Desarrollar el oído para poder escuchar

1 octubre 2007

Labrar la tierra del corazón para hacerla permeable a la Palabra

Ana María Schlüter Fundación Zendo Betania (Brihuega)
 
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
El artículo analiza la frecuente incapacidad del corazón humano para hacerse permeable a la Palabra que le daría vida, libertad, felicidad, y señala, al mismo tiempo un conjunto de claves educativas para educar en la interioridad. Señala especialmente la actitud ética, el vaciamiento, desnudez y pobreza de espíritu, la trascendencia de las apariencias, la interiorización que hace capaz de hace vibrar las dimensiones más profundas del alma y despiertan el alma.
 
“Mientras la religión no sea sino creencia y forma exterior y mientras la función religiosa no sea una experiencia de la propia psique, nada fundamental se ha conseguido. Falta por entender que el mysterium magnum no sólo existe en sí mismo sino que a la vez y de modo principal está anclado en el alma humana. El que no sabe esto por experiencia propia, puede que sea un teólogo muy erudito, pero de lo que es religión no sabe nada y menos todavía de educación del ser humano… En una ceguera, se puede decir que trágica,… no se dan cuenta de que no se trata de la demostración de la existencia de la luz sino del hecho de que existen ciegos que no saben que sus ojos podrían ver. Habría que darse cuenta que de poco sirve alabar y predicar la luz cuando nadie la puede ver. Lo que haría falta, por el contrario, es enseñar al ser humano el arte de ver”.
 
Carlos Gustavo Jung sigue diciendo que la tarea más importante de toda educación de adultos es despertar en el alma humana la conciencia de la dimensión espiritual inherente a todo ser humano. Lo que él dice del “ver”, igualmente se puede decir del “escuchar”. Si el “oído” no está abierto, no se oye; y ni la mejor predicación, catequesis o pastoral será capaz de hacer que el evangelio toque el corazón. Será como con la semilla que cae o bien en terreno pedregoso o entre zarzas; aunque en algún momento se la acoja con entusiasmo, no echa raíces y no lleva fruto. Por lo tanto, es fundamental enseñar y desarrollar el arte de escuchar.
¿A qué puede ser debido que el corazón humano muchas veces esté como tierra reseca, sin labrar, impermeable a la Palabra que le daría vida, libertad, felicidad verdaderas? ¿Por qué algunos son capaces de percibir de modo natural una dimensión de profundidad en la vida, que da sentido y la ilumina en medio de cualquier situación, mientras que para otros eso resulta totalmente irreal, ya que no está al alcance de los sentidos y del entendimiento?
Esta incapacidad no es un problema nuevo, sino algo que acompaña la misma condición humana. De él hablan los profetas y sabios desde antiguo. El evangelista Marcos cuenta como un día Jesús vio que sus discípulos estaban muy preocupados comentando que sólo llevaban un pan en la barca y que entonces les dijo: “¿Teniendo ojos no veis y teniendo oídos no oís? ¿No os acordáis de cuando partí los cinco panes para los cinco mil?” (Mc 8,18). En otra ocasión Jesús lloró sobre Jerusalén diciendo: “El mensaje de paz… ha quedado oculto a tus ojos” (Lc 19,42). “Viendo no ven y oyendo no oyen ni entienden”, dice el evangelista Mateo. “En ellos se cumple la profecía de Isaías: “Oír, oiréis, pero no entenderéis; mirar, miraréis, pero no veréis (Mt 13,13-14). También los evangelistas Juan (12,40) y Lucas (Hch 28,27) citan este texto de Isaías: “Miraréis, pero no veréis” (Is 6, 9-10). ¿A qué se debe esta incapacidad?
 

