Juan Carlos García Domene es párroco de Los Ramos en Murcia y profesor de Didáctica de la ERE
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
Tres cuestiones fundamentales vertebran el artículo: ¿qué piden los jóvenes al sacerdote?, ¿qué les puede ofrecer él?, ¿qué le aporta la dedicación y trabajo pastoral con los jóvenes? Se enmarcan en la situación precisa actual que atraviesa la pastoral de juventud, necesitada de recobrar el entusiasmo y ardor apostólico. Y desembocan en algunas propuestas formuladas de forma breve y sencilla desde la misma experiencia de la praxis pastoral con los jóvenes.
El buen pastor da su vida por las ovejas (Jn 10.11)
Muchos sacerdotes, incluso algunos con pocos años de ministerio, parece que hayan desistido del encargo conciliar de atender “con diligencia especial” a los jóvenes (PO 6). Son muchos los problemas que acarrea entrar en el mundo juvenil, son muchas las excusas que se ponen para escapar y muchos los temores y preocupaciones que lleva consigo esta dedicación pastoral. Parecería que, en líneas generales, buena parte del clero hubiera tirado la toalla. Hoy por hoy, esta acción pastoral no es vistosa, ni de inmediata gratificación, tanto para el sacerdote como para los animadores. La experiencia nos dice que éste es un ministerio arriesgado que requiere gran audacia, un suplemento añadido de entrega personal, una fuerte confianza en Dios y un apoyo permanente de parte de la comunidad cristiana. Podemos reconocer que entre el clero, también entre el diocesano, la pastoral de juventud, es una dedicación minoritaria.
Algunos sacerdotes mayores, que en sus primeros años de ministeriohicieron de la pastoral de juventud lo fuerte de su dedicación, dicen ahora que no se sienten capaces, que ya no conectan, que no tienen fuerzas y no saben cómo hacerlo. Otros sacerdotes, de edad mediana, parecen sentirse mucho más reconocidos en otros sectores: la liturgia, la acción caritativa y social, el cuidado espiritual, la administración, las obras o las infraestructuras, o simplemente la pastoral parroquial ordinaria, en sus servicios mínimos. De nuevo lo urgente hace descuidar lo importante. Los sacerdotes menores de 35 años, que parecerían los más cercanos, los más capaces y los más preocupados por los jóvenes no son tampoco -en líneas generales- los que han tomado como generación el relevo de la pastoral de juventud. Si lo hacen, quieren resultados inmediatos y cuidan poco los procesos. Podríamos decir, y serviría de arranque para esta reflexión, que es cada vez más raro encontrar sacerdotes que se vuelquen con entusiasmo y a tiempo pleno con adolescentes y jóvenes y que hagan de este trabajo el eje de su ministerio sacerdotal.
Urge, por tanto, encontrar razones que devuelvan el entusiasmo y el ardor apostólico y que lleven a renovar en el clero la llamada pastoral a trabajar con los jóvenes, a encontrarse con ellos, a escucharles y a entregarles la vida. Urge devolverles el tiempo y la pasión para que conozcan a Jesucristo y su Evangelio. Será bueno sondear qué esperan ellos del clero y qué piden los jóvenes al sacerdote. A la vez conviene recordar qué puede aportar al cura el contacto con los jóvenes. Son tiempos de horas bajas para el clero si tenemos en cuenta la relevancia social y cultural y el número de efectivos, y por ello, convendría apostar por el futuro más que refugiarse en el pasado. Como siempre, el evangelizador es el primer beneficiado de la obra de la evangelización: ofrecer a Jesucristo es el mejor camino para encontrarlo.
- ¿Qué piden los jóvenes al sacerdote?
Si preguntáramos a los jóvenes cómo querrían que fuera el sacerdote que esté con ellos en las catequesis, en su parroquia, en las actividades, en los campamentos, en los encuentros o en las celebraciones de la fe encontraríamos algunos tópicos muy recurrentes.
