Dios sigue llamando

1 septiembre 2002

[vc_row][vc_column][vc_column_text]Gonzalo Fernández
 
 
Gonzalo Fernández Sanz es profesor en el Instituto Superior de Vida Religiosa (Madrid).
 
Síntesis del Artículo
Dirigiéndose a un «joven interlocutor desconocido», el autor trata de explicar «cómo entender hoy la vocación y vocaciones cristianas». Tras reconocer que, bajo ciertas perspectivas, en nuestros días se vive como «personas sin vocación», el artículo parte de una de las múltiples maneras de hablar hoy de vocación, aquélla que la entiende como «diálogo de vida». A partir de ahí, relaciona la vocación con el «sentido de la vida» (perspectiva antropológica» y con «creer en el Dios de la vida que permite plantear la vida desde Dios» (perspectiva teológica). Por último y puesto que «la vida se expresa de muchas maneras», el autor plantea el interrogante final: «Y tú, de qué vas»… por la vida?
 
 
 
 
Óscar es mi joven interlocutor desconocido. Escribiéndole a él quiero explicarme a mí mismo «cómo entender hoy la vocación y las vocaciones cristianas», que es el subtítulo adjudicado a este primer estudio.
 
            Querido Óscar:
 
Me resulta difícil escribirte sobre la vocación después de «Operación Triunfo». Y no porque crea que se trata de una «Operación Fracaso», como muchos piensan al referirse a este tema, sino porque no encuentro las palabras adecuadas para explicar que, en el fondo, la vocación es la única «operación triunfo» de la vida humana. Pero, para empezar, ni siquiera sé si esta palabra –«vocación»– forma parte de tu vocabulario habitual.
 
Voy a empezar con una historia real que parece de telenovela. Me la contó su protagonista. Carmen era un chica creyente que tenía pocas cosas claras. Una de ellas era que no quería ser monja. Un día se fue a confesar a una iglesia de la ciudad extremeña en la que vivía. Mientras aguardaba su turno, se fijó en una estatua de San Antonio de Padua. Entre las muchas facultades que se le adjudican a este popular santo franciscano, una de las más reconocidas es su buena mano para buscar novio a las chicas casaderas. Ella, según manda la tradición de su tierra, se acercó y, con la esperanza de que el santo le concediera un buen partido, le tiró suavemente del cordón franciscano. O, mejor dicho, quiso tirarle del cordón, pero, por error, le tiró del rosario que colgaba también de su cintura. ¿Resultado? ¡Hoy esta chica es religiosa en una pequeña congregación de derecho diocesano!
 
Puedes reírte cuanto quieras. Hablar de la vocación no es hablar de asuntos milagrosos –de acuerdo–, pero tampoco de algo que podamos ventilar con cuatro tópicos. Intentaré ser claro. Te pido excusas si en algún momento me deslizo por pendientes que te resultan raras e incomprensibles.
 

1. ¿Hombre «sin vocación»?

 
            Hace cinco años se celebró en Roma un Congreso para tratar este asunto de la vocación. Tú sabes que llevamos mucho tiempo hablando de la «crisis de vocaciones». Normalmente, cuando decimos esto queremos decir que hoy, en Europa, hay pocos jóvenes que quieren ser curas o religiosos. Pues bien, después de darle muchas vueltas, se publicó un documento conclusivo titulado «Nuevas vocaciones para una nueva Europa»[1]. No te recomiendo su lectura porque es largo y usa un lenguaje al que no estás acostumbrado. Pero en él se dicen cosas interesantes con las cuales seguramente estarás de acuerdo. Se dice, por ejemplo, que muchos jóvenes como tú no os planteáis vuestro futuro como una vocación sino sencillamente como un «el mejor chollo posible». Naturalmente, el documento no usa estas palabras, pero dice lo mismo con estas otras: “Este juego de contrastes se refleja inevitablemente en el plano de proyectar el futuro, que es visto –por parte de los jóvenes– en una óptica consecuente, limitada a las propias ideas, en función de intereses estrictamente personales (la autorrealización). Es una lógica que reduce el futuro a la elección de una profesión, a la situación económica o a la satisfacción sentimental-afectiva, dentro de horizontes que de hecho reducen la voluntad de libertad y las posibilidades de la persona a proyectos limitados, con la ilusión de ser libres. Son opciones sin ninguna apertura al misterio y al trascendente, y quizá también con escasa responsabilidad respecto a la vida, propia y ajena, de la vida recibida como don y para transmitir a otros. Es, en otras palabras, una sensibilidad y mentalidad que corren el peligro de diseñar una especie de cultura antivocacional. Que es tanto como decir que, en la Europa culturalmente compleja y privada de precisos puntos de referencia, semejante a un gran panteón, el modelo antropológico prevalente fuese el del hombre sin vocación”[2].
 
