[vc_row][vc_column][vc_column_text]Domenico Sigalini es Director del «Servicio Nacional para la Pastoral Juvenil» de la Conferencia Episcopal Italiana y miembro del Consejo de Dirección de la revista «Note di Pastorale Giovanile».
Síntesis del artículo:
El autor considera estos elementos en la definición del contexto pastoral: la necesidad de sentirse «interpretados» y representados, los nuevos modelos de comunicación, la dificultad para tomar decisiones, el secuestro biológico de los padres, la «demanda» de religión, la nueva exigencia de espiritualidad, la búsqueda de radicalidad, la experiencia afectiva y la sexualidad por definir, la subcultura homosexual. Las claves de respuesta: pasar del análisis de lo vivido a la fascinación frente a lo propuesto, convocar para la misión, formar sobre la marcha, enlazar con la comunidad, atreverse a anunciar en los nuevos areópagos, buscar experiencias educativas y métodos nuevos para proponer el mensaje cristiano.
- Elementos del contexto
Me detengo a considerar, en primer lugar, algunos elementos fundamentales del contexto, subrayando el tema del llamado «despertar religioso».
1.1. Necesidad de sentirse «interpretados» y representados
Hoy ya no existe un proyecto, una utopía que pueda servir como soporte de la acción. Hay, por el contrario y siempre más, un atravesar perdidos el territorio sin una verdadera dirección. Esta generación necesita contar con referencias en interlocutores no paternalistas, que no te quieran imponer su verdad, sino que estén dispuestos a escuchar tu malestar, tu miedo.
Hay un momento en el que los jóvenes ya no se reconocen simplemente en la relación con sus padres o hermanos, y tienen necesidad de reconocerse con los demás, de no avergonzarse de sus emociones y de sus miedos. Los demás compañeros están igualmente espantados, aunque lo disimulen haciendo el papel de prepotentes, de jefes de la tribu. Todos necesitan a alguien con quien se pueda confrontar pareceres y hablar de las propias cosas.
Los jóvenes de hoy tienen necesidad de ocasiones para expresar sus situaciones, precisan de alguien que simpatice con su necesidad de amor e interprete el amor frustrado, su necesidad de ser aceptado y su miedo a sufrir el rechazo.
Si ésta es la percepción que tienen de sí mismos los jóvenes y de las relaciones que viven, necesitan sobre todo vencer la desesperación a la que están condenados si no se les tiene en consideración, si no se les trata con el respeto y amor que les debiera rodear, y no con afirmaciones abstractas e intelectuales. Por ese camino, les llega con toda seguridad una percepción positiva de sí mismos, una confianza en la vida y en todos aquellos valores que están a la base de la construcción de la propia y positiva identidad.
1.2. Nuevos modelos de comunicación
El mundo juvenil se encuentra inmerso, como en su salsa, en un modelo comunicativo, que al adulto le cuesta hacer suyo y que utiliza con frecuencia en modo sólo instrumental. La manera de hablar que tienen los jóvenes está más ligada a la cercanía de imágenes, de detalles, de elementos no organizados, que a una secuencia rigurosa de estructuras lógicas de pensamiento. La música, la imagen, el juego electrónico, la realidad virtual, lo sumergen en un mundo que peligra de cerrarse en sí mismo y de no crear puentes con la realidad, a través de la confrontación y del intercambio. Existe el peligro de crear mundos de comunicación paralelos, que se confronten sólo para medir el grado de su imposible anexión.
1.3. La dificultad de decidirse
Las opciones definitivas o que tienen una apariencia de no retorno son siempre dejadas para más tarde. Se piensa que de cualquier situación humana se pueda tornar hacia atrás por un especie de reencarnación y, con todo, se posponen las decisiones fundamentales. El exceso de oportunidades, la falta de responsabilidad en los padres, un clima familiar cómodo, sin confrontación, las dificultades estructurales, la carencia de lugares de mutua ayuda, o la falta de ejercicio con energías que miran hacia el futuro, pueden ser otras tantas concausas del fenómeno. El hecho es que los jóvenes se sienten abandonados en mitad de la plaza, aunque tengan ganas de hacer un desfile. Una comunidad que no tiene ideales grandes, compartidos por todos y en los que todos creen, no ayuda a cada persona a cargar con la propia responsabilidad.
