Fernando Miranda Ustero
Delegado de Pastoral Juvenil de los Salesianos de Valencia
Dentro de las actividades denominadas «Tiempo Interior para Jóvenes», que cada verano propone y organiza la Delegación Coordinadora Nacional de PJ y el Movimiento Juvenil Salesiano, del 16 al 20 de agosto de 2011 tuvo lugar el encuentro «Dejar hablar al silencio».
Con este encuentro se ofrecía, a jóvenes mayores de veintiún años, la posibilidad de vivir una experiencia cristiana en clave de silencio y oración, fraternidad, comunicación y profundización en la propia vida. Al mismo tiempo, la oportunidad de crecer en la relación con Dios y en el propio conocimiento personal. Todo ello en clave comunitaria y descubriendo el silencio como momento privilegiado de encuentro con Dios.
El encuentro se desarrolló en el Monasterio de Ntra. Señora del Soto, en el valle de Toranzo, cerca de la localidad de Puente Viesgo, instalaciones de que dispone la Diócesis de Santander para la realización de actividades pastorales. Están recientemente restauradas a partir de la estructura original del monasterio primitivo.
Treinta y dos jóvenes, dos salesianas y siete salesianos, formaron el grupo que durante los días que duró el encuentro compartieron la vida, la oración y la fe y, como apuntaba el título del encuentro, dejaron hablar al silencio.
Presentamos a continuación algunas de las claves más importantes del encuentro, a la par que describimos algunas de las actividades propuestas para llevarlas adelante.
- ACOGER Y ACOMPAÑAR A LOS JÓVENES
Estos fueron dos de los principios que inspiraron la dinámica del encuentro. La acogida comenzó con el contacto previo por correo electrónico con cada participante. Y se hizo visible desde la llegada de cada uno al monasterio.
Las personas del equipo de acogida acogían personalmente a cada uno de los que iban llegado. Se les acompañaba a la habitación, y después de tomar un refresco o un café, se les iba introduciendo en la dinámica del encuentro: la presentación de sus objetivos, la entrega de los materiales, una invitación a conocer los espacios del monasterio y familiarizarse con su distribución, y la propuesta de un momento personal para meditar en torno a estas preguntas: Y yo, ¿qué busco?, ¿qué traigo a cuestas?, ¿cómo vengo a este encuentro?
Una vez transcurrido este tiempo, se le pedía a cada participante que plasmara su reflexión en una palabra acompañada de una foto de algún lugar del monasterio. Estas «foto-palabras» sirvieron para el inicio común del encuentro, en la noche de ese mismo día.
Éstas fueron algunas de las palabras que aparecieron con más insistencia: apertura, oportunidad, crecer, encuentro, respirar, Jesús, identidad, paz, llenarme, luz, silencio, intimidad… Las imágenes que acompañaban a las palabras, el ambiente creado en este momento y la centralidad de la Palabra y de la Luz, hicieron que este momento se convirtiera, además de en una oración nacida de la propia vida, en una toma de conciencia grupal de lo que todos veníamos buscando en estos días.
Cada uno de los días del encuentro, la invitación al diálogo, en clave de acompañamiento personal, con salesianos y salesianas, fue presentada con normalidad y así fue también acogida por los jóvenes. Al acabar la presentación del sentido de cada día y tras ofrecer las pautas para el trabajo personal, comenzaba el tiempo personal para el silencio y para el acompañamiento.
- EL MONASTERIO Y SUS ESPACIOS
Ninguno de los participantes en el encuentro había estado antes en este lugar. Las instalaciones eran desconocidas para todos y los espacios presentaban una distribución complicada en un principio. Queríamos que el Monasterio, que data del siglo XVII, se convirtiera durante unos días en nuestra casa y también en un lugar que invitara al silencio y a la oración. Por eso, desde el principio, quisimos que la presentación y ambientación de los espacios fuera cuidada.
Ninguno de los que participamos en esta experiencia habíamos tenido la suerte de disponer de un lugar así para vivir unos días de silencio y oración. Conscientes de este dato, quisimos que fueran el mismo Monasterio y su entorno natural los que orientaran el sentido de cada jornada.
