poder con las generaciones predecentes. Hemos oído hablar de la generación de los que hicieron la guerra y de los de la postguerra “no sabéis lo que es pasar hambre”, de la del plan de desarrollo (de la moto al seiscientos), de la de los años contestatarios de final de los 60 y toda la década de los 70; la generación del consumismo, la del desencanto, la postmoderna o la light.
Lo que queremos recalcar con ello es que siempre, a lo largo de la historia, el proceso de ser persona ha sido algo complicado. Y que particulamente ahora hay nuevas complicaciones que proceden de los condicionamientos socioculturales. Pero que en definitiva, por fas o por nefas, dan al traste sobre ese proceso de convertirse en personas. Ya lo decía Herman Hesse, en el prólogo de El lobo estepario: que no toda rana, cuando nace, termina siendo rana. Algunas se quedan en embriones de rana… otras en renacuajos… o renacuajillos. ¡Sólo unas pocas llegan a tener la categoría y el estatus de ranas! Igual ocurre al ser humano: no todos llegan a concluir ese proceso de convertirse en personas (Rogers), seres autorrealizados (Maslow), sino que se quedan en personillas, personajes, personajillos… Y eso que todos estamos llamados a ello. Pero las dificultades esenciales a las que aludíamos hacen mucho más complicado el proceso de lo que pudiera parecer.
Por una parte parece que no hay nada nuevo bajo el sol. Ya lo decía Marco Aurelio en sus Pensamientos:
Los que nos sucedan no verán nada nuevo, nada más extraordinario que lo que hemos visto nosotros, pues a poco inteligente que se sea el hombre que haya vivido ya cuarenta años ha visto ya cuanto hay que ver: todo lo que ha sido y todo lo que será, porque siempre es lo mismo[2].
En parte estamos de acuerdo que no hay nada nuevo bajo el sol y que generación tras generación se hace el mismo impulso por vivir en plenitud, aunque muchos se queden –desgraciadamente– en malvivir o sobrevivir. Por otra parte sí que hay la novedad, no tanto de los contenidos, como del cómo…
Gendlin, en la cita inicial, nos proporciona varios aspectos de lo que es la persona no sana, la persona enferma, en una sociedad enferma: en una palabra, diríamos que es la persona alienada, desconectada de sí misma, sin experiencia personal –aunque se haya pasado haciendo experimentos y pruebas toda su vida-, y por tanto sin tener dentro la fuente de la confianza y de la autenticidad.
No es mi papel en este artículo hablar de cómo la sociedad de hoy es una sociedad conflictiva. Otros lo harán en este mismo número. Pero sí recordar que esa sociedad consumista, depresiva, fragmentada, materialista, desestructurada etc., es el caldo de cultivo donde nuestros jóvenes y adultos tienen –tenemos- que construir nuestra identidad, buscar el sentido de los porqués vitales y encontrarnos a nosotros mismos a niveles más profundos de las apariencias que se nos brindan. Los rasgos tanto sociales como generacionales y personales nos ofrecen indicadores de estos conflictos que terminan no sabiendo cómo manejarse. Hagamos un recorrido de algunos de estos conflictos que donde nuestra experiencia clínica no sólo se repiten más sino que son como patrones y al mismo tiempo espejos donde nos podemos sentir reflejados o donde podemos ver reflejados a jóvenes de hoy. El señalarlos y describirlos nos lleva a tomar conciencia de cómo afrontarlos.
2 Conflicto, salud mental y crecimiento personal
En el mes de octubre se celebra todos los años el «Día Internacional de la Salud Mental». Con motivo de ello, la FEAFES (Confederación Española de Agrupaciones de Familiares y Enfermos Mentales) diseñó un tríptico redactado por psiquiatras y que creo que tiene un enfoque interesante como para poderlo recoger aquí sucintamente. Mucha gente piensa en enfermedad mental cuando escucha la expresión salud mental. Pero la salud mental es mucho más que la ausencia de enfermedad mental y ese es el enfoque del folleto: se refiere a la manera como cada uno de nosotros nos relacionamos con los otros en el seno de la familia, el trabajo, el descanso, el día a día con nuestros iguales etc. Comprende la manera en que cada uno armoniza sus deseos, anhelos, habilidades, sentimientos y valores morales con los requerimientos para hacer frente a las demandas de la vida. Sería similar a lo que hoy llamamos crecimiento personal.
En ese sentido la salud mental depende de 3 aspectos y en relación con ellos podemos encontrar ahí algunas fuentes de conflictos:
o Cómo nos sentimos con nosotros mismos:
«Están satisfechas consigo mismas»
¾ Las personas con conflicto, suelen ser personas insatisfechas consigo mismas. Se han puesto un listón muy alto, se autoexigen demasiado o están contaminadas de una sociedad que evalúa logros y pone en segundo plano a la persona. La persona que está en crecimiento ni subestima ni sobrevalora sus posibilidades.
