Creer hoy

1 octubre 2001

PIE AUTOR
Álvaro Ginel es director de «Catequistas» y profesor en el Instituto Superior de Pastoral (Madrid).
 
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
El autor reflexiona sobre el tema narrando su experiencia al respecto. Una vez dibujado el contexto sociocultural actual, sugiere tres imágenes que inciden directamente en la fe: «ir de compras», «hacer turismo» y «viajar por la red o conectar el móvil». «Ser creyente es humanizarse»: de ahí arrancan las líneas conclusivas del artículo que buscan modelos de referencia, a partir de los cuales señalar algunos rasgos fundamentales de la silueta del «buen creyente».
 
 
 
 
 
Agradezco la invitación a reflexionar sobre el tema «Creer Hoy». Es un tema que me es querido, quizás porque me siento siempre ateo o porque siempre descubro que en mi vida hay zonas de ateísmo donde el agua del Bautismo resbala y no cala. No sé si podemos decir alguna vez que «sabemos todo de Dios». Es posible que con la sabiduría se llegue a saber mucho de Dios. Lo que afirmo, desde mi caminar de creyente, es que no veo el final de la meta, en mi peregrinar terreno, de mi apertura total a Dios. Cuando llego a una meta, descubro que es sólo meta volante. Dios ya no está allí, está mucho más allá. Siempre el Dios vivo me hace descubrir nuevos ateísmos secretos.
 
Me muevo en el mundo de la Catequesis y de la Pastoral. Trabajo con Catequistas y llevo grupos de reflexión cristiana con adultos. Intento también aportar la reflexión que puedo en este campo dentro de la tarea que la comunidad cristiana tiene que realizar continuamente para entenderse y emprender nuevas acciones pastorales. Estas coordenadas de mi actividad intelectual y pastoral son las que me hacen sensible al problema de la fe hoy y las que me llevan a tocar una realidad que me da el atrevimiento de afirmar que la fe es quizás el primer problema en la comunidad cristiana: una fe pobre y empobrecida, o poco enriquecida. Una fe que en muchos casos confunde saber sobre Dios con creer en Dios. Algunos jóvenes, en grupos y encuentros, suelen exclamar: ¡Eso ya lo sé yo! Se saben muchas cosas de Dios, pero tienen dificultad para creer en Dios. Siempre es más fácil saber sobre alguien que creer y confiar en alguien.
 
En lo que está pasando ahora mismo en el campo de la fe tenemos que reconocer que los creyentes adultos y los responsables de la animación de las comunidades cristianas estamos implicados en buena medida con parte de responsabilidad. Era joven sacerdote recién llegado del Instituto Católico de París. Trabajaba en la Delegación de Catequesis de Salamanca. En una reunión de catequistas, una joven universitaria catequista tomó la palabra y dijo: “No sé lo que os pasa a los curas y a las monjas. Todos habláis de Dios de la misma manera, parece que no tenéis trato personal con Él”.
El silencio fue sepulcral. La interpelación no iba dirigida a lo que decíamos, sino a la fuente original de donde brotaban nuestras palabras. ¿En qué Dios creemos cuando nos basta con saber cosas de Él sin «tratarle a Él»? ¿En qué Dios creemos cuando creemos haber agotado a Dios y saber todo de Él por el último libro leído? Si lo que decimos de Dios es lo que hemos estudiado o leído, siempre hablaremos de Dios de manera fría, poco entusiasmante y nada personal. De Dios aprendemos mucho más en el trato personal con Él, en la intimidad que en los libros…
 
Al mismo tiempo que observo en muchas personas una fe «de carretilla», sin personalizar, me sobrecojo y confieso que los caminos de Dios me sobrepasan. Hay una fe sencilla, una fe popular, una fe profunda que con saberes muy elementales llega muy lejos y muy hondo… El otro día, en uno de los grupos de adultos, una persona decía: “Mi vida personal sin rezar y sin intimar con Dios no la podría vivir. Necesito vivir apoyada en Dios. Rezar es alegría y bendición para mí. Sin Dios no soy nada, no podría vivir”.
El Espíritu está despertando en la comunidad cristiana unos creyentes inmensamente profundos que son la esperanza de la fe del presente y del futuro. No estamos sin creyentes. Seremos menos, pero seremos unos renovados creyentes. Algo está pasando y naciendo en medio de un mundo donde puede parecer que Dios no interesa o no está presente…
 
 

