Dios no te preguntará por tu nivel de inglés, francés o alemán…
Dios te preguntará por tu nivel en el lenguaje del entusiasmo, del perdón, del amor.
Dios no te preguntará por tu destreza en resolver derivadas, ecuaciones, algoritmos o integrales…
Dios te preguntará por tu destreza en sumar sonrisas, restar penas,
multiplicar talentos y dividir intereses.
Dios no te preguntará por la fecha exacta de la Segunda Guerra Mundial,
de la caída del Muro de Berlín o de la Guerra Civil Española…
Dios te preguntará por el día y la hora exacta en que estés dispuesto
a escribir, con tu vida, una bella historia de paz, de amor, de fraternidad.
Dios no te preguntará por la generación del 27 o del 98…
Dios te preguntará por tus compañeros de clase o por tus amigos de botellón.
Dios no te preguntará por tu habilidad en saltar vallas
o tu velocidad en correr los cien metros lisos…
Dios te preguntará por tu habilidad en levantarte de la silla
cada vez que una persona necesite de tu ayuda.
Dios no te preguntará por el número de ríos, animales, montañas o países que conozcas…
Dios te preguntará por el número de móviles, cumpleaños, direcciones
y aficiones de tus compañeros, en especial de los que muy pocos se acuerdan.
Dios no te preguntará por tu capacidad en analizar frases o comentar textos…
Dios te preguntará por tu capacidad en observar, cada día,
la Palabra, la Buena Noticia.
Dios no te preguntará qué asignatura escogiste entre las opcionales…
Dios te preguntará si elegiste, en cada momento,
lo mejor para ti y para tus hermanos.
Dios no te preguntará si estás dispuesto a recuperar en septiembre las asignaturas suspensas…
Dios te preguntará si estás dispuesto a recuperar la confianza
que Él, cada día, sigue depositando en ti.
Dios no te preguntará…
Dios esperará, ¡está esperando! a que tú le respondas cada día
con tu vida y con tus acciones…
J. M. de Palazuelo