Me temo que tendremos que desmenuzar este párrafo para entenderlo bien. Lo que sostiene es que la mayoría de tu generación a lo que aspira en la vida es a encontrar un buen curro y una buena relación sentimental; es decir, a metas que, aunque difíciles, parecen estar «al alcance de la mano» si uno se las trabaja un poco y tiene suerte. Que otras historias (luchar por un mundo mejor, preguntarse qué quiere Dios de mí, cómo puedo contribuir a hacer felices a otros) son música celestial. En otras palabras: que en la vida no estamos «llamados» a nada sino que nos buscamos un hueco como podemos. Y que todos aspiramos a un hueco lo más confortable posible. O, dicho de manera más solemne: a la autorrealización[3].
 
 
Estoy adivinando tu mueca de cabreo. Hay algo en este párrafo que refleja lo que piensas y vives, y por eso te mosquea, pero hay otras cosas que te suenan al típico sermón que los mayores sueltan cuando dicen que los jóvenes sólo pensáis en vosotros mismos. ¿Qué pasa, entonces, con toda la gente que se declara pacifista, ecologista y solidaria? Los sociólogos que han estudiado esto sostienen que es verdad que sois muy sensibles a valores «finalistas» –como los que acabo de enunciar–, pero que os despreocupáis de los valores «instrumentales». Dicho a las claras: que soñáis con fines buenos, pero que no os curráis los medios que conducen a esos fines. O sea: que está muy bien lo de ser solidarios, defender la calidad de las aguas, declararse en contra del gendarme USA, pero que se requiere también el esfuerzo cotidiano, el compromiso en instituciones que coordinen esfuerzos, el pequeño trabajo bien hecho, etc[4]. Sin estas mediaciones, los grandes valores corren el riesgo de ser meros eslóganes que no tienen casi nada que ver con la vida cotidiana.
 
¿Te reconoces, Óscar, dentro de este marco? ¿Sientes que tu vida está llamada a algo o, por el contrario, te parece que lo único que importa es gestionar del modo más satisfactorio posible el día a día? Aquí nos estamos jugando la posibilidad de seguir reflexionando juntos sobre lo que significa la vocación.
 

2. De la vocación se habla de muchas maneras

 
Aunque al principio te dije que no sabía si el término «vocación» figuraba en tu vocabulario habitual, eso no quiere decir que tú y la gente de tu generación no lo uséis nunca. De hecho, conozco a muchos que dicen frases como: «Este tiene vocación de líder», «Yo paso de vocación», «No trabaja por dinero sino por vocación» y otras por el estilo. Yendo más allá de las palabras, descubro tres maneras de entender este asunto[5]:
 
q Designio misterioso de Dios
Para algunos la vocación es un designio misterioso de Dios que tienen que acatar, sin apenas margen para decidir libremente. Suelen utilizar frases como «Siento que Dios me pide ser tal cosa». Son personas acostumbradas a referir todo a Dios: el tiempo que hace, los acontecimientos ordinarios y extraordinarios y, naturalmente, la orientación de sus vidas. Por propia experiencia sabes que en los tiempos que corren no son muchos los jóvenes que viven y se expresan de esta manera. La vocación casi se podría identificar con el destino. Curiosamente, en forma secularizada, este asunto del destino está bastante de moda. Hay gente que piensa que nuestra vida está ya «marcada», que alguien ha escrito el guión que a nosotros nos toca ciegamente representar. A lo más que aspiran es a conocer de algún modo ese guión para saber a qué atenerse. Piensa en todos los amigos que, en broma o en serio, consultan el horóscopo, las cartas astrales, etc.
 