1.4. Secuestro biológico de los padres
En un clima de aparente libertad, no se deja libres a los jóvenes para tomar decisiones que van más allá de la vida normal: escuela, universidad, trabajo, discoteca, relaciones afectivas, gestión de los bienes personales. Cuando se plantean «opciones de cambio», se topa con un muro: voluntariado, experiencia misionera, servicio social, vida en comunidad, implicación en proyectos que apartan del mundo familiar…, son los campos de oposición absoluta de muchos padres. La fe no debe sobrepasar lo que es un comportamiento socialmente correcto, compuesto más de buenas maneras que de opciones contracorriente. La libertad sin discusión ahoga, en definitiva, la respiración más honda de la persona y tiene como precio la incapacidad de proyectar personalmente el futuro.
1.5. La «demanda» religiosa
Los elementos-eje de la experiencia religiosa están hoy más marcadamente presentes en la vida juvenil. De hecho, los jóvenes hoy sienten y viven las siguientes situaciones:
¾ La condición de creaturas
El descubrimiento de la precariedad, de los límites, de la finitud del hombre, está a la base de toda experiencia religiosa. Ningún joven siente que tiene en sí mismo las fuerzas suficientes para crecer, para llegar a ser persona. Está caracterizado por un equilibrio inestable, condicionado por ofertas necesarias en todos los aspectos: físico, químico, biológico, psíquico… Tiene necesidad de ser amado. El joven capta que la vida tiene un límite determinado, sellado, imposible de eliminar. No se trata sólo de tener un poco de paciencia, porque más pronto o más tarde se podrá encontrar la solución a todos los problemas. La solución, con frecuencia, no existe, la realidad tiene un fin. La sed del más allá permanece según los límites que pruebes.
¾ La experiencia de la muerte
Hoy los jóvenes vuelven a reflexionar sobre la muerte y el «después» de la muerte, expresando su voluntad de ir más allá. Viven con una gran incapacidad para integrar la experiencia del luto y no encuentran adultos que les acompañen en esta búsqueda indispensable para recuperar esperanza. Con frecuencia la muerte llega a ser también una perspectiva y existe la esperanza de un lugar donde liberarse de la esclavitud de la imagen presente.
¾ La llamada a la trascendencia
Los jóvenes demandan trascendencia cuando captan que la vida es siempre un gran misterio, inexplicable, no reducible a fáciles esquemas, que se te escapa de la mano cuando piensas que la controlas, que te llena de alegrías inesperadas y de dolores absurdos, de aperturas a lo imposible y de imposibilidades que producen frustración. Con frecuencia, para entender esto hace falta subir encima de un árbol muy alto para ver la vida desde una atalaya capaz de ampliar el horizonte, y comprender así que la vida no se puede reducir a la suma de los fenómenos que la componen.
¾ La base de un fundamento
Ningún joven se basta a sí mismo. Puede pensar por su cuenta, entrar en sí mismo, hacer silencio, pero siempre para darse cuenta de referencias que se apoyan en cosas que van más allá, que se pueden leer en las generaciones precedentes. Que la vida tenga fundamento en la trascendencia no es fruto de una demostración, sino de un descubrimiento en la propia experiencia situada dentro de la tradición de la historia que nos ha precedido. La secularización, entendida como autosuficiencia del hombre, ha terminado[1].
¾ Y… la «cantidad» en la demanda religiosa
Está aumentando el número de personas que concede importancia a la religión en su vida La última encuesta IARD[2] sobre la condición juvenilen Italia (noviembre ‘96) dice que cree en Dios el 77,8% de los jóvenes, y que la suma del polo religioso, o sea, los que orientan decididamente su vida hacia la religiosidad, más la zona gris, o sea, los que van a la Iglesia en ciertas ocasiones, creen pero no practican o no creen, pero se sienten llevados al sentimiento religioso, alcanza el 86%; además, el 35% considera la religión como muy importante en su vida. El alto porcentaje de los buscan la trascendencia es una constante de todas las encuestas. La difusión del esoterismo, magia, sectas, satanismo, emotividad, confirma este el dato.
La encuesta Jóvenes y generaciones[3], al afrontar el tema desde el punto de vista de la relación generacional, también constata la persistencia de lo religioso, aunque, a su parecer, lo ve demasiado orientado a una fe sin trascendencia. Sin embargo, si la pregunta religiosa se expresa como búsqueda de sentido, no queda tan alejada de la perspectiva de la trascendencia. Se dice que la religión queda al margen de la vida cotidiana de los jóvenes, porque le dan escaso relieve consciente en sus propias opciones; pero se afirma, de todos modos, que “el 80% de los jóvenes declara alguna orientación religiosa, que para la mayoría absoluta se expresa todavía como una referencia a la religión católica”[4]. El proceso de secularización, según lo que percibo, ha quedado bloqueado o, por lo menos, como dice tal encuesta, “es de alcance modesto y se realiza con notable lentitud”. Otras encuestas detectan estadísticamente la inversión de la marcha.