  1. Todo tiene su explicación y contexto

 
La reflexión sobre la fe se enmarca en un contexto ambiental que es palpable en nuestra vida ordinaria. No es difícil escuchar cosas como éstas: “Ha cambiado todo mucho; Nos están cambiando la religión; La religión ya no es la que era; ¡Pero se te ocurre en estos tiempos preocuparte por Dios…!; Dios es el pasado… Dios es para «pasados de moda…»; Antes no era así; Ahora todo es divertirse; Yo no voy de acuerdo con esta forma de vivir: gozar, gastar, andar para todas partes, prisas (cito a mi padre con 88 años); No hay nada fijo; El futuro es incierto; Somos pocos y vamos a ser menos; Vete un domingo a misa y observa las canas… ¡Esto de Dios no es para jóvenes! ¡Esto se acaba cuando desaparezcan estas canas!; Los jóvenes no se comprometen a nada; Los jóvenes no quieren saber nada de esto; Cada uno va a lo suyo; Me dicen: «Tonto eres si no te lo pasas bien y gastas ahora… No pienses en ahorrar para dejarnos… Lo que nos dejes lo fundiremos rápido…»; Yo no espero nada de mis hijos”.
 
Unas frases no son un tratado, pero sí indicadores de una cultura y manera de pensar de las personas. Y en la medida en que estas frases son corrientes y están extendidas, nos indican una mentalidad de los hombres y mujeres de hoy.
Algunas de la frases recogidas manifiestan desconfianza en el futuro de Dios en nuestra sociedad moderna ahora y en el futuro, y una añoranza de un pasado. El problema o crisis hoy no radica en que ciertas categorías de católicos hayan perdido la fe o vuelto la espalda a las valores de la Tradición cristiana, “la crisis que atraviesa hoy día la Iglesia se debe en buena medida a la repercusión, en la Iglesia misma y en la vida de sus miembros, de un conjunto de cambios sociales y culturales rápidos profundos y que tienen una dimensión mundial. Estamos cambiando de mundo y de sociedad. Un mundo desaparece y otro está emergiendo, sin que exista ningún modelo preestablecido para su construcción”.
 
Además, las frases arriba citadas manifiestan un cierto desconcierto. ¿Dios sí; Dios no? No sabemos qué hacer. Sólo sabemos que algo no va. Pero no tenemos propuestas positivas. Estamos como sin fuego, apagados.
En el «apagón» que vivimos, parece que se buscan soluciones depositando la responsabilidad de la situación en «expertos». La fe se quiere encomendar a expertos, como se encomienda a expertos la actividad de las diversas facetas laborales e intelectuales humanas. La fe y la responsabilidad de evangelizar de todo bautizado queda para «expertos». Que ellos nos digan, que ellos hagan, que ellos respondan a nuestras preguntas prácticas, que ellos den soluciones… Es como una retirada de escena sin dejar vacía la escena. Se pasa el relevo. Los protagonistas que sean otros, nos decimos. Nosotros no podemos con esto. Se abdica de que nuestra forma de vivir normal cristiana pueda ser y mostrar la salvación que hemos recibido de Jesús. Corremos, en este punto de vista, un peligro grave: esperar o dejar todo en manos de otros… Y, sobre todo, olvidamos que el evangelio vivido es fuerza, don, imaginación, semilla, levadura… La gran respuesta no nos vendrá de nuestras elucubraciones, sino de sencillos gestos que el Espíritu está ya suscitando. Mirad a vuestro alrededor y descubrid que lo nuevo ya está plantado y germinando.
 
En nuestra realidad actual, vivida como opacidad de Dios, es posible que nos pase lo mismo que al Bautista: sentir la duda. “¿Eres tú o tenemos que esperar a otro? Id y decid a Juan: los cojos andan, los ciegos ven” (Lc 7,18-23; Lc 4,19-19).
La aceptación del Mesías no es cuestión sólo de la cabeza, de silogismos, sino de ojos capaces de ver signos pequeños… de novedad de Dios. La aceptación del Mesías, hoy como ayer, es cuestión de hombres y mujeres que se pongan en camino, siguiendo la estrella, hasta que ella les guíe a la cueva donde está el Señor (cf. Mt 2,2-11). La aceptación del Mesías, hoy como ayer, es secreto del corazón donde se escucha una secreta palabra: «Sal de tu tierra hacia la tierra que te mostraré» (Gen 12,1).
 
 

2. Tres imágenes para una aproximación

 
Sin ánimo de pretender realizar un diagnóstico sobre la actual situación que vive la persona en la sociedad actual, quiero detenerme en tres aspectos de hoy que, a mi entender, son influyentes en el acto de fe. Lo hago con imágenes que evocan, apartándome de todo análisis sociológico. Elijo estas tres imágenes: ir de compras, hacer turismo, enganchados a la red.
 
