CONSTRUIR LA RESPONSABILIDAD

1 octubre 2009

Luis Fernando Vílchez es profesor de la Universidad Complutense de Madrid.
 
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
¿Qué queremos decir cuando afirmamos que hay que educar en la responsabilidad? El autor propone un camino al que está invitada cada persona: “construir la responsabilidad”. Es un camino que requiere ayudas de educadores y padres.
El artículo reconoce que al hablar de responsabilidad hoy lo hacemos más desde el Derecho que desde la filosofía. Al hablar de responsabilidad desde la filosofía moral vinculamos responsabilidad con libertad. A partir de este momento el autor propone un proceso. Por una parte no vincular responsabilidad a culpabilidad. Por otra parte situar la responsabilidad en un marco teórico ajustado (modelo de las inteligencias múltiples). Es así como propone unos elementos imprescindibles para esa construcción de la responsabilidad (libertad, perdón, atrevimiento, criterios para el discernimiento ético). La ayuda privilegiada para esta construcción de la responsabilidad es el acompañamiento inteligente.
 
“Educar en la responsabilidad” es una expresión que, de tan obvia, ha llegado a convertirse en tópico, cuando se habla de valores, objetivos, metas, competencias, etc., en cualquiera de los ámbitos en los que las tareas formativas de los individuos se llevan a cabo. No hay documento, ideario, planificación, explicitación de lo que se desea como “resultado final” de la educación, que no incluya esa referencia. Y, desde luego, el cien por cien de los padres y madres de familia, o de los profesores, firmarían este postulado: Hay que educar en la responsabilidad a los niños, adolescentes y jóvenes. Pero cualquier postulado educativo, por importante que sea, tiende a convertirse en tópico, incluso a banalizarse, cuando se repite en exceso, cuando no se concreta lo que encierra lo afirmado y cuando, como ocurre en este caso, la propia formulación de la propuesta y hasta el concepto mismo de responsabilidad pueden abrigar significados ambiguos, si es que no contradictorios. En definitiva, ¿qué queremos decir cuando afirmamos que hay que educar en la responsabilidad? Tal vez, alertados por todo esto, hemos preferido titular la reflexión que sigue, y sus argumentos, como “construir la responsabilidad”. Una construcción personal que ha de llevar a cabo el educando. Sus educadores podrán, deberán, ayudarle a que la lleve a cabo, pero el protagonista ha de ser el alumno, el niño, el joven.
 
¿Son responsables los chicos y chicas de hoy?
 
A esta pregunta cabría responder con otra: ¿De qué jóvenes hablamos cuando hablamos de los jóvenes? Confieso que tal pregunta es la respuesta que utilizo cuando alguien me pregunta por ellos, como con frecuencia  ocurre a cualquiera de los que dedicamos nuestros días y nuestros esfuerzos a la apasionante tarea de enseñar, formar y educar. Los chicos y chicas de nuestros días no constituyen un colectivo homogéneo, aunque sus estilos de vida, su look, sus lenguajes, sus intereses y las cosas que parecen importarles, puedan en ocasiones transmitir esa sensación. No hay cosa más deformante de la realidad educativa que acercarse a ella con clichés globalizadores, generalizaciones, prejuicios, verdades a medias, opiniones no contrastadas, confundiendo lo que yo veo, o creo ver, con “lo que es”. Como decían los clásicos, hay que saber distinguir la doxa (la opinión), de la episteme, la ciencia, que siempre estará constituida por afirmaciones basadas en el rigor contrastado y bien argumentado sobre lo que se observa y analiza. Sin que debamos perder de vista, por otro lado, que no podemos meter en un mismo “saco” a un colectivo que se extiende, por lo menos, hasta más allá de los 20 años, por no hablar de contextos sociales, grupos de pertenencia, familias de referencia, etc. de los sujetos a los que queramos referirnos.
 