Una percepción de la religión en el universo juvenil, con los caracteres arriba descritos, está bien delineada en la encuesta sobre la experiencia religiosa de los jóvenes, perfectamente dirigida y coordinada por el profesor Mario Pollo -del Instituto de Teología Pastoral de la Universidad Pontificia Salesiana de Roma-, estudiando y destripando historias de vida[5]. Es una encuesta que no pretende sentar cátedra sobre la cantidad, aunque está de acuerdo con otras investigaciones cuantitativas, pero ayuda sobre todo a entrar en la calidad y a no achacar tan fácilmente, por citar un ejemplo, a la New Age o a la decadencia que se observa desde el punto de vista religioso todo aquello que no lleve la firma de lo trascendente, y aún más, de lo que no presente el nombre explícito de Jesucristo.
¾ ¿Por qué tanto análisis sobre la «demanda» de religión?
Para nosotros, educadores apasionados, para la pastoral…, la demanda religiosa expresa la necesidad de significado, que sólo se puede colmar objetivamente con la referencia a la trascendencia, aunque no se busque de modo explícito. Es una experiencia humana vivida como invocación, al menos implícita, hacia algo que supere radicalmente a lo dado inmediatamente en la vida.
A diferencia de cuanto aparecía sólo hace diez años, en estos últimos las ideologías han muerto y la exigencia de caminar más allá se ha hecho extraordinariamente importante y difusa, hasta abandonar el gusto por la búsqueda y aplanarse en un nefasto consumismo religioso, prefiriendo la emoción antes que una propuesta decidida con la cual entrar en reacción.
Un texto de Andreoli da testimonio de esta urgencia: “He encontrado muchos jóvenes en crisis de abstinencia de fe. Vivimos un tiempo de rompimiento de la fe”[6]. Expresiones como «hacerse añicos» o «crisis de abstinencia» dicen muchas cosas sobre el deseo de encontrar la fe al inicio de cualquier camino y en los meandros más impensados de la vida, y no sólo en las instituciones dedicadas a ello.
Ayer era necesario provocar la demanda religiosa; actualmente hay que ponerle delante una propuesta clara, diría kerigmática. Hablando sin rodeos, se puede decir que hoy los jóvenes no tienen los complejos positivistas de hace algunos años al afrontar el problema religioso; tienen más preguntas religiosas que sus padres, aunque sean menos practicantes; no están acomplejados, tienen curiosidad por todo, exigen misterio, sueño, poesía. A este respecto, fueron muy explícitos los testimonios de los jóvenes en París.
De todo ello se deriva una dura consecuencia: la dimensión religiosa de las demandas juveniles no proviene del uso de los bienes religiosos o del conocimiento de que las Iglesias le dan respuesta, sino que se trata de la mirada sobre la propia vida, que busca el sentido y constata la limitación de los significados elaborados por el hombre. Para simplificar el asunto, diré lo siguiente: yo sé –yo, apasionado por la educación de los jóvenes en la fe– que Dios es el sentido del hombre, veo que, poco o mucho, en el joven se abre a la invocación; a mí me toca el ayudar para que se produzca el encuentro entre el que invoca y el invocado, que con frecuencia no queda claramente identificado.
1.6. Nueva exigencia de espiritualidad
La espiritualidad, como exigencia de unidad, de silencio, de concentración sobre sí mismo, muy emparentada con la demanda de lo religioso, puede ser encauzada sin ningún forzamiento. Está muy autocentrada, muy orientada hacia la propia subjetividad, hacia el propio equilibrio. Me explico mejor aportando el razonamiento de un joven: “Si mañana debo hacer alguna cosa importante, entonces hoy me concentro y se produce una compenetración en mi espíritu, una especie de oración, porque quiero entrar en el significado de aquella cosa”. Una de las carencias de este momento histórico es la de padres espirituales, en sentido amplio, que ayuden a los jóvenes a tomar en sus manos la propia vida.