2.1. «Ir de compras»
 
Es actividad de nuestra vida cotidiana, o del fin de semana. «Ir de compras» nos lo está presentando el comercio como una especie de fiesta. Gastar el dinero se ha convertido en fiesta, distracción, pasatiempo, punto obligado del fin de semana…, o de un día cualquiera. Los centros comerciales se ocupan de presentarse como lugares de divertimento, de ocio, de pasarlo bien… Ofrecen al cliente toda clase de servicios para que lo tenga todo al alcance de la mano. Se une así «ir de compras» con «pasarlo bien». De esta manera es menos doloroso quedarse sin dinero. «Ir de compras», por supuesto, es ir a elegir lo que me gusta, de manera que el gusto se impone a la necesidad, a la realidad. A veces se compra por gusto, no por necesidad. Y gastar nos da la impresión de ser soberanos, de realizarnos, de ser libres eligiendo, con el único límite de nuestro dinero: comprar es ejercicio de libertad y de dominio o predominio, por eso conlleva una satisfacción. Compro lo que quiero con lo que he ganado… De lo mío dispongo yo… Así llegamos a una doble «realización personal». Y hay libros de reclamaciones con la cual podemos exigir si nos engañan… O nos devuelven el dinero o nos dan la oportunidad de cambiar las cosas si no nos gustan o si no nos cae bien la talla…
 
Hay una manera de ser religioso, de creer, que podemos describir como «ir de compras»: cada uno se hace su religión «comprando un poco de aquí y de allí» lo que le gusta o lo que necesita para sentirse bien; la religión es como una cesta de la compra; elijo lo que quiero, lo que más sintoniza con la propia manera de ser, formación, conciencia… La relación con Dios que llama y con la Iglesia que nos precede y acoge, no valen ni cuentan. Surge una religión de «cesta de compra» una religión hecha a medida, pero no una religión de encuentro, de llamada y de acogida, de aceptación de un don no hecho a medida, sino dado y revelado. Un don que no invento, sino que se me brinda.
En esta religión que denominamos «ir de compras» los proyectos son personales, no comunitarios… Y los proyectos son «mientras me satisfagan»… Si no me encuentro bien, lo dejo, voy a otro supermercado o descambio lo comprado… Es el nuevo sincretismo religioso.
 
Este es nuestro mundo y nuestra realidad. Y no se trata de cambiar el mundo. En este mundo, lo que los cristianos hacemos es proponer un modelo de libertad que parte de una búsqueda y de un sí a Alguien dado con libertad. Los creyentes en el Dios de Abrahán, Isaac, Jacob y Jesús de Nazaret asumimos una manera de vivir cuyo patrón no es el modelo de libertad del comprador. El creyente no compra a Dios. Acepta, confía, redescubre a Dios como regalo. Dios no está en oferta ni en rebajas. Dios es oferta. La libertad de cristiano es una libertad vinculada, arraigada en Jesús, y por él, en Dios, su Padre. El valor de la persona se mide por los compromisos y los vínculos que asume. El modelo es siempre Jesús, imitación no estática, sino dinámica.
 
2.2. Hacer turismo
 
Existe un consumo especial que crece cada vez más: viajar, hacer turismo. ¿Dónde has estado de vacaciones? Si dices «en el pueblo», ya estás indicando tu nivel de vida… «Ir de vacaciones» es, cada vez más, salir más lejos, ver mucho, recorrer kilómetros, traer muchas fotos o vídeos, pasar por muchos sitios para poder decir: «Allí estuve yo». Hacer turismo ya no es coger el coche; ahora tienes que coger el avión.
El turista va de viaje y sabe que donde va no es su «casa» ni es el lugar donde compromete su existencia; no es su vida normal. El turista va para ver y volver. El turista no va a quedarse: está de paso y, generalmente, bien asegurado ante cualquier incidente, porque fuera de casa hay más riesgos… Se asegura, sobre todo, que esté cubierto el regreso ante cualquier eventualidad o enfermedad.
 
