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- Punto de partida
En este artículo, deseo abordar la educación en la experiencia por medio de las «convivencias con jóvenes». Aporto mis intuiciones y mis preocupaciones sobre este tema. Los educadores queremos conseguir, en el proceso de educación en la fe, que los jóvenes se adhieran personal y conscientemente al Dios de Jesús. Para ello es necesario que demos más valor a la experiencia que a la teoría. Lo que más nos interesa es, precisamente, que nuestros jóvenes experimenten al Dios que es amor y que les llama a cada uno por su nombre para trabajar por un mundo mejor.
Sobre este punto, me surgen dos preguntas: a/ ¿Qué aportan las convivencias a los jóvenes en el proceso de educación en la fe?; b/ ¿Por qué encontramos tantas dificultades para motivar a los jóvenes y a sus padres sobre la importancia que tienen las convivencias? Intentaré reflexionar en voz alta, partiendo de estas dos preguntas.
- Las «convivencias» en la educación de la experiencia de fe
Dentro de cualquier proceso de educación en la fe: catequesis, iniciación cristiana, escultismo, hay un aspecto fundamental a cuidar para conseguir los objetivos de dicho proceso: los llamados momentos de intervención. Son aquellos tiempos en los cuales llevamos a cabo nuestra labor educativa y pastoral. Son momentos esenciales dentro del Itinerario de educación en la fe. «Gracias a ellos se hacen realidad la finalidad y las opciones del proyecto y los objetivos a alcanzar […]. Son momentos importantes por sí mismos, por el mero hecho de realizarse» [1].
Enumero algunos: la reunión semanal, los encuentros con otros grupos, los campamentos o cursillos de verano y, por supuesto, las convivencias. Cada momento de intervención tiene sus características peculiares y es más válido para trabajar unos aspectos u otros. Por esta razón, es importante su misma variedad, pues nos ayuda a trabajar los distintos valores.
Si la reunión semanal es el foco de lo cotidiano y la primera referencia para el grupo, las convivencias sirven para superar lo cotidiano, creando la novedad, lo llamativo; eso enriquece mutuamente a los participantes y abre nuevos caminos hacia el futuro. En esos momentos podremos potenciar muchos valores, que no sería posible atender únicamente en la reunión semanal.
Una convivencia ofrece muchas oportunidades: desde hacer trabajos de servicio al grupo hasta tener ratos largos de oración en común; en definitiva, se trata de convivir unos días desde lo que nos une, que es precisamente Jesús. Además en la convivencia se vive y actúa dentro de un marco que, por ser tan llamativo para los jóvenes, nos facilita el trabajo con ellos. Así aprenden que la presencia de Jesús no sólo la pueden encontrar en su parroquia, sino también en todos los momentos y lugares en los que se desarrolla su vida.
En las convivencias hemos de ofrecer a los jóvenes otras alternativas a lo que viven los fines de semana, que llegan a resultarles monótonos. Está bien salir en grupo, en pandilla de amigos, pero hemos de educar a los jóvenes para que dediquen su tiempo a los demás y para que formen parte de alguna asociación, lo cual les puede dar tantas y más satisfacciones que cualquier otra actividad.
A mi modo de ver, el objetivo fundamental de las convivencias, dentro del proceso de educación en la fe, es que el eje transversal de todo el proceso sea la vida de los muchachos, que ellos sean realmente protagonistas y responsables de su propia educación. No hemos
de aplicarles recetas de fe, sino ayudarles a hacer una experiencia consciente de la fe. Tienen que experimentar lo que es la vida en grupo, la diversión en grupo, la oración en grupo. Es ahí donde tienen que descubrir por propia experiencia que Dios se les hace presente.
Puede ser que esto no lo perciban del todo durante una convivencia; no nos hagamos demasiadas ilusiones. Pero ciertamente experiencias de este tipo, bien preparadas y realizadas en el momento adecuado, les ayudarán más adelante, en momentos de reflexión, a darse cuenta de cómo encontraron a Jesús en muchos de esos momentos vividos.