Muchos jóvenes simplemente pasarían de largo ante la pregunta. Algunos, incluso, dirían que esa figura les parece la de alguien trasnochado, inútil o nocivo, que verdaderamente no les importa. Para un buen grupo, especialmente para los que frecuentan la Confirmación o son alumnos de la Escuela Católica o pertenecen a familias cristianas, el sacerdote debería ser alguien cercano, con capacidad de escucha y de atención permanente, siempre disponible. Suele en general reclamarse la imagen de un “cura enrollado”, simpático y atrayente, de constante buen humor, que utiliza un lenguaje directo, claro y poco sermoneador. Cuando se entra a un nivel de cierta intimidad, en el trato personal, las primeras cuestiones que se plantean suelen ser: ¿por qué no se casan?, ¿verdaderamente es posible ser célibe y no mantener relaciones sexuales?, ¿por qué tienen que obedecer al Papa y a los obispos?, ¿son de veras tan pobres como predican…?, ¿cómo surgió la vocación?, ¿recibiste una llamada directa, una voz te habló…?
Más allá de estas demandas o de esta imagen pública, a veces muy superficial, hay una demanda y una necesidad más seria, más honda y serena. Del cura se espera que sea, más allá de los tópicos, un gran creyente, un tipo coherente, libre, profundo y bueno, disponible y entregado, fiel a lo que hace y testigo de lo que ha visto y ha oído. Nunca lo formularían así los jóvenes, quizá lo dirían con otras palabras, pero es importante que sepamos vislumbrar la línea de fondo de sus demandas, más allá de las formas. Nadie esperaría de un médico o de un ingeniero, o del cocinero que prepara la comida, o del conductor que conduce nuestro autobús que hiciera mal su trabajo, que traicionara la confianza comunitaria depositada en él. Del cura se espera que sea cura, evangélico, hombre de Dios, pobre, arriesgado, profeta, pastor y maestro, aunque su enseñanza no nos interese tanto.
Para la mayoría, la verdadera actitud ante los sacerdotes suele ser una mezcla de desconocimiento, de no confesada admiración y de fuerte curiosidad. Junto a esta ignorancia, o este pasar de ellos, hay que tener en cuenta que el cura forma parte del mundo de los adultos, y esa realidad siempre es una amenaza a la libertad del adolescente y del joven, toda autoridad es un crisol de exigencia y un desafío para quien está en búsqueda de su identidad y de su lugar en el mundo.
Junto a los tópicos y las demandas tradicionales, encontramos nuevos desafíos y nuevas demandas que los jóvenes plantean al sacerdote, de un modo latente o de forma explícita.
En primer lugar, la nueva configuración psicológica y sociocultural de los jóvenes y la nueva realidad familiar exige del sacerdote nuevas respuestas y quizá dibuja un nuevo perfil para el presbítero. ¿Qué sacerdote anhela una juventud tan emotiva, corporalista, noctámbula, individualista, “friki”, apolítica, solidaria ocasionalmente y de escasos vínculos familiares? Algunos jóvenes, sin duda, reclamarán, aun sin saberlo, un sacerdote directivo, fuerte, clarificador ante su propia incertidumbre que les devuelva, quizá, el padre que no han tenido o al que no han conocido psicológicamente. Otros jóvenes le rechazarán sin darle cancha, sin dejarle el derecho a existir o a opinar porque no acaban de aceptar su ausencia y no pueden entrar en relaciones de alteridad por su gran narcisismo. Sólo unos pocos, quizá los nuevos llamados generación Einstein, dejarán entrar en su vida al presbítero si está debidamente preparado, si es muy coherente y si puede servirles de espejo o de ayuda, si es firme y optimista y sólo si respeta su legítimo protagonismo.
En segundo lugar, el individualismo dominante en la vida de los jóvenes exige al sacerdote una capacidad de relación mucho más personal que social. No se reclama un liderazgo público, sino una interlocución personal, en ocasiones únicamente privada. No importa tanto cuál es el rol social o eclesial del sacerdote, como su capacidad relacional personal, el tú a tú, por encima incluso del nosotros. La imagen de un sacerdote que deja hacer, que les permite que tomen la iniciativa y que se muestra respetuoso en exceso y poco intervencionista, no parece la más deseable para una generación que quiere, por encima de otras cosas, que se les haga mucho caso.
En tercer lugar, la multiculturalidad y la sensibilidad europeísta marcan ya la vida de la Iglesia y de la sociedad y por eso, de modo natural los más jóvenes reclaman del sacerdote una mentalidad global, cosmopolita y plural y unacualificación de mayor tolerancia e integración de otras razas, culturas y credos. Sin duda, se le exige un manejo mayor de idiomas y una fuerte sensibilidad ecuménica e interreligiosa. El toque internacionalista del sacerdote es cada vez más apreciado. El ecumenismo vivido, verdadera novedad en la Iglesia española, es signo de este tiempo de cambios y movilidad.
