Desde las experiencias vitales a la experiencia de la fe

1 abril 2008

La presentación del hecho religioso en los primeros años de escolarización y/o itinerarios de iniciación cristiana.

Carmen Pellicer es teóloga y pedagoga (Valencia)
  
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
La reflexión de este artículo se concentra en la necesidad de conectar el anuncio del evangelio con las experiencias personales y la vida concreta de los niños o de los jóvenes, porque de aquí proceden quizás las mayores dificultades que se encuentran en la acción pastoral. Se trata, pues, de presentar los contenidos religiosos como respuestas de sentido a las experiencias humanas, de aprender a leer éstas como fuentes de búsqueda de sentido y de proponer las respuestas cristianas desde una tarea de acompañamiento del crecimiento personal.
 
Hace algunos años, un Viernes Santo recorríamos con mi hijo Marcos, especialmente inquisitivo, que tenía cinco o seis  años entonces, las estaciones del Via Crucis en las paredes de la que era mi  parroquia. Le íbamos contando en cada estación la escena, lo que había ocurrido, con palabras sencillas hasta llegar a la crucifixión. Después de escuchar el relato, se giró y preguntó con aire sorprendido: ¿y por qué no llamó a Superman? Supongo que fue una buena traducción del por qué no te bajas de la cruz que relatan los evangelios, y sirve aquí para iniciar la reflexión sobre la dificultad cada vez más acuciante de la transmisión de la fe y la iniciación a la vida cristiana.
He revisado en los últimos meses, en diferentes contextos, materiales de catequesis de infancia y textos para las clases de religión en los primeros años de escolarización: Distintas editoriales, ilustradores varios, tímidos intentos de superar los tonos pastel, las vírgenes de postal y la iconografía religiosa de los siglos dorados… muy similares en sus planteamientos, muy cuidadosos en el tratamiento doctrinal, muy correctos con los dogmas y las tradiciones y conciliadores con las manifestaciones de la religiosidad cultural… como pequeñas clases de teología que buscan sinónimos simples que traduzcan verdades de siempre. Pero no parece que haya variaciones profundas de planteamientos pedagógicos, que incorporen todo lo que han aportado la psicología evolutiva, la neurobiología, la sociología religiosa, los nuevos lenguajes mediáticos… elementos que muchos ven como secularizadores, y reñidos con una mal comprendida fidelidad.
Los materiales de los primeros años de iniciación cristiana para parroquias y escuelas parecen consolidar la teología que Brown llamaba en los años 90 de ‘Jesús superman’.A modo del héroe que viene de otra parte, el completamente diferente, en un mundo infantilizado, vestido de modo peculiar y extravagante, invulnerable, indestructible, maravilloso pero lejano de la experiencia del común de los mortales, para-humano… incluso cuando asume el rol de lo humano en el personaje de Clark Kent  se ve obligado a mantener una relación distante y fría con el resto de sus compañeros y por supuesto con las mujeres, incluida su amada platónica, Lois Lane. Está en el mundo pero no es de este mundo…salva al mundo del imperio del mal como si la responsabilidad individual no contara para nada, y la salvación mágica fuera asunto de un protector del más allá, de un hacedor de milagros que arregla los desaguisados del hombre o la naturaleza…
En un imaginario de héroes, nos empeñamos a veces en contar la fe como un club de seguidores de un superhéroe más poderoso que el resto, más milagroso, más mágico que los magos… y rodearlo de un aura de realidad… convencer que éstos no son como los otros, que los relatos remiten a una realidad de una categoría existencial diferente, que sí existe este reino del nunca jamás… Pero cantar las maravillas de los personajes bíblicos, sus excelencias, los milagros, situaciones excepcionales, parábolas moralizantes, abusar de las infancias mágicas y milagrosas no parece la estrategia más adecuada para competir con un imaginario complejo, la fantasía desbordante y la socialización mediática que hace que conmueva más la cicatriz de Harry Potter que nuestra descripción tímida de los sufrimientos del pobre Job.
La pedagogía religiosa tradicional ha descansado en la reflexión sobre cómo adaptar los contenidos teóricos del dogma a los lenguajes comprensibles de cada edad: cómo recordar de forma eficaz las fórmulas, los relatos, los mandamientos, las reglas… y cómo comportarse de forma coherente con ellos… La iniciación sacramental se preocupaba más en que comprendieran bien lo que iban a recibir, más que en que lo disfrutaran. La importancia que se daba a la ‘edad de la razón’ revelaba una identificación de los procesos de crecimiento en la fe con la capacidad de asimilación doctrinal y los estadios sucesivos que permitían profundizar en sus matices. Cómo explicar, cómo simplificar, cómo adaptar, memorizar y sintetizar… cómo enseñar mejor y de forma más atractiva, actualizada el mensaje… y la tensión de no rebajar ‘el nivel’. El progresivo desenganche del discurso religioso suscita en los agentes de pastoral de la infancia la tentación de desarrollar una apologética del superman religioso que convenza, arrastre, impresione… difícil disyuntiva presentar a Jesús divino y humano sin simplificarlo tanto que lo confundamos con un fruto de la imaginación.
La innovación pedagógica en los ámbitos más seculares afronta problemas semejantes de ‘desenganche’ progresivo de los contenidos tradicionales y la cultura, tal como se impartía en las escuelas. Los descubrimientos de las ciencias humanas sobre el cerebro y el aprendizaje convergen en situar la experiencia vital en el centro de cualquier proceso de aprendizaje, y con más razón, en aquellos que están relacionados con los ámbitos axiológicos.  Para la pastoral, esto ayuda a buscar planteamientos menos preocupados en la pureza de los discursos, y más ocupados en generar vivencias y experiencias básicas de vida cristiana, oración, generosidad, celebración, compromiso….que sirvan de metáfora real para el crecimiento de la fe personal.
Las dificultades que encontramos en el anuncio explícito del evangelio, proceden muchas veces de la desconexión de nuestro discurso de la vida personal de los niños, que se nos queda tan lejana. Hemos hecho muchos esfuerzos en la traducción al imaginario cultural e los adolescentes, que se nos llevan muchas energías, y hemos mantenido lenguajes y formas repetitivas y rutinarias en la primera infancia. Esto es un grave error. Los años de la primera socialización, que hoy ya no es tarea exclusiva de las familias, son uno de los principales desafíos pastorales de nuestras comunidades. Los años primeros de la escuela, y la todavía asentada catequesis sacramental de infancia, son un espacio privilegiado para la transmisión de la fe, y necesitan de una profunda innovación pastoral, y una exhaustiva formación de sus responsables. Las claves de esa innovación a mi juicio, pasan por tres criterios importantes:
 
