ACOMPAÑAR A LOS JÓVENES EN LA VIDA DIARIA
José Miguel Núñez, es salesiano, Doctor en Teología, profesor del centro de Estudios Teológicos de Sevilla y Delegado de Pastoral Juvenil de Andalucía Occidental y Extremadura.
Resumen del artículo:
El autor nos da una serie pistas en positivo para orientar el acompañamiento personal de jóvenes, basándose sobre todo en el sistema del fundador de los Salesianos, Don Bosco, que se podría resumir con ese icono de todo acompañante cristiano que es Jesús Resucitado en el camino de Emaús.
- ACOMPAÑAR
Maestro bueno…, ¿qué tengo que hacer de bueno para ganar la vida eterna?» (Mt 19, 16). El joven protagonista del relato evangélico se acerca hasta Jesús atraído, probablemente, por la fuerza de la propuesta de vida del galileo. La seducción de sus palabras y la transparencia de su mirada han ganado la confianza de aquel joven que anhela para su propia vida nuevos senderos de autenticidad y madurez. Quizás haya comprendido que la vida hay que vivirla sin medianías y que vale la pena apostar por un proyecto entusiasta merecedor de la adhesión sincera del corazón.
El diálogo con Jesús es iluminador. Más allá de la respuesta y de la enseñanza que el evangelista nos quiere transmitir, es importante acoger la dinámica de la escena. La confianza del joven que se atreve a dirigirse al Maestro con corazón disponible, encuentra la acogida y la respuesta atenta y afectuosa de su interlocutor. Ante la nobleza de la interpelación y descubriendo la anchura de su mirada, Jesús apunta lejos y abre horizontes.
Encontrarnos aquí, en la sobriedad del relato, elementos iluminadores para la reflexión que queremos afrontar. En efecto, acompañar a los jóvenes en procesos personales tiene como clave el encuentro y como meta el crecimiento y la madurez de la persona a la que se le muestra y se le posibilita el acceso a la experiencia de Dios.
1.1. ¿Qué queremos decir cuándo decimos «acompañamiento»‘?
Muchos son los equívocos a los que nos enfrentamos cuando hablamos de acompañamiento. No podemos identificar el acompañamiento simplemente como una acción pedagógica del que sigue, desde la distancia, las acciones de un grupo, las etapas que cubre o los objetivos que alcanza. Ni, por el contrario, podremos entender el acompañamiento como el «intervencionismo» de quien, sin implicarse demasiado, da indicaciones a otro desde su experiencia con talante más o menos directivo.
Por otra parte, en nuestra praxis pastoral, el acompañamiento debe ir mucho más allá de la sintonía con los jóvenes o del buen ambiente del que a veces nos hacemos eco cuando nos preguntamos cómo van las cosas. Sin duda, serán necesarias ambas condiciones (y de ellas hablaremos más tarde), pero serán a todas luces insuficientes si queremos alcanzar al destinatario más allá de un colegueo que termina, desde el punto de vista pastoral, siendo estéril. Me hablaba un director de un colegio hace unas cuantas de semanas de lo peligroso que era la pastoral del «¡jo, tío!». Se refería a la presencia de los animadores o educadores en medio de los jóvenes que se agotaba en el echar el brazo por encima del hombro del joven de turno y exclamar «¡jo, tío!» mientras se bromeaba con cualquier historia y se estallaba en risas. Naturalmente, se entiende que la amistad y la cercanía con los jóvenes es imprescindible en nuestra praxis pastoral, pero ésta debe ir más allá al hacerse propuesta personal que ayude a crecer y señale nuevos horizontes en la vida de la persona. Confundir la cerveza y el buen rollo con un nuevo estilo de acompañar a los jóvenes que se nos confían sin lograr dar otros pasos es un equívoco demasiado instalado, a mi juicio, en el subconsciente colectivo de muchos animadores y agentes de pastoral juvenil.