La necesidad de lo religioso, con frecuencia, se manifiesta como un deseo de silencio, de entrar en sí mismo, de participar en un mundo desconocido, del cual se ha estado privado. Dice C. Coupland: “Si nuestras vidas no se transforman en historias, no hay modo alguno de vivirlas”[7]. Por ese motivo, él se retiró al desierto con sus amigos. Es ya imposible contar el número de jóvenes que van a pasar semanas en los monasterios.
1.7. Búsqueda de radicalidad
Quien ha sentido la importancia de una opción religiosa o vive dentro de una tradición religiosa, hoy más que ayer, siente la necesidad de dar una unidad profunda a su vida, enraizándola en el centro de la fe, sobre un fundamento seguro, que crea unidad entre fe y vida y entre las demás expresiones de la existencia. Dicho en términos más teóricos: hay que formarse una estructura de personalidad que tenga a Jesús como centro. Hoy, por parte de quien cree, es siempre más viva la necesidad de ir al centro de la experiencia religiosa y no quedarse en sus márgenes, aunque sólo sea para no molestar al grupo. Por tanto, estos datos hacen ver la urgencia de ser explícitos, radicales, provocadores y centrados en lo esencial.
1.8. La experiencia afectiva y una sexualidad por redefinir
En el campo de la afectividad, los jóvenes de hoy viven una sexualidad sin tabúes, pero con muchos miedos. Dicen: “La revolución sexual nos ha dejado el divorcio, el SIDA, el herpes y estupros al orden del día. En lugar de la exploración de la sexualidad, nos ha quedado el caos sexual. Continuamos practicando el sexo, pero ya no nos enamoramos. Una cosa buena es que somos una generación que cree poco en la palabrería y mucho en la acción. Rehuimos ideologías y dogmas en favor de un pragmatismo esencial en todos los campos de la vida. Somos menos precavidos y menos sexistas que cualquier generación anterior y, sin embargo, las encuestas demuestran extrañamente que estamos fácilmente sujetos a la hipocresía. Estamos aquí ante un aspecto de la vida, como tantos otros en los que se aprecia una paradoja existencial. En el momento más hermoso de una aventura de amor, surge el miedo a la muerte.
1.9. Difusión de la subcultura homosexual
Tratamos el dato como elemento de turbación en la búsqueda de motivaciones vocacionales. Está muy difundida o en expansión, por lo menos, una subcultura de la homosexualidad, que, además de estar provocada por situaciones fisiológicas, viene engañosamente incentivada por modelos marginales de conducta. Establecer relaciones con personas del mismo sexo es menos comprometido que hacerlo con el otro sexo. Existe una especie de cerrazón en el propio mundo, como un pacto entre iguales que no compromete a salir de uno mismo hacia la novedad, lo imponderable, una nueva criatura, una confrontación radical, como se produce en la relación entre el varón y la mujer.
La carencia de la figura paterna en la educación influye probablemente también sobre esta exasperación de la afectividad y sobre la prolongación de la fase natural de atención a los que pertenecen al mismo sexo. El diálogo y el respeto a las personas no se debe confundir con el error de no proponer una sexualidad orientada al darse conforme al proyecto de Dios. El fenómeno de la homosexualidad puede enturbiar la búsqueda de la propia vocación e interrumpir el necesario camino de crecimiento hacia la heterosexualidad, profundizando miedos y provocando fugas.
- Claves de respuesta
2.1. Del análisis de lo vivido a la fascinación ante la propuesta
Se trata, ante todo, de trasladar el eje de la intervención educativa desde el análisis de lo vivido a la fascinación por la propuesta. No quiero afirmar aquí que esté superada la opción educativa de los pequeños pasos, de las metas concatenadas, de la gradualidad de la educación; quiero decir que el gozne de la intervención educativa no me parece que consista, sobre todo, en dilatar la reflexión sobre sí mismo o la búsqueda de preguntas, sino en orientar hacia una propuesta clara.
En esta nueva actitud educativa no puede faltar la centralidad de la propuesta de Cristo como gozne sobre el que se oriente la jerarquía de valores. En este mundo en el que los medios de comunicación presentan modelos e ídolos, ante unos jóvenes que son con frecuencia víctimas de encantamientos y sutiles seducciones, hace falta que se destaque clara, precisa, fascinante, provocadora, una figura poderosa que lo remueva por dentro, lo envuelva, lo sorprenda por su absoluta novedad y maravilla, por la imposibilidad de dejarlo de lado, por la novedad absoluta que presenta y que es. Un encuentro tan preciso y fulgurante no puede dejar de ofrecer unidad a la existencia, compañía en la soledad, radicalidad y calidad de vida.