q Inclinación particular
La mayoría de la gente de tu edad, sin embargo, suele entender la vocación como una inclinación particular que es fruto de las propias cualidades y gustos y del tirón o atractivo que ejercen algunos valores: «A mí me va lo de ser profesor de educación física». En este caso, vocación y profesión son casi palabras sinónimas. Aquí, como ves, no interviene Dios para nada. ¿Qué más le da a Dios que yo sea camionero o trapense? Si soy yo quien decido autónomamente lo que quiero hacer con mi vida, puedo cambiar el rumbo cuantas veces quiera sin que experimente ningún sentimiento de infidelidad. La vocación dependerá, sobre todo, de las circunstancias en las que se desarrolle la propia vida.
 
q Diálogo de vida
Para unos pocos, la vocación es un diálogo de vida entre cada persona y todas las relaciones que la configuran: Dios, los demás, el mundo. De modo que no ven posible «descubrir la vocación» mirándonos el ombligo sino saliendo de nosotros mismos y entrando en relación con esta red en la que vivimos, abriéndonos a la realidad que nos supera. La vocación sería, en definitiva, la forma vital como el ser humano se autotrasciende[6], puesto que “el hombre está llamado en el encuentro entre los valores objetivos autotrascendentes y su intencionalidad consciente. La vocación cristiana, entendida como la posibilidad que tiene el hombre de ser llamado por Dios a establecer un diálogo con Él, parece tener en esta autotrascendencia su primer fundamento antropológico”[7]. Sé que esta frase te ha obligado a coger aire, pero espero que a medida que avancemos te resulte comprensible.
 
Por ahora, no te pido que te apuntes precipitadamente a ninguno de estos tres grupos. Supongo que ya has adivinado que para mí la tercera postura es la que mejor expresa lo que entiendo por vocación. Me parece que hace justicia al ser del hombre (perspectiva antropológica) y a lo que nos revela la Escritura (perspectiva teológica). ¿Te parece que exploremos ambas por si podemos encontrar un poco de luz?
 

  1. La vocación tiene que ver con el «sentido de la vida»

(perspectiva antropológica)
 

Lo que voy a decirte ahora puede parecerte exagerado, pero yo lo veo así. En el ambiente en el que tú y yo nos movemos se ha impuesto la idea de que el ser humano es «lo dado»; vamos, que no hay más cera que la que arde. Las llamadas «antropologías zoológicas» nos conciben como primates evolucionados[8]. Hemos alcanzado un alto grado de «formalización» (perdóname la palabreja), pero, en el fondo, funcionamos sólo como animales complejos. Esta manía humana que llamamos «felicidad» no es más que el reclamo que nos empuja a satisfacer nuestras necesidades primarias. Por tanto, si la vida humana tiene algún objetivo éste consiste en satisfacer, «hasta donde sea posible», estos impulsos durante los «cuatro días que nos ha tocado vivir». Hasta la religión debe aminorar sus expectativas si quiere seguir teniendo algunos usuarios. Una pintada anónima lo decía así: «Dios no ha muerto. Vive, sí, pero está trabajando en un proyecto menos ambicioso».

 

Sé que esto contradice la visión un poco idealista del ser humano que todavía conservas, pero me temo que nuestra sociedad –y dentro de ella la economía– funciona en buena medida según este presupuesto. Por lo tanto, lo que interesa es conseguir aquello que me presentan como «lo dado». Hoy es un buen curro; mañana, un coche de veinte mil euros; pasado, un chalé con vistas y, antes o después, una persona que rellene el vacío de la soledad. Se podría decir esto mismo con un sinfín de matices, pero entonces no sabríamos de qué estamos hablando.