– Presentar los contenidos religiosos como respuesta  de sentido a las experiencias humanas de los pueblos y de los individuos a lo largo del tiempo, en la historia colectiva y también en la personal.
– Aprender a leer las propias experiencias personales como fuentes de búsqueda de sentido, provocando crisis de sentido en lo cotidiano, estimulando los procesos de búsqueda, sin miedo a la libertad personal de elegir respuestas no predeterminadas como las correctas.
– Proponer, que no imponer, las respuestas de la fe cristiana a esas inquietudes y preguntas, desde una tarea de acompañamiento del crecimiento personal. La buena noticia lo es en la medida en que la experiencia de pobreza, de necesidad, de deseo insatisfecho mantiene la tensión de la espera, de la búsqueda. Y las respuestas de la fe lo son en el contexto del testimonio, de la vida compartida como sabiduría existencial
 

  1. La expresión religiosa como respuesta de significado vital de las experiencias humanas

 
Cuando enseñamos religión, no importa si es la nuestra o la de los otros, necesitamos mostrar la conexión con las experiencias humanas que a lo largo de la historia han encontrado su fuente de interpretación en la experiencia religiosa. En la presentación que hacemos de los contenidos religiosos es preciso superar el folklorismo cultural que presenta los ritos, celebraciones, creencias y principios de actuación como costumbres y curiosidades, que las reduce a meras prácticas culturales.
A modo de ‘antropología cultural’ reducimos la experiencia religiosa a una colección de elementos inconexos y desprovistos de referente existencial, cuando nos empeñamos en desconectarlo de la experiencia cotidiana para salvaguardar la pureza doctrinal. En el contexto de una pastoral en diálogo con otros, de otras religiones, pero especialmente ya de ninguna, podemos presentar la experiencia religiosa como respuesta  a las necesidades humanas de los pueblos, de modo que los niños aprendan a recorrer un camino similar desde el descubrimiento y la reflexión de sus propias necesidades. Algunas claves para un itinerario pedagógico experiencial de los ‘contenidos’ son:
 
– Todos los seres humanos necesitan dotar de significado a la vida cotidiana y sus elecciones personales. A lo largo del tiempo, y en todas las culturas hemos buscado respuestas a las preguntas últimas de sentido existencial, sobre el origen, la muerte, el mal, el sufrimiento o el sentido de la plenitud.
– Las personas buscan certezas, y sobre todo, marcos de sentido que expliquen todo aquello que viven y les proporcionen seguridad, y permitan tomar decisiones sobre su propia vida. Esos marcos, aunque se hacen más urgentes en las cuestiones transcendentales, se traducen después en un entramado de pequeñas claves que dirigen nuestras decisiones más pequeñas, y nuestras elecciones y acciones morales.
– Las creencias religiosas han respondido también muchas veces a lo largo de la historia a la necesidad cambiar el curso de los acontecimientos, tanto en la naturaleza como en la historia personal. A veces por negativos, y otras por lo contrario, desde antiguo los seres humanos hemos necesitado girar nuestros deseos y esperanzas hacia un ser superior capaz de intervenir y cambiar las cosas.
– Las reglas, las normas, los principios morales, y la organización de las relaciones humanas siempre han necesitado de un espacio de significado que ayudara a construir la convivencia. Aunque de forma ambivalente, las religiones proporcionan una guía de comportamiento para consolidar los compromisos y ayudar a dar cohesión a la convivencia en la familia y en los grupos sociales. Han sido fuerzas capaces de despertar los grandes cambios de lucha por la justicia, la igualdad y la paz, pero también son fuerzas capaces de destruirlas con una crueldad y fanatismo insospechado.
– Las personas necesitamos también dar sentido al tiempo…separar la rutina de la fiesta, el trabajo del descanso, las fases de la vida, los acontecimientos… ritualizar la alegría y el dolor, los cambios y las rupturas… Nos ayuda a fortalecer nuestra identidad, y también nuestro sentido de vinculación, de pertenencia a los otros y a nuestros grupos… Los ritos, las celebraciones nos dan lenguajes diferentes, metáforas compartidas que expresan la complejidad de nuestras experiencias de modos que las palabras no alcanzan.
– Por último, las expresiones religiosas han recogido también las ansias de transcendencia de los seres humanos, la necesidad de explicar lo inexplicable, los sueños, el amor, las esperanzas, las visiones de un mundo diferente, y el deseo de eternidad. La racionalidad, incluso llevada a su plena estimulación, nunca tiene todas las respuestas, y siempre está la presencia de ese ‘más’ que marca la tensión entre el presente y un futuro por hacer.
 

