[vc_row][vc_column][vc_column_text]Perdóname por ir así buscándote
tan torpemente, dentro
de ti.
Perdóname el dolor, alguna vez.
Es que quiero sacar,
de ti tu mejor tú.
Ese que no te viste y que yo veo,
nadador por tu fondo, preciosísimo.
PEDRO SALINAS
Pretexto: Santiago ‘99
El año santo compostelano —y la aproximación al 2000— son el pretexto de este número de Misión Joven para hacer un guiño que conduzca la mirada más allá o, mejor, más adentro.
Antaño el Camino de Santiago sirvió para sembrar el encuentro entre personas y pueblos. Hogaño, sin duda, aquella sementera conserva la sonoridad de símbolos primordiales, como el camino o la peregrinación, que nos remiten a cuanto está delante y nos empujar a buscar.
El camino de la vida, el camino de la fe o el éxodo que llevan dentro todos los procesos de educación y crecimiento engarzan perfectamente con este pretexto. Estamos ante un año —de peregrinaciones, de símbolos hablantes…— particularmente propicio para la pastoral juvenil o para la praxis cristiana con los jóvenes.
Contexto: las encrucijadas del camino
Este pretexto se quedaría en simple excusa para hacer, en el mejor de los casos, muchas actividades con los jóvenes, si no asumimos, si no encaramos la realidad del contexto que vivimos.
Refiriéndonos a la vida como camino, lo menos que cabe decir del contexto es que nos encontramos ante una encrucijada, ante tal variedad de caminos y tal disparidad de direcciones que… ¡uno no sabe por donde tirar!
El momento que vivimos, por eso, nos tiene a todos un tanto confundidos y a la intemperie. De ahí que la tentación de inventarse falsos refugios esté a la orden del día.
En la Iglesia y en la pastoral, concretamente, da la impresión que las intuiciones más claras del concilio Vaticano II caen en el olvido, y tornan las viejas consignas de reclusión en «cuarteles de invierno».
Texto a reescribir: utopía y profecía
Una Iglesia que, dominada por el miedo, gire simplemente en dirección a la ortodoxia, se incapacita como compañera de viaje de los hombres, pierde su libertad y pervierte su sacramentalidad.
Tenemos que volver al camino del Vaticano II o de la Evangeli Nuntiandi, compartir profundamente “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo” (GS 1), interrogarnos constantemente acerca de si somos “más o menos aptos para anunciar el Evangelio y para inserirlo en el corazón del hombre con convicción, libertad de espíritu y eficacia” (EN 4).
Nos corresponde una particular responsabilidad, como a cada una de las generaciones del Pueblo de Dios, «reescribir el Evangelio» para los hombres, para los jóvenes de hoy. Y esta empresa pasa por una Iglesia de la utopía del Reino, como horizonte que lo impregna todo, y del profetismo de la acogida incondicional como método. Sólo una Iglesia samaritana y habitable estará en disposición de caminar codo con codo junto a los hombres de nuestro tiempo, porque sólo así resultará, a la par, compañera y refugio de caminantes.
Textura: una «misión» siempre joven
En el caso de los jóvenes, es de vital importancia atender a la textura de la Buena Noticia que pretendemos anunciarles en su propia encrucijada. La pastoral o la praxis cristiana con jóvenes, dicho casi telegráficamente, debe estructurarse como camino de humanización y educación en la fe en torno a proyectos e itinerarios concretos cuya raíz debe encontrarse en la vida cotidiana.
Como sugiere el poeta, aunque sea torpemente, habrá que buscar dentro —«para sacar de ti tu mejor tú»—, hemos de ser capaces de creer descaradamente en ellos y ellas —sacar el tú… «ese que no te viste y que yo veo, / nadador por tu fondo, preciosísimo»—, en fin, tendremos que mantener permanentemente joven ésta y el resto de las misiones que entrelazan con los jóvenes. Lo intentamos de nuevo este año. ¡Feliz 1999!
José Luis Moral
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