Sólo una propuesta así puede ofrecer una verdadera espiritualidad al joven. ¿Quién, si no es Jesucristo, podría ocupar este campo en la vida del joven? ¿Quizás las recomendaciones de un comportamiento correcto, que sabe más de «buenas formas» que de opción de vida? ¿Quizás la maravillosa milagrería de series Millennium o Expediente X? ¿Quizás la estructura de una visión ideológica estricta y segura? Se propone a Jesucristo con la certeza de que la determinación y precisión de una propuesta aclara al sujeto su propia pregunta.
Al joven que se le pone de frente a Cristo de modo que le envuelva, logra aclararse a sí mismo esa serie de preguntas indefinidas, que le ayudan a dar sentido a la vida, y que con frecuencia le mantenía en un estado de incertidumbre y de indecisión. Desde ahí sentirá la exigencia de reconstruir una jerarquía de valores, que parta de la vida misma de Jesús y del nuevo rostro de Dios que él manifiesta. La función de la comunidad cristiana no es, por tanto, la de suplir con normas la falta de una cultura o de unos valores compartidos, sino de considerarse a sí misma y de proponerse a los demás como comunidad que, haciendo la opción por Jesús, va más allá de la sociedad y de sus normas.
Los jóvenes deben poder contar con una Iglesia que haga captar la diferencia entre una opción de vida basada en la fe y un simple conjunto de normas de conducta para buscar la paz social. Dice Ratzinger que la tranquilidad no es el primer deber cívico de la Iglesia, que la Iglesia no puede ser reducida a algo que sirve porque tiene una función de socorro[8]. Si hacer desear los valores suponía educar moralmente, éste es el camino obligado, no hay atajos.
2.2. Una experiencia privilegiada: convocar para la misión
Hay que hacer una pastoral para convocar y, de este modo, ayudar a los jóvenes a encontrarse, a tejer relaciones amplias, a confesar unidos las cosas en las que creen o, por los menos, la búsqueda que todos realizan. Precisamente porque en los jóvenes es fuerte la búsqueda, hace falta ejercitar la capacidad de convocatoria. Jesús lo hizo siempre. Decía un educador: “Debemos hacer experimentar, un poco y alguna vez más, a los jóvenes el calor de sentirse mayoría para ayudarles a vivir cotidianamente la fe minoritaria”. Pero más allá de la mayoría o minoría, que puede ser entendida con actitudes proselitistas, lo que importa para los jóvenes es el poder encontrarse, vivir una comunión que va más allá de las pertenencias sociológicas o territoriales, celebrar la fe en los valores comunes con otros en una unión que se experimenta o en lugares concretos o en una común movilidad, que expresa la dimensión peregrinante de la vida.
Descubrir los valores y convertirlos en opciones de las cuales no se puede volver atrás fácilmente está unido a la capacidad de comunicarlos. Recordamos una vez más el ejemplo de París, de aquellas ganas de narrar, de preguntar después a los amigos que se quedaron en casa, por qué no lo han intentado como ellos. Contaba una muchacha: “Sientes a veces unas alegrías que nunca conseguirás expresar con palabras. ¿Tras la experiencia, estaré siempre unos pasos por delante de mis amigos? ¿Cómo podré conseguir que me alcancen y caminen al lado?”
En el manifiesto que se dijeron los jóvenes a sí mismos en París, se lee: “Ya no será posible que nos encerremos en nuestro restringido cerco de amigos, ni siquiera en el más amplio de nuestra parroquia, pues al mirarnos a los ojos, bajaremos la mirada ante nuestras disputas de sacristía. Verdaderamente necesitamos relaciones cálidas, pero también es cierto que hemos de respirar el sentido de lo mundial, de la catolicidad; tras París, parece más necesario mantener abierto este horizonte: no podemos pelearnos las cuatro ovejas que hemos quedado en el redil, mientras las demás tienen sed y no encuentran fuentes para beber. Nuestras comunidades cristianas han de ser casas acogedoras. Cada uno de nosotros ha de adoptar a otro joven, y no simplemente para llevarlo a la Iglesia –sería demasiado poco–, sino para hacer que brote en su corazón la alegría de vivir hasta encontrarse con el Señor. Si junto a nosotros hay jóvenes que no aman la vida, hasta el extremo de que intentan quitársela, quiere decir que no hemos sido suficientemente cristianos”. No ofrecemos los valores que tenemos, sino que sólo tenemos los valores que ofrecemos. Llegan a ser valores sólo aquellas realidades que sabemos compartir. El valor existe, cuando es dado a otros.