 
Me dirás, Óscar, cómo se puede hablar de vocación (que es abrirnos a «lo no dado»), en un ambiente como éste. No es posible «oír» ninguna llamada cuando no somos capaces de ir más allá de nosotros mismos. Te lo voy a decir sin rodeos, aunque no te pido que lo suscribas al cien por cien. Una persona que centra sus intereses en las cuatro cosas que le gratifican (bebida, diversión, música y sexo) y no es capaz de «trascender» se convierte en eso que decía el documento romano: en un «hombre sin vocación». Sólo que –si te soy sincero– yo no acabo de creerme que existan estas personas tan recortadas. Aquí no me sirven de casi nada los estudios sociológicos, sencillamente porque no pueden medir, por ejemplo, lo que tú sientes cuando te calas los cascos y oyes eso de «Sólo cuando creo en ti creo en Dios» de Cómplices.
 
El ser humano, por el hecho de serlo, sólo puede existir saliendo continuamente de sí mismo. En su constitución biológica no le viene dado lo que tiene que hacer con su existencia. Lo que recibe, ya sea como patrimonio genético o como equipamiento educativo, es sólo un conjunto de posibilidades y limitaciones con las que tiene que construir su vida en libertad. Esto se puede explicar de manera bastante complicada[9] o con un lenguaje que no se te caiga de las manos[10], pero lo que importa es conectarlo con las preguntas y preocupaciones que nos hacemos a diario[11].
 
Habrás comprobado que incluso en los momentos en los que te sientes muy inclinado a hacer algo, conservas un margen de libertad que incluso puede agobiarte: ¿Debo estudiar Económicas o Derecho? ¿Sigo saliendo con esta chica o la dejo? ¿Me apunto al grupo de la parroquia o tiro por libre? Nada está «dado» de manera absoluta. Por eso tienes que elegir. ¿Qué sucede dentro de ti cuando te preparas para escoger una opción? ¡Que se da una especie de diálogo, o de tira y afloja, entre unas realidades que te atraen (llamémoslas valores; por ejemplo: la justicia, la paz, la amistad, la belleza) y unas fuerzas que te arrastran (llamémoslas necesidades: el deseo de sentirte a gusto, de tener éxito, de ser querido)! Este diálogo te obliga a salir de ti, a no contentarte con lo simplemente dado, aunque la publicidad te lo meta por las orejas, a buscar un camino único e irrepetible.
 
A esta «llamada interior» a establecer un diálogo entre tus necesidades y los valores que te atraen, y al camino resultante, es a lo que llamamos humanamente vocación. En este sentido, todo ser humano está vocacionado. No es que «tengamos» vocación; es que «somos» hombres y mujeres «llamados». Fíjate de qué manera tan sencilla lo explicaba el papa Pablo VI hace casi cuarenta años: “En el plan de Dios, todo hombre está llamado a un desarrollo, porque toda vida es vocación. Desde el nacimiento, ha sido dado a todos, un germen, un conjunto de aptitudes y de cualidades que deben ser desarrolladas y dar fruto: su pleno desarrollo, fruto al mismo tiempo de la educación recibida, del ambiente y del esfuerzo personal, permitirá a cada uno orientarse hacia el destino que le ha sido propuesto por el Creador”[12].
 

4. Creer en el Dios de la vida permite plantear la vida desde Dios (perspectiva teológica)

 
Si todavía resistes un poco, podemos entrar de puntillas en la teología de la vocación[13]. No te asustes. Lo que quiero decir es sencillo y queda resumido en el título que acabas de leer. Si hay algo que los seres humanos queremos, salvo en las situaciones excepcionales de desesperación, es vivir. Se puede decir que todo lo que hacemos está en función de la vida: respirar, comer, andar, trabajar, divertirnos, … Queremos vivir. A veces soñamos con una «buena vida» y otras con una «vida buena». Sabes que la colocación del adjetivo no es inocente. Una «buena vida» es montárselo en estéreo: máximo disfrute con mínimo esfuerzo. Una «vida buena» es aquella en la que uno encuentra un sentido a lo que es y hace y trata de encaminarse por él. A la primera los psicólogos la llaman «gratificante» (porque satisface nuestras necesidades primarias). A la segunda la denominan «significativa» (porque responde a nuestra necesidad de sentido). En cualquier caso –como cantaba hace ya años J.B. Humet– : «Hay que vivir, amigo mío, por encima de todo hay que vivir».
 