  1. La dimensión espiritual de los niños como proceso de búsqueda y construcción personal de sentido de las propias experiencias humanas

 
En la presentación explícita del hecho religioso, necesitamos ser conscientes de que los niños atraviesan a pequeña escala los mismos procesos que han atravesado los pueblos y las comunidades para consolidar su vivencia de la fe. Perciben la realidad como un todo, y aprenden a construir sus propias respuestas, que solo son válidas cuando se enraízan en sus procesos de dotación de sentido y auto-narración de su propia realidad. Son capaces de entender la relevancia de los contenidos religiosos solo cuando los relacionan con personas o situaciones cercanas a ellos. También necesitan sentirse como parte implicada de una comunidad o grupo que le ayuda a dotar de coherencia y seguridad su vida personal.
El aprendizaje de lo religioso es un aprendizaje social, condicionado por el medio en el que se desenvuelven y por los adultos con los que interaccionan. Se produce con o sin su ayuda, porque los niños adquieren gradualmente una visión de la vida, la muerte, el dolor, la alegría, el amor…etc. Y relacionan esas visiones con las que se les presentan de forma estructurada. Es difícil en los años de la primera socialización religiosa determinar con exactitud cómo o cuánto entienden de los contenidos religiosos o de otra índole que les ofrecemos… ¿Dónde se produce la primera configuración de los sistemas de creencias sobre los temas fundamentales de la vida…los explícitamente religiosos, pero también los que tienen que ver con los dilemas básicos de la vida? ¿Qué ámbitos de experiencia facilitan esa conexión con lo religioso, sirven de metáfora vital para hacer propio el mensaje que anunciamos?
Proponemos algunas experiencias que se dan de forma natural a lo largo de la maduración humana de los niños, y que están abiertas de forma especial a la apertura a la dimensión transcendente:
 
– La experiencia de admiración y curiosidad ante la realidad, los misterios de la naturaleza, o de la belleza de lo humano.
– La experiencia de las propias potencialidades, de ser capaces de llegar cada vez más lejos, que ayudan a imaginarse el futuro y marcar horizontes de crecimiento personal.
– La experiencia de conocer cosas, descubrir el entramado de la realidad y adquirir una visión del funcionamiento de la vida, la naturaleza  y las relaciones humanas.
– La comprensión y el conocimiento de uno mismo, teniendo conciencia de los pensamientos, las emociones, responsabilidades y la identidad propia.
– Las preguntas que tienen que ver con el sentido, la finalidad, el origen de las cosas, y la pregunta por qué yo, que hace nos hace ser protagonistas de las situaciones intensas o complejas.
– La intensidad de las relaciones humanas, reconociendo el valor de cada persona, construyendo relaciones comprometidas, vínculos exigentes y sentimientos de gratuidad y de entrega.
– Las experiencias de creatividad, que permiten expresar la interioridad y todo aquello que no se puede decir en el lenguaje ordinario a través del arte, la música, las manualidades, la danza…
– Algunos sentimientos y emociones que nos permiten aprender a conmovernos ante la belleza y la bondad, sentirnos heridos por la injusticia, y aprender a controlarlos y canalizarlos hacia decisiones y comportamientos comprometidos y coherentes.
– La experiencia de la corporalidad, como vehículo de relación y comunicación con los otros, y el descubrimiento de la propia sexualidad.
– La experiencia de la limitación y la fragilidad, el rechazo o la impotencia, que ayudan al niño a adquirir una visión realista sobre él mismo, y a tomar conciencia de la interdependencia como realidad vital.
– El desarrollo de la imaginación y el interés por las historias y las fantasías, por crear un mundo diferente al real, donde se rompen los límites de lo posible.
 
