DIOS, MI MADRE Y EL CÁNCER

1 septiembre 2003

A la atención del Sr. Cáncer:
Comprenda este saludo tan frío; es fruto de un sentimiento de miedo que usted metió muy dentro de mí y está demorando su salida.
Nos enteramos de su visita un jueves soleado de primavera. Mi primera reacción (de la que estoy arrepentido) fue inmediatamente dirigida al Señor. Le increpé ferozmente y le pedí explicaciones… Mas fue inútil, Dios guardó silencio.
Después las cosas sucedieron con gran celeridad. Me «olvidé» del trabajo, de los amigos, de las reuniones… y mis pensamientos se centraron en tres personas:
Mi madre, que mantenía el tipo e intentaba por todos los medios que ninguno sufriera por su enfermedad.
Dios, al cual le seguía pidiendo respuestas, y su silencio no hacía más que aumentar mi angustia. Me olvidé del Dios de la vida y mis súplicas cargadas de desesperanza y falta de fe caían -en esos momentos estaba convencido de ello- en saco roto.
Y usted, Sr. Cáncer, que se había instalado dentro de mi madre sin previo aviso. Cuánto deseaba en esos momentos saber el tiempo que llevaba dentro de ella…, pero había que esperar…
La operación tampoco apaciguó mi incertidumbre. Usted, Sr. Cáncer, había desaparecido pero había que ser cautos, no fuera que hubiera dejado huella.
El tiempo se fue estirando lentamente y los días se hacían eternos. Horas y más horas de hospital. ¡Ay, Sr. Cáncer!, y yo qué pensaba que era el más desdichado de los hombres… conocí a un montón de personas que me hablaron de usted y que me hicieron ver que puede haber tanta vida en la cuna de un recién nacido como en la cama de un enfermo de cáncer.
Cuando mi madre regresó a casa sin saber todavía los resultados siguieron mis dudas y temores. Los médicos le habían aconsejado reposo y… bueno, el caso es que llegó el domingo y mi madre como si se tratara de «uno de los grandes de la liga de las estrellas» regateó las indicaciones de los médicos, las de sus sobrinas, las de sus hijos y aun encontrándose en un más que discutido fuera de juego se internó (impulsada por una necesidad imperiosa) en la iglesia del pueblo…
Tengo que decirle finalmente, Sr. Cáncer, que, cuando mi madre regresó, su rostro irradiaba felicidad. De hecho traía las marcas de haberle encajado un hermoso gol. Y es más, cuando le preguntamos sobre el motivo de tan confusa jugada, ella en una «improvisada rueda de prensa» lo aclaró todo con un escueto mensaje: “Tenía tanto que agradecer a Dios…”
Gracias, Señor, por tu silencio convertido en Palabra, Aliento y Vida en tantos hijos tuyos que no ocultan su dolor, pero que anteponen a él las huellas de Tu Amor. Gracias, mamá, por acercarme un poco más a Dios.
Pd: Los resultados no fueron tan negativos corno yo pensaba… Mi madre se está recuperando en estos momentos de un cáncer de pecho. Está contenta de poder seguir agradeciendo a Dios tanto bien como le está haciendo.
José María Escudero
Para hacer
¿Cuándo nos acordamos de Dios? ¿Cuándo deberíamos acordarnos?
Cuando una enfermedad  nos limita, vemos las ocas de otra formas, pero no nos acordamos cuando estamos bien… ¿Y si tomamos conciencia de cómo estamos ahora para vivir con plenitud?

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