Supongo que, partiendo de esta innata pasión por la vida[14], ahora te resultarán más densas las palabras de Jesús: «Yo soy la vida» (Jn 14,6); o estas otras: «He venido para dar vida a los hombres y que la tengan en plenitud» (Jn 10,10). Es probable que todo esto te suene al lenguaje que usa en clase tu profesor de religión. O que no te suene a nada en absoluto. Pero estoy seguro de que captas lo fundamental. El Dios que Jesús vive y el Dios del que habla es Alguien que quiere que vivamos a tope. Un cristiano del siglo II, Ireneo de Lyon, lo dijo con una frase que se ha hecho célebre y que quizá has oído alguna vez: «La gloria de Dios es que el hombre viva».
 
Esto suena muy bien, pero no resulta tan claro en la práctica. Tú mismo te has sorprendido a menudo imaginando a Dios como un enemigo de tus ganas de vivir, como una especie de aguafiestas permanente, una barrera invisible que se interpone entre tus aspiraciones y la realidad. Se parece un poco a esa vieja gruñona que dice: «No a esto», «Cuidado con lo otro», «Alto ahí». Eso si miramos nuestra vida por dentro. Pero, ¿qué pasa si miramos hacia fuera? Que nos resulta muy difícil creer en el Dios de la vida cuando observamos «tanta» muerte a nuestro alrededor. Esta contradicción no se puede resolver a base de consejos piadosos. Sólo tiene una clave: la misma experiencia de Jesús. La conoces de sobra, aunque no sepas bien cómo explicarla. Él «perdió la vida» para que nosotros la tengamos en abundancia. En ese paradójico juego del «perder-ganar» se manifiesta la vida verdadera.
 
Si nos fuera posible creer en el Dios de Jesús como el Dios de esta vida que derrota toda muerte, si nuestra imagen fuera la de un Dios que sólo quiere que vivamos en plenitud (que es lo mismo que decir que vivamos en el amor), entonces nos resultaría más fácil entender que no tiene ningún sentido plantear la vida sin Dios, porque eso significaría lo mismo que abandonarse al absurdo y a la muerte. Y entonces quizá entenderíamos que la vocación es el «camino a la vida».
Como se nos recuerda en el documento que te cité antes: “La vocación es el pensamiento providente del Creador sobre cada criatura, es su idea-proyecto, como un sueño que está en el corazón de Dios, porque ama vivamente la criatura. Dios-Padre lo quiere distinto y específico para cada viviente. El ser humano, en efecto, es llamado a la vida y al venir a la vida, lleva y encuentra en sí la imagen de Aquel que le ha llamado. Vocación es propuesta divina a realizarse según esta imagen, y es única-singular-irrepetible precisamente porque tal imagen es inagotable. Toda criatura significa y es llamada a manifestar un aspecto particular del pensamiento de Dios. Ahí encuentra su nombre y su identidad; afirma y pone a seguro su libertad y su originalidad”[15] .
 
La vocación, desde una perspectiva teológica, es el «sueño de Dios» para cada ser humano, el camino de vida que Dios nos propone a cada uno[16]. ¿Entiendes ahora por qué Jesús, cuando uno le pregunta qué es lo que tiene que hacer para obtener la vida eterna, empieza su respuesta diciendo: «Si quiere entrar en la vida…» (Mt 19,17)?[17] Su evangelio no es sino la forma concreta que Él nos propone para vivir como hijos de Dios, también en estos primeros años del tercer milenio.
 