Hay una manera de aproximarse a Dios que es siempre «hacer turismo». Se asoma uno para ver y tener algunas «fotos o cinta de vídeo» de la Biblia, de Jesús…, pero no se va para estar…, no se asoma uno demasiado a Dios para estar con Dios. Es mucho más fuerte, tira más, el lugar de origen, la casa de todos los días, «mis cosas». El domicilio es mi territorio y referencia, allí estoy bien y no quiero salir de él nada más que si tengo seguro que regreso.
Cuando comparamos esta manera de funcionar (quizás de ser) con la figura, que más adelante analizaremos, de Abrahán, nos damos cuenta de las dificultades de muchos hombres y mujeres hoy para creer. Tienen mentalidad de turistas.
La casa, el domicilio, el territorio que tenemos no se quieren perder. Por eso es imposible aceptar propuestas como: «Sal de tu casa hacia la tierra que te mostraré». ¿Y la vuelta, qué? Prefiero no salir…
 
2.3. Viajar por la red y conectar el móvil
 
Las nuevas comunicaciones nos dan la oportunidad de estar en todas partes y en ninguna. Estar conectado a todo, vivir todo y en todas partes, vivir aquí y allí. Podemos perder el norte y dejar de estar donde estamos y estar a todo, que es una forma de no estar a nada… Esto cambia nuestro mundo de relacionarnos. Nos relacionamos con más personas, pero no es seguro que nos relacionemos más. Podemos llegar a la banalización o a entablar relaciones personales superficiales o de pura conveniencia.
Sabemos poco de los vecinos de comunidad, del que está al lado en la cola del banco, de la iglesia, de la universidad… No tenemos tiempo para dar tiempo, para comprometernos o meternos en líos. Las relaciones con el otro exigen mucho tiempo. Y como no lo hay, todo funciona a base de teléfono; pero por teléfono «no es lo mismo»… El vivir día a día es distinto del estar informado o llamado por teléfono… La convivencia rutinaria nos desvela de manera diferente que el teléfono… Hay llamadas por teléfono que evitan presencias y con ellas conflictos… El conflicto viene muchas veces del encuentro…
 
La vivencia de la comunidad cristiana, en este contexto, es ardua. La gente va a la parroquia que elige y no a la que le toca… Se pertenece a tantos grupos, sociedades, organismos… que la pertenencia a la Iglesia es una de tantas cosas (con la salvedad de que en la comunidad cristiana no te dan tarjeta de identidad para «recibir los servicios religiosos…»). La convivencia en la comunidad se hace difícil y se evita… ¿Cómo hablar de relación fraterna? ¿Qué participación común? Quien no puede mostrar una referencia comunitaria cristiana vivida no puede presentarse como modelo de vida común evangélica.
Si esto es realidad dolorosa, todavía es más importante la pérdida de experiencia humana de comunicación profunda y duradera con el otro. ¿Cómo podremos proponer relaciones de intimidad estable con Dios y de oración como trato de amistad?
Es posible que hoy hombres y mujeres lleguen a buscar a Dios como persona con quien intimar no por vía positiva, sino por vía negativa. Es otro camino.
 
 

  1. Ser creyente es tender a ser persona perfecta:

Ser creyente es humanizarse
 
Mi primera convicción sobre el tema de la fe pasa por una reflexión sobre las dificultades de ser personas. La fe en Dios no sólo nos hace creyentes en Dios sino que nos hace creyentes en nosotros mismos, nos humaniza. La revelación lleva también una revelación de la persona humana. Dios quiere dialogar con la persona de tú a tú, y esto pide que la persona sea madura, capaz de mantener un diálogo de intimidad. El trato verdadero con Dios lleva implícito una crecimiento personal.
¡Qué mal pega la expresión «yo soy un gran creyente» en personas que son unas «pobres personas», inmaduras y poco realizadas… Estas personas son un colectivo que hace mala propaganda a Dios. Un Dios que lleva a ser así como eres… es poco interesante porque es poco humanizador…
El creyente perfecto es y une en sí el ser el Hombre Perfecto y Dios al mismo tiempo: Jesucristo nuestro Señor.
 
Las dificultades que las personas tienen hoy para ser lo que están llamadas a ser, para crecer y madurar, son causa no pequeña que influye negativamente en el acto de fe personal en el Dios vivo.
Creo que el punto crucial sobre la fe no es la práctica religiosa ni los saberes sobre Dios. El punto crucial para ser creyente es el saber sobre mí mismo, es decir, los saberes últimos, las preguntas últimas religiosas fundamentales: quién soy, qué quiero ser, qué palabra llevo dentro, a qué soy llamado. Cuando no existen preguntas últimas se vive sin respuestas y sin necesidad de nada. Una de las actitudes de los creyentes verdaderos hoy será esperar que el otro llegue en la historia de su vida a hacerse preguntas últimas. Las preguntas últimas, es decir, las esenciales para la vida de un ser racional, no se responden una vez y ya está. Lo esencial nos exige un pronunciamiento personal varias veces en la vida, sobre todo cuando algo golpea o llama a nuestra puerta ya sea la edad, los acontecimientos de la vida, la palabra y la vida de otros que se hacen pregunta y palabra en nuestra propia existencia. Las cosas últimas y esenciales lo son porque no pasan de moda. Nos sorprenden cuando menos lo esperábamos…
 