En cuarto y último lugar, también las nuevas tecnologías configuran el mundo real de los jóvenes y de los adultos, y de ahí que se reclame del cura una habilidad y una presencia importante en este campo tanto como oportunidad como desafío pastoral. ¿Qué podría hacer un sacerdote entre jóvenes de la imagen y de la comunicación ilimitada si no conoce y maneja Internet, correo electrónico, Chat, MSN, si no mantiene abierto un blog, si no se entiende con los nuevos gustos y soportes musicales y digitales. Tecnología y mestizaje cultural vienen de la mano y desafían y ayudarán por igual al presbítero en su triple oficio.
- ¿Qué pueden esperar del sacerdote los jóvenes? ¿Qué les puede ofrecer?
Más allá de las habilidades espirituales, sociales y tecnológicas que hemos descrito, los chavales esperan del sacerdote que les dedique su tiempo, que esté con ellos sin reloj, sin horas, que sea accesible y esté disponible. Quieren que les abra su persona y su ser. Especialmente la demanda fundamental es la de ser escuchados, como única posibilidad para ser comprendidos. En definitiva, los jóvenes esperan que les ame sin condiciones y que se les comprenda y se les quiera. El sacerdote, no obstante, no puede dejar de ser una referencia sólida y coherente, por su saber, por su quehacer y sobre todo por su ser. Sin amor, no puede haber relación, ni consejo, ni presencia, ni sacramentos, ni oración, ni propuesta vocacional, ni acompañamiento, ni testimonio.
Son tres los servicios fundamentales que debería ofrecer el presbítero en pastoral de juventud: el acompañamiento personal a los jóvenes y a los animadores, la formación de los animadores con especial atención a la iniciación cristiana y la educación en la fe y el servicio de comunión y coordinación con otras realidades comunitarias y eclesiales. Según afirma el Proyecto Marco, “la figura del sacerdote que acompaña nos debe recordar la imagen del Buen Pastor, la imagen de Cristo caminando con los discípulos de Emaús, de su paciencia y comprensión en el proceso educativo con las personas”[1].
Antes del quehacer del presbítero, hay que cuidar el ser: la identidad sacerdotal vivida, cultivada y asumida como gracia de Dios es clave para ser sacerdote entre los jóvenes. No vale un cura en crisis, dubitativo, con el freno echado, como sin ganas o sin una experiencia de Dios debidamente fresca. El trabajo directo y la necesidad de la comunicación interpersonal exige del sacerdote que se dé a si mismo con transparencia y con humildad. Soy lo que soy, y todo lo entrego. En este ministerio de riesgo, hace falta una persona hecha y derecha. Un ciego no puede guiar a otro ciego; una persona en formación no puede descansar en sus procesos en un sacerdote en formación. La distancia educativa que requiere cualquier labor pastoral exige al cura que trabaja con jóvenes una cota mayor de madurez y de experiencia que la que tienen los muchachos. Unos añitos más y una ponderación más grande. El colega no es el mejor educador, quizá sea el mejor amigo, pero no el pastor y guía.
¿Qué es acompañar, como sacerdote, a los jóvenes y a los animadores? Es ante todo amarles, favorecer la escucha personal, la mirada atenta cuando un joven narra su vida y comunica sus íntimos pesares. Acompañar es provocar elautoconocimiento, la confidencia de quien empieza a saberse persona única y singular, buscador de Dios y la verdad. Acompañar es sentir la gravedad del ser en el otro, compadecer, forzar una salida. Ayudar a encarar la propia vida experimentando el amor que Jesús te tiene. Hacer camino con quien tiene miedo a caminar, con quien da sus primeros pasos y se siente sostenido, confiado y seguro porque la mano del hermano es certeza para descansar en el amor del Padre.