  1. La vida se expresa de muchas maneras

 
Donde hay vida hay cambio. La vida, en cualquiera de sus dimensiones, reviste siempre muchas formas, porque en la bio-diversidad reside su viabilidad. Esto sucede también con la vocación entendida como «camino de vida». Dios no nos trata a los seis mil millones de seres humanos que poblamos la tierra como si fuéramos una masa sin rostro. Para Él, cada uno de nosotros somos un hijo o una hija irrepetibles. Él nos regala un nombre propio. Seguramente recuerdas estos versos de León Felipe: “Nadie fue ayer, / ni va hoy, / ni irá mañana / hacia Dios / por este mismo camino / que yo voy. / Para cada hombre guarda / un rayo nuevo de luz el sol … / y un camino virgen / Dios”.
 
Estamos llamados a configurar nuestra vida de una manera única. Por eso, la llamada radical a la vida se expresa de muchas formas, tantas como seres humanos. Esto no significa, naturalmente, que no podamos hablar de «formas» compartidas: “Hay niveles de particularización vocacional en los que ya no estamos solos. Compartimos aspectos particulares de ella con otras personas o grupos. Uno es el nivel de las formas estables de vida (vida matrimonial, vida consagrada, vida secular); otro es el nivel de las instituciones en las que cada uno se incluye (colectivos políticos, culturales, sociales, grupos carismáticos, comunidades de diferentes tipos). En este sentido la existencia cristiana en la iglesia es ya una particularización de la gran vocación universal de todo ser humano”[18].
 
Sé que a veces te has roto la cabeza preguntándote cuántas formas de vocación hay. Y has hecho tus propias listas para andar por casa: casados, solteros, curas, monjas, frailes… No quiero liarte ahora con más explicaciones. La Iglesia ha tipificado algunas de estas «formas estables» en su Código de Derecho Canónico. La teología ensaya una y otra vez clasificaciones más o menos fundamentadas. Todas nos dejan insatisfechos, no porque procedan sin rigor sino por una razón elemental: la vida es una realidad compleja y, por lo tanto, inclasificable. El Espíritu Santo, al que confesamos como «Señor y dador de vida», se encarga una y otra vez de romper los esquemas. Tranquilo. Basta con reconocer que la común vocación a la vida plena en Jesucristo se puede expresar de maneras muy diversas según los dones (¿te suena la palabra «carismas»?) que el Espíritu Santo nos concede a cada uno. En los artículos siguientes encontrarás más explicaciones sobre esto.
 

  1. Y tú, ¿de qué vas?

 
¿Sabes lo que pienso a estas alturas del diálogo imaginario que mantengo contigo? Que ya va siendo hora de hablar de estas cosas mirando a la Escritura. En ella, concretamente en el evangelio según San Juan, encontramos una «experiencia de vocación», que se convierte como en un espejo en el que podemos comprender las cosas de otra manera. Así que, toma el Nuevo Testamento, y busca este pasaje: Juan 1,35-39. Creo que con cinco versículos tenemos de sobra. Los voy a transcribir íntegramente:
Al día siguiente, Juan se encontraba en aquel mismo lugar con dos de sus discípulos. De pronto vio a Jesús que pasaba por allí y dijo:
—Este es el cordero de Dios.
Los dos discípulos le oyeron seguir esto y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, viendo que lo seguían, les preguntó:
—¿Qué buscáis?
Ellos contestaron:
—Maestro, ¿dónde vives?
Él les respondió:
—Venid y lo veréis.
Se fueron con él, vieron donde vivía y pasaron aquel día con él. Eran como las cuatro de la tarde.
 