En la habitación 507 del Hospital «Río Carrión», de Palencia, del 21 al 31 de diciembre de 2000, están una niña de 15 años (13 en cuanto a actitudes) y mi madre de 82 años y medio; la niña operada de apéndice «por los pelos», y mi madre de cáncer de estómago. Ambas personas de diferentes edades, en las situaciones difíciles de la enfermedad las dos hacían los mismo: extendían la mano y pedían la mano de otra persona para soportar el dolor. Coger y sentir la mano del otro era seguridad, apoyo y presencia cuando la vida podía escaparse o peligrar. La mano del otro no quitaba el dolor, ayudaba a llevar el dolor.
Observación sencilla, pero manifestación honda de una realidad, desde mi punto de vista, inmensamente profunda: la persona humana tiene necesidad de vivir apoyada en alguien, referida a alguien, religada a alguien. Ser creyente es descubrir la vinculación de nuestra existencia a otra Existencia, que tras la revelación de Jesús sabemos y aceptamos que es la existencia de un Dios a quien llamamos Padre.
 
 

  1. Necesidad de un tipo de creyente

 
Durante mucho tiempo en la Iglesia había una especie de modelos de creyentes. Así, ser un «buen cristiano» connotaba y presuponía unas características que estaban en el ambiente. Por «buen cristiano» se entendía un cristiano:
 

  • Practicanteiba a misa y a las prácticas de piedad (personales y comunitarias).
  • Se metía en pocos líos políticos(para meterse en líos políticos estaban los «cristianos militantes»), desinteresado de la política (aunque no sin ideas políticas, de ordinario conservadoras).
  • Dabalimosna.
  • Unapraxis moral de no meterse con nadie.
  • Obedientea lo que el cura y los obispos proponían si críticas.
  • En caso de duda bastacon decir: «padre, ¿qué tengo que hacer?».

 
Esto no es una caricatura. Con esta manera de vivir, como con otras, el Espíritu ha hecho grandes santos y buenos creyentes anónimos.
Cuando hoy hablamos de creyente no nos vale el estereotipo de ayer. Más aún, algunas formas de «catalogar» al «buen cristiano» sustentadas en referencias de antes son contraproducentes y llevan a exclamar: Para ser así, prefiero no ser.
Vemos en algunos ambientes críticas a un estilo de creyente. Algunos se preguntan, mirando a determinados grupos eclesiales, si ser creyente hoy equivale a: «sumisión», «conformismo», «no se meten en nada», «ser acríticos», decir «amén» no tanto a Dios, cuanto a una forma de institución o de personas, llámense éstas catequistas, párrocos, o lo que sea. Se nos viene a decir que hay una manera de educar en la fe, de proponer modelos de ser creyente que es acallar al personal y hacerlos de nuestra «cuerda» y que no nos pongan «problemas»… ¿Es esta, se preguntan, una manera de taponar la fe, de encasillar la fe reduciéndola a que se fíen de nosotros y no de Dios? ¿Cómo se puede estar delante de Dios? ¿Es posible estar delante de Dios y pensar y tener ideas propias? ¿Educa Dios para «amansarnos» y evadirnos del mundo?
 
 

  1. En busca de un modelo de referencia creyente

 
Estas constataciones nos empujan a perfilar, en nuestro hoy, una descripción de lo que significa ser creyente. Necesitamos un esfuerzo de discernimiento, guiados por el Espíritu, para proponer hoy modelos orientativos de lo que entendemos cuando utilizamos la expresión «buen creyente, buen cristiano».
Nadie tiene derecho de inventar nada nuevo, en el sentido de que no inventamos a Dios. Dios es don aceptado o rechazado. Nunca hechura de nuestras manos. Sí tenemos la obligación de inventar en cada época un modo de ser respuesta a Dios a partir de la inteligibilidad de la fe y de nuestra propia inteligibilidad. Cómo nos entendemos hoy como personas es punto de partida para entender a Dios y responder a Dios con un acto de fe. En este proceso no somos nosotros solos los que damos respuesta. El Espíritu de Jesús, el Espíritu de la verdad, «nos guiará hasta la verdad plena» (Jn 16,13); el Espíritu de Jesús que el Padre nos envía «os enseñará todo y os recordará todo lo que yo os dije» (Jn 14,26).
 