¾ Son también personas abrumadas por sus propias emociones, que manejan mal: la rabia, los temores, los celos, el amor o los sentimientos de culpa, todo ello se mezcla sin saber a qué atenerse, cuales son las propias, y cuáles son proyecciones hacia afuera de partes negativas desconocidas o rechazadas.
¾ Son personas que tienden a desbordarse, a ir más allá de sus posibilidades o de sus límites, a ser compulsivas y ávidas, rebañando amores y comprando satisfacciones a cualquier precio. Para luego volver a tocar, si es que lo tocan, la angustia y el vacío de nunca sentirse realmente satisfechas. Y tampoco son de las que se paran a saborear un éxito, un algo costosamente conseguido etc. La avidez de lo que queda… para ser feliz, les impide ser sencillamente felices con el aquí y el ahora alcanzado.
¾ …Derivan placer de las cosas simples de la vida cotidiana
Decir esto hace 50 años parecía obvio. La vida transcurría con tranquilidad y hasta con monotonía. El tiempo tanto el rural como el urbano tenía un sentido muy distinto. La escasez de medios y el estilo austero de vida imponía esta sencillez y simplicidad.
Pero decirlo hoy en una sociedad superconsumista, ávida de acumular cosas con la sensación falsa de comprar así felicidad, empeñada en identificar el disfrute con la moda sociológica o el último avance tecnológico, ahí esto resulta contracultural. Y sin embargo absolutamente veraz. Porque el cuerpo y el espíritu siguen teniendo su propio funcionamiento, independientemente de estas modas. Y el poder disfrutar con lo más sencillo, el estrenar ojos nuevos y asombrados para la rutina o lo cotidiano sigue siendo un milagro.
¿Cómo puede sonar esto a nuestros jóvenes, deslumbrados por los festivales pop/rock, que buscan la excitación del fin de semana, con éxtasis o sin él para aguantar como se pueda la supermonótona semana que se les viene encima? Sin embargo la madurez pasa por hacer crisis y quitarte la armadura que no era tuya para ser uno el que sencillamente es.
o Cómo nos sentimos en el trato con otras personas:
«Se sienten a gusto con ellas»
¾ Sus relaciones interpersonales son satisfactorias y duraderas
En una sociedad del «coger y tirar», también aplicable a personas, donde cada vez es más difícil comprometerse a medio y largo plazo y no digamos de por vida, es difícil crear relaciones interpersonales comprometidas.
«Una vez que nos comprometemos con la gente real y con las circunstancias reales de nuestras propias vidas, descubrimos nuestra felicidad interna, y ‘cada día la caricia real reemplaza al amante fantasmal’ tal y como Anaïs Nin escribió en su diario [3]».
Este compromiso tendría que ver, entre otros aspectos, con la capacidad de manejar la propia vulnerabilidad, para poder aceptar así la del otro y, al mismo tiempo, por el deseo de eliminar los bloqueos que se interponen en el camino hacia una creciente intimidad. Las personas que tienen muchas “amistades”, difícilmente tienen amistad profunda con ninguna y, por ello, nunca sabrán lo que es la intimidad personal.
«La intimidad crece en la medida en que podemos compartir nuestros sentimientos reales con alguien que los puede recibir de forma acogedora y sensitiva. Si lo retenemos o si nos deshacemos de los sentimientos genuinos perdemos para nosotros y para los otros una gran oportunidad de sentirnos cercanos el uno al otro.
Al fallar el riesgo de mostrarnos vulnerables o de compartir un sentimiento de ternura, privamos al otro de la oportunidad de expresar su “estar solícito” mediante una gentil escucha de nuestros sentimientos, deseos, preocupaciones o necesidades y tal vez le privamos de poder respondernos a ellos empáticamente. En ese caso, el resultado es vivir como extraños el uno a otro, temerosos de expresar nuestros sentimientos reales y de reconocer la falta de felicidad en nuestras relaciones[4]».
¾ Respetan las múltiples diferencias que encuentran en la gente
Es decir, no pretenden hacer clónicos a los demás como copias de sí mismos. Mas bien, aprecian lo diferente y lo complementario. Son flexibles a la hora de comprender comportamientos, sentimientos y actitudes distintas de las suyas y eso será para ellos una fuente de empatía. Debajo de todo esto, subyace el profundo convencimiento de que cada uno es un ser único e irrepetible que puede entrar en relación con el otro de muchas maneras, pero que, en definitiva, ha aclarado suficientemente su identidad, sabe quién es, sabe qué quiere ser y deja a los otros que sean ellos mismos, incluso ayudándoles a alcanzar esos otros objetivos:
“Cuando pronuncio un «yo» ¿es que algo dice?