  1. Recibir los preceptos

 
El profeta Jeremías llama “necios” a los que “tienen ojos y no ven, orejas y no oyen” (Jer 5,21). Ezequiel considera “rebeldes” a los que “tienen ojos para ver y no ven, oídos para oír y no oyen” (Ez 12,2), y el Deuteronomio habla de un “corazón embotado”, pues a pesar de las señales no hay “corazón para entender ni ojos para ver ni oídos para oír” (Dt 29,3). Necedad, rebeldía, tener el corazón embotado son para los profetas de Israel motivos por los que el pueblo no ve.
La Biblia da a entender que hay una relación estrecha entre el ver/no ver y la manera de vivir, la actitud ética. “Habló Moisés al pueblo diciendo: Ahora, Israel escucha los preceptos y las normas que yo os enseño, para que las pongáis en práctica, a fin de que viváis… Guardadlos y practicadlos, porque ellos son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia…” (Dt 4, 1. 6). El profeta Isaías señala el siguiente camino a la iluminación: “Cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia, cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía” (Is 58, 9-10).
Aunque ciertamente la Biblia acentúa de modo especial este aspecto ético, también otras tradiciones religiosas le dan mucha importancia, lo consideran fundamental. En el Yoga integral de Patanjali, por ejemplo, concebido en ocho etapas, las dos primeras son yama y niyama, ambas referidas al comportamiento ético, y quien se decide a emprender el camino del Zen empieza por “recibir los preceptos” (JUKAI).
Basta una ojeada a la Bhagavad Gita, a las Upanishads, al Yogasutra de Patanjali, a los sermones de Buda, a cualquier sagrada escritura del mundo, a cualquier escrito de un gran místico del lugar o tiempo que sea, para ver que la disciplina de la mente, la victoria sobre las pasiones desenfrenadas, el placer, la ambición, la ira, el ansia de poder y, por otra parte, el cultivo de las altas virtudes de la compasión, de la caridad, de la austeridad, la veracidad, el perdón, la paciencia, la humildad, el amor… son los temas principales en que se centran las enseñanzas de los iluminados del pasado.
En un lenguaje inspirado… vuelven a insistir una y otra vez en este mensaje, a fin de dejar claro que el éxito en su esfuerzo por alcanzar a Dios, el Nirvana o lo Divino, en la forma que sea, no es posible sin amoldar la propia vida a estos principios. Esto es necesario para que la mente suficientemente purificada se vuelva suficientemente transparente, de modo que la luz divina se pueda filtrar por ella.
Es incomprensible que en la actualidad pueda prevalecer la impresión, incluso entre gente culta y devota, que una determinada fórmula o técnica especial de concentración o, dicho en otras palabras, algún método secreto pueda bastar para alcanzar niveles de conciencia que están en la base de toda experiencia mística en cualquier parte del mundo.
Jesús insiste a sus discípulos: “No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley… Quien cumpla los preceptos será grande en el Reino de los Cielos” (Mt 5, 17-19).
 

  1. Retirar los velos

 
Sin embargo, en el mundo moderno hay muchas personas de comportamiento admirable, buenas y honradas, para las que no es real la dimensión de misterio o profundidad, que otros parecen vivir con naturalidad. Tiene que haber algo más que no depende sólo del comportamiento ético, aunque éste sea fundamental.
Se barrunta algo de ello cuando en el Primer Testamento se lee en el Deuteronomio: “Este mandamiento que yo te prescribo hoy no es superior a tus fuerzas ni está fuera de tu alcance. No está en el cielo como para decir: ‘¿Quién subirá por nosotros al cielo y nos lo traerá, para que lo oigamos y lo pongamos en práctica?’ Ni está al otro lado del mar… Sino que la palabra está bien cerca de ti está en tu boca y en tu corazón” (Dt 30,14).
En la plenitud de que habla Jesucristo y que se trasluce en las “bienaventuranzas”, hay algo más que ética. Nacen de una instancia más íntima, de lo más profundo del corazón. Jesús proclama “bienaventurados a los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”. Ese “ver” está relacionado con algo inherente a la misma raíz de la naturaleza humana.
San Juan de la Cruz lo llama una “luz” y dice de ella que nunca falta en el alma, ni en la del más depravado. “Nunca falta en el alma, pero por las formas y velos… no se le infunde” (S II 15,4). Suele estar como encapsulada o velada por las pasiones y además también por las formas, por una forma de entender que sólo pasa por los sentidos y el entendimiento.
A estas últimas en especial se refiere en el capítulo X de la Subida II. Al exponer todas las “aprensiones e inteligencias que pueden caer en el entendimiento”, habla de noticias naturales y sobrenaturales, siendo las primeras “todo aquello que el entendimiento puede entender, ahora por vía de los sentidos corporales, ahora por sí mismos”. Las sobrenaturales abarcan “todo aquello que se da al entendimiento sobre su capacidad y habilidad natural”. En estas últimas, a su vez, distingue entre las corporales (que entran o bien por los sentidos corporales exteriores, o bien por la imaginación de los sentidos corporales interiores) y las espirituales. Unas noticias espirituales son “distintas y particulares” (visiones, revelaciones, locuciones, sentimientos espirituales), pero hayuna noticia espiritual que es “confusa – hoy diríamos más bien: difusa -, oscura y general” (S II 10, 4). Hacia esta última hay que encaminar el alma, enseña San Juan de la Cruz, desnudándola de todas las demás.
Para recibir la “divina luz”, insiste en el capítulo XV, es “necesario no interponer otras luces más palpables… porque nada de aquello es semejante a aquella limpia luz”. Conviene “quitar todos esos velos… quedándose en la pura desnudez y pobreza de espíritu”. San Juan habla, por lo tanto, de retirar un tipo de velos que son más sutiles que el mal comportamiento ético y que cubren lo más radical y originario del ser humano. Han de retirarse para que la luz del alma pueda imbuir, transformar e iluminar a la persona por entero.
Algo análogo se encuentra, por ejemplo, en el yoga de Patanjali, en el que las etapas que siguen a yama yniyama (ejercicios de orden moral), pasando por las asanas (posiciones corporales) y pranayama (ejercicios respiratorios), son prathyahara (retracción de los sentidos), dharana (concentración), dhyana (contemplación) ysamadhi (estado de total unidad).
 

