De los raperos a los rapados

1 marzo 1997

[vc_row][vc_column][vc_column_text]Íbamos acostumbrándonos a los ritmos de los raperos y de repente nos han llegado el silen­cio y los signos de los rapados. Se parecen en algo: todos son jóvenes y cantan y cuentan que algo no va bien o puede ir mejor.
 
– Los raperos salieron a la calle con sus movimientos mecanizados, el corazón caliente y la cabeza fría y el cuerpo en continuo zigzag. Ahora deambulan por la ciudad y cantan al ritmo de los coches entre los que caminan. Habitan en la noche y viven al día. Los raperos son los nuevos juglares, un poco mecanizados como el tiempo que les ha tocado vivir y reflejar. Cuentan historias cercanas y cantan canciones ciudadanas, reflejo de las historias no com­partidas pero similares, espejo de las vivencias comunes, fogonazo de las últimas ilusiones. Son pocos, pero representan a muchos. Algunos se raparon el pelo y se convirtieron tam­bién en rapados.
– Porque mientras los raperos siguen en su mundo, ese laberinto ciudadano en el que gozan de aparente y total movilidad, nos van invadiendo los rapados: jóvenes con el pelo cortado a cero como si adivinasen un tiempo de catástrofes e inaugurasen un tiempo de penitencia ante una peste imprevista. Es otra minoría, pero significativa: ahí están futbolistas como Iván de la Peña, Ronaldo, Roberto Carlos, Hierro… Y algunos cantantes. Y numerosos juga­dores de baloncesto, especialmente negros, que pueden estar en el origen de esta moda.
Ahí estuvo el contrapunto trágico y enigmático de la princesa Carolina de Mónaco, antes de cumplir los 40, que apareció fugazmente con la cabeza rapada a lo deportada judía de la Lista de Schlinder.
Ahí están también muchos seres anónimos y algún famoso cuando han sido visitados por el sida, como si estuviesen tocados por una peste por nadie asumida pero por todos -y sobre to­do por ellos- reconocida.
En otro orden muy distinto y por muy diferentes causas, ahí siguen los skinheads o cabeza­peladas, quizás también de cabeza vacía por dentro o llena de miedos, fobias e indefensiones.
En todo caso y en poco tiempo, muchas personas, especialmente jóvenes, se han apuntado a esa moda y han pasado de los pelos largos al pelo al rape. ¿Qué puede significar todo eso? ¿Es una forma de llamar la atención como en otra época lo fueron los pelos largos? ¿Son ra­paduras para superar toda distinción o son una forma de distinguirse? ¿Es pura comodidad o señala también una previsión colectiva? ¿Son afeitados penitenciales ante lo que se adivina o se teme?
El caso es que ahí están con su cabeza igualitaria y penitencial. Todo un signo para interpre­tar y actuar.

Cuaderno Joven

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