Decepcionados de Dios

1 mayo 2009

Carta a todos los decepcionados en el camino de la vida

Álvaro Ginel
 
Querido amigo
 
Quizás tengas experiencias de decepción en la vida. Tú sabes que nos decepcionan los que queremos. Los que no queremos o casi ni conocemos, no nos decepcionan… No esperamos nada de ellos. Nos decepcionan aquello de los que esperamos algo. O si no, echa cuentas en tu vida de las personas que te han decepcionado… o a las que has decepcionado…
 
Cada año, en el tiempo de Pascua, nos encontramos con un texto dedecepcionados: Lucas 24-13-35. Dos que quieren a Jesús, que han estado a su lado, y que se marchan decepcionados del grupo de los discípulos. No soportan estar decepcionados y seguir como discípulos.
 
La decepción es pensar o hacernos idea de las posibilidades de alguien o de lo que nos podía dar y no nos lo da o lo que podía ser y resulta que descubrimos que no lo es. La decepción lleva en sí el hecho de que nos construimos una idea del otro y, a la larga, vemos que no es así. El otro “no da la talla” de lo que nosotros creíamos. “Yo creía que era más”…
 
Los decepcionados, los discípulos de Emaús, al reconocer que Jesús les ha decepcionado, se marchan. Les honra la postura. Son coherentes. No merece la pena estar al lado de quien nos ha decepcionado. Lo mejor es apartarnos de él. Hacer la vida a nuestro aire… “¡A mí éste no me vuelve a decepcionar!”. Y se marchan a su soledad solos y con su decepción. Se marchan con su decepción a casa… Se aíslan.
 
Posiblemente todos tenemos experiencias de decepciones: pequeñas, grandes, medianas… Y de comportamientos parecidos… Nos decepciona el marido, la esposa, los amigos, los conocidos y nos decepcionamos nosotros de nosotros mismos. Creíamos que íbamos a ser capaces de propósitos hechos y no llegamos a cumplirlos. También nosotros nos decepcionamos a nosotros mismos. No se trata de cosas grandes… Cosas pequeñas son decepciones de cada día…
 
¿Cuál es la nueva buena de este evangelio?
 
Que la decepción es lugar de revelación, de encuentro, de ver las cosas mejor, de darnos cuenta de que nos habíamos “hecho una película”… al margen de la realidad. El camino emprendido por la decepción: marcharse a su casa y dejar al grupo de amigos de Jesús, es, en Emaús, el camino donde Dios también nos habla y nos encuentra La decepción de Dios es oportunidad de nuevo encuentro con Dios. En el camino de la decepción es donde encontramos y nos encontramos con personas, con acontecimientos, con ocasiones de revisar nuestra decepción. En el camino de la decepción es donde Dios sale al encuentro de los decepcionados…
 
La decepción no nos deja ver. Nos mete en un dar vueltas siempre a lo mismo. ¿De qué hablabais mientras vais de camino? Y ellos le dicen que hablan de su decepción, del “plantón” que Jesús les ha dado. “Resulta que no era como ellos habían pensado, imaginado”. Y eso les ha hundido en la miseria y les ha hecho “volverse a casa y dejar el proyecto de vivir con los amigos de Jesús”. Hablan y vuelven a hablar de lo mismo. Dar vueltas a las cosas para decir siempre lo mismo. No entienden al que les ha decepcionado. No es posible. Le borran de su existencia y por eso de alejan de él…
 
Para salir del “siempre lo nuestro y lo mismo” se necesita que alguien les ayude, les explique, les abra los ojos, les haga unir cosas pasadas con las profecías y salir de sus elucubraciones… Esa es la tarea de los verdaderos amigos: los que nos hacen salir de dar vueltas a lo mismo, al “siempre igual”. Tener amigos así, es un lujo… Una verdadera “fortuna”. Abrir horizontes y ayudar a que otros adentren en otro horizonte, eso es lo que importa. Seguro que tú de esto tienes un montón de experiencias… Seguro que tienes amigos que te hacen “ver de manera distinta, sobre todo cuando el agua te llega al cuello y no puedes más”. Claro que a veces esto es simple desahogo. Se marcha el amigo y tú sigues con tu “problema” y caes en tu mundo decepción de nuevo.
 
No bastan las palabras: hacen falta gestos. Las palabras calientan la cabeza y un poco el corazón. Pero las palabras no bastan… Hacen falta hechos donde las palabras se “confirmen” y dejen de ser palabras y se hagan vida. Los discípulos decepcionados ven gestos que les ayudan a decir: “Lo que nos decía era verdad; se confirma con estos gestos”. Los gestos suelen ser siempre gestos de entrega donde el otro, el que te dice “las verdades” al mismo tiempo se entrega, da algo de sí, se “parte y reparte en amor” sin egoísmo. Ante estos gestos, uno no tiene más remedio que convencerse.
 