Entonces, ¿qué queremos decir cuando decimos «acompañamiento»? Acompañar significa hacer camino con el otro, desde el encuentro personal, en el itinerario que cada cual va recorriendo sin perder de vista el horizonte que juntos quisiéramos alcanzar. Tal horizonte, en clave creyente, no es otro que «la estatura de Jesucristo» como plenitud de lo humano. Se trata pues, de ayudar a los jóvenes a ser auténticos «discípulos de Jesús» que, identificados con su Maestro, hagan suyo el proyecto del Reino.
Así, la experiencia del acompañamiento requiere varias condiciones: un esfuerzo por parte del educador que Personaliza y pone en el centro al joven concreto; la confianza generada que posibilita la apertura del corazón; las actitudes pedagógicas adecuadas que hacen del educador un maestro que camina junto al joven; el horizonte hacia el que caminar desde la realidad concreta en la que el joven se encuentra.
- 2. Acompañar… ¿desde dónde? ¿hacia dónde?
Acompañar es hacerse cercano al otro para compartir el sendero que se ha de recorrer en el crecimiento y la maduración de la propia persona. En esta tarea, se han de descubrir las actitudes que posibilitan el caminar juntos para que el joven, con el apoyo incondicional del acompañante, pueda alcanzar horizontes de mayor madurez en todas las dimensiones de su persona, pueda dar pasos en su experiencia de fe y logre abrir espacios que posibiliten la opción vocacional.
Acompañar desde la experiencia requiere asumir corno punto de partida la realidad en la que vive el joven. Desde la situación en la que éste se encuentra, el acompañante ha de saber acoger a la persona, iluminar su situación vital y estimular las motivaciones necesarias para hacer surgir las actitudes que posibiliten el crecimiento. Como punto de partida, la experiencia no podrá nunca dejarse atrás. Por el contrario, es siempre el punto de referencia inexcusable desde el que contrastar los pasos dados y alentar el esfuerzo hacia el horizonte que alcanzar.
Acompañar, pues, desde la vida. No podemos hacer del acompañamiento un momento artificial alejado de la realidad que viven las personas. Por el contrario, es necesario cuidar la cercanía y el encuentro desde la realidad cotidiana con sus tonos grises y su colorido habituales.
¿Hacia dónde? Hacia la maduración de la persona, hacia la experiencia cristiana de Dios auténtica y veraz, hacia la unificación de la persona en torno a los valores centrales del Reino, hacia el hombre nuevo en Cristo. En este itinerario, la oración personal, el discernimiento y el compromiso evangélico son aprendizajes que incorporados al estilo de vida del joven le permitirán alcanzar la madurez de un proyecto unificado y asumido con libertad.
- 3. Una palabra sobre el acompañante
Mucho más que un encuentro personal, acompañar exige la proximidad del que camina junto a otro compartiendo la vida. El acompañante será, pues, un adulto creyente, maestro en el arte de la acogida y del encuentro que ayuda a levantar la mirada del estrecho metro cuadrado que rodea al joven e invita a mirar lejos para descubrir nuevos senderos por los que caminar y nuevos horizontes que alcanzar.
Entrañablemente cercano y simpático, el acompañante cuenta con la sonrisa franca del que sabe hacerse querer y hace entender al otro, sin estridencias, que es importante para él. El cariño sincero dispone el corazón y libera cualquier cerrazón. Ganar el corazón es disponer al joven para superar dificultades y asumir responsabilidades desde la confianza v la autoestima.
El acompañante ayuda a crecer sin ataduras, en libertad. Mantiene siempre su puerta abierta y su disponibilidad a punto para la atención y la acogida. El tiempo es siempre del otro y las prisas o el mucho quehacer no son obstáculos para la escucha y la atención. Como educador, vive el encuentro desde la aceptación incondicional del joven y busca siempre la empatía con su realidad personal cultivando la comprensión y el diálogo.