Sin duda, acompañar, para el sacerdote es la tarea esencial en la pastoral juvenil, que siempre es educativa y vocacional, por definición. Acompañar es proponer un itinerario de fe, en la diáspora de la existencia juvenil, en la cárcel del presente, en la fragilidad de una vida que está por venir, en la confianza de la fuerza que lleva consigo cada vida que empieza. Acompaña el cura que se atreve a hablar de Dios y con Dios en la conversación personal, que propone con naturalidad y con franqueza experimentar la misericordia que se expresa sacramentalmente en la confesión, que invita a entrar en el misterio eucarístico, que dialoga sobre todos los temas, con respeto profundo y sin asustarse por nada, llamando a las cosas por su nombre. Acompañar a jóvenes y educadores es iniciar en el hábito de la oración, servir de paño de lágrimas donde expresar los agobios, los complejos, los sueños, las desdichas y las ambiciones. Acompañar, es hoy por hoy, primeramente acompañar afectos, para enfrentar las ideas más tarde y formular proyectos aún más adelante. Primero, relación personal en la trama afectiva; después confrontación doctrinal y existencial, y, por último, pasar a la acción transformadora. Probablemente, todo al revés de cómo sucedía la pastoral de juventud en los años setenta; en aquel momento, los jóvenes deseaban abrirse paso, las ideas eran lo más importante, y el educador bastaba con que dejara hacer y con prudencia aconsejase.
En el acompañamiento personal, los adolescentes y jóvenes son los primeros destinatarios de la acción del sacerdote en un tú a tú único e insustituible, con todos y cada uno; pero son los animadores “la verdadera joya de la corona” de la labor de acompañamiento del sacerdote. Los animadores, generalmente jóvenes con un pie en la vida adulta, son destinatarios de los principales desvelos del sacerdote inmerso en la pastoral de juventud. El sacerdote anima a los animadores y los acompaña, el animador propone un itinerario pastoral a los jóvenes y adolescentes, y estos a su vez son testigos en su vida ordinaria y en sus ambientes con otros jóvenes, como recomendó el Concilio Vaticano II (Apostolicam Actuositatem, 12) y acaba de reiterar Benedicto XVI. El sacerdote sostiene principalmente a los animadores, que están en primera línea, por edad y cercanía, y los chavales, sostenidos por sus educadores jóvenes, están llamados a vivir la fe en su mundo y en su lugar propio.
Junto a la identidad asumida y el acompañamiento personal, la labor sacerdotal exige unas actitudes espirituales que podrían formularse así: la esperanza creyente del Peregrino, la libertad del Profeta, la humildad del Siervo, la autoridad del Testigo y la paciencia de quien ama hasta dar la vida como el Pastor bueno. El cura sólo dará a los jóvenes lo que viva personalmente. De ese modo, su palabra no será palabrería que sermonea sino provocación que conducirá misteriosamente al convencimiento y a la confianza. Porque vive la esperanza para el más acá y para el más allá, porque es libre y vive la libertad de todo podrá servir la libertad para todos. Porque el sacerdote es humilde y vive la humildad que seduce y ya no pisa con estrépito podrá ofrecer y proponer con paciencia amorosa un proceso de crecimiento en la fe y se habrá ganado la autoridad por el testimonio y no sólo por el saber y la ciencia que le da un título o una función.
Junto a estas actitudes el presbítero también necesita una formación metodológica particular. El sacerdote que trabaja con jóvenes debe estar muy puesto al día, con sólida formación teológica y bíblica, espiritual, social y cultural, especialmente sensible a los nuevos lenguajes y nuevos métodos de ser y de comunicar, audiovisual, técnico. Ante una juventud bien equipada intelectual y culturalmente, al sacerdote no le basta con su santidad personal, sino que debe asistirle sabiduría y conocimiento para acompañar a una juventud suficientemente preparada. A su vez, un cura debe estar formado en el trabajo en equipo y ser conocedor de las técnicas de conducción de grupos, maestro en la escucha y el diálogo interpersonal, experto en resolución de conflictos, en la metodología de la revisión de vida y la lectura creyente. Un sacerdote que es acompañado en su propia vocación de modo sistemático, forjado como perito en mirar la vida en toda su hondura y que otea el horizonte a medio plazo. Capaz de leer los signos de los tiempos y analizar críticamente la realidad entresacando en toda circunstancia la presencia de Dios, incluso en aquello que anega la vida de los jóvenes. El sacerdote no puede descuidar la preferencia evangélica por los últimos y los pobres, porque en ellos está el corazón de Cristo y la credibilidad de su Iglesia.
El sacerdote es el vínculo natural de comunión eclesial de la comunidad cristiana y, particularmente, de los jóvenes con la Iglesia. Comunión con otros grupos de la parroquia o de la zona pastoral, de otros movimientos o grupos, de continuidad con la diócesis y con la Iglesia Universal. El grupo es una mediación eclesial, pero es la sucesión apostólica la que nos lleva plenamente a Jesucristo. Es el presbítero, con su ministerio propio, el que tiene encomendada esa tarea. Como actúa en nombre del obispo confiere a su tarea el vínculo de unidad eclesial, en la presidencia de los sacramentos, en la autoridad de quien rige y enseña.