Opto como camino para trazar un modelo de «buen cristiano» para hoy por las páginas del Génesis donde se nos presenta el perfil del primer creyente o del padre de los creyentes: Abrahán. Jesús le propone también como modelo en la controversia que mantiene con los «religiosos» de su tiempo que se denominan hijos de Abrahán sólo por raza o por saberes. Jesús les dice: «Si fuerais hijos de Abrahán haríais las obras de Abrahán» (Jn 8,39), «Vuestro padre Abrahán disfrutaba viendo mi día: lo vio y se alegró» (Jn 8,56).
 
EL DIOS DE ABRAHÁN Y… NUESTRO DIOS
 
q Éxodo 12,1-9 («Sal… y marchó»)

  • Dios habla a la persona concreta: Dios no es ciencia, es persona, habla; es íntimo e intimidad. Se siente con «derecho» para intervenir en la vida de la persona hasta movilizarla y «descentrarla», sacarla de «su casa». Dios considera a la persona como interlocutor válido. Tienes que estar dispuesto a intimidad.
  • El detalle de la edad es importante.Toda edad es «tiempo de Dios». Hay muchas maneras de creer en Dios, algunas son imperfectas: La perfecta es cuando le dejas y le escuchas de tal manera que te movilizas… Escuchar a Dios y decidirse es cosa de tiempo: 75 años. Hace falta tiempo para escuchar y dialogar con Dios…
  • Pone en marcha haciaotras cosas, otra tierra: hay que dejar «donde se estaba», ya sea geografía o «el mundillo hecho». Dios entra en la vida sacándole de algo. Dios llega y «te pasa algo», «te cambia algo». Aceptar su presencia no deja indiferente, como antes… Dios no saca «a otra parte» sin promesa… aunque Dios pone en camino sin dar explicaciones ni todo hecho, ni lo que va a pasar. No cuenta el final de la película (como cuando dos se casan, no imaginan lo que les puede pasar… Eso es lo bonito, afrontarlo y resolverlo juntos. Queriéndonos nos comeremos el mundo…).
  • En continuo éxodo, la vida es una caminata… Hay etapas… No todo de golpe… Como en la pareja.

 
 
Éxodo 17,1-8 («Cayó rostro en tierra…»)
§ Han pasado 24 años desde la primera intervención… ¡Un tiempo de fidelidad y de camino! Abrahán es distinto: más íntimo, más escuchador y creyente en Yahvé.

  • Se le cambia de nombre: «Es otra persona», es «como nuevo», ve la vida en otra perspectiva: «desde lo que Dios le pide», no desde su sólo proyecto. Su proyecto es colaborar con el proyecto de Dios.Su vida es proyecto de Dios. El diálogo es ya silencio.
  • La vida hecha, cimentada en la confianza, no es en balde: es fructífero…, fecundo… aunque cueste creerlo.

 
Éxodo 22 («Aquí me tienes…»)
§ Página dura de la Biblia que sólo se comprende leyéndola a la luz de la Pasión. Entonces el Padre dejará que maten la Hijo, pero no dejará al Hijo en la muerte.
§ La fe nos sitúa ante «lo que no nos cabe en la cabeza», ante lo que «con la cabeza» no podemos resolver, no entendemos… y decimos: ¡No puede ser¡ ¡Es de locos! ¡No lo entiendo! Creer en el Dios de Abrahán es aceptar que hay realidades que no nos caben en la cabeza.

  • La fe pide una manera de vivir que va más allá de lo lógico… Es una apertura a la existencia donde la lógica no lo soluciona todo… Hay otras soluciones que no son las soluciones de la lógica… Pablo en ICor 1,18-30 plantea este problema: “El mensaje de la cruz es locura para los que no quieren creer; para los que creen es fuerza y salvación de Dios… Los judíos piden señales, los griegos sabiduría, mientras que nosotros anunciamos un Mesías crucificado, para los judíos escándalo, para los paganos locura; pero para los creyentes, judíos y griegos, un Mesías que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pues la locura de Dios es más sabia que los hombres, la debilidad de Dios más fuerte que los hombres”.
  • Dios pone el dedo en «lo que nos es querido», en algo que nos cuesta, en algo que es muy nuestro. La prueba final del amor y de la confianza está en que «dejemos que Dios nos toque» allí donde ponemos más corazón para ver si nuestro corazón está puesto por entero o no en el Señor…
  • Dios sale con soluciones «impensables por nosotros»… Nicodemo no lo entiende, entiende sólo desde libros, y se va sin entender nada a casa…
  • Lo que se pone de manifiesto es la «cantidad y calidad» de confianza en el otro que depositamos…
  • Otros pasajes de grandes creyentes: María:¿Cómo puede ser esto? Para Dios no hay nada imposible. Jesús en el huerto: ¡Pase este cáliz! Jesús en la cruz: En ti encomiendo mi existencia. En nuestras vidas…