Después de citar algunos de los aspectos que favorecen el trabajo con muchachos en las convivencias, me gustaría exponer el asunto que más me preocupa sobre este tema: ¿Por qué encontramos en nuestra parroquia y en otras muchas de Bilbao tantas dificultades para que los muchachos respondan a este tipo de actividades? ¿Qué papel han de jugar los padres en todo este proceso?
- Dificultades
Desde hace varios años, me estoy encontrando con una dificultad que es compartida en muchas de las parroquias de la diócesis de Bilbao. Los jóvenes que participan en los distintos procesos de Iniciación cristiana no responden de manera entusiasta a las convocatorias de convivencias durante el proceso. Ese hecho está provocando cierta desilusión en los educadores, quizás, porque, cuando nosotros éramos jóvenes, ocurría todo lo contrario: estábamos deseando tomar parte en las convivencias, porque eran para nosotros momentos privilegiados de encuentro con los demás y hasta de pasarlo bien. Además, al cabo de los años, nos hemos dado cuenta de que, en muchos de aquellos momentos especiales, sentimos algo que entonces no sabíamos describir, pero que ahora identificamos como una experiencia de Dios.
Se da el caso de grupos que, en dos o tres años de proceso de educación en la fe, sólo han realizado una convivencia. Sobre esto se me ocurren dos reflexiones, que son intuiciones personales, no verdades, pero que pueden ayudarnos a proyectar algo de luz sobre este asunto que nos preocupa.
– ¿Estamos leyendo mal la realidad? ¿Planteamos bien los momentos de intervención en los procesos de educación en la fe?
En primer lugar, todos sabemos muy bien, al menos en teoría, que lo primero que debemos hacer en cualquier proceso de educación es un análisis de la realidad. Cuanto mejor y más preciso sea el análisis, más garantías tendremos de alcanzar un buen resultado.
En mi caso concreto, el análisis de la realidad me está diciendo que la situación que viven los jóvenes que están haciendo hoy día el proceso de educación en la fe es diferente, en varios aspectos, al de hace algunos años. La sociedad actual les pone en bandeja diferentes ofertas, todas ellas muy atrayentes y magnificadas por grandes campañas de publicidad, que obligan a cada joven a hacer una opción. Muchas veces, nuestras ofertas no pueden competir con aquéllas, porque promueven unos valores y un estilo de ser y vivir como persona, que va contracorriente. En esas circunstancias, los jóvenes suelen escoger lo más cómodo y menos comprometido.
El ideal que proponemos a los jóvenes es el siguiente: llegar a ser personas de talante evangélico en medio del mundo, mirar todas las realidades de la vida bajo el prisma cristiano, siguiendo a Jesús de un modo consciente y comprometido.
Eso está a años luz de los planteamientos que, desgraciadamente, hace la sociedad actual. Ésa es la realidad dura y concreta frente a la que tenemos que presentar nuestra alegría de vivir el don de la fe. Hemos de estar convencidos de que nuestras propuestas, adecuadamente interiorizadas y contrastadas, ayudan a los jóvenes a ser felices en todas las dimensiones de su persona.
Por tanto, en la mayoría de los casos, no es que nos falte un correcto análisis de la realidad, sino que nos cuesta intervenir en esa realidad,precisamente porque se nos presenta como un hueso muy duro de roer, y también porque nos faltan recursos metodológicos, imaginación o valor para arriesgarnos.
Para suscitar el interés por las convivencias, sugiero algunos resortes concretos, por ejemplo, motivar adecuadamente a los jóvenes, crear un ambiente positivo dentro del grupo formativo. Es muy importante conseguir que la primera convivencia que hacen los jóvenes sea positiva para ellos, ya que así será más fácil hacer otras en el futuro.
– ¿Qué papel han de jugar los padres? ¿Cómo se sitúan ante esta dificultad que encontramos en nuestra labor con sus hijos?