  1. La opacidad del mundo técnico

 
El ser humano inmerso en un mundo técnico parece tener una dificultad añadida para descubrir la dimensión de lo invisible, para conocer con el corazón. Y a Dios sólo se le puede “conocer” con el corazón. Es significativo que en la traducción japonesa de la Biblia, la palabra que se usa para conocer, cuando se refiere a Dios, es satoru; se escribe con un ideograma que viene a expresar el cinco puertas (el humano de cinco sentidos) desde el corazón. Al mismo tiempo, que le es difícil al hombre actual conocer de esta manera, lo anhela cada vez más. En la misma medida que se ahoga en un mundo de dimensiones humanas demasiado estrechas, ansía espacios abiertos, de libertad. Estamos viviendo una especie de “rebelión del alma”, en expresión de K. Graf Dürckheim, que exige ser atendida y bien orientada.
La mentalidad técnica despierta de una manera muy acentuada el sentido por lo que se puede medir, pesar, calcular, por lo útil, por lo que entra por los sentidos, por lo que se puede demostrar y razonar, mientras que la mirada interior corre peligro de quedar atrofiada. Entonces el mundo se presenta exclusivamente bajo sus aspectos periféricos. Las dimensiones interiores quedan escondidas, se presentan como irreales. Una sociedad de consumo como es la presente, agrava esta superficialidad y extroversión.
No es extraño que se hable de ceguera, tanto en Occidente como en Oriente, refiriéndose a situaciones de esta índole. En el zen, que ha surgido en el budismo Mahayana, se habla de “ceguera maligna” cuando no se trata sólo de una “ceguera común”, propia del ser humano que aún no ha caído en la cuenta del misterio, sino que además hay filosofías o corrientes de pensamiento que niegan la dimensión profunda de la realidad y que de esta manera refuerzan la ceguera común, como puede ocurrir en un determinado contexto cultural en que se vive.
“El peligro para el ser humano”, decía Martín Heidegger, “no procede tanto de las máquinas e instrumentos técnicos que pueden causar la muerte. El verdadero peligro (de la técnica) acecha al ser humano en su ser”. “Cuando todo lo existente se ve a la luz de causa y efecto, incluso Dios pierde para la percepción todo lo santo y sublime, lo misterioso de su lejanía. A la luz de la causalidad, Dios puede quedar reducido a una causa más (causa efficiens), convirtiéndose entonces en el dios de los filósofos, incluso en la teología”. “El hombre actual tiene la impresión de topar en todas partes consigo mismo. Pero en realidad el ser humano hoy día precisamente no se encuentra en ninguna parte consigo mismo, es decir, con su ser”, decía en 1954.
En otra parte, Heidegger reflexiona sobre qué ha llevado al “olvido del ser”. Lo hace comentando la doctrina de la verdad en Platón. Expone como la verdad, que en origen es lo “desvelado” (aletheia, das Unverborgene) del ser, ha pasado a entenderse como “adecuación entre de la inteligencia y la cosa” (adaequatio intellectus et rei). Para Heidegger, es necesario ante todo tener experiencia de lo desvelado, rasgo fundamental del ser. Ningún intento de fundamentar la esencia de lo desvelado en la razón, el espíritu, el pensar o en cualquier otra forma de subjetividad puede salvar la esencia de lo desvelado. Lo que caracteriza al hombre es su ek-sistencia, su apertura hacia, su “estar hacia la verdad del ser”. Lo propio del hombre es ser “pastor del ser” y “vigilar la verdad del ser”. Su lengua es la “morada del ser”, y su patria es la cercanía del ser.
«Lo que se llama “realidad» palpable es muy irreal ya que la verdadera realidad de lo espiritual no logra manifestarse bien en ella. Esto último es lo que el hombre ciego y cegado de hoy en día debería volver a aprender, antes de que se haga demasiado tarde, a no ser que su órgano capaz de presentarle la verdadera realidad, no esté ya irremediablemente atrofiado», así Kart Rahner, y Schillebeeckx, que hablaba de la sacramentalidad del mundo, decía: «Si el ser totalmente transcendente o la realidad de Dios no se manifiesta en un punto central de la existencia humana en un momento que aún no se llama gracia, al fondo mismo de la experiencia humana, se quita la raíz misma de la vida religiosa».
 