¿Cómo acompañar estas experiencias para que se conviertan en lugares de anuncio del evangelio y de experiencia de Dios? El acompañamiento de la maduración humana de cada niño es una tarea de presencia comprometida, que nos convierte en interlocutores de ese diálogo interior que les ayuda a entenderse a ellos mismos, y a adquirir una imagen ajustada de quienes y cómo son. En ese acompañamiento humano, podemos estimular algunas cosas importantes y seguir algunas claves:
 
– En las edades tempranas, creer en algo o en alguien es algo natural, que los niños aprenden  en la medida que lo ven como parte cotidiana de sus vidas, y lo escuchan en el lenguaje de los adultos. Necesitan la presencia cotidiana de los signos, y las palabras que los interpretan…No solo creer desde una experiencia religiosa,  sino creer en las personas, y percibir que las personas tienen creencias, ideas que les mueven a hacer muchas cosas.
– Exponer a los niños a experiencias no provoca automáticamente su comprensión, ni garantiza que interpreten de forma adecuada aquellos que queremos transmitirles. Necesitamos explorar lo que sienten, lo que recuerdan, y las conexiones que establecen con aquello que saben o que imaginan. Perciben inicialmente la vida interior como un manojo de sentimientos, que incluyen también la sorpresa, el aprecio, el gozo, la alegría, que pueden ser estimulados y son una puerta para descubrir los misterios de la vida como un don. Compartirlos intensifica nuestros vínculos con ellos.
– Escucharles y aprender de ellos y con ellos, de modo que provoquemos momentos de narración de los acontecimientos. Esto fuerza que observen y analicen, a su nivel, los acontecimientos en los que se ven involucrados. Las conversaciones individuales tienen un peso grande a partir de los cuatro o cinco años. Aunque es importante dejar la puerta abierta al misterio y no caer en la tentación de explicarlo todo…la curiosidad estimula los procesos de búsqueda y la admiración ante aquello que nos podemos abarcar.
-Los niños observan más las consecuencias de las acciones que las intenciones con que las hacemos, por eso necesitamos acompañarles en la reflexión sobre las causas de las cosas que ocurren, y las reglas que hay a veces detrás de las decisiones que tomamos. Es importante explicar nuestros propios comportamientos, y también cuando nos equivocamos, explorando las motivaciones ocultas y los significados sin miedo a la verdad.
– El sentimiento de culpa es imprescindible para desarrollar los valores asociados a la responsabilidad personal. No hay que tener miedo a plantearles aquello que hacen mal, porque aprenden de forma efectiva de sus propios errores, cuando están en el contexto afectivo adecuado.
– Las experiencias que abren a las preguntas del sentido de la existencia, suponen que los adultos las tenemos que tener resueltas previamente. Es importante explorar los propios puntos de vista, los prejuicios y las dudas que podemos tener nosotros mismos.
– Es importante facilitar experiencias de silencio, de paz, y de interiorización… entrenar a los niños en la habilidad de estar con ellos mismos, en un diálogo interior que estimule su autocomprensión, y les enseñe a estar solos.
– Deben aprender a seleccionar experiencias relevantes de su propia historia personal. Seleccionar recuerdos positivos o negativos, que les han ‘marcado’ de forma especial, entrena para valorar y sopesar el significado y la importancia de las cosas que nos ocurren.
-El acompañamiento de los procesos de dotación de significado requiere una cierta dosis de flexibilidad. Las familias tienen creencias muy firmes sobre las cuestiones últimas de la vida, la muerte, la sexualidad, las relaciones humanas, la ritualización de los  cambios de vida…etc, y los niños pueden afrontar contradicciones que les confunden. En estos primeros años de socialización fuera de la familia, la coherencia de los relatos es más importante que su veracidad, y ese acompañamiento debe hacerse desde el conocimiento y el respeto a aquellas tradiciones y creencias que sostienen la vida familiar, aunque no coincidan con las nuestras. El respeto de los adultos también se transmite a los niños que se preparan para vivir en una cultura de la diversidad.
 