Testigo de la fe, sabe anunciar con paciencia la buena noticia de Jesús de Nazaret, respetando los ritmos del joven que se le ha confiado pero sin dulcificar la propuesta evangélica.
El acompañante es un narrador de la vida. Ha aprendido a narrar el acontecimiento de Jesús, para la vida y la esperanza de las personas. Se ha sentado muchas veces en torno a las brasas encendidas y, en el frío de la noche, ha contado a otros sus historias, poniendo fuego en el corazón. Desde el esfuerzo por la coherencia personal, trata de vivir con honestidad cuando anuncia desde la sencillez y la humildad del que se sabe todavía en camino. Apunta siempre alto y alienta el esfuerzo en medio de la fatiga del camino, consciente de ser más compañero de viaje que espectador del proceso.
2. ACOMPAÑAR A LOS JÓVENES
Hablar de los jóvenes es siempre arriesgado si queremos ir más allá de los cuatro tópicos habituales. No es éste el lugar para presentar los rasgos de la tipología juvenil de estos inicios del siglo XXI. Pero sin perder de vista las aportaciones de la sociología en el estudio de la realidad juvenil y con la mirada puesta en la experiencia de nuestro trabajo con jóvenes, nos planteamos algunos interrogantes en relación al acompañamiento.
- 2. Los jóvenes ¿se dejan acompañar?
Aunque hace algún tiempo en nuestra pastoral juvenil hubo una inflación de acompañamiento, sin embargo, constatamos la dificultad en el acompañar a los jóvenes en estos años recientes. La distancia generacional, el alejamiento del mundo juvenil, la fractura entre las demandas de los jóvenes y las posturas eclesiales, la inmediatez de la vida diaria que para los jóvenes se traduce en la apuesta por valores finalistas sin la necesidad de valores instrumentales, el convencimiento de la autoconstrucción libre de la persona y la poca valoración de las mediaciones… son sólo algunas de las dificultades con las que los educadores nos encontramos a la hora de proponer caminos de largo recorrido en la maduración personal.
Sin embargo, parece que la realidad juvenil actual -en constante movilidad y sujeta a variados cambios- está propiciando también mejores condiciones para el acompañamiento personal. En efecto, la confusión en la que muchos jóvenes viven, la sensación de inseguridad ante el mundo adulto, la incertidumbre ante un futuro nada claro en lo laboral y en la inserción social, la experiencia de la soledad aún en medio de la vorágine de movidas y colegas, la pérdida del sentido de trascendencia que propicia la sociedad secularizada y pluralista… son el caldo de cultivo que genera la necesidad de apoyos emocionales y afectivos aunque no siempre emerjan de forma consciente.
Además, la marginalidad de las grandes cuestiones, a las que la cultura tardomoderna parece orillar, hace necesario el suscitar preguntas en la vida de los jóvenes. El educador-acompañante debe Perforar la dura corteza de la vida cotidiana para hacer emerger interrogantes que el ritmo diario y la propuesta de una cultura de la banalidad parecen obviar.
Los jóvenes tienen capacidad para preguntarse por el sentido de la propia vida y plantearse la necesidad de un proyecto que unifique su historia. Pero es necesario hacer surgir, desde la realidad personal y social en la que se vive, las preguntas adecuadas en el momento justo. He aquí la maestría del educador que, desde la cercanía, ayuda a dirigir la mirada más allá y más a fondo de la aparente superficialidad en cuyas aguas navega la vida.
Me parece percibir mayor disponibilidad en los jóvenes al encuentro y al acompañamiento que hace algunos años. Pienso que hay buena tierra
dispuesta para ser removida y cultivada con mayor esmero. En este tiempo de modelos banales y de chabacana basura confundida con la cultura, se buscan maestros que ofrezcan alternativas y, desde la cercanía, sepan proponer caminos nuevos en los que encontrar respuestas más convincentes y modelos de referencia más creíbles para la propia vida.