Sobre todo, habría que huir de un discurso plañidero, adscrito a una especie de “wikipedia ética”, constituido por una variante de la patética moral, que vendría a expresarse así: Los jóvenes de hoy no son responsables, tienen de todo pero carecen de valores, van a lo suyo, sólo les importa pasárselo bien con sus amigos, su mundo referente es el constituido por los espacios del ocio hedonista y descomprometido. Ese discurso se continúa con otro complementario: Nuestra generación (¿cuál?, ¿la de los que tienen ahora más de 30 años, la de los padres actuales con hijos pequeños o adolescentes, la de los cincuentones o sesentones?) era más responsable cuando teníamos la edad de los niños y de los jóvenes de hoy, teníamos menos cosas, pero más ideales. Estoy seguro de que más de un lector habrá escuchado discursos como estos, incluso por conspicuos psicólogos que se prodigan en los medios, de cuya buena intención no dudo, cuyas opiniones respeto, pero que con frecuencia no comparto en lo que tienen de simplificadoras de una realidad compleja, como es la constituida por las nuevas generaciones. Ejemplificando, no se puede decir, sin caer en una generalización a todas luces excesiva y deformante de la realidad, dentro de un programa radiofónico de gran audiencia, que hoy “muchas chicas adolescentes piden como premio a las buenas notas escolares una operación de pecho”. Así lo escuché este verano. Aunque se den casos como el descrito, la anécdota no pasa el listón para convertirse en categoría, aplicable a la mayoría de las adolescentes de nuestro tiempo. Otra cosa es afirmar que, como desde investigaciones contrastadas puede asegurarse, la relevancia de la imagen física, importante en toda época y cultura para un adolescente, tiene hoy unos determinados acentos e influencias. Pero, en todo caso, conviene no quedarse en lo anecdótico y ver qué hay detrás de todo eso.
 
Así, pues, en mi opinión, es más acertado no hacer juicios de valor sobre el nivel de responsabilidad de los chicos y chicas de hoy, porque, entre otras cosas, no existe un “aparato” medidor de esa cualidad humana, de modo que podamos hablar en términos de más, menos, mucho o poco. Hablemos, más bien del “cómo”, de las formas y estilos como las nuevas generaciones entienden y expresan la responsabilidad. En todo caso, no comparemos sus formas de ejercer la responsabilidad con las de otras generaciones, hablemos de los educandos que conocemos y no en general, apoyémonos en estudios e investigaciones y no en simples opiniones, maticemos y distingamos lo más posible al referirnos a ellos, acerquémonos a sus personas y a sus mundos para conocerlos lo mejor posible, entremos en sintonía con los sistemas de los que forman parte y, a partir de ahí, ayudémosles a que se construyan como personas, uno de cuyos ingredientes es la responsabilidad. Seguramente que en esto último podemos coincidir muchos. Esa es la intención final que me he propuesto al ofrecer estas reflexiones.
 
El concepto de responsabilidad
 
Es curioso constatar que los términos “responsable” y “responsabilidad” son relativamente “modernos”. Así lo reconocía el Diccionario de Autoridades, a comienzos del s. XVIII, cuando recoge por vez primera la palabra “responsable”. Desde entonces, los significados de estas palabras han estado vinculados principalmente al ámbito jurídico, a “tener que responder por algo y ante alguien”, no faltando las connotaciones a culpabilidad, de manera que no es extraño que uno y otro concepto se confundan, lo que, para la reflexión que nos ocupa, ha tenido y puede tener consecuencias desorientadoras, como luego diremos. En todo caso, es también significativo que, ni siquiera en la última edición del Diccionario de la RAE, aparecen en estos vocablos referencias claras y directas a la responsabilidad como valor, tal como hoy la entendemos en los distintos ámbitos de la educación.
 
Es en el ámbito de la Filosofía, más en concreto el de la Filosofía moral, donde encontramos reflexiones sobre la responsabilidad, interesantes a nuestro propósito. Así, la responsabilidad aparece ligada a la libertad, como su fundamento. Aparecen también referencias interesantes sobre la responsabilidad como sentimiento personal que va madurando progresivamente en el individuo y donde no hay que olvidar los aspectos sociales, esto es, la responsabilidad hacia los demás, más allá de los límites de cada sujeto. Algunos autores, como es el caso de Wilhelm Weischedel, ya en una obra clásica escrita en 1933, se han ocupado de las diversas formas de responsabilidad, y que resume así: La responsabilidad social (en relación con el otro, o con los otros), la religiosa (en relación con Dios) y la que parece ser la más importante, la auto-responsabilidad o responsabilidad de la persona con respecto a sí misma. A lo largo del tiempo, el término ha quedado muchas veces secuestrado, a través de la vertiente religiosa, por la casuística moral.
 