  1. Trascender la apariencia

 
Ahora bien, ¿qué hacer, cómo superar esta situación? ¿Cómo curar la “ceguera” humana, tan agravada por los presupuestos no cuestionados de un mundo técnico-científico?
Thun llama la atención sobre lo siguiente: «… un punto considerado todavía demasiado poco por pedagogos y psicólogos es… el declive de la capacidad de tener vivencias íntimas, lo cual constituye un aspecto de la destrucción psíquica del hombre moderno desarraigado.» Lo que se postula es el abandono de la huida del alma. De esta manera, al descubrirla de nuevo, al vivir con y desde ella, también volverán a la conciencia y a la vida los arquetipos yacentes en el alma a manera de órgano receptivo para el misterio de Dios. Para ello es muy importante recurrir al lenguaje simbólico, pues es por medio de él que se realiza preferentemente la amplificación del radio de la conciencia.
Hace años se hizo una investigación pedagógica empírica, a base de “entrevistas cualitativas” de hora y media a tres horas de duración, a trece jóvenes trabajadoras de una ciudad neerlandesa. Se trataba de comprender actitudes en relación con la sensibilidad religiosa y hasta qué punto el alma estaba despierta o dormida y olvidada. Partiendo de allí, se intentaron sacar consecuencias pedagógicas para “enseñar el arte de ver”. Las preguntas de las entrevistas giraban en torno a las actitudes de la persona:
– frente a las demás personas (familia, amistades),
– frente al mundo (sobre todo su interés por valores culturales),
– frente a sí misma (nivel de madurez),
– frente a Dios.
De tres personas se podía decir que su alma estaba despierta. Tenían en común el haber alcanzado cierto grado de madurez humana espiritual. Eran capaces de encuentros verdaderamente personales, teniendo conciencia de que en el fondo el otro era un misterio. Una de este grupo trabajaba en una tienda de barrio y contaba que cuando entraba a comprar una mujer que parecía preocupada, se entretenía un poco más con ella, aunque hubiera otras esperando; en cambio otra joven, que también trabajaba en una tienda de barrio, sólo hablaba de lo molestas y exigentes que podían ser las personas que venían a la tienda. Dos actitudes completamente diferentes; la primera ve a la otra persona, mientras que la segunda no parece verla realmente, sólo acusa lo que la molesta. Las tres jóvenes, en que el alma está despierta también revelaban una cierta vida interior al hablar de la vocación profesional, del valor positivo de contratiempos o sacrificios, de qué es una persona buena. Iban más allá de lo puramente vital-afectivo, de lo útil, descubriendo en estas relaciones una dimensión espiritual, interior. Todas reflexionan más o menos sobre sí mismas y se plantean cuestiones esenciales de la vida. La conciencia moral es una realidad aunque no la nombren explícitamente. Tienen también una visión «simbólica» del mundo. La preocupación inconsciente por el prestigio social a veces obstruye el camino para ver más hondo, pero no de una manera definitiva y terminante.
«Habituarse a abordar las cosas, no solamente en su apariencia bruta sino en su valor simbólico, significa … acercarse al misterio ontológico. Se adquiere la capacidad para trascender la apariencia sensible de los objetos y llegar a …(un) estado de acogida de la realidad espiritual». Por tener «imaginación y fantasía» en el sentido de Eliade, saben descubrir dimensiones más profundas de la realidad, de tal manera que lo religioso para ellas es algo real.
A las tres personas se les ha abierto la dimensión de interioridad por distintos caminos. En las dos primeras, alejadas de la Iglesia, se ve muy bien que ha sido por una profundización en la realidad de su vida «profana». En la tercera la enseñanza de la Iglesia y su ambiente cristiano han contribuido a abrirla interiormente, hecho que también se advierte en cierta medida en la primera, al apreciar la influencia positiva de los primeros salmos que aprendió. «El espíritu objetivo, … la religiosidad que se encuentra …, condiciona el desarrollo religioso». En las tres se aprecia un dinamismo, por el cual cabe esperar que se seguirá desarrollando e interiorizando su religiosidad, si encuentran al mismo tiempo el nexo con la revelación objetiva a través de personas de su alrededor.
