Maestro, ¿dónde vives?
Estamos comenzando un nuevo curso (ya sea escolar o catequético) y la pregunta es la misma de todos los años… No obstante y aunque la respuesta también es similar (véase Buena Noticia, en Jn 1,37-39), esta vez, en esta ocasión, para ti, profesor de Primaria o de Secundaria; para ti, catequista de niños de Primera Comunión o de jóvenes de Confirmación; o para vosotros, comunidad educativa de un colegio o de una parroquia, la respuesta va a ser diferente, pues os vais a encontrar cara a cara con el Maestro. Este encuentro cambiará vuestras vidas como discípulos de Cristo, transformará vuestro trabajo como educadores en la fe y mejorará vuestra relación con los chicos que el Maestro os ha enviado…
Educador, educadora: Jesús se encuentra al otro lado del hilo de tu corazón.” Ante la pregunta “¿Maestro, dónde vives?”, abre bien los oídos y el corazón… ¡El Maestro te responde!
- En tu mismo colegio o parroquia (no preguntes al secretario o al párroco). Mi nombre no suele aparecer en la base de datos. Todos los años suele traspapelarse entre los nombres de tus chicos… ¡Fíjate bien!
- En tu grupo. Ya, ya sé que te estás imaginando que es mucha casualidad. Pero lo que para ti es casualidad, para mí es causalidad… ¿El motivo? Lo mucho que te quiero, lo mucho que confío y espero de ti.
- Entre tu comunidad parroquial o equipo educativo. No, no, ni el director ni el coordinador ni el que más éxito tiene entre los muchachos… Estoy en todos a la vez (hasta en el que peor te cae). De cada uno de ellos puedes extraer un tesoro, una enseñanza… ¡Haz la prueba!
- En la materia que impartes, ya sea Matemáticas, Religión o Educación Física; ya sea catecismo de postcomunión, sacramento de Confirmación o cursillos prematrimoniales… Convierte el manual, los apuntes, las dinámicas en Buena Noticia y te encontrarás conmigo.
- En los recreos, en los pasillos, saliendo de tu parroquia o entrando en tu colegio… ¿O qué pasa, que cuando toca el timbre, cuando se acaba la hora, me encierras en el armario de los cachivaches?
- En tus éxitos, en tus alegrías, cuando consigues tus objetivos. Ah, no quieras localizarme en el aplauso o en la palmadita en el hombro. Busca, mucho mejor, en tu corazón y experimenta mis caricias, mis abrazos, mi reconocimiento… En definitiva, la felicidad que surge al acercar, desde el anonimato, la sencillez y el trabajo bien hecho, mi Reino entre tus chicos.
- En tus fracasos, sí, sobre todo en tus dudas, en tus días de “mejor no haberse levantado” o en tus noches en vela… Ahí es donde me hago más presente… En esas situaciones, coge mi mano, aférrate fuertemente a mi corazón y no olvides que somos socios, que caminamos juntos.
- En tu hogar, en tu familia, en tus amigos… También en lo extracadémico, en lo extraparroquial me puedes y me debes buscar. Si después de un día de clase o después de una sesión de catequesis, en tu corazón no resuena el nombre y la vida de tus chicos…, algo va mal, algo no funciona.
- En tus muchachos, sobre todo en los más pequeños, en los más débiles, en aquellos que más necesitan de tu ayuda, de tu tiempo, de tus capacidades; también en aquellos que te estropean las clases o la catequesis… Sí, sí, en aquellos en los que respiras plácidamente cuando no están… Es en tus jóvenes más necesitados donde mi presencia se hace más visible, se torna más cercana.
- En el silencio de tu corazón. Cuando estamos a solas y me hablas de cada uno de ellos. Cuando conviertes tu oración en un canto a la vida a dos, a tres… o a quince voces.
José María Escudero