  1. El anuncio de la religión explícita vinculado a las preguntas de sentido y significado y la construcción autónoma de la propia cosmovisión

 
La síntesis coherente entre los contenidos del mensaje cristiano y la adhesión plena a Dios de corazón que persigue nuestra misión de transmitir la fe en la infancia, pasa por situar ese encuentro existencial en la vida de los niños, y no en nuestros presupuestos de adultos. En la socialización moral y religiosa, pretendemos muchas veces hacerles ‘pequeños adultitos’ que reproduzcan comportamientos y actitudes esperables de personas maduras, que se comporten adecuadamente en celebraciones y actos religiosos, y aprendan de memoria palabras y gestos que ni siquiera nosotros somos capaces de traducir a un lenguaje significativo para los hombres y mujeres de hoy.
Con los niños pequeños,  el anuncio explícito de la fe, resulta hasta cierto punto fácil, y agradecido. Con una espontaneidad natural, los niños pueden dar el salto una lectura cristiana de las experiencias desde el testimonio compartido de quien les acompaña en su maduración. Como hemos visto en el apartado anterior, la profundización en sus experiencias vitales, y la estimulación de sus competencias espirituales y relacionales, les prepara, a modo de pre-evangelización para una comprensión más vital del evangelio. Aprender a mirar su propia vida con los ojos de Dios es un verdadero itinerario marcado, no por la cantidad de contenidos o sesiones que les damos, sino por la intensidad de las relaciones que establecemos con ellos, y la capacidad de establecer un acompañamiento comprometido y continuo que lo haga presente en su cotidianeidad. Desde algunas experiencias de las que hemos narrado, podemos dar el salto al acompañamiento en las primeras experiencias de fe:
– Desarrollar la memoria profunda, asociada a las relaciones afectivas primarias de la infancia. Los aprendizajes que permanecen son aquellos que se realizan alrededor de experiencias fuertes que rompen con las rutinas ordinarias. La neurobiología nos ha enseñado que son tanto más eficaces cuando están vinculados a relaciones primarias de apego afectivo. En otras palabras, recuerdan aquello que viven con los que quieren y son queridos. La exigencia de conversión que nace del anuncio del Reino, en los primeros años de vida supone ofrecer un marco alternativo de sentido que les ayude a construir su identidad personal, a interiorizar valores y consolidar relaciones afectivas generosas, gratuitas, felices. Provocar experiencias de ‘vida cristiana’ en contextos afectivamente seguros es una forma de nutrir la memoria de la fe.
– Estimular encuentros personales con tiempo y en un espacio adecuado, que dé oportunidad de estrechar los lazos afectivos con ellos, priorizando el cariño sobre el discurso moral. El testimonio a los niños es vida compartida con ellos, donde la palabra ilumina, acompaña y estimula la imaginación y la primera reflexión personal. El maestro, el catequista, los padres, las personas que les cuidan, sacerdotes y la misma comunidad cristiana tienen en sus manos la posibilidad de convertirse en referentes evangélicos, en modelos, en la medida en que su implicación personal se intensifica.
– Iniciar a la oración y ayudarles a gustar la presencia del Misterio. Desde la experiencia de silencio, tranquilidad, contemplación, que es fácilmente alcanzada en los climas adecuados, la iniciación a la oración debe combinar las experiencias de oración grupal o compartida, que tanto nos preocupamos en cuidar, con la personalización de la experiencia de oración individual. No se trata de que aprendan a rezar con nosotros, o con ‘todos’, sino que descubran el valor de rezar solos, cuando no estamos allí… Despertar la inclinación a descansar en el Señor, es el fruto en esta edad de la multiplicación de momentos breves y serenos de encuentro con Él.