¿Es que mi «yo» es algo?
La muerte mi realidad desdice,
¿Qué es lo que soy? ¿Qué valgo?
Pero yo soy, soy alguien, lo he sabido
Cuando otros me han amado;
Su amor me hizo valor, mientras sentía
El yo nuevo que en mí había aflorado.
Mi yo más hondo,
el que siento más mío
es creación de aquellos
que me han querido.
Amigo que en mí crees y me quieres
Estás dentro conmigo,
Porque en mí está tu yo
Y en ti está el mío.
Ser alguien para alguien,
Por eso clama la esencial apertura;
Que alguien crea en nosotros y nos ame,
Eso es el sol en la existencia oscura”[5].
o En qué formas respondemos a las exigencias de la vida:
«Hacerlo de forma satisfactoria»
¾Enfrentan sus problemas a medida que se van presentando
Ni adelantan demasiado el futuro, ni viven del pasado: el la sociedad de hoy, especialmente en el mundo juvenil, esto se vive de forma paradójica. Por una parte parece imperar el eslogan «diviértete como puedas» (carpe diem), pero al mismo tiempo esto es una huida de la angustia que produce un futuro amenazante: ¿estudiar para qué, si luego no hay trabajo? Hay una cierta instalación en el pequeño fragmento “frente a los grandes proyectos vitales de generaciones anteriores”. Pero al mismo tiempo, esa forma de vivir el presente tampoco es sana del todo porque esas situaciones de las que quieren huir un día les tienen que hacer frente.
¾ Aceptan sus responsabilidades
Hay un conflicto social que se muestra en la prolongación de la estancia en casa de los padres o viviendo completamente a costa de ellos o cogiendo lo mejor del hogar-pensión y, por otra parte, disponiendo completamente de su salario para sus propio beneficio. Las responsabilidades tienen que ver con el ámbito del trabajo o de la preparación profesional, con el ámbito afectivo así como con las propias de su entorno familiar, que tendrá que asumir maduramente. Delimitar el campo de sus responsabilidades, según edad etc, y pedir cuenta de ello es algo que tienen que afrontar los padres o los educadores hoy.
¾ Resuelven adecuadamente la polaridad soledad-libertad
En una sociedad llena de ruidos, de palabras, de inalámbricos, de walkmans, etc., en la que han nacido y crecido los jóvenes de hoy, se hace prácticamente imposible vivir la soledad, pero paradójicamente, para ser uno mismo, para encontrar la propia identidad, además de bajar a la plaza y rozarse con los otros, hay que saber apartarse de los otros: para poder discurrir, para poder tener un pensamiento personal, para poder analizar los propios sentimientos, para desmecanizar la rutina diaria, etc.
Sin esos tiempos y espacios de «vida interior» (que incluiría también lecturas reposadas y contrastadas con la propia experiencia personal), la persona no termina siendo más que un eco de lo que «hay que ser socialmente». Y eso no solamente afecta a las formas de vestir, ni siquiera tampoco a las formas de hablar (lenguaje de subculturas), sino a algo mucho más profundo como son los intereses existenciales, los retos hondos y reales de la vida, los planteamientos éticos, etc.
Si los jóvenes son capaces de descubrir esto, entonces podrán buscar la soledad de una manera positiva como el sitio en donde pueden sentirse conectados con esa identidad en búsqueda y no como el sitio del cual huir porque produce un aislamiento angustioso e insoportable. Ser libre no tiene sentido si no es al mismo tiempo para poder encontrar su propia autenticidad.
«Conforme maduramos y crecemos en nuestro proceso de maduración, ganamos libertad y perdemos intimidad; el vínculo infantil más placentero de sentirse en el vientre de otro se perdió para siempre cuando nacimos. Al ir creciendo, disfrutamos nuestra libertad pero a menudo sintiendo soledad, incluso nos sentimos abandonados. Como adultos, continuamos buscando nuestra intimidad perdida e intentando caminos de retorno al placer de los primeros vínculos.