2.3. Formación sobre el terreno
Los elementos formativos que con una cierta capacidad de programación hemos montado por medio de inteligentes itinerarios de vida de grupo, hace falta desarrollarlos, con el mismo cuidado, en itinerarios distribuidos en el tiempo y en el todo el espacio vital de los jóvenes. La conciencia y la necesidad de tener un grupo que participa y propone una experiencia eclesial de comunión debe convivir con una propuesta articulada y ampliada a la mayoría que nos encontramos o que, sin ser encontrados, expresan alguna pregunta. A este fin, hace falta proyectar «campos de trabajo» con sentido misionero, cursos para educadores con un necesario ejercicio sobre el terreno, experiencias de misión popular, censo y localización de todos los areópagos juveniles, desde el momento en que se inicia la preparación de los agentes pastorales.
2.4. Enlace y comunión con la comunidad cristiana
La pastoral misionera no requiere francotiradores. Necesita agentes que con seguridad lleven a los jóvenes a la Iglesia, pero al mismo tiempo ayuden a la Iglesia entera a salir al encuentro de los jóvenes. No puede suceder que, una vez se ha calentado el corazón de los jóvenes haciendo que se encuentren con Jesús, el lugar donde se necesita hacer la experiencia, porque Jesús se da a ver a la comunidad cristiana, sea inhabitable, no acogedor, y peor aún, los aleje. Habría sido preferible que se hubiera mantenido siempre la nostalgia, antes que experimentar esa realidad negativa. Esto significa que la misión y, por tanto, toda actividad de acercamiento a los nuevos areópagos, antes que definida con comodidad, debe ser un proyecto de toda la comunidad cristiana, en el cual el joven animador viva en plena comunión con la comunidad cristiana.
2.5. Atreverse a anunciar en los nuevos areópagos juveniles
Areópago es una palabra griega que, además de referirse a un espacio público de gran cambio de opiniones y de vida entre la gente de la ciudad, recuerda también la experiencia de Pablo, el apóstol: su confrontación nada fácil con la mentalidad, con las opiniones, con la cultura de su tiempo. El resultado no siempre es sorprendente, pero sí lo es la decisión de exponerse con convicción y con coraje por el evangelio. Para Pablo no había lugar donde el Evangelio no pudiera resonar como Buena Noticia.
Hay muchos espacios que los jóvenes nos ofrecen; y frecuentemente, por desidia o por falta de fantasía o por pretender rebajar el tono, no los consideramos adaptados para ofrecer las razones de vida que el evangelio lleva dentro. Hemos relegado el evangelio a los recintos sagrados, a los lugares seguros, a condiciones quizá imposibles. Sin darnos cuenta, lo hemos convertido en un premio para los buenos, más que en esperanza para todos; una oferta para quien lo merece, más que un don gratuito; un consuelo para quien sabe hablar de él, más que una luz para quien lo busca sin saberlo. De ese modo, hemos cambiado el objetivo por el criterio, es decir, hemos ofrecido el evangelio sólo a quien nos ofrecía la garantía de venir a nuestro lado, a nuestros esquemas, y no a los brazos del Padre. Al grupo de muchachos que se sienta junto a la tapia, a los jóvenes de un equipo de fútbol, a los jóvenes que van a la discoteca, a los adolescentes que se apoyan en aventuras imposibles, a los jóvenes que pasan el tiempo ensayando en un conjunto de música, a todos ellos, parece un despilfarro ofrecerles el evangelio. Nosotros hemos decidido que a ellos el evangelio no les dice nada, porque no llegamos a imaginar su fuerza transformadora, dado que esos modos de vida de los jóvenes no entran dentro de nuestros modelos culturales o de conducta. Por el contrario, el evangelio no es una ideología ni una palabra que se gaste, sino una vida que trastoca la existencia.
2.6. Buscar nuevas experiencias educativas
y nuevos métodos de propuesta del mensaje cristiano
A quien oye por primera vez hablar de areópagos, le podría parecer que nos vendemos al activismo, que hemos bajado el nivel de la formación y que abandonamos el compromiso educativo serio buscando el populismo. Hay algunos principios ya consagrados que debemos recordar continuamente, que ofrecen el cuadro educativo indispensable, que se relacionan con la teoría de la animación y que nos invitan a tener la paciencia educativa de siempre.