Considero que este asunto es crucial. Y me preocupa enormemente, porque veo que los educadores caminamos en una dirección, y los jóvenes y sus padres en otra distinta.
No por mucho repetirlo pierde valor la afirmación de que los padres son pieza clave en cualquier proceso educativo de sus hijos. Es bueno recordarlo para destacar la gran responsabilidad que poseen. De la orientación que den en la familia a la formación de sus hijos, dependerá, de una forma o de otra, la educación en la fe que nosotros les ofrecemos. Nuestra función es ayudar a los jóvenes a descubrir o a profundizar que Jesús les llama a cada uno a hacer un mundo mejor, y que ese trabajo han de desarrollarlo en grupo, en comunidad. Para llevar a cabo esta tarea, necesitamos la colaboración de sus padres, porque, de otro modo, encontraremos más dificultades de las esperadas. En general, los padres hacen su función con mucha responsabilidad y cariño, pero hemos de pedir su colaboración para que nuestra labor de educación en la fe dé los mejores frutos.
Hablo de todo esto porque me preocupa de veras la poca relación que los equipos de monitores tenemos con los padres. Cuando los convocamos a una reunión para explicarles lo que queremos conseguir de sus hijos en el proceso de educación en la fe, les insistimos en la importancia que tienen las reuniones semanales, los encuentros, las convivencias, los campamentos o cursillos de verano. Al mismo tiempo, les mostramos nuestra preocupación por la escasa respuesta de sus hijos a estas actividades.
Y ahora viene lo que más me duele. Los padres comprenden y disculpan el que sus hijos no participen en las actividades que proponemos. La respuesta de muchos de ellos podría sintetizarse así: «Es que entre el inglés, el baloncesto, el salir al extranjero en verano, el ir al pueblo los fines de semana, el estudiar…»
Lo preocupante de esta respuesta es lo que se trasluce en el fondo; eso me hace estar muy preocupado de cara al resultado de los procesos de educación en la fe que llevamos con sus hijos. Muchos padres no conectan con el objetivo que intentamos conseguir. No comprenden que para nosotros lo prioritario es que el joven sea seguidor de Jesús, intentando vivir con estilo evangélico la vida de cada día, en todas sus dimensiones. Este seguimiento es, precisamente, el que ayudará a los jóvenes a ser realmente felices.
No queremos que nuestra Iglesia siga siendo, como en tantos casos, un supermercado de servicios religiosos que se consumen en momentos determinados. Deseamos que los padres tomen un compromiso serio, para responsabilizarse de que sus hijos participen con su asistencia en los momentos programados.
En la respuesta que los jóvenes y sus padres dan al proceso de educación en la fe, quedan reflejados los valores que la sociedad de hoy considera fundamentales. El joven se da cuenta, por ejemplo, de que es importante prepararse lo mejor posible para acceder a un puesto de trabajo. Sin embargo, para el joven, que quiere seguir a Jesús, lo fundamental es vivir como cristiano. Eso supone, en muchos casos, renunciar a algunos valores que ofrece la sociedad, que son contrarios a los del Reino de Dios; por ejemplo al aberrante consumismo que empuja ciegamente a ser más que los otros, a ganar más, a tener más. Por el contrario, es el Reino de Dios lo que ha de orientar al joven para definir qué ha de estudiar, para qué se ha de preparar en la vida, cómo va a servir mejor a la sociedad.
En definitiva, se trata de escoger las prioridades que propone la sociedad actual o las del Reino de Dios. Si los padres consideran que la educación de sus hijos en la fe es importante para construir una sociedad más justa, les ayudarán a encontrar el tiempo necesario para recibir esa educación. Hay muchos profesionales, personas muy bien preparadas, que tienen una profunda raíz cristiana. Por tanto, es cuestión de dar prioridad a los valores que se consideran más fundamentales.
- ¿Posibles soluciones?
