Si no te apruebas a ti mismo,
¿quién te va a aprobar?
Si no te interesa lo que haces,
¿a quién le va a interesar?
Si no te dispones a perdonar las faltas ajenas.
¿con qué derecho esperas que los otros perdonen las tuyas?
Si no confías en tus propias decisiones,
¿quién habrá de confiar en ellas?
Si no tienes fe, ni sueñas, ni te esfuerzas,
¿por qué acusar al mundo de ser árido, frío y sin bondad?
Si consientes que la envidia, el rencor y el mal dominen tu corazón,
¿por qué no habrás de sufrir el infierno de la desconfianza?
Si pones hiel en las más puras emociones,
¿por qué te rebelas al llevar una existencia amarga?
Si no cuidas el huerto de la amistad,
¿por qué te sorprendes cuando germinan decepciones?
Si destrozas todas las avenidas que te traen afecto,
¿por qué lamentas las soledad en que vives?
Si aún nos has aprendido el verbo comprender,
¿cómo pretendes conjugar el verbo amar?
Si eres capaz de engañarte a ti mismo,
¿a quién no engañarás?
Si persistes en vivir dentro del ayer,
¿cómo puedes no temerle al mañana?
Si oscilas entre el pasado y el futuro,
¿cómo puedes disfrutar bien del presente?
Si nunca te decides a partir,
¿por qué ansías tanto llegar?
AUGUSTO RESTREPO
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