Las siguientes seis personas tienen en común que en todas ellas el «alma» asoma tímidamente, a veces medio a escondidas o bajo la forma de añoranza por ser incapaz de actualizarla, o bien manifestándose en el fervor con que van en busca de algún valor. Conviven presentimientos de dimensiones más profundas con una actitud, heredada de su ambiente en gran parte, que ve el mundo principalmente desde puntos de vista periféricos, predominando lo vital-sentimental y lo concreto. Este carácter doble se manifiesta en su visión de la persona humana, por ejemplo, cuando hablan del futuro marido o cuando opinan sobre la vocación profesional, e igualmente en la apreciación de los valores culturales.
Hay quien ha llegado a cierta estabilidad, sin haber podido integrar la dimensión profunda y ha acabado renunciando a ella, aunque la recuerda con añoranza como un «paraíso perdido», en expresión de Eliade.
La «imaginación», de la cual Fortmann dice que «su función principal es la de ser servidora de la verdad», es escasa, pero se manifiesta de vez en cuando. Spranger dice que gracias a ella el joven trata de entrar cuidadosamente en contacto con el mundo que le rodea y descubrirlo; considera que en el fondo hay una preocupación religiosa. Por lo tanto, no extraña que en cuanto a la religiosidad exista la misma ambivalencia, por un lado les es extraña, por vivir en dimensiones más periféricas, y por otro la sienten en su propia alma. Muchas veces faltan en el entorno personas que encarnan una fe viva, y la mitad de ellas prácticamente no ha tenido enseñanza religiosa alguna. «Sólo tiene fuerza, poder sobre los otros, lo que ha adquirido el semblante humano de una experiencia, de un testimonio personal».
En las restantes cuatro personas el alma parece olvidada; viven instaladas en un nivel periférico de su propia persona, y a ello corresponde que el mundo tal como lo ven también lo sea; pues se ve sólo aquello para lo cual se tienen ojos, y los ojos están constituidos por la persona entera; se ve sólo aquello con que se tiene una afinidad interior.
Este hecho se concretiza en su contacto con otras personas, dependiendo en gran parte de la presencia física del otro. La amenidad consiste en estar rodeadas de gente. En el club se les oye decir a menudo en tono aburrido, cuando no hay mucha gente, «qué vacío está esto».
Para ninguna de las cuatro personas tiene importancia lo que piensa el futuro marido, sus convicciones u opiniones. Dos tienen novio, pero su noviazgo parece afectar sólo periféricamente. Así por ejemplo, una opina, que al principio está bien, porque además ayuda a fregar los platos, pero luego ya conoces a la otra persona, y se vuelve aburrido. En cambio, una persona del primer grupo contaba cómo al salir del club iba con su novio por las calles de la ciudad, ya silenciosas y oscuras, y entonces hablaban de la vida, del sentido, del la muerte; el amor había abierto dimensiones profundas en el alma.
Para las cuatro jóvenes en que el alma parece dormida, la vocación no existe excepto en el caso del médico, de la enfermera o de la religiosa. Para ellas implica ante todo ayudar al otro en el nivel de lo palpable. El contacto de estas personas con valores culturales suele ser mínimo. El médico tiene la simpatía de todas. En cambio les son extraños el poeta, el pastor y el campesino; les parece que viven en un mundo monótono.
Con la religión pasa algo parecido; no están en contra, pero les es ajena interiormente. «Se me escapa», «ha caído en olvido», «es de viejas y de gente de pueblos más que de ciudad», «ahora cada cual hace lo que quiere» responden en las entrevistas; se sienten alejadas de ella, es cosa de otros, no tiene mucha importancia, a veces le guardan cierta simpatía.
 