Como nos dicen los expertos, este es un relato muy «trabajado»; o sea, que no nos cuenta tal cual lo que sucedió sino que nos propone cómo se produce un encuentro con Jesús. Hablando con propiedad, ni siquiera es un «relato vocacional» sino un itinerario de encuentro.
 
q Las necesarias mediaciones en una vocación que es inmediata
El relato empieza con la tarea de un subalterno. Los dos discípulos se ponen a seguir a Jesús porque Juan les dice quién es. Ellos no se acercan por su cuenta sino que alguien que cree en Jesús los introduce.
Cuando salto del texto a nuestra situación actual me brotan las preguntas a borbotones. ¿Quiénes son hoy las personas que nos muestran a Jesús? ¿Cómo estamos haciendo esta tarea de presentación? Porque lo que está claro es que, aunque él se encuentra con nosotros de manera inmediata, esta relación exige unas mediaciones.
Si te soy sincero, encuentro a los creyentes un poco cansados. No es que no hablemos de Jesús (¡imagínate la cantidad de escritos y de palabras que pronunciamos sobre él!) sino que no hablamos como quien ha encontrado el tesoro de su vida. Y eso neutraliza el mensaje. Yo te puedo atiborrar de palabras sobre Jesús (en la clase de religión, en el grupo juvenil, en la homilía del domingo, en esta misma revista), pero tú tienes un sexto sentido para distinguir cuándo quiero conquistarte o cuándo te revelo, a veces con mucha discreción, lo que sostiene mi vida. En este segundo caso, las palabras vienen ratificadas por los «signos de la credibilidad»: sentido positivo de la vida, libertad puesta al servicio de los demás, alegría pasada por la prueba… Esto es lo que hace atrayente una vida, no el papel celofán con que la envolvemos (una simpatía de circunstancias, una imagen arreglada, un vocabulario adaptado).
 
q La búsqueda desde dentro
Si tú te pones a seguir a Jesús él se vuelve para mirarte a los ojos. Y te formula una pregunta muy simple. ¿Sabes que la primera vez que Jesús «habla» en el evangelio de Juan es precisamente para formular una pregunta? Tanto en el original griego como en la traducción castellana se compone de sólo dos palabras: «¿Qué buscáis?». Aquí tenemos que detenernos un rato. Fíjate que la pregunta se formula una vez que los dos discípulos ya van detrás de Jesús. Podríamos decir que sólo busca quien, de algún modo, ya ha encontrado. La búsqueda es siempre la expresión consciente de una experiencia a menudo inconsciente: la de haber sido atrapados por algo/alguien que nos ha fascinado primero. Nadie busca lo que no le atrae.
 
Te sorprendería si te contara algunas historias vocacionales de hoy. No se ajustan, en absoluto, a un proceso reflexivo. No son la conclusión razonable a la pregunta por el sentido de la vida. Eso vendrá mucho después. Todas comienzan por una seducción, por algo que rompe «lo dado». Por eso, Óscar, cuando en nuestra pastoral todo es más de lo mismo, una simple prolongación de nuestra vida cotidiana, es humanamente imposible que salte la chispa de la vocación.
Atraídos por Jesús podemos preguntarnos qué es lo que realmente nos mueve en la vida. Y entonces tendremos distancia suficiente para poner nombre a las respuestas prefabricadas que se nos han ido imponiendo. Sin esta distancia, incluso psicológica, lo que estamos haciendo nos aparecerá, sin más, lo que tenemos que hacer, lo que todo el mundo hace. El «ser» y el «deber-ser» se habrán nivelado en una superficie in-trascendente.
 
q La experiencia del encuentro
Hay quien sostiene que estos dos primeros discípulos de Jesús eran oriundos de Galicia. A la pregunta del Maestro responden con otra pregunta de la misma longitud (dos palabras):«¿Dónde vives?». No sé cómo te suena esta segunda pregunta. La voy a marear un poco. ¿Dónde puedo encontrar hoy un resquicio de evangelio que me devuelva por un instante la confianza en que es posible? ¿Cómo puedo seguir tu estilo de vida en una sociedad en la que me da la impresión de que todo funciona exactamente en sentido contrario? ¿Seguirte a ti me condenará a vivir como un esquizofrénico?
 