La comunión que se asume por ósmosis es fruto de la experiencia de comunión previa que ha hecho el sacerdote en su propio corazón y en su devenir pastoral. Esta comunión se hace visible y operativa si el presbítero es cura con otros curas, si es sacerdote con otros sacerdotes en la plena comunión eclesial con el Obispo y el Papa. La comunión no es uniformidad, ni disciplina, sino amor que proporciona un vuelo de libertad en el amor a todos. La comunión no es sumisión; su registro no es la eficacia, sino la magnanimidad y el corazón universal. En tiempos de pluralidad –difícil en ocasiones- el cura es agente que ayuda o entorpece el reconocimiento de otros carismas y el ser reconocido en los propios; el que enseña otros valores, sensibilidades y formas de encarnar el evangelio y el cristianismo. El sacerdote que vive la comunión la comunica con naturalidad y vincula al grupo pequeño con la gran Iglesia.
- ¿Qué aporta el trabajo pastoral con jóvenes al ministerio sacerdotal?
¿Qué recibe un sacerdote que se emplea con los jóvenes de su parroquia? ¿Qué recibe el religioso o la religiosa que después de machacarse con un montón de horas de clase en su colegio, aún tiene valor para ocuparse de la vida de los chicos en su acompañamiento personal? ¿Qué le aportan los adolescentes al joven animador?
En una palabra, los jóvenes aportan una alegría que nadie nos puede quitar. La alegría del Espíritu, la alegría del Reino de Dios. Un cura, una religiosa, un animador no se mete en este berenjenal si no es por amor. De igual manera, el amor es el salario recibido y la alegría su expresión más visible. Trabajar con jóvenes te hace joven, pelear con adolescentes te mata y te recuerda que el que murió por amor, Jesucristo, quiere que mueras con él por amor. La caridad pastoral es el alma de todo apostolado. Sin ella abandonaríamos porque esta siembra es muy ingrata, fatigosa y poco reconocida. Sin nos falta el amor, no podremos seguir, pero el amor viene recrecido y probado.
El sacerdote tiene una oportunidad de oro, al trabajar con jóvenes, deconocer de primera mano la experiencia humana por su dedicación al acompañamiento. Más allá de lo que digan los libros, las encuestas y las teorías, el sacerdote conoce en cada joven, a la humanidad que empieza cada día en millones de nuevas vidas. Es una ocasión única para la actualización permanente, que le aguijonea en su formación personal. ¿Por qué son así? ¿Qué les diferencia, que les asemeja a los jóvenes de épocas anteriores? Conocer y escuchar el alma de un joven es un privilegio que nos ayuda al conocimiento personal, al encuentro misterioso con Dios. Cada Eucaristía, cada confesión, cada conversación interminable nos pone de frente al misterio humano y la capacidad que cada criatura tiene de encontrarse con la misericordia de Dios y con su infinito amor. Estar con jóvenes, como cura o como animador, es una catequesis permanente para no descuidar lo esencial.
La inmediatez de relación que exige la pastoral con jóvenes, la convivencia sin tapujos que trae consigo un campamento o una peregrinación hace que estemos a la intemperie, tanto entre los jóvenes como entre los animadores o ante otros sacerdotes, y que no podamos ocultar nuestra realidad más verdadera. Esta inmediatez física y social arranca del clero las máscaras habituales y propone un modo de vida más auténtico.
Por otra parte, ser cura con jóvenes es ocasión para mantener bien joven la propia vocación y el propio sacerdocio. Cuando un presbítero ofrece una propuesta vocacional sincera a un joven, cuando lo cuestiona y lo espolea está espoleando y cuestionando su propio seguimiento sacerdotal. Nadie invitaría al matrimonio si estuviera en fase de divorcio, si no le viera sentido a lo que está viviendo. Plantearle a un joven la posibilidad de la vida consagrada, del matrimonio o del sacerdocio sólo es posible cuando a su vez el propio consagrado o sacerdote vive con alegría su vocación y está convencido y renueva gustoso su seguimiento.