  1. Interiorizar, buscar la profundidad

 
«Parsival pregunta directamente por lo esencial: ¿dónde está el Grial? Pregunta por lo esencial por excelencia, por lo santo, por el centro de la vida y la fuente de inmortalidad. Nadie antes de Parsival había tenido la ocurrencia de hacer esta pregunta crucial… y el mundo se perdía a causa de esta indiferencia metafísica y religiosa, a causa de esta falta de imaginación y la ausencia de cualquier anhelo de la verdadera realidad». Así interpreta Mircea Eliade este mito que, como todos, viene a expresar algo fundamental de la existencia humana; es una expresión arquetípica, cuya verdad sólo conoce el que no ha dejado olvidada esta dimensión profunda de su alma.
Se aprecia a lo largo de las entrevistas comentadas, que el problema de la sensibilidad profunda en gran parte es un problema de madurez, y el desarrollo del alma un llegar a ser adulto. Se puede decir que ayudando a los jóvenes en su camino hacia la verdadera madurez, se les ayuda al mismo tiempo a superar los obstáculos para llegar a una actitud de fe.
Interiorización, he aquí cómo se podría caracterizar de una manera general la labor del educador frente a su educando, desde el punto de vista que nos interesa. Interiorización para hacer vibrar poco a poco dimensiones más profundas del alma humana, interiorización que permita progresar en el discernimiento de las dimensiones más escondidas del mundo: vivir el contacto con otras personas, con valores culturales y religiosos, consigo mismo, más intensamente, más globalmente, desde el fondo del alma.
El alma con su rica gama de sentimientos ha de convertirse en tierra maternal fecunda para las funciones superiores. La influencia en las dimensiones profundas de la persona humana sólo puede ser el resultado de una educación positiva y sólo puede hacerse por medio de la entrega del educador en su totalidad, que de esta manera se dirige al educando en su totalidad. Los medios: experiencias auténticas, vivencias globales, impresiones profundas. En lugar de la abundancia, buscar la profundidad. «Todo puede conducir a la experiencia de la vida nueva con tal de que posea la suficiente profundidad», decía Spranger. La buena preparación de las actividades, y una actitud por parte de los educadores, de holgura de tiempo, de sosiego, para sumirse en el mundo y en el alma de los educandos son muy preferibles a querer presentar muchas cosas, pero sin la suficiente tranquilidad para vivir ni hacerlas vivir intensamente.
Victor Frankl dice que del “inconsciente espiritual”, de lo profundo del alma humana, surgen y a él conducen la conciencia moral, el amor y el arte. Son como tres columnas sobre las que se asienta el alma. En el proceso educativo de personalización habría que cuidar y desarrollar estos aspectos especialmente, por ejemplo, ayudando a tomar decisiones desde la propia conciencia, acompañando las amistades que surgen, desarrollando la creatividad por medio de fiestas, celebraciones etc. «El hombre sin imaginación está separado de la realidad profunda de la vida y de su propia alma». La conciencia, lo mismo que el amor y el arte existen gracias a esta imaginación.
 