 
 

  1. Pautas para una silueta de «buen creyente» hoy

 
El acercamiento a la figura de Abrahán nos permite hilvanar una silueta de «buen creyente» en la que podemos destacar estos rasgos:
 
El creyente es una persona que escucha a Dios en el corazón de su historia personal y en el corazón de la historia que vive.
El lugar donde Dios habla y donde Dios nos llega (no digo «donde llegamos a Dios») es la vida concreta, la realidad que nuestras manos tocan, hacen y deshacen. Allí donde estamos y la vida que vivimos es el lugar donde brotan las palabras esenciales del corazón: las penas, las alegrías, las esperanzas, las ilusiones, la sed, la insatisfacción, las ganas de algo más, de alguien más… No importa que nuestra vida sea desierto o jardín… En nuestra vida Dios puede y quiere intervenir… El creyente toma en serio la historia; el hoy no es un lugar desprovisto de Dios donde lo único que podemos hacer es lamentarnos y contar lo mal que va, las cosas que pasan…, sino lugar de «teofanía de Dios». Dios está presente en nuestro mundo. Su palabra está entretejida con las palabras y los hechos de los hombres y mujeres que son contemporáneos nuestros.
 
El creyente es la persona que deja que Dios intervenga en su historia.
Dios no tiene fecha ni cita previa en la agenda. Dios llega a cada persona cuando es la plenitud del tiempo (Gal 4,4). Las fechas que el Génesis señala en la historia de Abrahán nos abren a un horizonte de irrupción de Dios en la vida de la persona cuando ya está hecha, cuando «lo que pide el cuerpo» no son «aventuras», sino quietud y descanso. Dios no tiene fecha de intervención. Pero no sólo está el hecho de la fecha de intervención de Dios, sino que también cuenta la fecha de madurez y el momento concreto en que la persona se decide a «dar permiso a Dios» y a «secundar» la propuesta de Dios. No sucederá nada en nuestra vida de relación con Dios sin permitir y aceptar yo personalmente que suceda, sin colaborar con Dios.
De la edad mencionada en el texto bíblico se desprende, además, una característica más: la respuesta que el creyente da a Dios es dinámica, tiene un desarrollo, un crecimiento. El sí dado a Dios (como el sí dado a otra persona) no termina ni se encierra en las coordenadas de un instante. Lleva intrínseco un elemento de sorpresa y de imprevisto. No está todo hecho en un momento. Está todo por hacer. Sólo sabemos una dirección en la que caminar, sin conocer lo que nos pasará por el camino… La respuesta concreta personal de cada día se hace mirando al momento inicial, pero recreando todo en el aquí y ahora.
 
El creyente de ayer y de hoy deberá creer a pesar de la irracionalidad aparente.
Lo que diferencia a Abrahán de otros creyentes es su confianza en Dios también en el absurdo lógico. La fe se enfrenta siempre a una lógica, desbordándola a base de fiarse, a base de confiarse. La confianza en Dios llega donde no llega la lógica. Y lo ilógico, después, sólo después, se percibe como apertura inesperada.
No es racional el sacrificio del hijo de la promesa. No es racional la muerte del Hijo en la cruz. La fe y la confianza ilimitadas nos sumergen en un ambiente en el que se acepta que «para Dios no hay nada imposible»: Dios tiene salidas que nosotros no imaginamos cuando nos abandonamos a Él. Esta aceptación de lo ilógico, de la necedad de la cruz, como dice Pablo a los Gálatas, es lo original del creyente. Su certeza no es la lógica, sino la aceptación confiada del otro que no le fallará. «Hijos de Abrahán son los que tienen fe» (Gal 3,7).
 
