Como un padre siente ternura por sus hijos,
Así siente el Señor ternura por sus fieles
(Sal 103, 13)
Hay, sin duda, en el Evangelio, una teología de la ternura: abrazos, besos, caricias, un amor tierno y compasivo que se cuida de los que ama, que abraza con cariño a los niños, lava los pies de los discípulos, come y bebe con pecadores, un amor servicial y fraterno que y salva. ¿Por qué a los evangelizadores nos ha faltado y falta, tantas veces, ternura? ¿Por qué, en la misión evangelizadora, nos preocupamos más de trabajar por los jóvenes que por quererlos? ¿Por qué no nos empeñamos más en expresar que les amamos?
Recuperar la ternura de Dios
Quizás, si a los evangelizadores nos falta ternura es porque olvidamos que un Dios entrañablemente tierno es el corazón del evangelio (Juan José Bartolomé). Por eso, recuperar la ternura de Dios contribuirá a la recuperación del evangelizador y de la evangelización. Porque en el centro de toda la revelación bíblica está la manifestación de un Dios que es amor y tiene entrañas de misericordia.
La ternura de Dios significa una profunda conmoción y afección que tiene su sede en las entrañas de un padre, como reza el salmista, de una madre que se acuerda del hijo de su vientre, como dice el profeta. De manera insistente, la Sagrada Escritura, desde una visión antropomórfica, proclama el amor y la misericordia de un Dios lleno de ternura por su pueblo, dispuesto siempre a manifestarla, al contemplar las necesidades, las miserias y desgracias de los suyos. Pertenece a la naturaleza del Dios bíblico enternecerse ante la necesidad de quien ama y amar a quien lo necesita.
Este es el Dios al que Jesús anuncia, y de quien es mensajero y enviado. Él es la manifestación visible de su rostro, la revelación de su ternura a los pobres, a los enfermos, a los publicanos y pecadores. En sus obras descubre el pueblo la compasión y la salvación de Dios; en sus palabras escucha el testimonio del Reino del amor servicial y solidario.
La ternura genera ternura
Si el evangelizador vive en comunicación con Dios, siente su ternura y transmite su amor tierno y compasivo; hace circular el amor e impregna la vida y la actividad cotidiana de este perfume de cariño, de calidez y cercanía, de humanismo; de ese humanismo divino del Dios encarnado. Sentir la ternura de Dios nos llevará más fácilmente a comunicarla.
Pero no sólo la ternura de dios nos mueve, impulsa y genera ternura. Sucede también así con toda ternura humana. Como cualidad del amor, necesita darse y recibirse. También humanamente necesitamos dar y recibir ternura. Lo que de verdad alimenta la confianza en sí mismo y la necesidad de sentirse amado son las manifestaciones concretas (caricias, detalles) que recibimos. Nuestra sociedad de la técnica y del bienestar sufre una inmensa falta de ternura; y el individuo, aislado y solitario, tiene de todo, pero es huérfano de hogar y de ternura (Mari Patxi Ayerra). Necesitamos tratar y ser tratados con afecto. El calor humano, la cercanía, la amabilidad, propician un ambiente humano apto para vivir, crecer y madurar. Estamos hechos para la relación, para el encuentro, para el amor. Por eso nos humanizamos cuando dejamos fluir la corriente del cariño y de la ternura, que es la corriente de las alegrías y de las tristezas compartidas, de las emociones, de los afectos y sentimientos.
Educar en la ternura
Precisamente por ser fuente de crecimiento y desarrollo personal hemos de contemplar la ternura desde una clave educativa y, más concretamente, de educación preventiva (María Peñas). Es necesario educar en la ternura, lo que supone, ante todo, recobrar la dimensión afectiva de la educación, enfrentándonos con una de las asignaturas pendientes en nuestro tiempo. Quizás, especialmente los educadores de la fe tendríamos que ser más conscientes de la importancia del mundo emocional y afectivo de los jóvenes para ayudarles a desarrollar este inmenso tesoro que está dentro de nosotros y que puede dinamizar y potenciar toda nuestra existencia. Entre otras muchas cosas, podríamos fijarnos en la educación de la sensibilidad: ante el bien y el mal, ante las alegrías y sufrimientos humanos, ante la enfermedad, la pobreza, el hambre, la guerra. Ante toda situación humana es necesario que brote la compasión y la ternura.
Pero no nos engañemos. La educación en la ternura sólo se realiza así: en la ternura, desde el ejemplo y el testimonio de vida.
EUGENIO ALBURQUERQUE
directormj@misionjoven.org