Es necesario que Dios nos decepcione. Parece un poco bruto, pero creo que es verdad. Te pongo un ejemplo. En estos meses, las tres operaciones de mi hermana me han llevado a decepcionarme de Dios, vamos, de la oración de petición a Dios. Una vez mi hermana me dijo: “Esto no se arregla con oraciones”. ¿No rezar? En el Evangelio está muy clara la oración de petición. Dios me decepcionó. No tengo la impresión de haber sido escuchado en la medida en que yo pedía. No hubo una operación, sino tres… “Esto no se soluciona con oraciones, sino con operaciones bien hechas”… El problema se solucionó cuando los médicos descubrieron una enfermedad en la sangre que provocaba hemorragias… Y conociéndola, las cosas se fueron encauzando. ¿Llevaron a eso por la oración? No lo sé. Eso no era lo que yo pedía, es lo que puedo decir. Sé que tardaron en dar con la causa. Y a mí esta decepción  me llevó, poco a poco, a rezar no para que se curara, sino para aceptar lo que viniera y verle a Él en lo que viniera. Me ayudó a ponerme en lo peor, de la mejor manera posible. La decepción de lo que pedía me puso en camino mucho más abierto a lo que pudiera venir. Y ahí, en la decepción, permaneciendo orando, descubrí que la oración, el quid de la oración cristiana, es acabar diciendo lo de Jesús: No se haga mi voluntad, sino la tuya. Porque esto es fácil decirlo, pero en el fondo, rezamos queriendo ser escuchados y que se haga lo que queremos… Con harta frecuencia imponemos a Dios nuestra voluntad, más que aceptar su voluntad. Secretamente, con la boca pequeña, le decimos que “lo que él quiera”, pero siempre en segundo lugar. En primer lugar, lo que de verdad queremos, sin tener mucha fe, es que se cumpla lo que pedimos, que es nuestra santa voluntad.
 
La decepción nos lleva siempre, como a los de Emaús, a descubrir que nos hacemos ideas de Dios, que construimos a Dios a nuestra manera, que esperamos sobre todo que se cumpla “lo que nosotros creemos”. Y en la decepción, estas decepciones pequeñas de cada día, Dios nos está invitando a ir más allá, a reconocerlo de verdad Señor, a quitar las capas que hacen que el Dios en quien creemos sea una construcción nuestra. En Emaús, la manera de abrir los ojos a los discípulos fue hacerse encontradizo en uno de tantos hombres que van por el camino y hablarles… Otras veces se hace encontradizo con el silencio, o con un grupo, o con una conversación de alguien que nos alienta y nos calienta el corazón.
 
Lo nuevo que se nos dice en este evangelio es que la decepción que nos llevamos de Dios es ocasión, lugar, fuente, motivo de separarnos un poco de Dios  para aproximarnos más y mejor, con más verdad, a él, sin hacernos “un Dios a nuestra imagen y semejanza”. Estar decepcionado de Dios es reconocer que el Dios en quien creíamos y al que nos dirigíamos no era de verdad, no le habíamos entendido bien, no le habíamos comprendido bien. ¡Cuánta gente hoy dice, ante experiencias duras de relación humana, que de novios no habían comprendido bien el alcance de determinadas cosas! Después se dan cuenta… y es tarde. (Bueno, no sé si es tarde). ¡¡Lo mismito!! Tres años con él aquellos discípulos y “no le habían entendido bien”… por eso les decepcionó. Pero la decepción que nos llevamos de Dios es motivo de profundizar en Dios. Quizá sea también aplicable a la vida la vida humana. Creo que sí. Lo único que para entender a Dios y reconocerle no nos bastan nuestras `propias fuerzas. Necesitamos que Él mismo se nos revele, esté a nuestro lado. No creas que vas a entender a Dios después de una decepción sin que Dios mismo te diga algo de él, te dé lecciones de él… Los demás te podemos aproximar, dejar entender algo… pero el que de verdad te calentará de nuevo el corazón será él mismo. No conocemos a Dios sin que Dios nos hable, sin que él mismo se nos revele en la Iglesia y en al Palabra.
 
Muchas veces y de muchas maneras habló Dios a los hombres en la pasado, en la etapa presente nos ha hablado por su Hijo (Heb 1,1). Eso, que en eta etapa, en estos días, Dios también se hace peregrino de Emaús.
 
Con Cariño.
Alvaro