Es preciso llamar la atención y dialogar sobre algunas cuestiones que frecuentemente retornan en nuestras reflexiones pastorales, por ejemplo: la exagerada intelectualización de la fe; la limitación de la relación interpersonal a la dinámica de grupo; la utilización en la pastoral juvenil sólo de algunos lenguajes, sobre todo la palabra; la necesaria relación entre las parroquias; la multiplicación de las figuras educativas (cada agregación o situación de vida puede expresar, al menos, una); los nuevos cursos para animadores; el derecho sacrosanto a la educación que tienen todos los jóvenes; el hecho experimentado de que Dios saca hijos suyos de las mismas piedras, más allá de toda nuestra fantasía de pastoral juvenil; la vida, que permanece siempre como lugar indispensable y necesario para el encuentro con Dios; la búsqueda de mediaciones entre la calle y la Iglesia; la fuerza de la animación que no puede quedar cerrada en el grupo formativo. Éstos y otros asuntos pueden ser profundizados en clave teórica y por especialistas.
Considero útil, con todo y en este contexto, hacerme portavoz de tantas experiencias que llenan nuestras comunidades parroquiales. Nuestras experiencias asociativas y de movimiento manifiestan pasión educativa y evangelizadora; sólo necesitan creer en la propia dignidad y servir con más decisión al motivo por el que han nacido, o sea, la propuesta de un encuentro de salvación con Jesús.
Existe en Italia una riqueza y una creatividad de atención educativa hacia los jóvenes, que quizás queda anclada en el pequeño horizonte en el que ha nacido, mientras otros necesitan años para inventar algo semejante.
Pueden ser formativos, por ejemplo: el bar, la sala de juegos, la fiesta, el paseo-peregrinación, la excursión en la naturaleza, el club de escaladores, las varias fiestas, el equipo deportivo, los juegos…; el coro juvenil, la compañía de teatro, las cooperativas de animación, la asociación que se dedica a la calle, la panda musical de adolescentes, la compañía que dirige una radio o televisión local, las personas que mantienen activa una página de Internet, la habitación de los que se reúnen para escuchar música, los duros y decididos de las comunidades terapeúticas, el cuarteto de técnicos que se preocupa de las grabaciones y de los vídeos, los objetores, los del rock y el hard, los forofos del fútbol, la redactores de la revista local, el comité de barrio para las fiestas patronales, los interesados en filatelia, los cómicos que participan en las fiestas de la región, los participantes de un recital, el servicio de orden de la peregrinación a una ermita…
He intentado siempre evitar la palabra grupo, y casi lo he conseguido, precisamente para hacer ver cuántas agregaciones diversas viven los jóvenes y en cuántas de ellas gastan con frecuencia toda su vida. Algunas se pueden vivir a la vez, otras exigen una entrega absoluta, al menos durante algún tiempo. ¿Y no pueden ser realmente lugares de crecimiento también en la fe: lugares para una vida más humana, lugares de confrontación para llegar al Señor de la vida?
El elenco puede ser ampliado en base a las experiencias de cada uno. Por eso, sobre tales temas es importante crear colaboración, señalar, ofrecer materiales, aportar la propia originalidad, poner los puntos sobre las íes y encontrar nuevos espacios. Es el foro de las experiencias y de la expresividad del mundo juvenil. La pastoral juvenil no está acabada, sino quizás en el comienzo de sus mejores años. El esquema con el que se afronta cualquier areópago ha de ser sencillo: llamada a una experiencia, reflexión sobre un principio, descripción de una nueva posibilidad de hacer pastoral juvenil, búsqueda de nuevas experiencias al respecto.
Ê Las opciones que tomar o los nudos que desatar
Propongo a continuación, de manera muy esquemática, algunas preguntas o alternativas sobre las cuales hace falta tomar decisiones. No siempre se trata de posiciones irreconciliables; a veces se trata de acentuaciones; en otros casos se destacan las diferencias para tomar conciencia de la actitud que conviene cambiar absolutamente; a veces son modos nuevos de manifestar la pasión educativa a través de una línea constante de intervenciones formativas, que se ha venido haciendo siempre. Ciertamente el sujeto que debe escoger es la comunidad cristiana, no una asociación o un movimiento, que tienen todo el derecho de colocarse en una u otra parte, porque poseen una identidad propia y definida. La comunidad cristiana, por el contrario, ha de tener siempre bien presente que no puede extremar una posición o fijar una determinada línea excluyendo las otras posibles.