Un acercamiento al concepto de responsabilidad como valor moral y educativo puede provenir perfectamente, a mi modo de ver, de su encaje en un cuadro con varias perspectivas: 1ª La perspectiva personalista, que coloca a la persona como centro de la educación y la convierte en protagonista de su propia realización. Es una perspectiva en la que coinciden enfoques psicológicos, educativos y éticos, que colocan a la persona como centro de todos los valores, como valor fundante y fundamental. 2ª La perspectiva transversal, que sitúa la responsabilidad como una actitud y una competencia del individuo, de carácter básico y genérico, cuya expresión y aplicación a los diversos ámbitos de la persona constituyen su despliegue natural. 3ª La perspectiva del compromiso individual y social, haciendo honor a la etimología de la palabra compromiso, como promesa compartida, y a las relaciones, ahora sí sugestivas, que podemos encontrar entre responder, prometer y comprometerse. La persona responsable es la que promete, se compromete y responde. Es la perspectiva del pacto y del acuerdo. 4ª La perspectiva de la autonomía, del que aprende a responder por sí mismo y desde sí mismo, en el sentido kantiano de la expresión, de manera autónoma, frente a un tipo de comportamiento heterónomo, como el de quien obra al dictado, pero en el que faltan convicciones profundamente asumidas.
 
Responsabilidad no debe vincularse a culpabilidad
 
Ya hemos advertido anteriormente cómo el sentimiento de culpabilidad se ha introducido en los ámbitos de la responsabilidad y esto ha tenido consecuencias negativas, sobre todo para la educación. Cualquiera sabría distinguir responsabilidad de culpabilidad, a poco que se fijara en que estamos hablando de cosas distintas, aunque a veces haya concomitancias entre ambos términos. El mismo lenguaje coloquial refuerza actitudes equivocadas sobre este punto como cuando se pregunta “quién ha tenido la culpa” de esto o aquello, cuando se busca al culpable y no al responsable. Buscar al culpable es condenar o descalificar de antemano. Buscar al responsable es, al menos, preguntar qué ha pasado y por qué ha pasado aquello que origina la pregunta.
 
En mi experiencia como psicólogo, he constatado cómo muchas personas han sido educadas, no en la responsabilidad, sino en la culpabilidad y cómo a un porcentaje significativo de ellas les resulta poco menos que imposible desprenderse de ese lastre, que les ha hecho sufrir y, cuando han educado a otros, han causado sufrimiento en ellos, en una especie de secuencia que se perpetúa. Así, no es extraño que la labor del psicólogo haya tenido que ser en muchas casos una verdadera tarea liberadora de culpabilidades. Hemos de reconocer, con un serio y sincero ánimo de autocrítica, que determinados enfoques en la educación religiosa (y su traducción inmediata en los enfoques morales) han confundido responsabilidad con culpabilidad y han cargado sistemáticamente el acento en esta última. No es cuestión de detenerse ahora en reflexiones exegéticas sobre los hechos y las palabras de Jesús, pero en la buena noticia representada por el Evangelio encuentro personalmente constantes llamadas a la responsabilidad y ninguna a la culpabilidad.
 
Una comprensión de la responsabilidad desde el modelo de las inteligencias múltiples
 
El modelo de las inteligencias múltiples de H. Gardner ilumina no pocos aspectos de la educación. Su conocimiento y utilización pueden convertirse en el mejor aliado estratégico de muchos aspectos relativos al aprendizaje y a la educación. También podrían iluminar el tema sobre el que reflexionamos aquí.
 
Baste pensar en la inteligencia intrapersonal (comprensión de uno mismo), en la inteligencia interpersonal (comprensión del otro), o lo que constituye (aportaciones de Salovey, Mayer, Goleman) la tan referida inteligencia emocional, como suma  de esas dos inteligencias. Pero es que hoy ya se habla, y me encuentro entre quienes tratan de prolongar la intuición de Gardner y reflexionar en tal dirección, de inteligencia moral, como una inteligencia específica, la que permite discernir y hacer juicios éticos cada vez de mayor nivel y exigencia. Y, como algunos autores sugieren, podemos hablar incluso de inteligencia social, la de las distancias largas (del yo al nosotros), frente a la emocional, centrada en la relación yo-tú.
 
Desde la perspectiva de las inteligencias múltiples, queremos dejar constancia aquí que el valor y la actitud representados por el concepto de “responsabilidad” se inserta en el corazón mismo del cultivo de esas inteligencias. Y, así, ser responsable implicaría actitudes como la empatía, la autoexigencia, el compromiso social, la solidaridad, la autenticidad, la respuesta reflexiva desde uno mismo a las diversas situaciones de la vida, todo ello como elementos de un todo, la persona.
 