- 2. La acogida, la aceptación incondicional y la libertad
Los jóvenes son especialmente sensibles a estas actitudes en el encuentro con el educador-acompañante. Son, de hecho, la puerta para cualquier experiencia de acompañamiento.
Puede parecer obvio, pero no es demasiado habitual en nuestra propuesta pastoral y en los diferentes ambientes eclesiales. Pienso que es necesario un mayor cuidado de la acogida en nuestras iniciativas pastorales y en los encuentros personales. En efecto, los jóvenes reclaman la aceptación y la acogida como valores que están demasiado ausentes de la vida diaria y que, sin embargo, parecen determinantes para la realidad personal. La sonrisa acogedora, el tiempo disponible, el dar más importancia a las personas que a las cosas que hay que hacer, deben ser algunas de las actitudes más cuidadas en nuestra presencia educativa en medio de los jóvenes. La pastoral juvenil necesita espacios de acogida donde las personas encuentren receptividad y atención a sus demandas sin reproches ni rechazos.
La aceptación incondicional del joven es, además, una de condiciones para el diálogo franco que genera confianza y abre el corazón. Sin prejuicios, el educador se sitúa ante la realidad del joven con disponibilidad y apertura, posibilitando que se creen espacios interiores de libertad y confianza en la persona. En el encuentro personal, la apertura del joven que comunica y hace participe de su situación personal al acompañante ha de verse correspondido con el talante amable y receptivo de éste, siendo capaz de transmitir serenidad y confianza. Es entonces cuando surgirá en el joven la actitud de acogida, de escucha y la disposición al cambio, al esfuerzo y al compromiso personal.
En todo este proceso, la libertad de la persona debe salvaguardarse por encima de todo. No se pueden forzar el encuentro ni los procesos. En todo momento, la iniciativa es del joven que se descubre como protagonista del camino emprendido. El educador, que acompaña en su mismo servicio educativo-pastoral, está disponible para el encuentro personal y para dar pasos hacia un mayor compromiso en el itinerario que recorre cada joven que se le confía. El encuentro se provoca cuando la libertad del joven se encuentra con la disponibilidad, la cercanía y la acogida del acompañante.
- 2. Protagonistas de su propia historia
He aquí una de las claves del proceso de acompañamiento. Nadie puede suplir la tarea ineludible de la construcción de la propia persona. Así, el acompañante es enormemente respetuoso con el proceso de la persona que acompaña y jamás podrá sustituir la iniciativa personal ni crear dependencias en la toma de
decisiones. Por el contrario, el educador-acompañante debe ser punto de referencia que ayude a contrastar, ilumine las situaciones y apunte diversos caminos a recorrer, dejando al joven que sea él mismo quien haga sus opciones, tome sus decisiones y madure sus respuestas.
El joven ha de ser auténtico protagonista de su propia historia y tomar las riendas de su vida en las manos. Esta convicción exige al acompañante no forzar ritmos, cultivar la paciencia y aceptar las opciones realizadas con disponibilidad siempre a la acogida aún en las equivocaciones. Éstas, desde una lectura positiva y acompañada, pueden resultar madurativas y deben ser asumidas por la persona como parte del camino.
No tienen cabida, pues, en un acompañamiento auténtico y responsable, actitudes de dependencia, proteccionismo o directividad. Hay que cultivar más bien la relación de ayuda desde la libertad, situando al joven ante la responsabilidad de la autoconstrucción de la propia persona y apuntando horizontes que alcanzar, compromisos que asumir y actitudes a conquistar. En este proceso, el proyecto personal de vida puede tener una importancia decisiva.