o Pastoral juvenil no selectiva
La vida de grupo es el problema central sobre el que está planteada toda nuestra pastoral juvenil. Se corre el riesgo de caer en una exagerada selectividad y un horizonte estrecho, aunque la selección del grupo tenga por fin una formación más profunda y personal. Pastoral del bonsai, como aislamiento y ahogo en el pequeño grupo; o, por el contrario, pastoral de convocatoria abierta, como implicación de todos los jóvenes también en encuentros masivos, en sus ambientes y con su lenguaje.
o Pastoral juvenil vocacional
Se rechaza una pastoral juvenil reducida a un conjunto de actividades que tienen ocupados a los jóvenes alrededor del sacerdote, en la parroquia mientras no saben qué hacer, sin tomar decisiones, sin trabajo y parados esperando que suceda algo en su vida. La pastoral juvenil ha de situarse entre una pastoral de la propuesta global, formada por grupos genéricos en los que se afronta toda la gama de experiencias de vida, y una pastoral vocacional, que tiende a su vez a interesarse por los jóvenes a partir de la vocación que están viviendo o tratando de descubrir.
o Pastoral de red
La pastoral de red es la opción que lleva a ponerse de acuerdo con todas las fuerzas educativas de la zona para ofrecer al mundo juvenil toda la pasión formativa, conscientes de la necesidad de la intervención de todos y de la sinergia de múltiples figuras educativas. En el lado opuesto está la pastoral de la autosuficiencia, que pretende educar, cuando aísla; formar, cuando mantiene reservas protegidas; preparar, cuando ofrece cursos a tal efecto, mientras quiere abrirse a una pastoral de colaboración, que comparte con los demás los valores y las exigencias de propuestas significativas.
o Pastoral «proyectiva»
Una pastoral así, intenta seguir una pista que se orienta a grandes metas, a unos jóvenes creyentes tal como son deseados y amados por Cristo y por la Iglesia; sin contentarse con utilizar las ocasiones eventuales o de vivir con sentido común. Exige que se supere la pastoral de los momentos fuertes, que se mueve precisamente a nivel emotivo, extraordinario, momentáneo, pero tiene necesidad de orientarse a una pastoral de opciones educativas, o sea, del esfuerzo cotidiano por ayudar a crecer, de la definición continuada de la propia existencia cotidiana a la luz de las experiencias realizadas. ¾
Domenico Sigalini
[1] “A primeros de marzo resplandecía el buen tiempo en la ciudad, y cada mañana Dios desenrollaba un cielo tan azul –con algunas nubes de algodón blanco flotando en la lejanía–, que era imposible no estallar en una risotada de felicidad y asomarse al balcón o salir a la calle y resistir la tentación de gritarle: «Gracias, Jefe, no lo olvidaremos»” (E. BRIZZI, Jack Frusciante è uscito dal gruppo, Baldini e Castoldi, Milano 1995, 254). “Ahora mi gran secreto es éste: tengo necesidad de Dios; estoy harto de podredumbre y no consigo caminar solo. Tengo necesidad de Dios, para que me ayude a donar, porque me parece que he llegado a ser incapaz de generosidad; para que me ayude a ser amable, porque parezco incapaz de mostrar cortesía; para que me ayude a amar, porque parece que he saltado el estadio en el que se es capaz de amar” (D. COUPLAND, Generazione X, Mondadori, Milano 1996, 254).
[2] Cf. M. ROSTAN, I giovani e la religione, in Quarto rapporto IARD sulla condicione giovanile italiana, Milano 1996.
[3] Cf. DONATI-COLUZZI, Giovani e generazioni, Il Mulino, Bologna 1997, 155 ss.
[4] Ibíd., p. 198.
[5] Cf. M. POLLO-M. MIDALI-R. TONELLI (A cura di), L’esperienza religiosa dei giovani (I, L’ipoteis; II/1, I dati/Adolescenti; II/2, Idati/Giovani; II/3, Approfondimenti; III, Proposte per la progettazione pastorale), Elle Di Ci, Torino 1995-1996. Por ejemplo, II/2, pp. 393 ss.
[6] V. ANDREOLI, Giovani, Rizzoli, Milano 1995, 89.
[7] D. COUPLAND, o.c., p. 17.
[8] Cf. J. RATZINGER, Il sale della terra. Un nuevo rapporto sulla fede, San Paolo, Milano 1997, 139-140.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]