La estupenda síntesis del tan justamente citado Informe Delors (“La educación encierra un tesoro”), expresada en la frase “aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a vivir juntos, aprender a ser”, constituye, a nuestro modo de ver, un acertado resumen de lo que sugiero en torno a la responsabilidad, partiendo de la perspectiva sugerida por el modelo de las inteligencias múltiples.
 
Ingredientes para la construcción personal de la responsabilidad
 
Con estos ingredientes queremos referirnos a los elementos que consideramos imprescindibles para la construcción personal de la responsabilidad, o para que cada sujeto se realice a sí mismo como persona responsable:
 
1º El primer ingrediente, ya lo hemos dicho, es el de la libertad, sin la cual la responsabilidad no existe. Aprender a ser responsable es aprender simultáneamente a ser libre.
 
2º En segundo lugar, está el ingrediente del perdón. Ser responsable significa asumir los errores cometidos, perdonarse a sí mismo y pedir perdón, cuando nuestro error afecte a los otros. La categoría del perdón encierra un inestimable valor pedagógico. Perdonar, perdonarse y pedir perdón constituyen la oportunidad de empezar de nuevo.
 
3º Cabe hablar también de otro ingrediente, el del atrevimiento. Sí, atreverse a actuar. El famoso “sapere aude” de Kant, atrévete a saber, puede transmutarse aplicado a nuestro caso en un “agere aude”, atrévete a actuar, deshaciendo el equívoco, tantas veces propiciado por una mala educación, de que ser responsable es ser pacato e inhibido. Sí, atreverse a actuar, siempre acompañados de la reflexión previa y posterior, acomodando medios y fines.
 
4º No puede faltar, en la construcción de la responsabilidad, el ingrediente de los criterios, que son como guías que nos iluminan y nos ayudan a discernir, a analizar, ponderar y a poder decidirnos por “el bien”, por lo que es mejor aquí y ahora. El discernimiento ético es exigido por la responsabilidad.
 
El acompañamiento inteligente ayuda a la construcción de una personalidad responsable
 
Queda decir cómo entendemos la educación de unos niños, adolescentes o jóvenes en la responsabilidad y lo queremos resumir en los siguientes aspectos:
 

  • El sujeto, el educando, ha de ser el protagonista de la construcción de su propia responsabilidad.
  • Lo anterior debe traducirse en un clima educativo en el que eso se haga posible. No es repitiendo a un niño mil veces “tienes que ser responsable”, como se le ayuda a serlo, sino preparándolo a ello y dándole oportunidades para que lo sea. Así como los valores no existen en abstracto, sino en acciones llenas de ellos, la responsabilidad hay que encontrarla y expresarla en acciones de cada día, impregnadas de responsabilidad.
  • La acomodación a las características evolutivas (edad, rasgos, etc.) de cada sujeto, deberá marcar el ritmo de una acertada educación en la responsabilidad. El clásico “ir soltando riendas”, que encierra una estrategia de sentido común, es válido para nuestro caso.
  • La estrategia de los pactos y compromisos es igualmente adecuada para que un niño o un adolescente construya su propia responsabilidad. Son pactos y compromisos que se pueden llevar a cabo en los ámbitos familiares y en los académicos, a nivel individual y de grupo. Implican, primeramente, aclaración, determinación y concreción y, posteriormente, análisis de los hechos. Aprender a ser responsable debe incluir siempre la autoevaluación.
  • Una buena educación en la responsabilidad tiene que incluir los ingredientes a los que nos hemos referido en el punto anterior. Todo ello en un clima creado entre el educador y los educandos que, personalmente, solemos llamar acompañamiento inteligente. Es un acompañamiento cercano, pero no impositivo, lleno de propuestas, pero también de exigencias, que camina desde la heteronomía a la autonomía, que ilumina para el discernimiento y la toma de decisiones, dejando estas finalmente en manos del sujeto y donde el que educa no es sino un catalizador positivo de la acción y reacción que ha de llevar a cabo en último término el educando, protagonista de la construcción de sí mismo como persona, es decir, como sujeto responsable.

 
Educar en la responsabilidad es ayudar a la construcción autónoma de un sujeto como persona capaz de compromisos con los valores (la verdad, el bien, la belleza), pero, sobre todo, consigo mismo y con los demás.
 

LUIS FERNANDO VÍLCHEZ MARTÍN