- ACOMPAÑAR A LOS JÓVENES EN LA VIDA DIARIA
En la praxis pastoral con jóvenes, el estilo salesiano nos aporta elementos decisivos que caracterizan nuestra manera de ser y estar en medio de ellos y pueden contribuir al acompañamiento. Entendemos al educador-pastor como aquel que acompaña en la vida diaria los procesos madurativos de los jóvenes que se le confían en la escuela, en los oratorios y centros juveniles , en la parroquia, en los diferentes proyectos para jóvenes en dificultad o en el grupo de educación en la fe. En todos los casos, el punto de partida es la persona -sea cual sea la situación en la que se encuentre-, y la meta es su maduración humana y cristiana en el desarrollo integral de todas sus potencialidades.
Con este telón de fondo, la praxis salesiana nos ofrece algunas pautas para el acompañamiento personal de los jóvenes sobre los que reflexionamos brevemente a modo de círculos concéntricos.
- 1. El ambiente y la presencia
Para Don Bosco fue siempre importante, en su planteamiento educativo, la creación de ambientes positivos que contribuyesen a liberar los recursos constructivos de los jóvenes. El criterio de la preventividad nos compromete a los educadores a cuidar ambientes donde el joven se encuentre a gusto, acogido, libre de presiones y donde pueda encontrar elementos que le motiven y ayuden a asumir actitudes liberadoras y constructoras de la propia persona. En ambientes así, la presencia del educador-acompañante se hace cercana y entrañable, atenta y acogedora. Por eso es tan importante en nuestra acción pastoral estar en medio de los jóvenes siendo educadores en todo momento. La presencia preventiva no es opresora ni restrictiva, por el contrario, cultiva la familiaridad que hace surgir el afecto sin el que no se puede generar la confianza.
¿Se acompaña desde el «ambiente»? Naturalmente que sí, aunque no es suficiente. Es un primer círculo que posibilitará el camino hacia el encuentro y el acompañamiento personalizados.
- 2. Las intervenciones educativas y la «palabra al oído»
Nuestra manera de estar en medio de los jóvenes no es sólo la del ¡jo, tío!, sino la presencia del educador-pastor que busca siempre el bien de los jóvenes y busca recursos para liberar las fuerzas interiores de la persona.
Así, algunos elementos de la praxis salesiana nos ayudan a adentrarnos en un segundo círculo concéntrico que tiene como destinarios todavía al grupo. Las tradicionales «buenas noches» (o «buenos días» o «buenas tardes»), en las que el educador dirige la palabra con simpatía al grupo de jóvenes que tiene delante tratando de partir de la vida -de cuanto han compartido- para iluminar la vida, son un recurso de primer orden que hace explícito el talante educativo del acompañante. Dígase lo mismo de la intervención en el aula más allá de la explicación matemática, de la palabra adecuada en el momento justo, de la reflexión oportuna cuando la ocasión lo requiere.
Junto estas intervenciones educativas, Don Bosco entendía la palabra al oído como la oportunidad y el momento adecuado para acercarse personalmente al joven y provocar el diálogo, haciéndole llegar un mensaje positivo. Superadas distancias epocales, lo cierto es que el educador-acompañante rompe el anonimato cuando personaliza su atención. Los jóvenes son especialmente sensibles a este dirigirse personalmente a ellos con la cercanía y la acogida propias del amigo al que no le pasan desapercibidas las situaciones que preocupan y no deja pasar la oportunidad de animar o alentar.
El joven debe percibir que es importante para el acompañante y que el afecto se expresa en la sencillez del encuentro, la palabra amable y el interés por aquello que vive, le inquieta, busca o anhela. El acompañante no es un profesional que se juega la eficacia de su tarea en horarios convenidos y formularios sabiamente elaborados, sino un educador vocacionado que pone en juego sus mejores recursos para abrir espacios de libertad y responsabilidad en la vida del joven. La palabra al oído se traduce, pues, en la cercanía del gesto y la palabra educativa en situaciones no formales que desbloquean y ganan el corazón porque están cargados de afecto y apuntan siempre hacia la escucha y el estímulo.