Jesús no entra al trapo. Hay preguntas que no tienen respuesta inmediata. Se limita a realizar una invitación: «Venid y lo veréis». Ese «venid» es todo un programa de vida. Uno solo encuentra la vocación poniéndose en camino. Quizá podríamos ir más lejos: la vocación consiste en ir siempre un poco más allá porque nunca acabamos de «ver». Esto relativiza mucho el alcance de frases como: «He encontrado mi vocación». Hay vocación donde hay una llamada a no dejar nunca de buscar porque esa es la forma de seguir vivos. Y, al fin y al cabo, hemos entendido la vocación, en su sentido más radical, como una llamada a la vida.
 

  1. Toda vocación es un milagro

 
¿Te acuerdas de la historia de Carmen que te conté al principio? Carmen no sabía que San Antonio tenía dos «prendas» vocacionales: el cordón para las casaderas y el rosario para las monjas. Carmen tiró de la prenda equivocada y siguió el camino que nunca había imaginado.
 
La historia es sólo un símbolo. Si después de esta larga carta crees que lo de la vocación está más claro que el agua, entonces el objetivo se ha frustrado. Toda vocación es un asunto amoroso. Y, como tal, está sujeto a la seducción, a la búsqueda, al claroscuro, a la fidelidad, a la traición. Es una trama que nos posee y que no podemos nunca domesticar. Pero es, en su esencial y escurridiza libertad, lo más maravilloso que nos puede suceder a los seres humanos. Porque quien encuentra un «camino de vida» hacia el «Dios de la vida» se convierte, por añadidura, en un diminutivo «dador de vida». Y esto es un milagro, un signo de lo que verdaderamente importa. ¡No me digas que no es apasionante!
           
Tu amigo,
 

Gonzalo Fernández

estudios@misionjoven.org
[1] Obra Pontificia para las Vocaciones Eclesiásticas, Nuevas Vocaciones para una Nueva Europa (en adelante: NVNE), Roma 1997.
[2] NVNE, n. 11.
[3] Sobre el carácter «idolátrico» que puede adquirir este concepto en determinados ambientes, cf.: A. Cencini, Vocaciones. De la nostalgia a la profecía, Madrid 1991, 95-96.
[4] Cf. Fundación Santa María, Jóvenes españoles ’99, Madrid 2000,433.
[5] Cf. B. Giordani, Respuesta del hombre a la llamada de Dios. Estudio psicológico sobre la vocación, Madrid 1983, 41-46.
[6] Cf. L.M. Rulla, Antropología de la vocación cristiana. 1: Bases interdisciplinares, Madrid 1990, 218 ss.
[7] Ibid., 219.
[8] Cf. J.L. Ruiz de la Peña, Imagen de Dios. Antropología teológica fundamental, Santander 1988, 267-273.
[9] Cf. por ejemplo: K. Rahner, Curso fundamental sobre la fe, Barcelona 1979, 42-65; L.M. Rulla, o.c., 105 ss.; J.C.R. García Paredes, Teología de las formas de vida cristiana (III), Madrid 1999, 15-43.
[10] Cf. E. Fromm, El arte de amar, Barcelona 2000.
[11] Cf. C. González Vallés, El dominó egipcio y el valor de cada momento, Santander 2002.
[12] Pablo VI, Encíclica Populorum progressio, 15: Acta Apostolicae Sedis 59 (1967) 65.
[13] Cf. J.C.R. García Paredes, Teología de las formas de vida cristiana (III), Madrid 1999, 45-101; Aa.Vv., Vocación común y vocaciones específicas (II: Aspectos teológicos), Madrid, 1984.
[14] La publicidad también ha explotado la fuerza comercial que tiene la «vida». ¿No se vende por un euro una lata de refresco negruzco que contiene cafeína y que, según parece, es la «chispa de la vida»?
[15] NVNE, 13 a.
[16] Cf. A. Cencini, Los sueños de la Vida Religiosa, en: Mira al cielo, cuenta las estrellas, «Todos Uno» 144 (2000) 11-45.
[17] Cf. S. Blanco, Si quieres entrar en la vida…, en «Vida Religiosa» 92 (2002) 164-171.
[18] J.C.R. García Paredes, o.c., 71.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]