– Fomentar la autonarración personal, ayudando a que los niños reconstruyan su propia vida, lo que les ocurre cada día teniendo como interlocutor el evangelio encarnado en quienes lo anuncian, que remite a Quién es el Evangelio en persona. Iniciar a la vocación es ayudarles a percibir la vida como encomendada, como una tarea, a sentirse protagonistas indispensables de la cotidianeidad que es el lugar de la salvación… y eso se estimula haciendo posible que se cuenten a ellos mismos, que se comprendan poco a poco desde la mirada del evangelio. Y también, por supuesto, que verbalicen y exploren la realidad alrededor de ellos, y a los otros como los miraría Jesús, contando, seleccionando lo importante, descubriendo las partes buenas de las personas y practicando la misericordia y el perdón como forma suprema de justicia.
– Integrar las experiencias de fragilidad y de dolor en el proceso del crecimiento, sin rodearles entre algodones, o encerrarlos en una urna de cristal para evitarles las partes más duras de la vida. Las experiencias de sufrimiento, de carencias, de necesidad son lugar también en la infancia de anuncio del misterio pascual. Necesitan necesitar la fe, como los adultos…Con ello deben adquirir un cierto realismo sobre ellos mismos, desde las primeras renuncias y experiencias de donación ante las necesidades de los otros.
– Celebrar lo nuevo y especial de la vida, expresando y compartiendo la alegría y el dolor, rompiendo la rutina, y haciendo especiales los acontecimientos, se aprende a distinguir aquellas cosas que son importantes, de las que no lo son tanto…se entrena en los procesos de valoración, se interiorizan las prioridades, y se descubren los lenguajes no verbales que expresan los sentimientos intensos, que ritualizan la realidad, y estimulan la pertenencia y la identificación con el grupo. Las celebraciones de la alegría y el dolor, desde la experiencia de fe, no son necesaria o apresuradamente los sacramentos. Muchas veces, simplemente pequeñas partes de ellos, o situaciones existenciales y cotidianas, leídas a la luz de la palabra de Dios tienen mucha fuerza para alimentar su espiritualidad.
-Abrirse a los otros, la naturaleza, las voces marginadas, provocando encuentros y nuevas posibilidades, desarrollando su sensibilidad y la capacidad de compasión, que son pilares del testimonio infantil… ofreciendo canales para ese primer testimonio, tiempos, oportunidades para que se entreguen, vivan la experiencia del sacrificio y la donación a los otros, y descubran esa primera felicidad que encuentra la propia en la de los demás. Del deseo casi espontáneo de hacer felices a los que quieren, al descubrimiento de ese itinerario como estilo vital, que les haga gustar la tensión de la llamada a la santidad desde su experiencia infantil del amor cristiano.
– Por último, la transmisión de la fe en la infancia se acompaña del relato de modelos conocidos de relaciones con Dios, bien en la Escritura, bien de testimonios cercanos a los niños. En la edad donde se está configurando la cosmovisión primaria de la realidad, el niño necesita descubrir como Dios tiene un papel activo en la historia y en los acontecimientos. Con palabras sencillas, hay que cuidar la visión que damos de los saberes objetivos sobre los distintos aspectos de la fe.
 