- 3. El encuentro personal y el proyecto de vida
Si la palabra al oído se produce en lo espontáneo de la vida diaria como recurso de cercanía y de camino hacia la personalización, ésta posibilita –en el ambiente adecuado- el tercer círculo: el encuentro personal y el diálogo franco y abierto. Es en el coloquio donde el acompañante alcanza el mayor grado de personalización en su intervención educativa. Los jóvenes exigen un acompañamiento que les ayude a madurar humanamente, que les posibilite la personalización de la experiencia de la fe y que ofrezca elementos para la maduración vocacional.
El diálogo frecuente del acompañante con el joven cristaliza cuanto el ambiente y las intervenciones educativas han ido apuntando en la vida diaria. Así, el encuentro personal no está alejado de la vida ni se plantea como un paréntesis. Por el contrario, en los momentos de coloquio expresado en términos de relación interpersonal, aparece la vida con su colorido y sus tonos grises. El acompañante, que no está ausente de la vida del joven, tiene una mirada ancha sobre la realidad que te permite intuir, detectar, conocer, apuntar, sugerir elementos que puedan ayudar a iluminar y transformar la vida.
El joven ofrece su disponibilidad y su apertura que sólo es posible porque se ha generado confianza y afecto en el entrelazarse de la vida cotidiana y encuentra el eco necesario en la acogida, la paciencia y la comprensión del educador. En este «poner la vida en juego», el joven es receptivo a las sugerencias e indicaciones de quien le acompaña siendo protagonista de la propia vida.
El instrumento necesario para recorrer el camino de maduración que hemos indicado es el proyecto personal. El proyecto de vida se configura desde la voluntad de autenticidad de la propia persona y con una buena dosis de libertad. El joven debe ser consciente de su situación personal, del momento del camino en el que se encuentra y del itinerario que quiere recorrer. Contrastado con su acompañante, encuentra en el diálogo frecuente pistas para la propuesta y la revisión de sus elementos. Cuidado y seguido, el proyecto personal de vida se convierte en un recurso pedagógico eficaz que ayuda, en el esfuerzo por madurar y crecer, a abrir cauces y apuntar horizontes en cada tramo del camino.
4.¿De qué habláis por el camino?
El relato de Emaús nos ofrece un auténtico camino pedagógico para el acompañamiento de los jóvenes. Volver la mirada hacia esta experiencia de fe pascual nos ayuda a concluir nuestra reflexión con algunos elementos muy sugerentes para la praxis pastoral.
En el sendero hacia la maduración y el crecimiento integral de los jóvenes, compartiendo la vida junto a los caminantes, Jesús Resucitado se hace presente poniendo fuego en el corazón. La escucha de la Palabra y la Fracción del Pan como elementos centrales en la vida diaria de los jóvenes y en la de aquellos que les acompañan provocan el encuentro con el Viviente. Su presencia, narrada también en la vida de los testigos, compromete e invita siempre y constantemente a volver a Jerusalén, el lugar donde se da la vida y se da toda. Presencia cercana y confianza, anuncio y acogida de la buena noticia desde la vida, invitación a la escucha de la Palabra, iniciación y profundización en la celebración cristiana, compromiso… elementos que configuran la propuesta pedagógica y que deben ayudar a los jóvenes a alcanzar la estatura de Jesucristo, plenitud de lo humano.
Jesús se hace compañero de camino. Es el mejor acompañante. Su vida y su palabra para la vida del mundo alientan la esperanza de cuantos, de la mano, recorren veredas de autenticidad en la propia historia. Acompañar a los jóvenes en la vida diaria es hacer camino hacia Emaús, icono de la comunidad cristiana que madura la fe en el encuentro cotidiano con el Señor Resucitado y anuncia a todos la buena noticia de Dios. En esta tarea, acompañar a otros es recorrer juntos el sendero siempre nuevo de la vida que es Cristo.