Hasta la salud del pastor se beneficia del trabajo con jóvenes. El ejercicio físico, el contacto con la naturaleza, el deporte, la actividad incansable nos exige como educadores estar en forma. Y eso siempre es bueno para la salud integral. El enriquecimiento cultural y social del trabajo pastoral con jóvenes al llevar consigo todas las dimensiones de la persona, enriquece y desgasta a un tiempo todos los registros del evangelizador, y a su vez los estimula.
- Propuestas para tiempos de intemperie
Resulta difícil encontrar vocaciones para el trabajo con jóvenes, y una vez halladas hay que cuidarlas porque el abandono y la deserción en este terreno pastoral es grande. Unos dicen que cuando te haces mayor no debes seguir; otros que los jóvenes cambian muy rápidamente y no estás al día, y que no los comprendes. Otros que no saben lo que hacer, porque parece que no se ven frutos. La mayoría acusan cansancio porque el proceso es largo y complejo. El caso real es que no hay muchos jóvenes en la Iglesia, pero aún hay menos agentes de pastoral y sacerdotes que se ocupen de ellos. Bastaría hacer cuentas de cuántos catequistas de niños y de jóvenes hay en activo y comparar las cifras. Bastaría comparar los agentes-animadores sociales, para enfermos, para liturgia y contar los que se dedican a los adolescentes y jóvenes. Pocas diócesis han liberado clero a tiempo completo para esta tarea.
Entrar de lleno en esta atención pastoral requiere para el sacerdote o el consagrado algunas atenciones preferentes que ayudarán a prevenir el cansancio y la deserción. Con toda humildad ofrecemos ocho pistas que ayudarían al cuidado personal y al sostenimiento integral del clero que se ocupa de este sector pastoral.
- Acompañamiento personal
No se puede sobrevivir como sacerdote sin confrontar la experiencia personal y sin revisar las vivencias propias. Dejarse acompañar es compartir lo que vivo, lo que siento y lo que me preocupa en la acción pastoral. Dejarse acompañar es pedir y recibir consejo de otro sacerdote, preferentemente de alguien con experiencia y ciencia mayor. El trabajo con jóvenes es expuesto y arriesgado, tanto o más que cualquier como el otro sector pastoral. Los jóvenes someten a una permanente exposición física, afectiva, intelectual y espiritual. ¿Dónde se descansa del cansancio? ¿Dónde se confían las pasiones prohibidas, los desconciertos y las ilusiones no siempre puras? El acompañamiento personal es un camino de humildad en la verdad: únicamente puede acompañar quien es acompañado. De suyo, el sacerdote joven es muy confiado y harto iluso y por ello necesita ordenar los propios afectos y serenar las nuevas experiencias generalmente deslumbrantes.
- Temple espiritual, vida de oración y de fe
Dice el Apóstol, “Todo lo puedo en Aquél que me conforta”. Sólo se sobrevive en la pastoral de juventud y en el ejercicio del ministerio con un temple espiritual probado en la oración y con una fe que crece y se purifica en las pruebas. El sacerdote que está con los jóvenes sólo puede mantener el tipo si ha encontrado a Jesús, y sintiéndose enviado por Él, se entrega y se desgasta. El amor a los jóvenes no se agotará si se fundamenta en la experiencia del amor inagotable que Dios nos tiene en su Hijo entregado en la cruz. Hay que hacer retiro, oración personal, hay que mantener el hábito de la presencia enamorada en el Señor de la Vida. Sólo siendo hombres de Dios podemos ser hombres para los hombres: la caridad pastoral se inflama en el amor de Dios.
- Estudio, reflexión y no sólo acción
Hay que bajar al fondo de las cosas. Más allá de una actividad extenuante, hay que vivir la acción de Dios con el ritmo pausado de su Reinado. Hay que pensar las actividades y no sólo sentirlas y llevarlas a cabo. Repensarlas en profundidad y en fe. Una acción irreflexiva, alocada o estresante, tiene muy corto recorrido. Es preciso ir a cursos, leer libros, suscribirse a todo tipo de publicaciones especializadas, escuchar la experiencia pastoral de otros lugares y de otras personas y grupos. El pastor reflexiona cuando el rebaño descansa para volver más tarde a la acción, después de recobrar fuerzas y aprender del error y del acierto.
- Trabajar en equipo con otros sacerdotes
La pastoral de juventud no es un asunto de francotiradores aislados, de líderes iluminados, y de protagonistas narcisistas. Sólo quien trabaje en grupo, aunque no sea el número uno, podrá sobrevivir en el tiempo y en el empeño. Cualquier tarea proyectada en comunidad y en equipo es más lenta, pero más completa y perfecta. La acción pastoral, por ser eclesial, requiere ser proyectada, realizada, coordinada y revisada en comunidad.