  1. Hacia el despertar del alma

 
En toda la humanidad, en el ámbito de las tradiciones religiosas, se han desarrollado caminos que llevan al despertar del alma. Así por ejemplo, en el siglo XII los Victorinos, teólogos que vivieron cerca de París, concibieron por primera vez una escuela de teología y mística, mostrando un camino para abrir y desarrollar el “ojo de la contemplación”, como lo llamaba Hugo de San Víctor. En el siglo XIV, en Inglaterra, un autor anónimo, posiblemente un cartujo, envió una serie de cartas a un joven, que están recogidas en forma de libro bajo el título de la Nube del No Saber. Le enseña, de una manera muy simple, por medio de la repetición de unos monosílabos, love, God, a recogerse en el centro e ir más allá del pensamiento, porque a Dios no se le puede conocer racionalmente sólo experimentar. “El pensamiento no puede comprender a Dios…Por el amor puede ser alcanzado y abrazado, pero nunca por el pensamiento”.
En el siglo XVI en España, sobresalen San Juan de la Cruz y Santa Teresa como guías en el camino guiar hacia la contemplación y experiencia inmediata de Dios. “Pasar al no saber” es lo que hace falta. Sin embargo, toda esta sabiduría fue quedando marginada por la cultura occidental eminentemente racional, científica y técnica, hasta el punto de considerar incoherente e incluso sospechosa cualquier forma de mística.
Las culturas orientales, en cambio, han seguido un camino diferente. Más que dedicarse a conocer y dominar el mundo exterior, se han volcado en el conocimiento y desarrollo del mundo interior. Hoy en día, a través del zen y del yoga, muchas veces se redescubre el gran valor de los caminos místicos occidentales; así pasó por ejemplo con la Nube del No Saber, que ya sólo conocían especialista de la literatura medieval inglesa. El jesuita Enomiya-Lassalle escribió un libro que lleva por título Meditación, camino a la experiencia de Dios; está inspirado por el zen, el cual ha nacido en el ámbito del budismo chino y se practica en Japón desde el siglo XII. Siendo misionero en Japón durante sesenta años, conoció y practicó el zen y descubrió que beneficiaba su propia fe cristiana. El resultado de su intensa dedicación quedó reflejada en el artículo 18 del documento conciliar Ad Gentes, en cuya elaboración intervinieron los jesuitas de la universidad Sofía de Tokio. El zen lleva de un modo muy directo al despertar del alma. La raíz “buda” significa despertar, y todas las formas de budismo se orientan hacia el despertar del alma. El zen, que nace en su ámbito, lo hace de la forma más directa posible. Su práctica consiste en algo muy simple, adoptar una postura correcta, respirar tranquilamente y centrarse en la respiración, sin entretenerse con los pensamientos que mientras tanto surjan. Como práctica intensiva sólo se puede recomendar a jóvenes a partir de los dieciocho años aproximadamente y siempre necesita acompañamiento.
Erich Fromm, que estuvo alguna vez en el centro de zen para cristianos, fundado por Enomiya-Lassalle en Japón, habla en el último capítulo de su libro El arte de amar de la práctica del arte de amar y en él dedica parte de un párrafo a recomendar ese ejercicio veinte minutos por la mañana y otros veinte antes de acostarse. Vale la pena leer y releer este capítulo en su totalidad; pues la mayor parte de lo que expone está muy relacionada con la profundidad humana que es raíz de una fe viva.
En algunos colegios de España hay experiencias de empezar las clases con unos minutos de silencio. Aunque las primeras veces puede resultar algo difícil y producir hilaridad, con el tiempo los alumnos incluso los reclaman, y los profesores prefieren que sus clases estén programadas a continuación de estos ratos de silencio. Se cuenta el caso de un colegio de Tokio, cuyos alumnos eran temidos cada vez que iban de excursión, porque producían grandes destrozos allí donde se alojaban. Un director, inspirado por la práctica del zen, tuvo la idea de introducir momentos de silencio, y el colegio fue cambiando radicalmente.
Volviendo al principio, es indispensable, especialmente hoy día, dedicarle mucha atención a la “tierra del alma”, a saberse recoger, a desarrollar el “ojo de la contemplación” o abrir el “oído”, pues de lo contrario la semilla no puede germinar, el “ojo del alma” no puede contemplar a Dios, el oído no puede escuchar la Palabra. No basta predicar, no basta con una catequesis cada vez mejor concebida, urge enseñar el arte de ver.
 

ANA MARÍA SCHLÜTER

 
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Idem, 34.
Ibidem.
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Idem, Über den Humanismus, Vittorio Klostermann, Frankfurt a. M. 1947, 16. (castellano: Carta sobre el humanismo. Alianza Editorial, Madrid 2000.)
Idem, 19.
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Idem, 25.
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