Los que nos movemos en ambientes de grupos juveniles estamos dando muchas vueltas a este asunto, para encontrar posibles soluciones que aporten oxígeno vital. No caemos en la ingenuidad de decir que ya hemos encontrado alguna solución fácil. De momento, tenemos algunas pistas para reflexionar entre todos.
4.1. Exigencias de los «procesos»
Los educadores, de común acuerdo, hemos de proponer, ciertas exigencias a las que
no es posible renunciar, si queremos ofrecer procesos de educación en la fe que sean serios y coherentes con el tipo de joven cristiano que deseamos formar. Por tanto, hemos de presentar un proceso con unos objetivos bien definidos y con unos momentos de intervención determinados. Los padres que se acercan a la parroquia o a otra institución eclesial para buscar un grupo juvenil donde integrar a su hijo han de conocer claramente desde el principio nuestras condiciones. De esta manera, todos sabrán desde el primer momento a qué compromete el proceso de educación en la fe. Por ejemplo, en un proceso de iniciación cristiana, desde los 14 años hasta los 18, se podría señalar como necesario la asistencia a la reunión semanal, a un campamento o cursillo de verano, a unos ejercicios espirituales; y, por supuesto, a la mayoría de las convivencias que se realizan cada año, por lo general, dos fines de semana al año.
Todo lo anterior supone pasar de un concepto de comunidad e Iglesia exclusivamente sacramental a una Iglesia que es sacramento universal de salvación. La Iglesia exclusivamente sacramental no ha de poner excesivas dificultades a la administración de los Sacramentos, ya que el Espíritu Santo se encargará de llenar el vacío de las personas que los reciben.
La Iglesia que quiere ser realmente sacramento universal de salvación, signo del Dios de Jesús, no se preocupa tanto de la cantidad de sacramentos que administra, sino de que las personas que los reciben lleven un estilo de vida evangélico, con la convicción de que el Espíritu de Dios actúa en todas las personas que colaboran a hacer presente el Reino de Dios en medio del mundo.
4.2. Trabajo con los padres
Uno de los mayores favores que las parroquias, equipos de curas, consejos parroquiales, pueden hacer a la pastoral de juventud es el iniciar a los padres en una catequesis de adultos, en un proceso, que les lleve a comprender mejor el estilo de persona cristiana que buscamos. Soy consciente de que éste es el gran caballo de batalla de nuestra Iglesia; los recursos son escasos, la participación de los padres mínima, pero, aún así, hemos de gastar esfuerzos en este asunto, porque es vital para los que trabajamos con jóvenes. Habrá que despertar la imaginación, dedicando muchas horas a reflexionar sobre este asunto y a buscar medios concretos para solucionarlo.
- Conclusiones
No es fácil entusiasmar a los jóvenes y a sus padres sobre la importancia que tienen las convivencias, como medio para educar en la experiencia de Dios y para fomentar otros muchos valores. La experiencia dice que se trata de un trabajo lento, pero que merece la pena, y que requiere el esfuerzo coordinado de todos los responsables de la educación en la fe: padres, curas, monitores. De no ser así, seguiremos ofreciendo procesos teóricos, sin vida y sin experiencia.
El trabajo de construir una sociedad más justa y más fraterna va a necesitar de la aportación de mucha gente joven, que sea capaz de denunciar con palabras y hechos las situaciones y estructuras injustas que impiden que todas las personas se desarrollen como tales. Los seguidores de Jesús tenemos mucho que decir en esta tarea; por esto mismo, es vital que las nuevas generaciones de jóvenes, tengan la experiencia personal de sentir que Dios les llama a esta labor. Es, precisamente, en este aspecto donde las convivencias, al mismo tiempo que otros momentos formativos, pueden aportar su grano de arena. El reto hemos de asumirlo entre todos.
Jaime López de Eguílaz
[1] CENTRO NACIONAL SALESIANO DE PASTORAL JUVENIL, Guía del Animador, Itinerario de educación en la fe (1019 años), Edit. CCS, Madrid 1994, 137. Remito, en general, a este texto, en el que me he basado para redactar el contenido de este epígrafe.
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