Especialmente para los presbíteros diocesanos el trabajo en equipo es un desafío enriquecedor imprescindible. El proceso pastoral con jóvenes es lento y largo y a veces ocupa una década. Esta tarea no puede estar sometida a un nombramiento, generalmente breve los primeros años, o a una persona con sus particularidades. Trabajar en equipo es la prueba decisiva de la eclesialidad y de la coordinación sacerdotal. Esta es una habilidad necesaria para modelar el carácter, para suplir las deficiencias y para expresar la novedad del evangelio.
- Respaldo institucional
El ejercicio del gobierno de los Obispos y de los superiores mayores es determinante en la experiencia del pastor que trabaja con jóvenes. Ellos no están en primera línea, pero con sus criterios últimos, con sus decisiones en nombramientos, con los recursos ofrecidos y con su comunicación fluida resultan ser decisivos. Para una religiosa o para un sacerdote es clave el apoyo institucional. No sólo es necesaria la felicitación o el reconocimiento, incluso la corrección fraterna es importante. Lo esencial es que el cura, el religioso, el animador y el propio joven experimenten que no están solos.
- Comunicación con las familias y con otros sectores de la acción pastoral
En Pastoral de Juventud, para sobrevivir como cura hay que trabajar codo a codo con algunos padres y madres, contar con su apoyo y mantener una estrecha comunicación. Algunos chavales no quieren que sus padres formen parte del equipo de educadores, ni que sean voluntarios en un campamento, o que presten apoyo en una peregrinación, pero para los animadores y para los presbíteros son una figura clave. Se trata de otros adultos, que ofrecen un papel insustituible manifestando el rostro comunitario y eclesial haciendo salir del gueto a la pastoral de juventud.
En la misma dirección es imprescindible que toda la parroquia, que todo el colegio, que toda la comunidad se implique en la tarea que hacemos, que la conozca y la valore. Cuando los jóvenes salen de su gueto y la pastoral de juventud se normaliza, el sacerdote y los jóvenes salen beneficiados. ¿En cuántas parroquias hay jóvenes en el consejo pastoral?
- Prudencia pastoral y ardor apostólico
El cristianismo es un acontecimiento de amor, de amor excesivo que supera el límite de la razón y de lo políticamente correcto. En ese amor desbordado hay que situar la prudencia pastoral y el ardor apostólico imprescindible para el cura que trabaje con jóvenes. Seguir a Jesús es comprometido, pero seguirlo como Cabeza y Pastor que sirve a los pobres requiere de una particular locura. Sólo en plena identificación con Jesucristo –amor hasta el extremo- encontramos el ardor necesario para perseverar en el encargo.
- Trabajar con método, establecer procesos
El orden y el proceso pastoral ayuda y salva. El programa educa, establece plazos, y prioridades y mantiene la dirección adecuada. Muchos sacerdotes quieren caminar, pero no saben adónde ir. Están claras las finalidades últimas, pero no aciertan en los plazos y objetivos intermedios, clave de todo proceso pastoral. Cuidan excesivamente el aquí y el ahora, pero no el día de mañana ni el referente último. Lo decisivo para sobrevivir es marcar una ruta, y si fuera posible, ceñirse –con creatividad y constancia- al itinerario previsto.
JUAN CARLOS GARCÍA DOMENE
jcgd@um.es
[1] Sobre el papel del sacerdote en la Pastoral de Juventud convendría recordar lo que propone el Proyecto Marco de Pastoral de juventud de la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar tituladoJóvenes en la Iglesia, cristianos en el mundo que fue publicado en 1992 y que ha sufrido una revisión en profundidad que concluyó en 2007 y que ha visto la luz con el título Jóvenes en la Iglesia, cristianos en el mundo en el Tercer Milenio. El documento se gestó desde la experiencia de muchos años y de muchas personas que en comunión y coordinación eclesial lo trabajaron hasta convertirse en referente eclesial oficial. Como nota curiosa, podemos recordar que Fidel Mateos, joven salmantino de 25 años, lo entregó a Benedicto XVI en el transcurso de la XXIII Jornada Mundial de la Juventud en Sydney en el transcurso de un almuerzo con jóvenes de todo el mundo