– El primer día la propuesta consistía en dejarse acoger por el Monasterio, permitiendo que fueran sus propios espacios, la belleza de sus rincones, el murmullo del agua de la fuente, la amplitud de sus salas, la paz de sus jardines, los que nos adentraran en el silencio y en su pedagogía.
– La segunda jornada estuvo centrada en el claustro, y por lo tanto, en el encuentro con los demás y con Dios. Las idas y venidas de la vida cotidiana, las prisas, los ruidos que traemos de la vida… aquí se ven reducidas al silencio, la escucha y la contemplación.
– La montaña y el camino, lugares de teofanía en nuestra historia de pueblo creyente, dieron sentido a la tercera jornada. La eucaristía «en camino» para acabar en la cima de un monte cercano, contemplando en silencio el atardecer y dando gracias a Dios.
– La torre, en la cuarta jornada, como invitación a mirar al cielo, a subir a lo más alto, a mirar la propia vida desde otra perspectiva que me ayude a decidir a escoger qué camino seguir.
– Para terminar con el río, la corriente de agua que fluye y nos lleva de nuevo a volver a la vida, pero de forma diferente, sabiéndonos profundamente amados y amadas por Dios. También una invitación a revisar y concretar las opciones del propio proyecto de vida.
Cada mañana, tras el desayuno, se presentaba la jornada y se ofrecía una breve orientación de la misma en la que, partiendo de los citados espacios, se ofrecían textos del Evangelio, reflexiones, preguntas, pistas para el trabajo personal y la oración.
- ORAR Y CELEBRAR
Cada jornada contaba con cuatro momentos destacados para celebrar la fe en comunidad, privilegiando el silencio. La oración de la mañana, la del medio día, la celebración de la eucaristía y la oración de la noche.
El inicio del día comenzaba con la invitación a la oración, desde una propuesta en la que se combinaban el ejercicio físico, mediante unas series de estiramientos, textos del Evangelio, salmos y algunos cantos. Finalizado este momento, se invitaba al silencio hasta después del desayuno.
Al final de la mañana, antes de comer, nos encontrábamos de nuevo para orar. Era una oración con cantos que invitaban a la meditación, ensayados previamente, a varias voces. Diferentes textos de la Escritura, según el tema de cada jornada, invitaban al silencio y a la contemplación.
La eucaristía era un momento privilegiado del día. Se cuidaba especialmente la localización del espacio, cada jornada en un lugar diferente del monasterio, según el sentido de cada día. También, en cada eucaristía, se procuraba mimar la simbología propia de este sacramento, buscando gestos, moniciones y otros recursos para poder conseguirlo. Iconos, velas, los cantos corales, la música, la naturaleza misma, el silencio. La Palabra, meditada a lo largo del día y proclamada con acierto, el pan y el vino compartidos, la presencia de la comunidad…
Merece especial atención la eucaristía «en camino» ya citada anteriormente. Estaba compuesta por diferentes momentos y dinámicas que, enlazadas a las partes de la eucaristía, a lo largo de la ruta, culminaron en torno al altar y la cruz que había en la cima del Monte del Castillo, la montaña más alta del entorno.
La oración de la noche, en el coro de la Iglesia del monasterio, el mismo lugar de la oración del medio día, pero que adquiría en este momento un ambiente más cálido con las velas y la luz tenue de la iluminación. De nuevo, una ambientación cuidada, con el cirio pascual y el icono de la Trinidad, ocupando un lugar central en este espacio. De nuevo el canto, la música, el silencio y la Palabra.
Son varios los elementos que cabe destacar a lo largo de estos momentos de oración y celebración. Elementos que fueron cuidados a conciencia por el equipo de preparación:
– La ubicación de los lugares, buscando los más adecuados, en línea con la orientación de cada día y con las posibilidades que ofrecía el monasterio.
– El cuidado de la ambientación: espacios limpios y bien presentados, iconos, telas, velas, aromas, alfombras y cojines, sillas o banquetas, dando opción a que cada persona pudiera encontrarse cómoda durante la oración.
– La música, tanto coral como grabada, con letra e instrumental, pensada y adecuada para cada oración, ensayada previamente y con un cancionero para facilitar que todo el que quisiera, pudiera cantar.