  1. De cómo enseñar a creer o de cómo se puede aprender a esperar

 
Las nuevas corrientes pedagógicas y la psicología evolutiva pueden ayudarnos a comprender mejor a los niños que se nos confían durante un tiempo privilegiado de la vida. De ellas hemos aprendido que tenemos que cambiar el peso de nuestros esfuerzos, de centrarnos en cómo les enseñamos, a observar cómo aprenden.
Promover experiencias de humanidad en su vida cotidiana, acompañándoles al gozarlas y sufrirlas no es una mera estrategia pastoral: es el primer anuncio de un Evangelio tan poderoso que ilumina la vida de cada ser humano y tan generoso que fructificará de múltiples maneras a lo largo de su vida.
Descubrir cómo la humanidad ha encontrado en la religión un camino privilegiado para necesitar de Dios y encontrarse con Él, ayuda a descubrir el sentido pedagógico de la historia, la tradición y la vida de la comunidad a la que se los convoca.
Por último, acompañarles a hacer un recorrido personal desde sus experiencias primarias de sentido, encarnando el evangelio en vida compartida, es sembrar una semilla para que se produzca ese milagro que es sentirse amado por el único que puede acompañarle hasta su propia plenitud. Después hay que esperar…el encuentro es cosa Suya.
 

CARMEN PELLICER