El creyente Abrahán es convocado a salir e ir a otra parte. No es sacado de la tierra.
Sigue Abrahán pisando tierra, cruzando caminos y cuidando ovejas. Sigue mezclado en las tareas cotidianas. Y en las tareas cotidianas «se juega la fe». La respuesta a Dios no la fabrica «en las nubes»… Pisando tierra tendrá que dialogar con Dios y hacer de mediador incansable a favor de Sodoma (Gen 18,16-33), paradigma del pecado. Abrahán intercesor ante Yahvé; Abrahán dando la cara a favor de una ciudad donde reina el pecado nos descubre que no sólo Abrahán tiene confianza con Yahvé, sino que Yahvé tiene confianza con Abrahán: ¿Puedo ocultarle a Abrahán lo que voy a hacer? (Gen 18,17). El creyente es íntimo y confidente de Dios. Y también tenemos que decir que Dios es íntimo y confidente del creyente ya aquí, en vida, sin ir más lejos, sin esperar a un mañana o a la «patria celestial». Cómo no recordar aquí las palabras de la Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el Mundo Actual: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón” (GS 1).
La intimidad y familiaridad con Dios es la definición que Teresa de Jesús nos dejará de la Oración. La intimidad y la familiaridad con Dios exigen, dicho con otro lenguaje, trato de amistad: oración. Justamente la familiaridad de Dios con Abrahán aparece en una circunstancia en la que Abrahán «se complica» la vida a favor de una ciudad que Dios está dispuesto a eliminar.
 
El creyente, como Abrahán, lleva en el fondo una bendición: ser muchos, ser comunidad.
Desde el momento en que Dios se acerca a Abrahán y éste es capaz de escuchar y aceptar la salida, desde ese momento hay promesa que se repetirá sucesivamente: «Haré de ti un pueblo grande» (Gen 12,2); «Este es mi pacto contigo: serás padre de multitud de pueblos» (Gen 17,4). El creyente crea descendencia que no depende ya sólo de la sangre, forma un pueblo que no es sólo pueblo de raza o sangre. Creer no es en balde. Creer deja huellas y crea pueblo, comunidad. Y esto, aunque el creyente esté retirado en el desierto. Donde hay un creyente allí brota con él una comunidad y pone en contacto con la Comunidad. Es la bendición y la promesa hecha al padre de los creyentes, que dura y perdura. Creyente va íntimamente unido a comunidad, a pueblo.
 
 

  1. Conclusión

 
He aquí el perfil de creyente que me parece sugerente hoy. Un perfil no es una explicación detallada. Un perfil son rasgos sencillos que nos dejan entrever una figura más completa sin distorsionarla. Termino con estas palabras de un amigo catequista: “Los creyentes de hoy estamos llamados a ser personas capaces de escuchar el propio adentro, la historia personal y nuestra historia para escuchar a Dios. Esto exige el ejercicio de llegar al pozo de agua fresca que cada uno tiene en su corazón y que san Agustín reflejó en la conocida expresión: Te buscaba fuera y estabas dentro. Jesús conduce a la samaritana a entrar en su pozo. Allí está la verdadera fuente de agua”.
Hoy somos conducidos, para ser personas y creyentes, a caminar hacia esa huella y soplo divino que cada uno llevamos desde el día en que el creador «sopló aliento» sobre el barro que sus manos habían construido. Toda persona lleva en el fondo de sí: aliento de Dios, posos de Dios, un «territorio de Dios» donde es posible entablar diálogo con Él.
 
No necesitamos ir contra nada ni contra nadie. Necesitamos vivir el evangelio en profundidad nosotros. Salir de la rutina y vivir «enganchados al evangelio». Aprender a vivir personalmente el evangelio desde lo que el Espíritu nos vaya dictando.
Creer no es organizar la vida de los otros ni proponerles actividades o experiencias ni criticar lo que hace o dejan de hacer, o decirles lo que tienen que hacer.
Creer es ante todo, vivir el don que se nos da, ofrecerlo a otras personas y compartirlo con ellas, recreando continuamente el mundo común que nos vincula a Cristo. n
 

Álvaro Ginel

estudios@misionjoven.org
 
 Desde la historia de la catequesis a partir de Trento, cada movimiento o instrumento catequético quiere ser una respuesta a la ignorancia religiosa de la época. Quizás no seamos más ignorantes religiosos que en otras épocas, ni es tiempo de soñar el imposible regreso de la cristiandad. La fe afronta nuevos problemas. Uno es el desplazamiento de deidades. Dios no es necesario. El necesario es el hombre o la máquina. Y es tarea del tiempo presente descubrir que Dios es  necesario también hoy.
 OBISPOS FRANCESES, Proponer la fe en la sociedad. Carta de la Conferencia Episcopal Francesa a los católicos, en «Ecclesia» (5-12 de abril de 1997), p. 26.