– La implicación de todos los participantes en la preparación de dichos momentos, especialmente la eucaristía. Ensayando previamente lo que si tenía que leer, dando sentido a la entonación. El cuidado de no sobrecargar con muchos textos diferentes a la Palabra, ni demasiados gestos para realizar.
Pensamos que estos elementos contribuyeron en gran manera a hacer que todos disfrutáramos de la oración.
- TALLERES Y EXPERIENCIAS
Además de los momentos de oración, las orientaciones y pistas de reflexión y trabajo personal para cada jornada, una parte importante de esta experiencia estaba destinada a compartir diferentes talleres:
– «El silencio y sus recursos» era el primero de los talleres. Fue una invitación a enraizar la oración, la contemplación y el silencio, en la propia vida. Siempre desde los textos de la Palabra y desde el acceso al Misterio a través de la belleza, la armonía, el arte, la naturaleza y el ser humano, el taller fue acercándonos al corazón de la oración y la contemplación. Una parte importante de este taller, se dedicó a la explicación gráfica y visual de los iconos que podían encontrarse en las diferentes salas del monasterio.
– La oración personal desde el encuentro con la Palabra a través de la Lectio Divina, fue otro de los talleres. La explicación de esta metodología, los pasos que la componen y algunas orientaciones para ponerla en práctica, contribuyeron a acercar a los jóvenes esta forma de orar. Como complemento a este taller, dedicamos parte del mismo a presentar algunas orientaciones sobre «cómo discernir» ante las situaciones que la vida nos va poniendo delante, animando a tener como referencia la Palabra.
– El tercer taller fue de «Danza contemplativa». Si todas las mañana dedicábamos los primeros momentos del día a tomar conciencia de nuestro cuerpo y de su grandeza como templo del Espíritu, este taller nos dio la oportunidad de descubrir el cuerpo como camino de alabanza y bendición de Dios. Las breves orientaciones teóricas sobre el origen y el sentido de estas danzas, dieron paso a la explicación y puesta en práctica de las mismas. Después de las naturales risas y nerviosismos, el taller se convirtió en una alabanza a Dios con las manos, la mirada, el balanceo, la presencia cercana de un hermano o hermana que alaba al Dios creador… Las danzas aprendidas, acompañaron la eucaristía de esta jornada.
No faltó en el encuentro la invitación a compartir las vivencias personales en diferentes momentos de grupo. Las tareas comunitarias y domésticas del encuentro, eran compartidas entre los grupos o comunidades. Pero quizá los momentos más cuidados, en los que el grupo se encontraba, eran los dedicados a comunicar, desde la propia libertad, la experiencia personal de cada jornada. Probablemente se quedaron cortos de tiempo, pero en muchos casos dieron pie a continuar la comunicación, bien en una conversación espontánea o bien en un momento de acompañamiento personal con los salesianos y salesianas que había en el encuentro.
- PARA TERMINAR
Todos los que nos sentimos llamados por Dios, enviados a los jóvenes y comprometidos con sus vidas, estamos convencidos de que las actividades que les ofrecemos necesitan contemplar experiencias como la que acabamos de narrar. Especialmente si hablamos de esos jóvenes a los que llamamos «adultos». Adultos porque ya están viviendo como adultos, con responsabilidades de adultos, con ritmos de adultos, con agendas de adultos… y con anhelos de adultos.
Adultos que no dejan de ser todavía jóvenes, soñadores, que anhelan, que buscan, que intuyen que hay algo más pleno, otra forma de vivir. A veces no aciertan a encontrar palabras para referirse a ello (cómo van a encontrarlas, si hasta los teólogos le llaman Misterio), pero son capaces de dejarse sorprender y contemplarlo desde experiencias de silencio, orientadas y acompañadas.
Ojalá que cada vez sean más los que estén convencidos de esto y, entre todos, vayamos acompañando este descubrimiento maravilloso para todos ellos y ellas: que son personas habitadas y queridas por Dios.
Fernando Miranda Ustero
* Por falta de espacio, no incluimos los textos empleados cada día en esta experiencia. Pero existe la posibilidad de que nos los pidáis por correo electrónico (cnspj@pjs.es o misionjoven@pjs.es) y con gusto os los enviaremos.