Esta soledad nos motiva a acercarnos a otros seres humanos. Pero conforme desarrollamos más intimidad, tendemos a perder libertad. Y de nuevo, esta pérdida de libertad nos motiva a apartarnos de esos mismos seres humanos. Hemos aprendido a proteger nuestra libertad, pero al mismo tiempo anhelamos recuperar el vínculo de la intimidad perdida de la infancia. Generalmente andamos vacilantes entre acercarnos demasiado a otros o alejarnos demasiado de otros[6]»
¾ Son personas con una tolerancia media a la frustración
Hemos pasado de una sociedad tal vez excesivamente dogmática, ciertamente muy estructurada y, en muchos aspectos, bastante castrante, a otra ampliamente permisiva con desconcierto en cuanto al mundo de valores y excesivamente protectora a la hora de educar evitando todo dolor y sufrimiento enfatizando solo la parte positiva de la vida.
El resultado es una generación de jóvenes que instintivamente van a huir de todo lo que cuesta esfuerzo, disciplina, pagar el precio para conseguir algo, etc. Psicológicamente se habla de una generación light o de un «yo débil». Ciertamente, hay datos que llaman mucho la atención como el aumento del suicidio infantil o adolescente por causas aparentemente vanales o el otro, bien curioso también, de aumento de suicidios durante el servicio militar, posiblemente atribuibles al poco aguante de las contradicciones del mismo. Estas toda la vida han sido las mismas, pero otras generaciones pasaban por ellas y se hablaba de que “en la mili es donde se hacían los hombres”.
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Sería importante acostumbrar educar a que, a pesar de las dificultades, “el que la sigue la consigue” (esto vale también para la búsqueda de trabajo en el difícil mundo laboral de hoy). La vida sigue siendo igual de dura que siempre y la tarea del educador va a ser decirles la verdad y prepararles paso a paso para poder aumentar esa tolerancia a la frustración, que es la única que les va a permitir crecerse ante las dificultades en lugar de sentir la impotencia y la amenaza de tal manera que se llega a la disolución del yo o a distintas formas de negar o de huir de la realidad.
3 Conclusión
He aquí una serie de pistas que nos hacen caer en la cuenta, por una parte, de los rasgos en los que consistiría la salud mental o el crecimiento personal en nuestro mundo de hoy, y por otra parte, los conflictos y los bloqueos que se presentan para alcanzarlos en nuestra sociedad cambiante, pensando especialmente en el mundo de los jóvenes.
Tal vez habría una palabra que resumiría lo que hemos querido expresar. Tony de Mello le llamaba «estar consciente». A mí, personalmente, me gusta formularla como «ser personas lúcidas». Una y otras nos vienen a recordar que en un mundo muy mecanizado, el hombre y la mujer son seres existentes. Traducido a términos psicológicos queremos decir que somos «sujetos de experiencias».
Los jóvenes más que nadie están ansiosos de experiencias. El problema, para llegar a ser persona, es cómo procesar esas experiencias poniéndoles el nombre que realmente tienen. Como bien ha dicho J.A. García-Monge, “siempre estamos experienciando algo, es decir, sabiéndonos vivos, existentes, unificados y relacionados. La palabra para acarrear vida, es decir, para que diga algo de nuestra realidad vital y transforme a quien la escucha, debe ir unida a la experiencia personal. A través de la palabra compartimos lo que somos, nos lo decimos a nosotros mismos, tendemos un puente hacia el otro o los otros por el que pueden acceder a la verdad de nuestro ser, de nuestro pensar o de nuestro sentir”[7].
Todo crecimiento personal es, al mismo tiempo, una utopía a alcanzar y unos conflictos a superar. Muchos se quedan en la cuneta. Intentarlo en serio e intentarlo con otros y ayudar, desde la propia experiencia, a los más despistados e incluso a los que desconocen su valor potencial de transformación, es una empresa que merece la pena.
Carlos Alemany
[1] E.T. GENDLIN, Neurosis y naturaleza humana en el método experiencial del pensamiento y la terapia; en: C. ALEMANY (ED.), Psicoterapia experiencial y focusing. La aportación de E.T.Gendlin, Desclée de Brouwer, Bilbao 1997, 66.
[2] Citado por J.L.PINILLOS, El corazón del laberinto, Espasa Calpe, Madrid 1997, 24.
[3] Richo, D. (1998) Cómo llegar a ser un adulto. Desclée de Brouwer, Bilbao pág. 23.
[4] J. AMODEO-K. WENTWORTH, Being Intimate. A Guide to Successful Relationships, Penguin Arkana, Londres 1986, 87.
[5] J.M. COBO, Meditación filosófica; en: Vivencias de Hombre, Ayuso, Madrid 1987, 28-29.
[6] N.M. HARMICH-G. BINGEMAN, Limitless Intimacy: A guide to a Spiritual Sex, Elysian Press, Dallas 1990.
[7] J.A. GARCÍA-MONGE, Treinta palabras para la madurez (2ª ed.), Desclée de Brouwer, Bilbao 1997, 25-26[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]